La hoguera
La gente del pueblo con antorchas, bieldos y sogas caminaba por el bosque. El miedo que habían sentido por días se había convertido en enojo y ahora buscaban justicia... o tal vez venganza.
Desde hace meses que los bebés del pueblo habían desparecido en extrañas circunstancias.
«El Diablo maldijo el pueblo» —decían algunos.
«Dios nos está castigando por nuestros pecados» —afirmaba el padre Juan en cada misa.
Pero la realidad era más siniestra que una simple maldición diabólica o un castigo divino. Fue Don Sergio el que descubrió a su esposa, Doña Francisca, llevar a su hijo de cuatro meses al bosque.
Desde que la situación de la desaparición de los bebés azotó el pueblo con miedo, Don Sergio, quien trabajaba en el campo, se aseguraba de llegar a su casa a las afueras del pueblo antes del anochecer. Pero en una ocasión se le hizo tarde y para cuando llegaba a su morada el cielo era negro y alumbraba su camino con la luz ardiente del farol de cargaba su mano. Sus ojos distinguieron entre la oscuridad y la distancia la figura de una mujer que tenía un bulto entre sus brazos. La misteriosa mujer avanzaba hacía el bosque, Don Sergio comenzó a correr hacía la mujer y entre más se acercaba más reconocía a esa mujer. Era Doña Francisca y tenía en brazos a su hijo.
—¡Francisca! —llamó Don Sergio.
Pero Doña Francisca ni se inmutó y se adentró en el bosque. El bosque es inmenso y es fácil perderse en él y más en la ausencia del sol. Don Sergio supo que no podía adentrarse solo y necesitaba ayuda. Corrió hasta la iglesia del pueblo donde el padre Juan hacía sus oraciones nocturnas. Don Sergio interrumpió al padre y le contó lo que vio con completa desesperación.
—Brujería —concluyó el padre antes de llamar al pueblo con las campanadas.
Poco a poco los habitantes del pueblo se reunieron alrededor de la iglesia con confusión. Ya era muy tarde para una misa. Pero lo que les dijo el padre Juan los sorprendió.
—¡Un aquelarre de brujas se ha asentado en nuestro pueblo y se ha llevado a sus bebés, pues yo digo que las ejecutemos!
Fue en ese momento en que el miedo del pueblo se convirtió en enojo y tomaron antorchas, bieldos y sogas y comenzaron a caminar hacía el bosque liderados por el padre Juan y Don Sergio.
Cuando los habitantes del pueblo ya estaban muy adentrados en el bosque pudieron ver entre los árboles la luz inconfundible del fuego. Al acercarse se encontraron un claro y un grupo de trece mujer desnudas danzando extrañamente en torno a una hoguera encendida. Entre las trece mujeres estaba Doña Francisca pero no había rastro de su hijo.
La gente no tardó en someter a las trece mujeres y hacer horcas improvisadas con las ramas de los árboles y las sogas para ejecutar al aquelarre. Usaron la hoguera que las brujas habían construido para quemar a Doña Francisca.
—¡¿Dónde está mi hijo?! —preguntó Don Sergio.
—Con los demás —contestó Doña Francisca burlona—. Pequeñas pero tiernas ofrendas para Satanás.
Todos entendieron que los bebés habían sido secuestrados y quemados por el aquelarre, probablemente en la misma hoguera que comenzó a quemar viva a Doña Francisca mientras los cadáveres colgados de doce brujas se meneaban ligeras.
Esa noche Don Sergio perdió a su esposa y a su hijo. Pero el aquelarre dejó de existir. Los trece cuerpos fueron enterrados en una fosa en el mismo claro donde las encontraron. El padre Francisco echó agua bendita a los cuerpos y mientras la tierra escondía a las brujas, todos oraban.
Fueran realmente brujas o no, fueran o no devotas al Diablo o no, exista o no el Diablo. Las trece mujeres fueron juzgadas por secuestrar y asesinar a bebés inocentes por su locura y fanatismo de lo oculto y el satanismo.
Cuando el sol se alzo en el horizonte, la gente del pueblo se reunió en el cementerio para hacer cristiana sepultura a los bebés en tumbas en las que no hubo cuerpo que sepultar.
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