Sin libertad
Brenda había olvidado lo radiante que podían ser los rayos de sol. Brenda había olvidado lo que se sentía una brisa de aire en la cara. Brenda había olvidado cómo llorar. Brenda había sido privada de su libertad desde hace... bueno, ella no lo sabía. Estar en la oscuridad hace que sea fácil perder por completo la noción del tiempo.
Se podría decir que sigue con vida de puro milagro porque el hombre que le proporcionaba pobres raciones de comida y agua no había aparecido en lo que se sentía como una eternidad. Además, Brenda no era la única chica que ocupó ese lugar, al principio eran decenas, pero con el pasar del tiempo iban reduciéndose hasta quedar con unas cuantas. Estar atada a una silla era la nueva realidad de Brenda sucia con sus propios desechos. Resignada y en medio de la oscuridad, Brenda rememora sus últimos momentos de libertad.
Después de salir del colegio, Brenda fue a la casa de una de sus amigas para discutir sobre un proyecto que uno de sus profesores asignó y de paso divertirse un poco charlando, comiendo y pintarse las uñas. Pronto el cielo oscureció avisando a Brenda que debía marchar a casa.
—¿Quieres que te llevemos, Brenda? —ofreció amablemente una de sus amigas.
—Muchas gracias, amiga, pero no puedo aceptarlo —rechazó Brenda—. Mi casa está algo retirada de la tuya y no quisiera molestar a tus papás.
—Estoy segura de que ellos entenderán —insistió la amiga.
Pero Brenda rechazó la oferta de su amiga hasta que ésta se rindió y la dejó ir. Brenda abandonó la casa de su amiga y comenzó a caminar por la calle para dirigirse a la estación de autobuses sin saber que ese sería su error. Una camioneta negra salió de la nada y se dirigió a la chica. Un par de hombres salieron de la camioneta y tomaron a Brenda por los brazos y la arrastraron dentro cubriéndole la cara. Cuando la camioneta se detuvo, la obligaron a bajar de ella para ingresarla en algún lugar para luego bajar unas escaleras que llevaban a un sótano del que desde entonces no ha podido salir.
Unos luces blancas iluminaron sin aviso el sótano. Brenda y las demás chicas que estaban secuestradas entendieron que les llevaban comida y agua estaba bajando. Efectivamente aparecieron con un bandejas con un tazón de una masa espesa y de aspecto asqueroso y un tazón de agua en cada una. Los recién llegados adoptaron una expresión de asco. Fue tanto el desagrado que casi tiraban la bandeja.
Brenda imaginó que debía verse en el estado decadente que ella y las demás tenían así como el olor nauseabundo que tenía el sótano. Después de todo, se habían orinado y defecado encima sin tener la posibilidad de asearse, incluso ya podrían estar infectada por las bacterias.
Pero un estruendo que sucedió a continuación alertó a todos. No fue provocado por la bandeja chocando contra el suelo, en realidad, provenía del piso de arriba. Los hombres no dudaron en dejar la bandeja sobre el suelo y correr al piso de arriba sacando una pistola de su cinturón. Brenda se asustó al escuchar gritos, golpes y disparos. Era claro que en el piso de arriba nada estaba bien... al menos para los que mantenían a Brenda y a las demás cautivas.
Un escuadrón de policías bajó hasta al sótano y encontraron a las chicas. Al desatarla de la silla, Brenda colapsó en el suelo pues su cuerpo no tenía fuerza suficiente para sostenerse a sí mismo. Uno de los policías la cargó en sus brazos a pesar de que ella estuviera sucia.
* * *
Una luz blanca y cegadora iluminaba la habitación en la que Brenda despertó. Ya no era el sótano en el que estuvo sin libertad, se trataba de una habitación de hospital. A su lado estaban sentados dos personas: un hombre y una mujer.
—¿Mamá?, ¿papá? —llamó Brenda con un débil hilo de voz.
Los individuos la miraron con una mezcla de alivio y felicidad y la abrazaron con una calidez que Brenda no había sentido en mucho tiempo. Fue ahí cuando Brenda recordó cómo llorar.
—Estaba tan asustada —confesó Brenda sollozando—. Creí que moriría.
—Lo importante es que ya estás a salvo, mi amor —replicó su mamá plantándole un beso en la frente.
Brenda, a pesar de que estaba llorando, sabía que su mamá tenía razón y que estaba a salvo. Ya no estaba en la oscuridad de ese sótano, ahora estaba en los brazos de su mamá y de su papá.
Las semanas posteriores no fueron tan difíciles como estar sin libertad. Tras una inspección se determinó que Brenda tenía signos de desnutrición y deshidratación así como una infección bacteriana poco riesgosa causada por su falta de higiene en las tres semanas y media que se encontró secuestrada. Con tratamiento y observación, a Brenda se le dio el alta del hospital. Sus papás la acompañaron en cada momento, en cada paso hasta llegar a su hogar. Ahí Brenda recordó lo que se sentía una brisa de aire en la cara y lo radiante que podían ser los rayos de sol.
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