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El asesino del año bisiesto

El cuerpo fue encontrado no mucho después de haber muerto. Un grupo de jóvenes entre sobrios y ebrios encontraron a una mujer hermosa castaña con cuatro profundas apuñaladas en el pecho. Los jóvenes perdieron de pronto el alcohol en su sangre y reaccionando alterados llamaron a la policía que de inmediato reaccionó y no tardó en llegar a la escena.

De una patrulla, el viejo detective César Huerta bajó con un semblante serio en su rostro. El detective había pasado años en su unidad y aunque el pueblo de Kalendas era tranquilo la mayor parte del tiempo, uno que otro crimen era cometido, poniendo la cotidianidad de cabeza, atrayendo la atención de todos.

El detective se abrió paso entre los curiosos y la prensa que se abalanzó sobre él deseosos por obtener información sobre el asunto. Como pudo traspasó la cinta amarilla que restringía el paso y caminó hasta el cadáver cubierto por una sabana blanca. Un sentimiento extraño invadió al detective, temiendo de que su predicción pudiera cumplirse.

García, el forense, notó la preocupación en el rostro del detective y decidió revelarle la verdad, aunque eso significara darle terribles noticias.

—Su intuición no lo engaña, detective, fueron cuatro apuñaladas profundas, no cabe duda de que fue él.

El detective suspiró. No hacía falta de más explicación para saber lo que sucedió. En Kalendas el homicidio es casi raro, pero siempre que se presentaba era con un mismo patrón, cuatro apuñaladas en el pecho de la víctima cada cuatro años, específicamente los días veintinueve de febrero. La prensa se encargó de nombrar al responsable "el asesino del año bisiesto", el cual ha aterrorizado al pueblo durante mucho tiempo y al parecer había atacado nuevamente.

Pistas, ninguna. Testigo, ninguno. Incluso aquel hecho era repetitivo en todas las apariciones del asesino del año bisiesto. Cuando el detective Huerta comenzó su carrera en la policía, ya había sucedido un ataque y después de tanto tiempo, nunca pudo encontrar ni siquiera un sospechoso medianamente culpable. El asesino se convirtió en su némesis, en su obsesión.

—¿Qué sabemos de la víctima? —inquirió el detective.

—Su nombre era Selene Lamas, de veintiocho años de edad.

Se prosiguió con el protocolo habitual y el cuerpo fue transportado para su debido estudio. Entonces, el detective Huerta regresó a la estación de policía, sabiendo que sería una noche muy larga.

De las gavetas de metal, sacó todas las carpetas de los caso del asesino del año bisiesto para ver si finalmente encontraba alguna conexión con el asesinato de Selene Lamas, hija del psiquiatra Gregorio Lamas, conocido en la comunidad como el director del Sanatorio de Santo Tomás. Cuando el doctor se enterara de lo sucedido, probablemente caería en una profunda tristeza.

Analizó los asesinatos, uno por uno. El primero fue cometido en 1980, aquel que más había conmovido al pueblo, la víctima se trataba del señor Reyes, el ex-director de la única compañía minera de la región, "Industrias Caminos de Plata". El segundo asesinato fue cometido cuatro después, en 1984, la víctima fue un muchacho universitario, Sergio Navarro, uno de los primeros casos a los que el detective Huerta se había enfrentado, mas era el primero que se trataba de asesinato. El tercer asesinato, ocurrido en 1988 fue de un hombre solitario sin familia, un conserje de las oficinas de Industrias Caminos de Plata.

Hace cuatro años, el detective intentó por investigar la compañía minera, pero no encontró nada útil, sólo otro maldito callejón sin salida. No obstante una nueva conexión apareció frente a él, una extraña, en realidad. Sergio Navarro era hijo de Margara Ortiz, una enfermera del Sanatorio de Santo Tomás. El asesinato de 1984 y el más reciente apuntaban a aquel lugar.

Con una posible pista a la vita, el detective se estiró en su asiento. Supo que tendría que esperar hasta el amanecer para iniciar con la investigación. Por el momento, todo lo que podía hacer era regresar a casa junto a su esposa e hijo y dormir un poco para tener energías para el ajetreado día que le esperaba.

Había amanecido y todavía era veintinueve de febrero. El detective Huerta despertó junto a su esposa, quien le deseó un buen día antes de levantarse de la cama, ponerse su bata y salir de la habitación para iniciar con sus tareas de madre y ama de casa. El detective se visitó con la ropa que su esposa le había planchado la noche anterior y para cuando bajó las escaleras el desayuno ya estaba casi listo.

