Las campanadas
Ya van varios días en los que José escucha unas lejanas campanadas que no pueden provenir de ningún lado, pues vive en mitad de la nada, cerca de un bosque.
Todo empezó aquel día en que su padre compró en una subasta del banco una casa acogedora a algunos kilómetros de la ciudad y en poco días, José y su familia ya estaban instalados en esa casa.
Los primeros días, José no escuchaba nada, hasta que en la tercera noche desde que se mudó comenzó a escuchar las lejanas campanadas. Al principio creyó que era provocado por el cansancio, pero las campanadas no dejaban de sonar, eran desesperadas, frenéticas.
—¿Escucharon las campanadas anoche? —preguntó José en el desayuno del cuarto día.
Sus padres lo miraron con burla, como si lo que acababa de decir era una total fantasía y su hermano menor comenzó a reírse.
—Hijo, eso es imposible, no tenemos vecinos, además la iglesia más cercana está a diez kilómetros —respondió su padre.
—Tienen razón, no puede posible —asintió José.
Y esa misma tarde volvió a escuchar las lejanas campanas, y al día siguiente volvió a escucharlas, y el día posterior a ese. Fue en una noche en la que las volvió a escuchar que se propuso a buscar el origen de las campanadas a como diera lugar.
Al día siguiente, el cielo estaba nublado y José se adentró en el bosque siguiendo el sonido de las campanadas, pero cuando se percató de que las campanadas cesaron, notó una silueta extraña a lo lejos. Intrigado, se acercó y entonces vio a una chica como de su edad.
La chica estaba agachada recogiendo flores de la tierra. Tenía el cabello castaño y usaba una falda larga negra y una camisa blanca con las mangas arremangadas. Cuando José se acercó, la chica se percato de su presencia y se giró sorprendida.
—¡Lo siento! —exclamó José al ver el susto en el rostro de la chica—. No quería asustarte.
—No, está bien —dijo la chica—. No te había visto por aquí.
Entonces sí tenían vecinos, así que ellos podrían ser el origen de las campanadas, ¿acaso eran religiosos?, eso tenía que averiguarlo.
—Yo tampoco.
—¿Cómo te llamas? —inquirió la chica poniéndose de pie.
—José.
—Soy Karmele.
—Es un placer.
La chica sonrió y comenzó a caminar hacia la izquierda.
—¿Adónde vas?
—Al pueblo, ¿vienes conmigo? —invitó Karmele.
—¿Al pueblo? —al parecer tenía más vecinos de los que pensaba—. Sí, claro, te sigo.
Los dos caminaron en silencio por un rato hasta que José finalmente vio el pueblo. Lo que parecía ser la calle principal era un camino con casas a los lados. Todo eso le resultaba extraño porque no daba crédito al hecho de que sus padres no supieran de la existencia de ese lugar.
A pocos metros vio un templo del que salió un hombre vestido de rabino que jaló una cuerda e inmediatamente comenzó a sonar la campana de la iglesia, no obstante, no sonaban tan insistentes. Varias personas comenzaron a acercarse al templo. José se fijó bien en su vestimenta y entonces recordó que en el escuela habían visto las diferentes culturas del mundo y por ello logró reconocer que se trataban de judíos.
Los hombres vestían con su traje y sombrero negro. Las mujeres vestían con faldas largas, cubriendo todo su cuerpo con ropas negras, algunas tenían su cabeza cubierta con un pañuelo.
—Tengo que irme —anuncio Karmele—. Fue un placer José.
—Adiós.
José vio a Karmele alejarse, pero entonces comenzaron a escucharse desde el cielo el sonido de un avión. El chico miró al cielo y se percató que el avión asomaba un arma de fuego.
—¡Cuidado! —alertó un transeúnte muy asustado.
Las personas que se encontraban en la calle comenzaron a correr, al igual que José pues el avión empezó a arrojar una lluvia de balas. Aquellos que estaban dentro del templo se asomaron al oír el escándalo. El rabino se arriesgó a salir y comenzó a jalar la soga tan desesperadamente que hizo que las campanadas sonaran igual de desesperadas, tal y como José venía escuchando días atrás.
Las balas que se disparaban desde el avión impactaron contra muchos desafortunados que no lograron huir, en su último aliento dejaban salir un grito doloroso. Otros lograron ponerse a salvo bajo techo, ya sea en alguna casa o en el mismo templo.
—¡José! —llamó Karmele asomándose desde una casa.
José corrió a refugiarse dentro. Karmele cerró la puerta, asustada. Un hombre les indicó a todos los que se encontraban ahí, lo siguieran. Los llevó a un sótano para refugiarse de las balas que pudieran atravesar las paredes o las ventanas.
Aún ahí abajo se lograban escuchar los disparos del avión. José estaba confundido, asustado y preocupado por sus padres y su hermano que estaban en casa, ¿habrán sobrevivido al atentado?, él esperaba que sí.
* * *
Fueron horas en las que todos se miraron bajo una escasa luz que les proporcionaba un foco amarillo. El más mínimo ruido provocado por una respiración acelerada, alertaba a todos.
—No podemos quedarnos aquí por siempre —habló uno de los presentes—. Creo que debemos movernos ahora que parece que se calmaron las cosas.
De inmediato hubo una discusión, algunos querían quedarse y otros estaban de acuerdo de que debían salir.
José, Karmele y otros salieron del sótano y salieron de la casa a la hora del atardecer, ahí vieron que otro judíos también estaban huyendo. También vieron cadáveres tirados en el suelo sobre un charco de su propia sangre, algunos tenían a un lado a personas llorándoles, pero la mayoría de los cuerpos estaban solos.
—Iré a buscar a mis padres, ¿tú adónde irás, José?
—También buscaré a mis padres, pero antes debo preguntar, ¿qué año es este?
Karmele lo miró intrigada, como si esa fuera una pregunta rara, y lo era realmente.
—Mil novecientos treinta y tres —aclaró Karmele antes de irse en busca de sus padres.
José no podía creer que se encontraba en el pasado, todo lo que estaba pasando era el inicio del holocausto, así que no podía quedarse ahí... aunque no tenía idea de como llegó a ese tiempo en primer lugar, podría intentar regresar de sus pasos.
Cuando José se adentraba en el bosque nuevamente, empezó a escuchar una marcha poderosa y palabras que no entendía. Al voltear vio entre las hojas a hombres uniformados y armados. En el hombro derecho de cada soldado estaba bordado el símbolo de los nazis.
—Nazis —se le escapó a José llamando la atención de un par de soldados.
—Da drüben! —apuntó un soldado justo en la dirección en la que estaba José.
Al percatarse de ello, el chico comenzó a correr siendo perseguido por dos soldados. José no tenía oportunidad alguna contra dos alemanes militarizados, prácticamente le estaban pisando los talones.
A lo lejos se escuchaban, llantos, gritos y disparos. El holocausto estaba recién empezando e inevitablemente todos esos judíos juntos con otros millones de ellos sufrirían un destino similar.
José le dolía escuchar esos sonidos de destrucción y muerte, por si fuera poco los soldados estaban muy cerca de él. El aliento de la muerte soplaba su nuca. Uno de los soldados aprovechó la corta distancia que tenía con José para tomar su arma y apuntar hacía él.
Y entonces el soldado disparó...
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