El pintor
Rayan estaba emocionado porque vería en carne propia la exposición de uno de los mejores pintores de la historia, Roberto Aguirre Mendes. Sus obras son famosas porque el color predominante en su obras es el rojo.
La exposición se llevaría a cabo en el museo Louvre en París. Rayan había estudiado historia del arte y ahí fue donde conoció y se enamoró del arte de Roberto Aguirre. No le importó que no pudiera alimentarse bien o pagar el alquiler del mes, se gastó su poco dinero en un pase VIP para entrar a la exposición.
Si ver las pinturas no le era suficiente para pagar tantos euros, tal vez la probabilidad de conocer a Roberto Aguirre, quien casi no da la cara al publico, es un motivo muy grande. Roberto Aguirre mantiene un bajo perfil a pesar de su gran fama. De él se sabe poco sólo que es de España y en su niñez descubrió su pasión por el arte lo que lo llevó a la Academia de Bellas Artes de Barcelona donde conoció a la mujer que sería su esposa.
Marelly Russo, de ascendencia italiana, deslumbrando por donde vaya por su talento en el teatro. Marelly se casó con Roberto al final de la década de los ochenta. Hasta la fecha no han tenido hijos y las malas lenguas dicen que Marelly sufrió de una enfermedad que casi la mataba, pero esto nunca se confirmó.
El talento de ambos es famoso en todo el mundo, no hay quien no conozca a esos dos.
Rayan salió de su departamento y comenzó a caminar hacia el Louvre, era un día de otoño precioso, donde el sol iluminaba cada rincón de la ciudad y un ligero aire ondeaba ligeramente el castaño y abundante cabello lacio de Brayan.
«Ah, París» decía para sus adentros pensado en todo lo que esa ciudad ofrecía para un amante del arte como él. Sin embargo estaba tan inmerso en su deleite que no se percató que un papel que lo movía el aire se acercaba a su cara.
Rayan se quitó el papel de la cara y lo miró por un segundo:
El cartel era de una muchacha desaparecida no hace mucho tiempo. Rayan soltó el cartel y el viento se encargó de llevar el cartel lejos, el chico tenía que correr.
Para cuando llegó, había una larga cola para entrar a la exposición, pero ahí es donde el pase VIP entró en acción. Se percató que habían dos filas, una regular y otra VIP. Rayan sólo tuvo que mostrar su gafete VIP a un guardia de seguridad para poder acceder a la fila VIP, que de fila no tenía mucho.
Al tener un pase VIP, Rayan fue capaz de entrar a la exposición antes de la hora. Pudo ver a otras personas con el pase apreciando las hermosas pinturas de Roberto Aguirre, había algunas muy conocidas y otras que parecían nuevas.
Rayan estaba maravillado por todo lo que veía, verlas en persona era algo que valía hasta el último euro que se gastó en el pase VIP. Cuando empezaron a entrar personas de la fila regular, Rayan ya tenía mucho terreno cubierto y llegó a la zona en la que se exponían las primeras obras de Roberto Aguirre, las que estaban a color.
Era bastante extraño como las primeras obras eran policromáticas y de repente usó siempre el rojo. Por los conocimientos que tenía, sabía que las pinturas rojas comenzaron a aparecer un poco después de que salieran los rumores de la supuesta enfermedad de su esposa. Algunos dicen que la razón es porque el rojo es el color favorito de ella y Roberto en honor a ella usa ese color, pero, ¿por qué justamente después de esos rumores?.
Varias sillas fueron colocadas mirando hacía una mesa y se anunció a través de los altavoces del museo que Roberto Aguirre arribaría pronto en el museo. Rayan se emocionó al escuchar eso, nuevamente su pase VIP lo ayudó porque le permitió sentarse en primera fila.
Los presentes hicieron un gran alboroto cuando Roberto Aguirre apareció. Era un hombre alto con una barriga algo pronunciada, con bigote y cabello canoso, sus ojos verdes era cubiertos por unas gafas. Vestía un traje formal de color marrón. Llegó sonriente saludando a todos con la mano.
—Buenos días, hola —saludó Roberto al tomar posesión de un micrófono—. Muchas gracias por venir a esta exposición de mis obras. Es un gran, gran honor que el Louvre, el museo más grande del mundo, almacene mi trabajo sobre sus paredes. Como hoy vengo de muy buen humor, estoy dispuesto a contestar cualquier pregunta que me hagáis.
Por supuesto que la gran mayoría levantó la mano para hacer su pregunta. Rayan por supuesto también hizo una pregunta.
—Saludos, señor Aguirre, mi pregunta es, ¿alguna vez ha desechado una obra porque no le gustó el resultado?.
—Gracias por tu pregunta, bueno, desechar como tal, jamás. Aunque sí que es cierto que existen ocasiones en las que no me agrada el resultado final, pero siempre encuentro maneras en las que puedo mejorar la obra hasta que sea de mi total agrado.
—Muchas gracias, señor Aguirre.
Cuando se terminó la dinámica de preguntas, el señor Aguirre anunció que haría una rifa y el ganador tendría la oportunidad de acompañarlo a su mansión en las afueras de París. Obviamente todos se emocionaron, entre todos los presentes, sólo uno podrías convivir con el pintor. Un mujer vestida formalmente con un tazón llenó de papeles se acercó a Roberto.
Roberto comenzó a hurgar entre los papeles por un par de segundos, que se sintieron como años. Finalmente, Roberto Aguirre sacó del tazón uno de los papeles. Todos miraron expectantes aquel papel sobre la mano del pintor y así como él lo abría.
—El ganador es...¡Rayan Petit!.
