A punta de pistola
Hubo una vez un hombre de corazón frío y personalidad irascible, brusca y discriminadora su nombre era Ian Bale. Proveniente de una familia adinera inglesa, Ian decidió ir al Nuevo Mundo para explotar sus recursos y se aventuró hasta un pueblo en Hidalgo, Mineral del Monte, donde los recursos minerales abundaban. Ahí, en ese pueblo se asentó y fundó su compañía de minería, viendo a los locales como inferiores a él, pero útiles para sus propósitos.
Centrándose tanto en el aumento de su fortuna y el crecimiento de su compañía, los años se le fueron y para cuando se dio cuenta, su juventud se había ido. No tenía un heredero para pasarle la compañía, ni una esposa con la cual procrear uno y un sentimiento de angustia y desesperación lo invadió.
En su natal Inglaterra, todas las mujeres estaban comprometidas o casadas y desposar a una viuda no era una opción para procrear una familia por la edad que ellas tenían. Además, conseguirse una esposa sería un proceso que lo distrajera de sus ocupaciones con la compañía. Entonces, volteó a ver al pueblo que tanto despreciaba y pensó en las posibilidades que tenía con las mujeres.
Convocó a cada mujer con la edad y capacidad de procrear y fue seleccionando a aquellas que no encontrara tan poco agraciadas. Las que quedaron fueron sometidas a diversas pruebas para encontrar a aquella mujer que fuera más virtuosa. Fue entonces que la única mujer lo suficientemente bella y lo suficientemente virtuosa del pueblo fue Karina. Ella era una bella mujer morena de cabello negro y ojos marrones oscuros.
Ian desposó a Karina y a los nueve meses después nació una niña. Una gran decepción invadió a Ian porque no fue un varón lo había nacido. Enfurecido, el amor que un padre debería sentir por su hijo, se convirtió en desprecio. No obstante vio en ella la posibilidad de alianzas económicas a través de matrimonios arreglados con los mejores prospectos de la alta sociedad. Pero tendría que esperar a que su primogénita creciera, mientras tanto, Karina, la servidumbre y los tutores se encargarían de ella.
Lo que el señor Bane no contaba era que la tragedia no espera y no se apiada de nadie y tres años después, Karina enfermó de tuberculosis y falleció. Ian, lejos de vivir su duelo, simplemente se centró en el desarrollo de su empresa, ignorando a su primogénita hasta que fuera la hora de presentarla en sociedad.
Trece primaveras pasaron y Grace ya era toda una bella señorita de tez blanca, ojos marrones y cabello castaño oscuro largo y ondulado. Ella había crecido en un ambiente frío y estricto, carente de amor, lo que la llevó a sentir curiosidad sobre el mundo que había más allá de la mansión que para ella, más que ser un hogar, era una prisión.
Cierto día, Grace bajó al comedor para desayunar, nombrando disgustada en su mente todas las clases que ese día tenía que tomar. Al entrar vio a su padre desayunando que no se percató de su llegada.
—Buenos días —saludó Grace de manera cordial, sin recibir respuesta.
Se sentó en su lugar habitual y de inmediato la servidumbre le acercó un plato con una porción de comida casi raquítica que ella comenzó a comer con propiedad.
—Niña —habló Ian de repente.
—¿Sí, padre?
—Quería informarte que mañana me voy de viaje.
No era extraño que su padre se ausentara por meses a causa de sus viajes, lo que sí resultaba poco usual era el hecho de que se lo dijera directamente. Lo normal era que algún miembro mayordomo se lo dijera por él o que alguna sirvienta se lo informara cuando ella preguntaba por su padre.
—¿Adónde irás esta vez? —inquirió Grace con curiosidad.
—No muy lejos esta vez, iré a Querétaro por algunos... negocios que necesito arreglar.
—Espero que todo vaya bien, entonces —sonrió Grace dulcemente.
—Yo también espero que así sea, niña —asintió Ian ligeramente—. Si todo resulta como tengo previsto, será muy beneficioso para ambos.
—¿Para ambos? —repitió la menor con inocencia.
—Sí, para ambos, ¿qué acaso estás sorda? —vociferó el señor Bane.
—Discúlpame, padre —agachó Grace su cabeza, avergonzada.
La muchacha decidió no insistir más en el asunto y siguió comiendo, pero con la imaginación maquinando un plan para satisfacer aquella curiosidad que la acompañaba día y noche. Pensó que todos estarían distraídos cuando su padre se ausentara, entonces aprovecharía aquel viaje como distracción para emprender el suyo saliendo de la mansión por la puerta trasera donde introducen los alimentos para conocer el pueblo.
