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9

—¿Qué crees que estás haciendo? —reprocha Anderson apoyado en la puerta.

Le sonrío a través del espejo y me acomodo el cabello que cae sobre mis hombros.

—¿Tú qué crees que hago? —inquiero desdeñosa—. Debo ir a ponerme al día con mis deberes estudiantiles.

Voltea los ojos y se cruza de brazos.

—Vas a irte de la ciudad en menos de lo que canta un gallo —espeta, hago un mohín—. No deberías molestarte en ir, más bien deberías empacar.

—Ya claro —siseo. Tomo el brillo de labios y lo paso sobre mí boca, sonrío al ver que Anderson me achina los ojos—. Eso podrías hacerlo luego, yo no me pienso mover de este lugar.

—Ya hablamos de esto Anyeli.

«Y me llama Anyeli».

Niego con la cabeza y voy por mis cosas sobre la cama.

—Y ya sabes cuál es mi decisión —le susurró al oído antes de salir de la habitación.

Esta es la primera situación en la que le llevo la contraria, y lo detesto demasiado, sin embargo tampoco puedo dar mi brazo a torcer e irme con Andrea y Carlos fingiendo que solo soy una chica indefensa y asustada —aunque lo último puede que lo sea—. Ni siquiera me atrevería a verlos a los ojos mientras el exterior es devastado, todo por, en algún sentido, mi culpa. 

Yo no soy una chica indefensa, sino un ser cobarde. Un asqueroso y patéticamente ridículo Bolar.

«¿En donde estaré cuando el primer Anvibio salga a la luz?»

«¿Qué haré cuando  uno de ellos me encuentre hecha un ovillo en algún refugio impuesto por el gobierno, con pantaloncillos de algodón y olor a medicina?»

«¡¿Qué clase de muerte sería esa?!».

El autobús se acerca con una terrible peste, tan fuerte que tengo que llevarme la mano a la boca. Siento a Anderson a mis espaldas y, aunque no me toque puedo sentir lo tenso que está.

Sujeto el metal para subir los primeros escalones, prosigo a andar por el estrecho pasillo entre los sillones en busca de un asiento vacío.

En un inesperado movimiento, mis piernas se ven entorpecidas y me voy de cara. Sujeto lo primero a mi alcance antes de caer de rodillas, a través de la piel qué cubre mis manos, siento como la persona se tensa bajo mi tacto.

«Demasiado fría» me recuerdo.

Cuando dejó el agarre ya es demasiado tarde, la señora a la cual le he cogido el brazo me mira con espanto y se sacude.  Me vuelvo al sentir una mano sobre mí cintura.

—¿Estas bien? —pregunta Anderson mientras me ayuda a equilibrarme. Él quiere parecer desinteresado, pero sus ojos le fallan en su intento.

Asiento en respuesta a su pregunta. Esta vez nos sentamos en sillones diferentes, algo que me provoca un amargo en la garganta. Siempre hemos sido dos, siempre juntos; y ya no más.

Al bajar hago lo posible por tomar ventaja en mi avance, lo cual queda en un intento. Anderson me toma de la muñeca y me arrastra, para luego estrellarme contra una pared —de una manera un tanto suave— y encararme.

—Deja tú actitud de mierda Anyi —reprocha con el entrecejo fruncido.

«Al menos me ha llamado Anyi» me aliento.

—Y tú deja de tomar decisiones sin siquiera tener la descendencia de preguntarme al respecto.

—¡Estoy pensando en como salvarte la vida carajo! —exclama poniendo ambas manos en la pared, dejándome en medio.

—¿Y que hay de ti? —cuestiono—. ¿Eh? ¿Acaso no puedo preocuparme también? —me quejo. Su tenacidad vacila un poco ante mi reproche, evidentemente solo piensa en mí, sin tener muy en claro lo que pueda pasarle a él.

—Estaré bien —responde al fin, después de un largo momento sin encontrar algo para decirme.

—Yo no pienso continuar si tú no estás —repongo, él sabe a qué me refiero. Se lleva una mano a la boca y suelta un resoplido. Verlo en ese estado me hace bajar la cabeza.

Pasamos unos minutos así, él meditando una opción que no existe, y yo observando el piso, hasta que después se acerca a mí y me dice en un susurro tan suave que me cuesta oírlo:

—Lo siento, pero no puedo darme el lujo de perderte.

Escucho sus pasos alejarse pero no levanto la mirada para comprobar si se ha ido. Es el sonido de algo caer en uno de los salones a un extremo de mí ubicación lo que me hace alzar la mirada. Al ver la penumbra por la ventana siento que algo, o alguien me observa.

Frunzo el ceño y echo un vistazo a mi alrededor, esperando encontrar a alguien lo suficientemente cerca para que sea testigo si se tratase de algo ‘anormal’ , para mí mala suerte todo se ve despejado.

El extraño sonido se vuelve a escuchar y giro la cabeza nuevamente hacia la ventana, el cristal está un poco roto, por tratarse de un salón abandonado hace mucho tiempo.

«Ese sitio está lleno de cosas viejas» me digo.

«Debe estar lleno de ratas» el ruido se vuelve a escuchar.

«De unas ratas extremadamente grandes».

—¡Anyeli! —exclama alguien a mis espaldas haciendo que de un brinco del susto—. ¿Todo bien?

—No después del susto que has dado —respondo para luego soltar una risita histérica. Observó a la chica que me mira extrañada por la situación en la que me encuentro.