Julio, el hijo del detective, era un chico que admiraba mucho a su padre saludó al detective, sabiendo ya lo que había horas atrás.

—Papá, ¿es verdad que el asesino del año bisiesto cometió otro asesinato?

—¿Cómo lo sabes?

—Estaba en primera plana en el periódico esta mañana —contestó Julio apuntando con el periódico que reposaba sobre la mesa del comedor.

El detective Huerta tomó entre sus manos el periódico y efectivamente, en primera plana en letras grandes: "¡El asesino del año bisiesto ataca de nuevo!". Supuso que hubo dos posibles opciones: la primera fue que la prensa pudo suponerlo por la fecha o alguien de la policía pudo filtrar la información a cambio de un cheque, cualquier cosa que haya sucedido, finalmente no era nada más que la verdad. 

Decidió seguir con su vida normal y tomar su desayuno para disfrutar un rato agradable con su familia. Después, él y su hijo subieron al auto porque el detective acostumbraba a llevar a Julio a su escuela. Cuando se disponían atravesar al estacionamiento de la escuela, César le dio el paso a la señora Benítez, una de las maestras de su hijo y ella les dedicó una sonrisa y les saludó con la mano mientras cruzaba el estacionamiento.

—Ten un buen día, hijo —deseó el detective cuando llegaron a la entrada de la escuela.

—Tú también, papá, suerte con el caso, espero que esta vez puedas atraparlo.

Julio sabía lo mucho que le frustraba a su padre no poder atrapar al asesino del año bisiesto e igualmente sabía lo mucho que le significaría para su padre atraparlo. Tras desearle buena suerte, salió del auto y entró a su escuela. 

—Yo también —se dijo César a sí mismo retomando la marcha.

El detective Huerta se dirigió al Sanatorio de Santo Tomás esperando que la conexión que encontró pudiera explotarla para finalmente llegar al fondo del asunto. El sanatorio se encontraba a las afuera de Kalendas por lo que el camino fue de casi quince minutos. 

César entró a la institución y se encontró de inmediato con la recepción donde una gran mesa junto con una mujer anciana con gafas se encontraban ahí. Los ojos de la anciana se posaron en el detective y su rígida expresión se suavizó un poco, pues con la noticia del asesinato, ella ya se esperaba que la policía los visitara.

—Buenos días —saludó ella.

—Buenos días —respondió él—, soy el detective Huerta —se presentó mostrando su placa—. Supongo que ya está al tanto de la situación y me preguntaba si podría proporcionarme la dirección del doctor Lamas.

—Sí, toda una tragedia —asintió la recepcionista—. Escuche, detective Huerta, ¿con cuál doctor Lamas desea hablar?

El detective recordó de repente que el doctor Gregorio Lamas tenía dos hijos: Miguel, quien estudió psiquiatría y cuando terminó su carrera se fue a trabajar al Sanatorio de Santo Tomás y la difunta Selene.

—¿Con cuál de ellos puedo hablar? 

—El hijo del director se encuentra aquí, déjeme verificar si está dispuesto a hablar.

—Por supuesto.

La mujer tomó el teléfono y tras realizar un par de llamas volvió a dirigirse al detective para comentarle que Miguel Lamas lo recibirá en la oficina del director que se encontraba en el último piso. César agradeció la atención y se dirigió al último piso a través del ascensor.  

El joven Miguel Lamas recibió al detective en la oficina del director del sanatorio, una estancia grande y bien iluminada, llena de estantes con libros y archiveros con expedientes de todos los pacientes y trabajadores.

—Quería ofrecerle mis condolencias —dijo el detective.

—Muchas gracias, mis padres están devastados y por favor, dígame si puedo ayudarlos con la investigación.

—Si pudiera contestar algunas preguntas sería de mucha ayuda. 

—Claro, lo que sea para ayudar.

—¿Su hermana actuaba extraño antes del incidente?, ¿vio o escuchó algo sospechoso?

—No lo creo —replicó el psiquiatra tras reflexionar su contestación—. A decir verdad desde que regresé de Suiza, Selene casi cada noche salía de casa y desperdiciaba su vida parrandeando por ahí. Cuando la vi me sorprendió mucho, pero mis padres dieron que ya no era novedad y aunque intentaron intervenir, ella siguió con ese estilo de vida. 

—¿Ha sabido de alguien que tuviera algo en su contra?

—No realmente, pero para serle franco, con esa vida que traía, la verdad no me sorprendería que tuviera ciertos problemas con gente maliciosa. Si quiere información debería investigar cada bar de Kalendas.

