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Melancólico domingo

Rick contempló la tarde por la ventana de su habitación, aquel paisaje de su natal Budapest que había visto tantas ocasiones, decidido que admiraría la vista por última vez porque se ha decidido que ese mismo día, ese domingo sería el último en que respiraría, en que viviría. 

Un ligero soplo del viento entró por la ventana abierta haciendo bailar la corbata negra que colgaba la camisa blanca de Rick que se encontraba húmeda por las millones de lágrimas que había llorado. El oscuro cabello rizado y enmarañado de Rick comenzó a moverse también con el son del viento que era acompañado con un peculiar y familiar aroma.

El aroma era de las rosas blancas que estaban plantadas en el jardín frontal de la casa de Rick. Aquellas rosas blancas que plantó y cuidó aquella mujer que amó tanto. Tal fue la devoción que sentía a ella que un día con decisión se arrodilló y con un anillo pidió por su mano. La alegría que causó la respuesta de la dama duraría muy poco, pues una enfermedad se apoderó de su cuerpo y en la tarde de un melancólico domingo trágicamente perdió la vida, sumiéndose en un sueño eterno.

Desde ese melancólico domingo, la vida de Rick dejó de tener sentido y la melancolía llamó a su puerta y entró a su cuerpo para ya nunca más dejarlo tranquilo. Las noches eran frías aunque fuera verano y los días eran grises aunque el cielo estuviera despejado. El tiempo para él se detuvo y la casa que compartieron eran el espacio de un bucle de infinita tristeza. La ausencia de la mujer le dolía como cuchillos que se se le clavaban en el pecho.

Sabía muy bien Rick que la muerte es definitiva e irreversible y que si existía alguna forma de ver a su amada otra vez, solo había una manera para lograrlo, llamar a la muerte para que viniera por él y la muerte no llega gritando su nombre a los cuatro vientos, la muerta la llaman la enfermedad, la falta de aire o la sangre y la muerte te hace soñar para siempre.

Entonces, Rick esperando tener el mismo sueño de la mujer que amaba desde lo más profundo de su corazón, se alejó de la ventana y dio sus últimos pasos hasta el piano que había servido para componer y tocar las más hermosas melodías que le dedicó a ella. Sobre el piano, un alambre delgado y largo colgaba del techo.

En el atril del piano se encontraba la partitura de la última melodía que Rick compuso para su amada y la última que compuso en toda su vida, una melodía que ella jamás pudo escuchar. Esas páginas llenas de notas de tinta negra jamás serían aprovechadas, al menos no en el plano terrenal. Quizás en la tierra del sueño eterno la melodía sería escuchada por la mujer por la que fue escrita.

Melancólico domingo fue el que Rick subió al banco del piano para alcanzar el alambre para después enredarlo en su cuello. Dio un último respiro antes de saltar para llamar a la muerta para que le diera la bendición del sueño eterno. El aire ya no pudo entrar por la garganta de Rick y su cuello comenzó a sangrar por la presión del alambre delgado ejercía en su piel. La muerte, ángel sombrío, escuchó el llamado y le concedió a Rick el sueño eterno.

El cadáver que colgaba del techo se mecía en círculo, haciendo que lloviera sangre sobre su camisa blanca, sobre el piso hecho de tablas de madera, sobre el banco del piano, manchando las teclas blancas del instrumento de cuerda y aquellas partituras que sólo un melancólico domingo podría tocar.

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