29.
[DACEL]
Dos meses después...
—¡Hey, Harrison!
Mirando sobre mi hombro, detuve mi paso gradualmente al ver a Tom White, uno de los enfermeros de pediatría, corriendo en mi dirección con una estúpida sonrisa en su rostro. Tom era pequeño físicamente, con la complexión de un nadador y su altura lo había estafado descaradamente o eso le gustaba decir cuando la gente lo confundía con una chica. Sus rasgos asiáticos no hacían demasiado cuando se le sumaban al largo cabello negro que flotaba sobre sus hombros mientras se acercaba a mí.
No tenía nada personal contra él, habíamos comenzado en el hospital al mismo tiempo y hasta podíamos ser etiquetados como amigos. Aun así, no tenía ganas de soportar su entusiasmo en ese momento. Había tenido que soportar una intensa guardia de veinticuatro horas con solo unas pocas horas de intermedio, lo único que quería hacer era irme a casa y poder perder el conocimiento con libertad.
—Uf, que suerte que te encuentro a ti. —se detuvo, jadeando por aire.
Observando su agitación por un momento, esperé a que estuviese respirando nuevamente antes de preguntar: — ¿Desde dónde vienes corriendo?
—Sala de maternidad.
Wow, eso quedaba al otro lado del hospital. Conociendo a Tom, sabía sin lugar a dudas que el pequeño idiota había tomado las escaleras para poder evitar el ascensor y el congestionamiento de personas en los mismos.
—¿Sucede algo? —interrogué antes de mirar hacia abajo, a su uniforme rosa pálido—. ¿Estas como enfermero de la sala de maternidad?
—Sip —se encogió de hombros con una sonrisa tímida—. Amo los bebes, te lo dije cuando llegamos, mi meta era quedarme allí y lo logré.
Reí suavemente ante el entusiasmo en sus palabras—. ¿Entonces por qué estás aquí? Estas bastante lejos de tu zona.
—Oh, sí, estaba buscando a alguno de los médicos para que me ayudara con algo, pero al parecer, ninguno parece interesarse por lo que tengo que decir.
—¿De qué hablas?
—La pediatra se marchó a casa hace un par de horas y me dejó a cargo de la sala de maternidad y de algunas nuevas enfermeras —hizo un gesto ausente con su mano—. Ya sabes, no se necesita demasiada experiencia para cuidar de un bebé por unas horas.
—Si, supongo. —nunca he cuidado a un bebé tan pequeño como los que se encuentran en ese lugar.
Rodó los ojos en mi dirección, pero siguió hablando—. El problema es que hay uno de los bebes que están dentro de las incubadoras que está respirando de manera extraña. Lo examiné, pero no veo nada malo, aun así, me gustaría tener una segunda opinión. No me gustaría equivocarme con un pequeño y que algo malo le suceda.
Mhm, tenía la impresión de que esto no iba a gustarme.
Grandes ojos de gacela herida se dirigieron hacia mi—. ¿Puedes revisarlo rápidamente y darme tu opinión?
—¿Yo? —me señale a mí mismo estúpidamente—. Yo no sé nada de bebes, Tom, ¿por qué no le preguntas a alguna de las otras enfermeras?
—Me gustaría más que fueras tú, todos aquí sabemos que tú ya entras en la categoría de médico para todo el mundo, eres uno de los mejores y me dejaría muchísimo más tranquilo si eres tu quien lo revisa.
—Soy enfermero de emergencias, Tom.
—Pero has estado en la sala de maternidad durante tus rotaciones —acusó—. Ayúdame.
Bueno, sí, había estado allí, pero me las había arreglado para dejar que las enfermeras se encargaran de los niños más pequeños y solo aparecía cuando era necesario revisarlos o dar alguna medicina. No me culpen, no es que no me gusten los bebes, solamente no confió en mi cuando son tan pequeños.
—Por favor. —ahí estaba esa expresión de cachorro abandonado bajo la lluvia de nuevo.
¡Agh, ahí se iba mi viaje a casa!
—Bien, vamos.
Siguiendo al pequeño enfermero con el uniforme rosa con ositos estampados, me negué totalmente a tomar las escaleras y opté por el ascensor, llegando a la sala de maternidad con más rápido que él. El proceso de higiene para la misma era más estricto que en otros sectores y hasta tuve que cambiarme el uniforme, aunque logré que una de las enfermeras me consiguiera uno de color verde. Tenía ositos aún, pero al menos no era rosa.
—¿Verde? —Tom elevó una ceja al verme—. Que aburrido eres, Harrison.