Otro aparente callejón sin salida. César decidió que era hora de dejar las preguntas típicas y usar la conexión que encontró.

—Doctor Lamas, ¿alguna vez escuchó el nombre de Margara Ortiz?

—Claro, era una enfermera de aquí, ¿por qué?

—En 1984 su hijo, Sergio, fue asesinado un veintinueve de febrero con cuatro apuñaladas en su pecho también —explicó el detective Huerta—. Sonará rebuscado, pero tengo esta teoría de que el asesino del año bisiesto tenga algo en contra de esta institución y quizás con Industrias Caminos de Plata.

—Escuchándolo, no puede ser una coincidencia que el hijo de una de las mejores enfermeras y la hija del director de esta institución sean asesinados bajo las mismas circunstancias —reflexionó Miguel—. En la universidad estudiamos un poco sobre las mentes de los asesinos seriales y en muchas ocasiones tienen un patrón, aunque tiende a estar relacionado al físico de las víctimas.

—He escuchado eso, pero me temo que las víctimas no tienen rasgos físicos similares —expuso César—, es claro que no mata aleatoriamente, mata por una razón, tal vez por venganza.

—Es probable. ¿Tiene alguna otra pregunta, detective?

Ahora que una posible pista podría estar cerca, los expedientes de todos los pacientes que estuvieron al cuidado de la señora Ortiz, pero sabía bien el detective que ese tipo de información era confidencial y necesitaría una orden oficial para poder obtenerla y él no podía esperar a tener la orden.

—No, muchas gracias por su tiempo.

César abandonó el sanatorio y decidió visitar a la señora Ortiz. Ella vivía en la misma casa en la que vivía cuando perdió a su hijo por lo que ya conocía la dirección. Al llegar a la casa, la soledad se podía respirar desde afuera, la señora Ortiz había a su hijo y recientemente a su esposo, estaba completamente sola. El detective llamó a la puerta y la que alguna vez fue una enfermera del Sanatorio de Santo Tomás tardó en abrir y cuando finalmente lo hizo, no recibió a César con el mejor ánimo.

Era de esperarse que la conversación terminaría en un lugar tenso. El detective nunca pudo darle un cierre definitivo al asesinato de Sergio y la señora Ortiz estaba demasiado triste, dolida y amargada como para aguantar la presencia de César y menos en el aniversario luctuoso de su hijo. Tal vez sí fue algo desconsiderado visitarla precisamente un veintinueve de febrero para hacerle preguntas sobre sus pacientes pasados. Finalmente la señora enfurecida y con lágrimas en los ojos le exigió al detective Huerta que saliera de su propiedad.

—Por supuesto que esto pasaría —murmuró él enojado consigo mismo por no seguir con el adecuado protocolo. 

Se dirigió a la estación de policía, donde pidió una orden oficial para solicitar los expedientes que necesitaba del Sanatorio de Santo Tomás. Luego tomó una taza de café caliente y se sentó en su silla mirando fijamente las carpetas del asesino del año bisiesto regados sobre su escritorio.

Algo estaba ignorando, mas no podía descifrar qué, aunque era claro que había una conexión entre Industrias Caminos de Plata y el Sanatorio de Santo Tomás, no podía encontrarla. Comenzó a comerse la cabeza en silencio perpetuo lo que lo llamaba mucha la atención de sus colegas. García, el forense, pasaba por ahí y miró a César inmerso en sus pensamientos.

—¿Se encuentra bien, detective? —preguntó el forense.

—No.

El forense le echó un vistazo a las carpetas y volvió a mirar al detective Huerta.

—¿Volvió a encontrarse con un callejón sin salida?

—Por primera vez siento que hay una salida, pero no logro encontrarla, hay una conexión entre el sanatorio y la maldita empresa minera.

—Creo que yo lo sé.

César se volvió hacía el forense exigiéndole con la mirada que le dijera.

—Hace mucho tiempo, hace como doce años cuando Industrias Caminos de Plata era propiedad de dos socios, Javier Gutierrez y Néstor Reyes, la empresa por obvias razones iba bien pero de un día para otro el señor Gutierrez dejó la empresa porque tuvo un colapso mental o algo por el estilo.

El detective recordó que el asunto fue cubierto por la prensa local. 

—¡Eres un genio, García! 

