Los rumores se esparcían como la pólvora. En los rincones de la facultad no se hablaba de otra cosa que no fuera la desordenada y problemática vida de Amaya Smitt; sus notas iban a la deriva, tocando fondo; se le veía fumando, bebiendo y con un sin fin de chicos.

Que le pasaba a Amaya? Nadie sabe.

Se dice que una desilusión amorosa la convirtió en lo que es hoy en día, lo extraño es que para entonces a la chica no se le había visto con nadie que no fueran sus libros, siempre andaba con uno de éstos, comiéndoselos con la mirada y mirándolos como la cosa más interesante sobre la faz de la tierra, ahora, ni siquiera tocaba uno.

¿Tal vez, su novio era uno ficticio y en uno de sus preciados libros lo asesinaron? En fin.

Toda clase de rumor —algunos con fundamentos, otros sin pies ni cabeza— , recorrían los alrededores del recinto.

Los rumores no solo son rumores, ellos son capaces de destruir una vida. Aunque lo desmintieran solo faltaba la mecha y aquello estallaría, verdad o mentira, no importaba. Las personas siempre buscan algo de que hablar y cuando lo obtienen, es difícil dejarlo. En unos meses todo se olvidaría, pero ya su reputación estaba manchada y así se quedaría. Por eso no pensaba malgastar saliva.

A Amaya sólo le quedaba escuchar lo que decían de ella y reírse; después de todo, si te inventan una vida la tarea es disfrutarla, porque ahora ésta, vale por dos.