Grace esperó el día siguiente y el momento justo para comenzar su escape de la prisión. Así, durante el despunte del alba, la muchacha salió de la mansión y se adentró en el bosque. Pero ella no conocía el bosque, así que no tardó mucho para perderse en éste, pues por más que caminara no podía encontrar el pueblo o un camino. Su preocupación se alzaba a cada minuto que pasaba, pero sus pasos la llevaron hasta una pendiente que ella no pudo percatarse.
Su cuerpo cayó violentamente contra la pendiente y comenzó a dar vueltas y vueltas que eran cada vez más rápidas colina abajo, cubriéndose de tierra y hojas y abruptamente cayó a un río. El río no era muy profundo ni turbulento, pero Grace no tenía la más mínima noción sobre nadar, por lo que tan solo podía patalear torpemente bajo el agua mientras sentía que sus pulmones eran llenados con agua. Todo había pasado tan rápido que su mente no podía reaccionar apropiadamente, mientras que su cuerpo pedía salvación.
Entonces, detrás de ella escuchó algo, como si algo se hubiera saltado al río y puedo sentir como eso se movía hacía ella. Un par de manos la tocaron y un par de brazos la rodearon y la llevaron hacía arriba. En el instante en que Grace se encontraba con la cabeza arriba del agua, tosió toda el agua que había dentro de ella y trató de recuperar el aire de apoco, mientras que lo que sea que la sostenía la llevaba a la orilla. Empapada, la muchacha siguió tosiendo y recuperando el aliento, acostada sobre la tierra.
—¿Te hiciste daño? —preguntó una voz dulce a su derecha.
Grace miró hacía la voz y vio a un muchacho igual de empapado que ella, él fue quien la había salvado de morir ahogada en ese río. Su piel era bronceada, sus ojos presentaban una inusual vista de dos colores: el ojo izquierdo era marrón oscuro y el derecho era color ámbar y su cabello lacio era color azabache. El chico la miraba preocupado, con un brillo que le resultó de cierta forma reconfortante.
—No, creo que estoy bien —respondió.
—Déjame ayudarte —dijo el chico ofreciendo su mano para ayudar a Grace a levantarse.
—Gracias —accedió la muchacha levantándose apoyada de la mano de ese amable muchacho.
—Parece ser que estás bien, tuviste suerte —habló él de nueva cuenta para romper la tensión—. Con una horrible caída como esa, no me extrañaría que te hubieras hecho daño. Soy, Vicente, por cierto.
—Grace —sonrió ella.
Los jóvenes se estrecharon la mano.
—No te había visto por aquí, ¿eres nueva en Mineral del Monte?
—Algo así.
—¿Está todo bien? —cuestionó otro muchacho que recién había llegado detrás de Vicente.
—Sí, Jorge, estamos bien —confirmó Vicente.
Jorge era de piel morena, contaba con ojos marrones oscuros y melena desordenada de color castaño oscuro.
—Bien, entonces hay que irnos, Vicente.
—¿No nos acompañas? Vamos de regreso al pueblo —ofreció Vicente.
Grace pensó que no sería mala idea, después de todo era al mismo lugar al que se dirigía también y qué mejor si era acompañada con personas más o menos de su edad que conocían el lugar.
—Los sigo.
—¡Bien! —sonrió Vicente—. Él es Jorge. Jorge ella es "Greta".
Grace comenzó a reírse.
—Grace —corrigió la joven entre risas—, mi nombre es Grace, no Greta.
—¡Un segundo! —exclamó Jorge poniendo más atención a Grace—. ¿Tu padre es el señor Bale, el inglés dueño de la compañía minera más importante del pueblo?
—Sí.
Inmediatamente, Jorge tomó del brazo a Vicente y lo arrastró un par de pasos hasta que Vicente se libró de su agarre.
—¡¿Cuál es tu problema?! —cuestionó Vicente.
—Mi problema es que su padre es uno de los hombres más ricos y poderosos del pueblo y si la ven con nosotros en ese estado, no quiero ni imaginar lo que nos va a pasar o lo que les va a pasar a mis padres.
—-¿Qué es lo que puede pasar? —preguntó Vicente.
