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El cumpleaños


Me desperté temprano, sacudida por mi socia que quería saber precisiones sobre el encuentro con mi galán—según sus palabras—y no podía contener su ansiedad.

—Contame ¡dale! Hace mucho que no tengo una emoción así.

—Prepará un café que no puedo despegar los ojos—le pedí con un hilo de voz.

—Bueno, pero mientras me contás de que hablaron ¿Te dijo qué pretende de vos?

—Sí, me dijo que quiere hacer experimentos y como yo estoy a mano...

—¡Qué graciosa! ¡Dale!, burlate de mí que es gratis.

—Vos solita te lo buscás por curiosa.

Marta me trajo el café bien fuerte, y me senté en la cama, para hacerle un resumen somero de nuestro encuentro y la invitación al cumpleaños.

—¡Mirá qué suertuda! —y luego de mirarme—Y no se te ve contenta.

—Hace rato que no me hago ilusiones. Siempre te llevás sorpresas desagradables.

—Puede ser, pero también es posible que la sorpresa que te lleves no tenga nada de desagradable. Como dicen las viejas: "Dios escribe derecho con líneas torcidas"

—¡No sigas que te delatás la edad!—le recomendé a manera de confidencia.

Marta se rió, con esa carcajada franca que despertaba repentinamente y me contagiaba de sus buenas vibraciones.

—Está decidido, me voy al cumple. Pero no sé sí tengo que llevar algo.

—No te preocupes amiga son chicos y lo único que necesitan es pensar que pueden festejar como cualquier otro.

Lógico, casi lo había olvidado, después de tanto tiempo cargando óxido.

A las cuatro de la tarde dejé a Marta en el Atelier. Tenía que pasar por casa, ducharme y ponerme alguna ropa cómoda para la ocasión.

—Andá tranquila, divertite, olvidate de todo al menos por un ratito. Cualquier cosa te llamo a la noche... o a lo mejor te dejo en paz hasta mañana—me decía, haciéndome señas poco disimuladas, que pretendían distraer la atención, pero consiguieron efecto contrario entre los empleados que se preguntaban qué cosa estaba pasando.

—Mañana hablamos. Hasta mañana chicos—saludé a los dos estudiantes que teníamos haciendo pasantías, mientras terminaban su carrera de diseño en la facultad.

A las cuatro y media salí, con lo mas cómodo que encontré, y los nervios de una novia primeriza.

Hacía mucho tiempo que Miguel no me dejaba que lo acompañara, incluso me hacía dejarlo en la esquina del colegio ya empezando el sexto grado. No recordaba lo que era tener un niño en brazos y menos como tratar a los que encontraría recluidos en una cama de hospital.

En recepción, pregunté por el ala pediátrica y me contestaron con una sonrisa que subiera al primer piso y siguiera a los payasos.

—Gracias—contesté algo desconcertada.

Apenas salí del ascensor, el revuelo de narices rojas y pelucas enruladas me señaló que había llegado al lugar indicado. Una mano salió de la montaña de colores y me tironeó con suavidad.

—¡Viniste!, ahora estamos completos. Tomá—me dijo—, esta es la nariz perfecta para tu preciosa cara.

—No Iván, yo no se cómo divertir a los chicos.

—¡Shhh! Los vas a asustar.

—Pe...—quise quejarme, pero ya tenía una peluca violeta, sombrero verde y una enorme nariz de rabanito.

—Seguí estas indicaciones: respirá profundo, soltá el aire... ahora vamos.

Iván abrió la puerta de dos hojas que nos separaban de la sala y al entrar, los gritos de los niños, hicieron que mis payasos compañeros se desparramaran por el piso desatando la risa de todo el auditorio infantil que esperaba sentado en una larga mesa común. Como yo me quedé sin reacción fui tironeada como soldado a una trinchera y terminé tirada junto al resto para diversión de la platea y no pude menos que reírme con ellos. Algunos de los chicos se nos abalanzaron como una tromba, entonces Iván les advirtió:

—¡Hey! No me asusten a Marina que no va a querer volver.

Entonces me ayudaron a levantarme y me sentaron en un sillón, al tiempo que me atiborraban de todo tipo de preguntas.

—¿Vos sos la novia de Iván? ¿Cuándo se casan? ¿Tenés perro?

Por un momento me recordaron a mi amiga Marta con su metralla de interrogantes. Yo miraba sin saber que responder, ya que no tenía idea de lo que Iván les había contado sobre mí.