Rayan no cabía de la dicha que sintió en ese instante, de entre todas las personas presentes, él era el elegido. Él se levantó de su asiento y el señor Aguirre lo invitó a salir del museo Louvre. Ahí los esperaba una limusina muy lujosa. Rayan no daba crédito a lo que pasaba, se subió a la limusina y comenzó a conversar con el pintor.
Entre pláticas y pláticas, el camino que duró un poco más de media hora no se sintió pesado, fue demasiado rápido. Roberto Aguirre, era bastante rico, y según él le contó a Rayan, le gusta viajar con su esposa y Francia era una de sus destinos favoritos.
La propiedad comenzaba con un camino de dos kilómetros con vistas a arbustos muy bien podados, tan verdes que no parecían reales. Después del camino había una fuente que chorreaba agua cristalina y estaba la mansión.
Tenía tres pisos, decenas de ventanas, todo de un estilo art nouveau. Una casa de un artista sin duda. La esposa de Roberto recibió a los dos hombres con una sonrisa. Tanto Roberto como Marelly compartían ese agradable carisma.
Rayan quedó maravillado al ver la mansión por dentro. En las paredes estaban colgados fotos de Marelly en cada una de sus participaciones teatrales. El suelo estaba cubierto por una alfombra roja; la iluminación era bastante cálida, lo que la hacía ser agradable; el marco de las puertas era curvo, con picaportes en forma de ovalo alargado.
—Es impresionante, ¿no lo cree, señor Petit? —presumió Aguirre mirando el rostro de asombro que tenía Rayan.
—Es fantástico, señor Aguirre.
Roberto y Marelly guiaron a Rayan por toda la mansión —a excepción de la puerta que lleva aparentemente a un sótano— cuidando de no estorbar al personal de la mansión en sus labores. Rayan se quedó maravillado al ver las seis habitaciones, la sala de lavandería, la sala de cine, la sala de juegos, y por último, el comedor.
Sobre la larga mesa había una gran variedad de comida para todos los gustos y se veía deliciosa en verdad. Rayan sentía que era abusar de la buena voluntad de su ídolo el quedarse a comer, estaba de viaje con su esposa y pues él no pertenecía a ese lugar.
—Gracias por todo, señor Aguirre, pero creo que es hora de irme.
—¡Tonterías! —exclamó el pintor—, por favor quédate a comer.
—Rayan —intervino Marelly—, nosotros ya estamos muy ancianos como para comer todo eso. Por otro lado, tú eres joven y seguro que tienes un estomago más grande que el de nosotros.
Entre que la comida se veía exquisita y que los anfitriones insistían en que se quedara a comer, Rayan accedió, más que nada para no menospreciar a su ídolo y a su esposa.
* * *
Lo último que recuerda Rayan es que mientras degustaba la rica comida que se encontraba en la mesa, comenzó a sentir mucho sueño, pero en exceso y de repente se encontraba en un lugar pulcro en su totalidad y muy frío. Las paredes, el techo, el suelo, todo era blanco.
Rayan notó —además del dolor de cabeza y el mareo que sentía— que se encontraba encadenado a una silla que en su brazo izquierdo le estaban extrayendo la sangre y era depositado en una bolsa de plástico, como las de los hospitales.
De pronto, una silueta comienza acercarse empujando un carrito de metal. Se trataba de Roberto vestido con una bata blanca y un cubrebocas. En el carrito habían más bolsitas de sangre, su sangre, junto con otras bolsas limpias. El pintor detuvo la extracción de sangre y se acercó a la bolsa llena de sangre y la tomó.
—¿Qué demonios está pasando? —interrogó Rayan sintiéndose débil.
Roberto puso la bolsa de sangre junto a las demás y tomó una limpia para iniciar una nueva extracción.
—Seguro has oído los rumores, ¿no Rayan?, sobre la enfermedad de mi esposa. Pues son muy reales. Verás mi esposa tiene una extraña enfermedad en la sangre y necesita una transfusión cada cierto tiempo pero es muy raro su tipo de sangre, difícil de encontrar.
Rayan comprendió entonces que el evento y que la visita a la mansión eran una trampa para conseguir a alguien que se sacrificara por Marelly. Él sabía muy bien que su tipo de sangre era AB-, muy rara, por lo que intuyó que la esposa del pintor tenía ese tipo de sangre.
Las fuerzas se iban del cuerpo de Rayan, no podía forcejear ni podía tratar de liberarse. Sólo pudo ver la manguera llena de su sangre transportándola a una bolsa que después será usada para una transfusión que salvará la vida de Marelly.
—Te ves muy cansado, Rayan —comentó Roberto—, deberías dormir un poco.
Rayan le dedicó una mirada al pintor, pero eso no servía de nada, porque eso no le quitaba lo cansado ni pararía el proceso de extracción. Estaba condenado a morir desangrado. Roberto acercó su mano envuelta en un guante de látex turquesa y le bajó los párpados a su nueva víctima.
—En verdad me agradabas, Rayan, pero haría todo por mi esposa —confesó el señor Aguirre consiente de que Rayan ya no lo podía escuchar.
* * *
—¿Cómo te sientes, querida? —preguntó Roberto a su esposa tras finalizar la extracción.
—Mejor, mucho mejor. Gracias, esposo mío.
—¿Podrías decirle a los muchachos que traigan mis cosas?, estoy inspirado.
—Por supuesto —dijo Marelly con una sonrisa.
La mujer mayor se levantó y abandonó esa sala blanca, y tras unos minutos, llegaron dos jóvenes que cargaban un caballete con un lienzo en blanco y algunos pinceles de diferente tipo.
—Gracias —agradeció el pintor a los jóvenes cuando dejaron el caballete.
Y fue ahí, en la soledad de esa habitación blanca, donde Roberto Aguirre Mendes abrió las bolsas de sangre contaminada que extrajo de su esposa para nuevamente crear una obra maestra sobre un lienzo en blanco.
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