En la oficina de policía había una serie de archivos donde se encontraban las notas de periódicos más importantes listas para ser proyectadas. César comenzó a ver aquellas proyecciones y efectivamente verificó que lo que el forense le contó. Posteriormente, pidió que buscaran en el sistema todo lo que pudieran sobre Javier Gutierrez. Se encontró que su muerte fue registrada en 1976, tuvo una hija llamada Jimena Gutierrez que está registrada como desaparecida desde ese mismo año y la esposa del señor Gutierrez, Beatriz Benítez falleció recientemente.

El detective Huerta siguió buscando en las notas de periódicos más información del señor Gutierrez y encontró la nota en que la sociedad fundó la empresa minera y había una foto con sus respectivas familias y en la foto reconoció, para su sorpresa, una cara, a pesar de estar en blanco y negro y estar más joven. Era la señora Benítez, una de las maestras de su Julio. 

Al menos ya se había aclarado la relación entre Industrias Caminos de Plata y el Sanatorio de Santo Tomás. Al parecer cuando Javier Gutierrez "colapsó mentalmente" aunque no se confirmó en los medios fue ingresado en el sanatorio y de alguna manera la señora Benítez estaba involucrada, pero de una manera sospechosa porque en la nota de la inauguración de la empresa minera se refieren a ella como su hija, quien estaba "desaparecida" con Benítez de apellido en lugar de Gutierrez.

Ahora tenía algunas preguntas para la "señora Benítez".

* * *

A la hora de la salida, César Huerta esperó a que su hijo saliera de la escuela.

—¡Hola, papá!

—¡Hola, campeón! 

—¿Qué sucede? —inquirió César.

—Toma dinero y vete a casa en autobús —indicó César tendiéndole unos billetes—. Tengo que hablar con la señora Benítez.

—¿Está todo bien?

—Sí, no te preocupes —mintió el detective.

El muchacho tomó el dinero y se fue. Entonces el detective entró a la escuela sin saber qué esperar de la conversación que le esperaba. Cuando pudo encontrar a la señora Benítez ella lo invitó a pasar a un aula vacía.

—Bueno, señor Huerta, ¿de qué quiere hablar?, ¿es sobre Julio?

—No, en realidad vengo a hablar de otra cosa, Jimena.

El semblante de la señora Benítez que era dulce y amable se tornó en uno más serio y oscuro.

—Supongo que era cuestión de tiempo a que se supiera que mi padre era uno de los dueños de Industrias Caminos de Plata —dijo Jimena en un tono sospechosamente rencoroso. 

—¿Por qué cambió su nombre y por qué aparece como desaparecida?

—¿Por qué no me pregunta el motivo por el que maté a todas esas personas? Sí, yo soy el asesino del año bisiesto.

El detective Huerta no supo cómo sentirse ante tal confesión. Entonces, Jimena Gutierrez contó que su padre era el socio que más aportaba a la empresa y él exigía que las retribuciones fueran repartidas como tal, esa y otros desacuerdos llevaron a que el señor Reyes ideara un plan en el que su padre terminara internado en el Sanatorio de Santo Tomás y para ello sobornó al conserje para que fuera un testigo en contra de su padre y al director del sanatorio para que dictaminara que efectivamente Javier estaba perturbado. El plan funcionó y durante su estancia, Margara Ortiz lo maltrató por órdenes del director y finalmente murió. Jimena tenía sólo dieciséis años pero en las pocas visitas que le pudo hacer a su padre y cuando él no estaba drogado o trastornado por los tratamientos de electrochoques, le contaba todo lo que sufría y cómo terminó internado. Ahí fue cuando inició su plan.

Se cambió de nombre y tardó cuatro años en acercarse lo suficiente al señor Reyes, quien era a quien le tenía más rencor, para matarlo apuñalándolo cuatro veces en el pecho. Al resto de los involucrados deseaba que sintieran el mismo el dolor, aquel de perder a sus seres queridos, por eso mató a Sergio Navarro, al hijo de la enfermera que maltrató a su padre hasta matarlo, pero el conserje fue una excepción porque no tenía seres queridos. Matar a Selene Lamas no fue lo ideal, pues ella quería matar a Miguel, pero Selene seguía siendo la hija del director del sanatorio, así que serviría para su venganza.

—Recientemente, el hijo de mi primera víctima tomó el control de la empresa minera y debo decir que planeaba matarlo en el siguiente año bisiesto, pero ya que usted supo que soy Jimena Gutierrez y no Lucía Benítez, iba a ser cuestión de tiempo a que me descubriera.

Y así, finalmente la obsesión del detective Huerta por el asesino del año bisiesto terminó porque estaba frente a él y ambos sabían lo que sucedería a continuación.



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