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Miedo


Un bocinazo entrando por la ventana me trajo a la realidad. Las actividades del día iniciaban su curso. Alargué mi mano, busqué a tientas el cuerpo de Iván, y me encontré con un hueco en el lugar de la cama donde mis ojos lo habían dejado. Me sobresalté, pensando que algo pudo ocurrirle y salí corriendo del dormitorio buscando rastros de su presencia. Cuando llegué a la puerta de la cocina, completamente alterada, allí estaba él, preparando el desayuno, recién bañado y con una toalla a la cintura. Se quedó mirándome divertido— imagino que por el hecho de encontrarme desnuda, medio dormida, despeinada y desencajada de preocupación al no encontrarlo.

—Pero, Marina, no quise despertarte. Preparaba el desayuno para llevártelo a la cama, además, te dibujé una rosa un poco torcida pero con actitud—mientras levantaba una hoja de papel con unos trazos que figuraban ser un pimpollo.

Yo no articulaba palabras, entonces, dejó el papel y siguió con su tarea.

Al verlo untar las tostadas que recién salían calentitas, un respiro de alivio me recorrió el cuerpo. De un tranco avancé para abrazarlo arrebatadamente.

—¡Eh! Tranquila. Estoy bien, no te asustes.

Yo me sujetaba con fuerza, apretando la cabeza contra su esternón. El miedo atroz que me sorprendió al despertar se negaba a dejar de oprimirme el pecho.

—Marina, amor, mirame. Estoy acá con vos, ¿ves?

Levanté la cabeza y sus ojos serenos me devolvían totalmente la calma.

—Perdoname, Iván, es que soy muy tonta, yo tendría que tranquilizarte.

—¡Imposible! Vos alterás todos mis sentidos. Cuando estás cerca no razono, no controlo mi cuerpo. Mirá: ¿Ves cómo mis brazos te rodean?, no es por mi voluntad, son independientes.

—Y, ¿qué más?—pregunté con coquetería.

—Mi boca, yo quiero comer tostadas pero ella está empecinada en besarte y no puedo dominarla. Mi boca no responde, mis besos tienen dueña.

Me hice un bollito mimoso con muy malas intensiones y le susurré:

—¿Tenés que ir a trabajar?

—Sí. Pero todavía es temprano.

Dejó caer la toalla y quedamos en igualdad de condiciones. Luego, sin luchar, dócilmente, se entregó a mi pasión desenfrenada. Finalmente, pudimos cumplir la deuda con la bañera. Yo me quedé disfrutando un tiempo más de los beneficios de las sales perfumadas, mientras escuchaba como Iván me gritaba desde la cocina.

—¡Marina!, se enfriaron las tostadas.

—Eso es por que no están enamoradas, como nosotros.

—Estás loca,—reía—y ahora, ¿cómo hago para comerme unas tostadas que no conocieron el amor?

Salté del agua, me envolví en una bata, me senté en un banco alto de mostrador y quitándole la tostada de la mano le mostré:

—¡Así!, ¿ves?— y comía golosamente delante de su rostro incrédulo.

—No me mires así que me tengo que ir.

—¿Cómo?—pregunté con inocencia fingida.

—Vos sabés bien como me mirás.

—La verdad que sí, pero tenemos que cumplir con nuestras obligaciones. Uno... dos... tres... ¡un último beso!

Lo bueno debería ser eterno—pensaba mientras caminaba para el negocio—, arrugarnos toditos en la bañera, así podríamos imaginarnos de viejos. Sin darme cuenta, parece que hablaba en voz alta, porque al llegar, Marta, me preguntaba que había dicho, qué no entendió.

—Nada, pensamientos indiscretos.

—¡Por fin llegaste!, ¡estoy muy nerviosa! Meto la pata desde que vine.

—¿Pasó algo para que te alteres tanto?, ¿algún problema?, ¿discutiste con alguien?

—Marina ¿No te acordás que hoy vamos al hospital? Tengo miedo.

—¿Era eso?, pero quedate tranquila, no te vamos a dejar sola; nosotros estaremos con vos en todo momento. Tenés que relajarte y disfrutar de la fiesta.

—Sí, sí... ¡Qué suerte que llegaste!, no quise llamarte, imaginaba que estarías con Iván.

—Así es. Lo que te pido es que te lo tomes con calma, nada es obligatorio, si no estás cómoda nos venimos y listo. No te sientas presionada.

—Mirá, yo también tuve miedo la primera vez que fui, pero en un rato te olvidás que sos de afuera y te sentís en casa. Ya tengo todo encargado, cerramos después del almuerzo y arrancamos, ¿te parece bien?

—Sí, claro, como digas.

Ella estaba muy ansiosa, pero mi estado de plenitud no se resentía. Era inmensamente feliz.

De acuerdo con los planes cerramos el negocio. Ya habíamos acordado con los empleados, para que no vinieran por unas pocas horas y nosotras nos encargaríamos de lo urgente.

—Vos no estás para conducir así que manejo yo—aclaré a mi amiga, quien asintió sin oponerse.

Pasamos por el Cotillón, retiramos el pedido que me comprometí a llevar, luego buscamos algunos juguetes que me esperaban empaquetados primorosamente. Iván me pasó el dato de los nombres de los chicos y lo que les gustaría por su personalidad, así que mi trabajo resultó muy fácil. Con todo en orden, guardamos las cosas en el baúl y revisamos todo mentalmente. La torta era tema aparte ya que de ella se ocupaban las doctoras. Llamé a Iván y le avisé que llegamos para que pudiese allanar nuestra entrada y fuimos subiendo los paquetes. En todo este trámite, Marta, temblaba levemente, sin percatarse de ello. Yo siempre supe que quería ser madre, pero no me imaginaba a qué grado. A las dos de la tarde, terminamos de alistar las cosas. De vez en cuando, Iván asomaba la cabeza para dar una mirada de satisfacción y volvía a sus tareas.

—¿Cómo estoy?, ¿no me veo vieja para mamá?

—Ni loca, estás hermosa. Sos la mamá más linda que puso un pie en el hospital, pero no lo comentes.

Marta sonreía apretando los labios, nada la convencería en este momento de que todo estaba bien.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Faltan más de dos horas. Podemos ir a tomar algo o caminar un poco por la plaza, como quieras.

—Bueno, me vendría bien un jugo, tengo la boca reseca.

Avisamos que saldríamos y cruzamos al localcito enfrente del hospital. Allí se podía comprar desde papel higiénico y agua mineral, hasta yerba y dulce de leche. Tener un negocio frente a un centro de salud asegura a cualquier local una ubicación más que privilegiada.

Yo, con mi corazón rebosando amor, divisé enseguida una torta de chocolate que se exhibía en la vidriera y la acompañé además con crema. Mi amiga me miraba con ternura al ver como disfrutaba de aquel trozo de dulzura, cuando ella tenía la garganta cerrada por la angustia. 

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