—No vine aquí para divertirte, idiota —no pude evitar darle un golpe en la cabeza—. Muéstrame al pequeño para que pueda revisarlo, darte el visto bueno e irme a mi casa para poder entrar en coma tranquilo.
—Oh, ¿ya te estabas marchando?
Lo seguí cuando comenzó a caminar a través del lugar—. Sí, mi turno acaba de terminar y estaba esperando para irme.
—Lo siento, realmente no te hubiese traído hasta aquí si no estuviese tan preocupado.
—Está bien, cuando se trata de bebes es mejor no quedarse con ninguna duda. —esa era una de las primeras cosas que se nos enseñaba.
No pude evitar que mi boca cayera abierta al ver al bebé que quería que revisara. Joder, ¿cómo algo tan pequeño podía ser una vida? El niño era tan pequeño que fácilmente podría tomarlo con una sola mano y sostenerlo con facilidad. A pesar de haber estado en la zona de maternidad con anterioridad, pero no había tratado nunca a un bebé tan pequeño.
—Su nombre es Shin, significa 'Fe' —elevé una ceja hacia él, logrando que riera—. Necesitaba un nombre y no pude evitarlo, creo que le pega.
—¿Por qué le pusiste nombre tú? ¿Qué hay de su madre, está de acuerdo?
Una expresión triste apareció en su rostro—. Ella lo abandonó en cuanto estuvo fuera de su cuerpo, dice que lo quiere dar en adopción. No ha venido a verlo ni siquiera una vez, no creo que lo haga.
—Conozco personas así —susurré—. ¿Cuantas semanas de gestación?
—Veintiséis semanas.
Hice una mueca, eso no era bueno.
Tomando la planilla cercana, hice una rápida lectura antes de acomodar mejor la mascarilla en mi rostro y acercarme a la incubadora. El pequeño cuerpo se sentía tibio bajo mis manos mientras hacia la revisión. Tom se mantuvo cerca pero no se entrometió, dándome un poco de libertad que no tenía cuando estaba en emergencias, ya que mi supervisor estaba constantemente sobre mí.
Mirando al pequeño dentro de la caja de cristal, intenté comprender porque rayos el destino había decidido que una persona tan pequeña podía sobrevivir. Había demasiados riesgos para él, un virus o una complicación a la hora de alimentarse podían llegar a ser letales.
—¿Servicios sociales ya vino aquí?
—Aún no —Tom quitó la mirada de los documentos que miraba para verme a mi—. Pero seguramente vendrán en cuanto Shin esté preparado para ser adoptado.
—Es fuerte, saldrá de esto y seguramente sea adoptado rápidamente —aseguré antes alejar mis manos y mirar al enfermero—. Él está bien, no veo nada de qué preocuparse por ahora.
—¡Genial! —aplaudió suavemente para no despertar a los demás infantes antes de acercarse—. Porque ya está siendo hora de comer, ¿quieres hacerlo por mí?
—Tom, debo ir a casa...
—¡Ayúdame, por favor! —tomándome distraído, me dio un empujón en el pecho y caí directamente en uno de los sofás que usaban los visitantes cuando venían a ver a los bebes—. Toma aquí.
—No sé hacer esto, hazlo tú y déjame ir.
Él me ignoró totalmente, ocupado en acomodar al pequeño envuelto en mantas entre mis brazos. Mierda, mierda, mierda, se me iba a caer y me iba a dar un infarto. Una vez que Tom estuvo satisfecho, lo que me costó un par de golpes y ordenes demasiado intensas de su parte, finalmente dio un paso atrás y me pasó un mini biberón.
—Ahora, aliméntalo mientras reviso a los demás, las enfermeras sueles hacerse las tontas y echarse una siesta junto con los bebes sino las vigilo.
Y sin dejarme replicar, se marchó hacia las cunas.
Con un suspiro pesado detrás del cubre bocas, coloqué el pequeño chupón entre los labios del pequeño y lo observé beber con lentitud y un tanto de dificultad. Dios, era tan jodidamente pequeño que lo único que quería era ponerlo en una caja de cristal y protegerlo del mundo. Él tendría una buena vida, lo sabía. Era fuerte y no se dejaría vencer, podía superar todos los obstáculos que la vida le estaba poniendo.
—Sabes, sino fueras tan pequeño, seguramente catalogarías para ser un Fire Spirit —susurré, mirándolo—. Todos hemos tenido que superar cosas malas en nuestras vidas, serías un buen miembro. Me pregunto si hacen chaquetas de cuero tan pequeñas como para ti.