—Que nos acusen de secuestro o algo parecido y la policía nos condene a morir en la horca o queme nuestra casa cuando estemos durmiendo para que muramos quemados vivos, eso es lo que nos va a pasar. Ella nos causará muchos problemas.
Vicente contempló a Grace y vio tan solo a una doncella de una belleza extraordinaria, inocente y vulnerable. No vio problemas. Jorge se dio cuenta que razonar con Vicente era inútil.
—Haz lo que quieras, pero luego no digas que no te lo advertí y ni te molestes en volver a casa.
—Hablaremos luego.
Pero Jorge ya no quería hablar, se encontraba bastante molesto y empezó a regresar por donde vino.
—Lamento que hayas tenido que ver eso.
—¿Estarás bien, Vicente?
—No te preocupes por eso, esperaré que se le bajen los humos y lo resolveré. Así que dígame, señorita Bane, ¿qué la hizo abandonar su gran mansión y querer visitar Mineral del Monte por su cuenta?
—Para ser sincera quería escapar de todo, me siento tan sola en casa y me preguntaba cómo era vivir en el pueblo y olvida los formalismos, por favor, sólo llámame Grace.
—Y supongo que tu escape no resultó cómo esperabas.
Grace sonrió avergonzada.
—No, no era parte de mi plan rodar colina abajo, pero por suerte estabas ahí.
—Eres una señorita afortunada —sonrió el chico—. Vamos a conocer el pueblo.
—De acuerdo, aunque creo que sí debería cubrirme para no causar un escándalo —previó Grace cubriendo su cabeza con la capucha de su capa azul.
Ambos comenzaron a caminar hacía la salida del bosque para llegar hasta Mineral del Monte. Ahí, Vicente le mostró los lugares más bellos del pueblo, le contó algunas anécdotas hasta le compró un camote y en todo momento Grace se ocultó debajo de la capucha. Mientras que al chico le pareció lindo cómo cosas que eran tan comunes para él, impresionaban a Grace y las disfrutaba de verdad. Por alguna razón, no podía dejar de mirarla, ella lo hacía sentir bien y le inspiraba confianza, tanta que hasta le contó que tenía diecinueve años y que cuando era pequeño sus padres murieron y la familia de Jorge, los Godínez, dueños de una carnicería en la que él suele trabajar, lo acogieron y lo criaron como si fuera uno de sus hijos.
Cuando Grace reparó en la hora, decidió que era hora de regresar a casa, aunque no podía entrar por la puerta principal. Por fortuna Vicente ha acompañado al señor Godínez a la mansión Bane para entregar su pedido de carne por la puerta trasera, así que él podría llevarla. Caminaron por el sendero para alejarse del pueblo y antes de despedirse se prometieron verse nuevamente en un lugar especial del bosque.
—¿Crees que resolverás las cosas con Jorge y sus padres? —inquirió Grace, con un poco de preocupación.
—No te preocupes por eso.
—Me siento un poco culpable por ello.
—No es tu culpa, Grace, es que los Godínez tienen una mala idea de las personas adineradas —contó el chico con un poco de vergüenza.
—No los culpo, a veces podemos ser bastantes... despiadados —mencionó ella pensando en su padre y su frialdad hacía ella.
—Pero tú eres diferente, Grace.
Grace reflexionó por un segundo y se dio cuenta que no era verdad, pues había huido de casa sin importarle las consecuencias que la servidumbre podría tener. La idea de que, en cierta forma, era como su padre le provocó un escalofrío.
—Casi olvido agradecerte —cambió de tema.
—¿Por qué exactamente, por el paseo o por el camote?
—Por todo eso, pero principalmente por salvarme la vida.
Armándose de valor, Grace se acercó más a Vicente y le plantó un fugaz pero tierno beso en la mejilla antes de echarse a correr hasta la puerta trasera de la mansión Bane. Vicente no se movió hasta que perdió a la muchacha de vista y la sonrisa que se dibujó en su rostro no desapareció en todo su camino de regreso a su hogar, a un lado de la carnicería Godínez.
Llamó a la puerta y Jorge la abrió, pero no parecía tener la intensión de dejarlo entrar.
—Tienes suerte de que mis padres te quieran mucho —expuso Jorge—, en especial mi madre porque logró convencer a mi padre de que te quedaras con una condición.
—¿Cuál?
—No descuidarás tus quehaceres en la carnicería y si te conviertes en un peligro para nuestra familia, tendrás que irte y estarás por tu cuenta, ¿comprendes, "Lupe"?
