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El Diablo viene a cenar

—¿Dónde estará tu padre? —pregunta retóricamente una mujer de ojos claros y cabello azabache.

Era víspera de año nuevo y la mesa cubierta por un mantel de encaje blanco, estaba lista con tres platos, tres vasos de cristal y tres pares de cubiertos. En el centro se hallaba un pavo frío.

Elliot, un niño de nueve años, de ojos grises y cabello azabache y rizado jugaba con unos carritos tirado en el suelo.

Tic, tac, tic tac, tic, tac hacía el reloj de la sala. Eran las once con doce minutos y la mujer miraba por las ventanas que daban hacia la oscura calle con preocupación.

—Mamá, ¿dónde está papá? —pregunta inocente el pequeño Elliot.

—No lo sé, pero te prometo que llegará pronto para que podamos cenar.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac hacía el reloj de la sala. Eran las once con veinticuatro minutos. Un hombre de pelo castaño y rizado y de ojos oscuros entra a la casa con una botella en su mano izquierda.

La mujer al ver a su esposo dedujo rápidamente todo y su preocupación se transformó en ira.

—¡¿Me puedes explicar dónde carambas estabas?!

—Dejame en paz, Cindy —cortó el hombre arrastrando las palabras, su aliento olía a alcohol.

—¡No puedo creer que pases la víspera de año nueva en alguna cantina!

—¡Papá llegaste! —dijo Elliot corriendo para abrazar a su padre.

—¿Tú qué? —resongó el hombre antes de empujar bruscamente al niño contra el suelo.

Cindy llena de ira abofeteó a su esposo por lo que le hizo a Elliot, pero el respondió de una manera violenta.

—¡¿Cómo te atreves, tu perra maldita!?

Con un golpe la sometió y tomó su cara y la estrelló contra la mesa varias veces haciéndola sangrar, todo pasó tan rápido que Cindy no logró escapar de las manos del hombre que dijo que la amaría y la respetaría hasta que la muerte los separara.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac hace el reloj de la sala. Eran las once con cuarenta y ocho minutos. Elliot despierta con un dolor en la cabeza.

—¿Mamá? —llamó el niño desorientado.

Comenzó a mirar a su alrededor y vio al cuerpo de su madre tirada en el suelo con la cara sangrando.

—¿Mamá?, mamá. Mamá, por favor despierta —suplicó Elliot sin recibir respuesta.

Decenas de lágrimas abandonaron sus ojos y no cesaron hasta unos minutos después cuando una repentina ola de ira invadió todo su ser.

Decidido abrió un cajón de la cocina y sacó un gran cuchillo de cocina, entró a una de las habitaciones y vio a su padre dormir.

Recordó como él lo había empujado al suelo haciéndolo perder el conocimiento y escuchar lejanamente los sollozos de dolor de su madre.

Después miró el cuchillo y después a su padre y supo entonces exactamente lo que tenía que hacer.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac hace el reloj de la sala. Las agujas marcaron la medianoche.

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