Son pequeñas manitos se movieron fuera de la manta torpemente antes de que una terminara sobre mi mano. Sonriendo, acaricie sus pequeños deditos con el menique mientras sostenía el biberón con los demás. Cuando la manito se cerró alrededor del digito, me negué a aceptar que me había enamorado de un bebé y que quería llevármelo a casa para poder protegerlo personalmente.
—Shin Harrison —susurré, solo para probar como sería—. No, creo que quedaría mejor: Shin Harrison-Horan.
Seguramente mi rubio tendría un ataque cardiaco si llevaba a un niño tan pequeño a casa. Aunque él había adorado a Tommy desde el principio, talvez...
—Oh-oh —Tom reapareció, dándome una mirada divertida—. Conozco esa expresión.
—¿Eh?
Tomando un par de biberones limpios de un armario cercano, se giró y me sonrió—. Es la misma expresión que ponen los padres desde el otro lado del cristal cuando ven a sus hijos.
Arrojando esa frase, volvió a alejarse de mí.
Sacudiendo la cabeza con una sonrisa, volví a mirar al bebé en mis brazos y jugué con esa idea por un largo tiempo mientras Shin comía.
(...)
Llegue a casa tarde, luego de que Shin bebió la mitad del contenido del biberón y se negó a comer más. Tom me había asegurado que lo cuidaría bien y que podía volver a verlo cuando quisiera, cosa que seguramente haría, aunque no lo había admitido frente a él. Él idiota ya había estado saltando sobre la punta de sus pies, asegurando que yo sería quien adoptara a Shin.
"Ow, ¡imagina cuando aprenda a decirte papá!" había canturreado mientras lo acomodaba nuevamente en la incubadora. Él tipo era un idiota, pero tenía que admitir que era bueno cuando quería meter una idea en la cabeza de otra persona.
Sacudiendo la cabeza, cerré la puerta de mi auto y me negué a quitar la sonrisa cansada de mi rostro. Abriendo con mi llave, me aseguré de que la alarma estuviese puesta y que todo estuviese bien cerrado antes de arrastrarme escaleras arriba, decidiendo en último instante que podía comer algo luego.
Dándole un rápido vistazo a la habitación de Tommy, lo que era algo así como una costumbre para mi antes de tener que ir a dormir, me arrastré por el pasillo a mi propio dormitorio. Pasé por enfrente de la habitación de Niall, pero como la puerta estaba cerrada, decidí no abrirla para evitar despertarlo si estaba durmiendo.
Mi rubio había cambiado bastante desde nuestro viaje a New York. La psicóloga que Kaled había conseguido para él, estaba ayudándolo bastante, además de que se comunicaba mucho más con nosotros los que nos permitía también poder hacer algo por él y darle nuestro apoyo aun cuando se volvía un tanto espinoso cuando lo intentábamos.
También era más dócil y aunque no era la persona más cariñosa en público, podía identificar sus muestras de afecto silenciosas sin necesitar más pistas. Como cuando empujaba a quien estuviese a mi lado para poder sentarse él cuando mirábamos televisión o como disimuladamente buscaba un beso de buenos días cada mañana o la forma en que me enviaba un mensaje cuando no podía verme antes de que me fuera al hospital, preguntándome si seguía vivo.
Niall había avanzado muchísimo y estaba seguro de que sería cuestión de tiempo antes de que finalmente me dejase entrar totalmente en su vida.
La sonrisa estúpida creció cuando al abrir la puerta de mi habitación, reconocí la forma dormida de cierta persona sobre mi cama. Quitándome la chaqueta y los zapatos, cambie mi ropa por unos pantalones de deporte que usaba como pijama, siendo lo más silencioso posible, antes de arrastrarme hacia él.
—Hey, rubio —lo moví con cuidado, sacando las mantas de abajo de su cuerpo—. Vamos, debes cubrirte o enfermaras.
—No fastidies.
Reí—. Te besaré hasta dejarte sin aliento sino me haces caso y tú sabes que lo haré.
Abriendo un poco los ojos, me miró con esos hermosos orbes celestes a través de la oscuridad de la habitación antes de acercarse rápidamente y dejar un fugaz beso en mis labios. El toque me dejó un poco en shock porque generalmente era yo quien buscaba tal contacto, así que no logré reaccionar hasta que el chico se revolvió hasta cubrirse con las mantas hasta la cabeza, escondiéndose de mí.
Sonriendo como un idiota, me arrastré a su lado y lo tiré a mis brazos, recibiendo un sonido de molestia a cambio, pero sin que hiciese ningún movimiento para escapar—. Buenas noches, rubia.
Un murmullo adormilado fue mi respuesta: — Noches, Daz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro