El silencio reinante en el recinto era una clara muestra de que algo pasaba; lo sospechó desde el principio y lo afirmó al ver una gran cantidad de papeles esparcidos en aquella facultad de leyes. No eran simples papeles, en ellos se mostraba claramente una foto subida de tono de ella, junto a la inscripción: Busco novio, llámame.

Era irónico que ni siquiera tuviesen el ingenio para inventarse un número telefónico o descubrir el verdadero y, a menos que tuvieran una bola de cristal para comunicarse con ella, dudaba mucho que pudieran hacerlo.

Se permitió reír cuando la realidad era que no quería hacerlo. Aquella risa no llegó a sus ojos; en cambio la tristeza sí a su corazón.

No obstante, le restó importancia al asunto y aún conteniendo las ganas de llorar se encaminó hacia su primera clase del día; que fuera la causa de bromas dolía, pero lo disimuló bien, sus pasos siempre firmes y su cabeza en alto era una muestra de ello.

Llegó a aquel salón, no había nadie a excepción de su compañero de asiento y aunque le dijo hola, éste no contestó. Pudo visualizar sus mejillas sonrojadas y como jugaba nerviosamente con sus manos. No sabía qué le pasaba y tampoco pensaba inmiscuirse en asuntos que no le concernían —O Eso era lo que ella pensaba, porque ciertamente sí tenía algo que ver—. Se sentó a su lado, sintiendo la mirada del chico sobre su rostro, pero nuevamente no dijo nada.

¿Qué le pasaba?, ¿Quería decirle algo?, ¿Acaso tenía algo en la cara?

Eran las preguntas que rondaban por su cabeza. Solo Dios ha de saber qué pasaba por la del chico, porque ella no lo sabía a ciencia cierta, ni siquiera tenía una mínima idea de lo que podría ser.

Aun queriendo preguntar, prefirió callar.

Y el silencio otra vez reinó. El más incómodo que hasta ahora había presenciado.