¡Vení! ¡Vení!, me decían tironeándome como si fuese un títere y me sentaron en otro enorme sillón del tipo inflable en el que me hundí alcanzando rápidamente el suelo.

—¡Estás muy pesada!—decía Iván, cómplice de las bromas a mi costa.

Entonces—con gesto decidido—, me paré, miré a todos seriamente y dije en voz muy enérgica:

—¡Parece que me tomaron de punto, así que me voy a ir!

Todos quedaron en silencio, hasta que lo rompí diciendo:

—Bueno, siempre y cuando no me conviden un pedazo de torta.

La tensión dejó lugar a las risas, justo cuando llegaban dos jóvenes doctoras de peluca verde trayendo una gran torta en forma de calesita. Alguien me pasó un plato y empecé a disfrutar del cumpleaños. La torta estaba deliciosa y de repente todo era familiar, el silencio era apenas interrumpido por el destapar de las gaseosas desinflándose.

Me permití este tiempo de ocio dejándome llevar sin pelear y la tarde transcurrió plácidamente.

Los niños, las risas y el olor aséptico del lugar, a pesar de parecer contradictorio tenían algo de natural, después de todo eran sólo niños, que por un momento se tomaban un recreo del dolor intentando simplemente vivir el presente, ya que su mañana era algo incierto.

—Bueno chicos. Es hora de volver a la sala—anunció Iván—, saluden a nuestra invitada.

—¡Nooo!

—¿Cómo qué no?, si no hacemos caso, no nos prestan el salón para otros cumpleaños.

—¡Ufa! Bueno, chau Marina—saludaron y fueron saliendo en fila india, acompañados por las dos doctoras y la mamá del cumpleañero que lo llevaba en brazos, el niño se veía feliz pero agotado.

—Chau Marina, gracias por venir a mi fiesta.

—Gracias por invitarme Juan.

Le di un beso y se fue abrazado a su mamá, que me saludó con la sonrisa cansada del que está acostumbrado al dolor.

—Marina—llamó Iván—ahora voy a abusar de vos, me decía, mientras con los brazos estirados me presentaba una escoba y una pala.

—¿Tengo que pagar por la torta?... me parece bien—reconocí, y comenzamos a juntar las serpentinas del piso, guardar los juguetes y descartar los vasos vacíos. En poco tiempo todo quedó impecable. Iván me miró directo a los ojos y, con un gesto sincero, me dio las gracias.

—No hace falta, me divertí en serio.

Terminados de organizar los juguetes nos sentamos a la mesa. Iván rompió el silencio.

—Ya te dedicaste a los chicos, ahora ¿Puedo suponer que me toca a mí?

—¿No me digas que querés un dinosaurio de colores?

—A lo mejor en otro momento. Hoy quisiera una cena tranquila, con la mujer más hermosa que conocí en mi vida.

El cumplido me sorprendió y no hice esfuerzo por disimular mi agrado sonriendo con coquetería.

—¡Eso es lo que más me gusta! No te ponés en pose de falsa modestia. Sabés perfectamente que desarmás a tu paso.

—Ya está bien—lo frené—tengo que irme.

—¿No te habrás enojado? No quise molestarte—aclaró.

—No pasa nada, es que soy una mujer ocupada, esto es mucho lujo para mí—contesté, sin dar lugar a reclamos.

—¿Cuándo nos vemos de nuevo?

—Después te llamo—corté, pero de inmediato advertí que había sido muy agresiva sin necesidad y le pedí disculpas.

—No te preocupes, estoy acostumbrado a los chicos y sus cambios de humor—contestó exasperado.

Esto fue el fin de nuestra conversación y salí, casi trotando, sin saber el motivo por el cuál huía despavorida. Iván no hizo ademán de retenerme y me miró salir con gesto triste.

Casi devoré las cuadras que me separaban de mi departamento y entré como una tromba, con las lágrimas que me inundaban la cara sin compasión. Estaba desbandada, sin freno. Me tiré en la cama, boca abajo, y lloré desconsoladamente. Me estaba dando cuenta de que había comenzado a sentir algo muy fuerte por ese muchacho. Qué no me convenía en absoluto y las preguntas se agolpaban desorganizadas en mi cabeza ¿Qué me pasaba? ¿Acaso me estaría volviendo loca?


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