"Lupe" era un diminutivo de Guadalupe, el segundo nombre de Vicente, un diminutivo que no le gustaba y Jorge lo sabía de sobra.
—Comprendido.
Al día siguiente, Grace volvió a salir de la mansión Bale, pero esta vez no escapó, porque llegó a un acuerdo de discreción con toda la servidumbre pues a ninguno les convenía que se supiera aquella situación. Llegó al lugar acordado para reunirse con Vicente y esperó a que él llegara. Pasó casi una hora y no había rastro del chico. Optó, entonces, que iría al pueblo ella sola, después de todo, ella ya conocía el camino.
En el pueblo comenzó a caminar por las calles y un letrero de madera llamó su atención, «Carnicería "Godínez"» decía. Las ganas de ver a Vicente fueron más grandes que su sentido de la prudencia y entró al establecimiento para ver que aquel muchacho amable que la había ayudado un día antes se encontraba con un mandil atendiendo la carnicería.
—¡Grace! —exclamó sorprendido—, ¿qué estás haciendo aquí?
—Te estuve esperando, pero como no llegabas viene por mi cuenta y ahora veo porque que estabas ocupado.
—Este el precio que tuve que pagar si quería seguir bajo el cuidado de los Godínez, pero no estoy aquí todo el día, cuando cerremos a eso de las tres de la tarde te veré en la plaza principal, frente a la iglesia, ¿de acuerdo?
—¿Te refieres al lugar donde me compraste esa patata dulce?
—Eso era un "camote", pero sí, esa es la plaza principal.
—Bueno, ya estás pagado un precio por mi culpa, no quisiera que éste incrementara.
—Grace, yo ya trabajaba en esta carnicería antes de ayer, ¿recuerdas? —le restó importancia Guadalupe—. Además, el precio que he de pagar lo vale.
Vicente enmudeció de repente pues no supo por qué había dicho lo que dijo, fue algo sin pensar y Grace se ruborizó. En aquel momento, sobraban palabras o en realidad no había palabras que fueran apropiadas. Grace se limitó a retirarse. Vicente se encontró, entonces, cuestionando qué le estaba pasando últimamente.
Tal y como acordaron, los jóvenes se reunieron en la plaza principal y pasaron un rato agradable, así como en los dos días posteriores. El tiempo que pasaban juntos era atesorado por ambos y no querían que se acabara el día, incluso Grace se animó a prolongar su visita por cada día que pasaba. Por primera vez en su vida, Grace sentía el cariño que en su prisión se le fue negado una y otra vez, no pudo evitar aferrarse a cada segundo con Vicente y a rememorar cada palabra y cada gesto de él. Y para el quinto día, todo había cambiado.
Vicente llevó a Grace hasta la cima de una colina para contemplar el firmamento. Era como si ese esos puntos brillantes en ese perfecto lienzo negro que era el cielo eran velas que Dios había encendido.
—Por maravillas como esta, a veces pienso que en verdad hay un dios —comentó Guadalupe.
—¿No crees en Dios?
—No, la verdad no, pero no se lo digas a nadie. ¿Y tú?
—Sí, pero creo no como una entidad celestial perfecta —confesó la señorita Bane—, sino como una entidad imperfecta que a veces le cuesta mantener todo en orden y que emenda sus errores dándoles otra oportunidad a aquellos con los que no logró hacerlo bien la primera vez.
—Poniéndolo así, Dios no es tan diferente a nosotros los humanos.
—Es por eso que "estamos hechos a su imagen y semejanza".
—Oye, esa segunda oportunidad que dices, ¿la da en una sola vida o en una posterior?
Y por primera vez desde que estaban en esa colina, Grace y Vicente se miraron y en los ojos del otro vieron el reflejo de las estrellas.
—No estoy segura, pero en este momento, creo la da en una sola vida, ¿tú qué dices?
—Creo también lo mismo.
Entonces en un acto de completa imprudencia valentía e ilusión desabordadas, Grace rompió la distancia entre los dos y unió sus labios con los de Vicente. Quizás esa era la única manera que había para entender los sentimientos que florecían alrededor de ellos. Una ola de emociones intensas los envolvió y sus corazones latían desbocados que sentían que se les saldrían de sus pechos, fue algo casi mágico.
—Yo... no sé qué decir —expresó el chico, dubitativo una vez que se separaron y aunque no se podía notar fácilmente, sus mejillas estaban rojas.
En cambio Grace, se sintió avergonzada y con sus mejillas ruborizadas se levantó de repente del pasto.
—Lo siento mucho. Ya me voy.
Se echó a correr, pero Vicente la persiguió y no le costó alcanzarla. La tomó del brazo para detenerla, la tomó de los hombros para girarla y verla de frente y para asegurarse de que escapara de nuevo, sostuvo su cara con sus manos de manera firme pero gentil y el carnicero pudo sentir el calor que emanaba de las mejillas de la señorita Bale. Se miraron a los ojos nuevamente, pero de una forma más intensa que antes.
—No sé qué pasó, Vicente, me siento avergonzada, fue un error, no debí hacerlo...
—No, no fue un error —interrumpió él, sin un deje de titubeo—. Creo que te amo, Grace.
—¿Me amas? —preguntó Grace atónita.
—Sí y por favor dime que me amas también porque no sé qué haría con este corazón que se me está saliendo del pecho.
—También te amo, Vicente, más que nada en el mundo.
Los jóvenes enamorados se dedicaron una sonrisa y comenzaron a caminar hasta la mansión, siendo las estrellas las únicas testigos del nacimiento de aquel amor prohibido. Otro beso fue suficiente para despedirse en aquella noche.
Al día siguiente, Grace despertó con una sonrisa dibujada en su rostro, pero esa sonrisa se borraría de inmediato cuando se enterara que su padre había regresado a casa.
—Pa-padre, has vuelto.
—Qué observadora eres, niña —dijo Ian con sorna.
—Asumo que tu viaje resultó benéfico.
—Lo fue, de hecho te quiero presentar a alguien —agregó el señor Bale mirando a la puerta.
Grace giró su cabeza y vio entrar a un joven de facciones finas, tez clara, ojos azules y cabello rojizo y lacio.
—Te quiero presentar a Frederick von Trapp, es el heredero de una compañía importante de comercio.
—Encantado, señorita Bale —dijo Frederick con un marcado acento inglés tomando la mano derecha de la muchacha para plantar un beso cortés en ella—. Debo decir, si no es mucho mi atrevimiento, que los rumores de su belleza no le hacen justicia a cómo es en realidad.
—Todo un caballero, ¿no lo crees? Será un buen esposo para ti.
—¡¿Esposo?! —exclamó Grace mirando a su padre.
—Por eso me fui de viaje, para afinar los últimos detalles con sus padres y formalizar nuestro acuerdo. Frederick, ¿te importaría dejarnos solos un momento?
Frederick abandonó la habitación.
—Dijiste que esto sería beneficioso para ambos, padre y no veo cuál es el beneficio que yo obtengo de esto.
—Finalmente cumplirás con el propósito por el cual naciste —contestó de manera fría y tajante.
—¡No puedes obligarme a casarme!
—Claro que sí puedo y lo haré. Tu cumpleaños número diecisiete será en un par de días, lo celebraremos con una gran fiesta donde Frederick te propondrá matrimonio y tú aceptarás la propuesta.
Grace quería gritar y llorar, pero fueron más fuertes las reglas de etiqueta que le habían inculcado y se resignó ante la inutilidad que era tratar de razonar con su padre. Así que solamente salió por la puerta, trazando en su mente un nuevo plan de escape, pero esta vez sería definitivo.
Tomó un papel, una pluma y un frasco de tinta y le escribió una carta a Vicente. Cuando la terminó le pidió a una sirvienta encargada de hacer las compras que fuera al pueblo y que se cericorara que el chico de ojos bicolores de la carnicería Godínez la recibiera. La sirvienta de mala gana obedeció.
Vicente abrió la carta y la leyó:
Mi amado Vicente,
Me he equivocado, Dios da segundas oportunidades en otra vida, pues nuestro amor que pensé que era mi segunda oportunidad no podrá ser en esta vida. Mi padre ha regresado de su viaje y me ha comprometido con otro muchacho y estoy más que obligada a aceptarlo y casarme con él.
Pero tú me hiciste sentir amada y no quiero renunciar a nuestro amor, así que si no podemos estar juntos en esta vida, quizás en la siguiente sí podamos. Si Dios quiere, nos reunirá en la siguiente vida si esta se termina.
No te estoy pidiendo que vivamos huyendo, te pido que muramos amándonos y caminemos juntos el umbral de la muerte para pasar a otra vida vida la que sí podamos amarnos. Sé que es mucho pedir, pero mi prefiero eso a vivir un día más en la prisión de mi padre y las reglas de la sociedad.
Te espero mañana en nuestro lugar del bosque al amanecer y entenderé si no te presentas, pero si lo haces, me harás la mujer más feliz de esta vida y de la siguiente.
Vicente palideció al terminar de leer la carta, algo que Jorge notó de inmediato.
—¿Qué sucede? —quiso saber.
—¿Qué darías con tal de preservar lo que más amas?
—Daría hasta mi propia vida.
—Pues es justo lo que voy a hacer.
Jorge, confundido, tomó la carta que Viente aún sostenía y la leyó.
—¡¿Cómo puedes siquiera considerar una locura como esa?! Es decir, la conoces desde hace una semana.
—Porque nos amamos, Jorge, por esa misma razón estoy dispuesto a terminar con mi vida para comenzar otra en la que podamos estar juntos.
—¿Escuchas lo que dices? Es irreal, son puras fantasías, Vicente y aunque de algún modo fuera posible, ¿cómo estás tan seguro de que esta supuesta "segunda vida" o "segunda oportunidad" pasará como desean? ¿Cómo sabrán encontrarse y reconocerse? No lo entiendo y no lo creo.
Vicente enmudeció porque aunque odiara reconocerlo, en el fondo sabía que Jorge tenía razón.
—Pero he aprendido que no se puede razonar contigo, así que haz lo que quieras.
Cayó la noche y Grace se preparó para escapar de una vez por todas. Esperó pacientemente el momento correcto y a urtadillas salió de sus aposentos y llegó de forma cautelosa hasta el despacho de su padre donde en uno de los cajones ocultaba un revolver. Salió de la mansión una última vez sin mirar atrás. Llegó hasta el lugar de encuentro y esperó nuevamente. Y después de un rato, lo vio.
Su silueta envuelta por la kievla nocturna resaltaba por la luz de la luna plateada y una enorme sonrisa se dibujó en sus rostros cuando se vieron. Se abrazaron, se besaron y sin perder más tiempo caminaron por el bosque hasta encontrar un lugar lo suficientemente lejos. Ya era de mañana y estaba nublado y frío.
Grace sacó el revólver y Vicente sintió de repente las dudas que Jorge le había sembrado.
—Hazlo tú —sugirió la muchacha teniéndole el arma.
—Grace, ¿estás segura de esto?
—Por supuesto que lo estoy, ¿y tú?
—Tengo mis dudas —admitió—. No podemos asegurar que nos encontremos en otra vida, de hecho ni siquiera sabemos si hay otra vida después de esta.
—¿Prefieres vivir en una vida en la que no podemos estar juntos?
—No... pero tampoco quiero arriesgarme a perder esta.
Todas esas dudas le generaron inseguridad a Grace, toda su vida había sido rechazada por su padre y en ese momento pensó que Vicente tampoco la amaba como él decía.
—Tú no me amas.
—¡Claro que te amo!
—¡Si me amaras no tendrías dudas, dijiste que yo valía el precio que tendrías que pagar, ¿acaso eso fue mentira?!
Grace tomó la pistola y apuntó al pecho de Vicente.
—Grace, cálmate.
—¡Si tú no vas a tomar el riesgo, yo sí!
Y Grace disparó el revólver, matando a Vicente al instante. Y sin dudarlo, la chica apuntó a su pecho y tiró nuevamente del gatillo, acabando con su vida.
El señor Bane había tocado el fondo de la tragedia, el acuerdo que hizo con la familia von Trapp se disolvió, se había quedado sin heredero, pero sobre todo se había quedado solo. No fue hasta que se dio cuenta que lo había perdido todo cuando el remordimiento y la culpa se posaron sobre sus hombros. Muy tarde se arrepintió y entendió que la indiferencia con la que la había tratado toda su vida la había orillado a quitarse la vida.
No hubo un día después del funeral de Grace que Ian no pensara en ella y le pidiera perdón en su mente, en sus sueños o si se encontraba muy ebrio debido al dolor, a la nada. Comenzó a descuidar todo, su mansión, su empresa minera, su apariencia y su salud, su vida se le fue acabando lentamente ente arrepentimientos que ella jamás escucharía.
Finalmente, falleció y su última voluntad fue que pusieran su tumba detrás de la de su hija, así podría estar más cerca de Grace y quizás así podría encontrarse con ella en otra vida y tener una segunda oportunidad para darle todo el amor que en aquella nunca le dio.
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