—No fue mi intención hacerlo —se excusa—. Soy Ángela, el otro día no pude presentarme como se debía —dice, yo frunzo el ceño por su declaración.

—¿El otro día? —inquiero sin entender, ella asiente en respuesta—. Oh…    —exclamo al recordarla. Es la misma chica que quería brindarme un poco de sus polvos.

—Bueno, además de presentarme, también quería hablar contigo.

—¿Sobre?

—Bueno, es que el otro día… —hace un mohín arrugando tanto labios como nariz—. El otro día iba a preguntar si tú…

Es interrumpida por el timbre de entrada.

—¿Te parece si me lo dices luego? —cuestiono, no tan convencida de querer escucharla. Ella asiente, se da la vuelta y se va en un trote ligero, haciendo que el cabello se eleve y ondee en el aire.
Vuelvo la vista hacia la ventana otra vez, en donde solo veo una oscuridad interminable.
                                                     ***

Miro por décima sexta vez el reloj, tal parece que este día se está haciendo demasiado largo. Muerdo la goma del lápiz mientras espero a que el resto de la clase termine los ejercicios, los cuales he terminado hace más de ocho minutos.

Mi compañera frente mío —Ángela— se da la vuelta para poner sobre mi escritorio un pedazo de papel. Lo miro extrañada mientras él se agita con la leve brisa. Doy un leve repaso de mi alrededor como si el papel fuese una bomba. El único que me ve es Elías.

Sujeto el papel y lo despliego para darle lectura, el mensaje es más extenso de lo que esperaba, y la letra es pequeña y floja.

He visto las noticias estos días, mi padre a tenido los nervios de punta y ha estado investigando en libros de ciencia sobre “los alienígenas” ¿Es así como se llaman?

Su pregunta hace que mi respiración aumente de velocidad, es como si ella supiese que yo tengo una respuesta específica, como si supiera que... 

Los he visto, a ti y tu hermano, no quiero decir que lo seas eh, o más bien sí, es decir, estoy confundida y ya no sé qué pensar, aunque la gran mayoría de personas están así, haciendo hipótesis al respecto. Tú eres rara, extraña y singular, (además de bonita) todo esto solo me ha hecho crear un disparate en mi cabeza pero… ¿Y si no es un disparate me lo dirías?

Jadeo al terminar de leer, ¿Cómo es qué…?

¿Y si no es un disparate me lo dirías?
¿Se lo diría? ¡No! O eso creo…

No puedo continuar mi análisis al respecto, porque soy interrumpida por el agua cayendo del techo, la cual moja la hoja en mis manos. Es el sistema contra incendios.
La profesora al frente guarda silencio confusa, al igual que el resto. Yo sin embargo siento una oleada de pánico, y soy impulsada a ponerme de pie y salir del salón.

Encuentro el pasillo atascado de personas, que corren a la salida de manera desordenada y brusca, tengo que hacer lo posible para no ser lanzada al suelo. Las voces de los profesores gritan un: “Diríjanse a la salida de forma de ordenada", pero nadie parece escucharlos y corren de manera maniática.

Yo no voy a la salida, yo voy al salón de Anderson en su búsqueda, muchos me gritan que no vaya pero hago caso omiso de sus sugerencias y continúo con mi trayecto. Los pasillos se comienzan a nublar por un humo oscuro y todo a mi alrededor se vuelve borroso.

—¡¿A dónde vas?! —me grita alguien mientras me sujeta de la muñeca. Me giro para ver con reproche a Ángela—. Ahí está el incendio, no puedes ir —dice ella sin que le importe mi mirada.

—¿Qué haces tú siguiéndome? —le espeto—. Sal de aquí ahora. 

Soy atacada por una tos a causa del humo, Ángela también comienza a toser, pero me sigue por el pasillo donde se siente un vapor penetrando la piel.

—¿Esto es obra de los tuyos? —pregunta, esta vez sí me detengo.

—Nosotros no…

La fuerte explosión me interrumpe, trago tanto humo que los ojos me queman al igual que el pecho. Las paredes a nuestro lado se grietan y por un momento pienso en que nos caerán encima, pero es el piso el que se rompe.

Tanto Ángela como yo damos un fuerte grito que se ahogan con el humo y la tos, el piso tambalea hasta que se rompe. Sujeto lo primero que encuentro en mi descenso, raspando gran parte de mis brazos. Ángela chilla y tengo que ver hacia abajo para ver como una de sus manos se resbala del escombro al que se sujeta, sin pensarlo dos veces le extiendo una mano para que se sujete.

—Soy más pesada que tú —dice con voz ronca—, no soportaras mi peso.

—Sí que puedo —digo con voz ahogada, aunque no estoy muy segura si eso sea verdad. Ángela hace un último intento para fortalecer su agarre, solo logra resbalarse más.

—Aunque lo hicieras, eso no soportará con ambos pesos —esta vez habla al pequeño extremo de piso al que me he sujetado, el cual comienza a agrietarse y botar pequeños pedazos de concreto. Sé que tiene razón, tendríamos unos dos minutos para subir.

—Tenemos que intentarlo —me atrevo a decir, asegurando mi agarre y preparándome para subirla.

—Creí que querían matarnos —murmura antes de ponerse a toser—. Ya veo que me equi… —su rostro se contorsiona y todo pasa demasiado rápido.

De la parte de arriba cae un pedazo de techo que pasa rasgando mi brazo, no tengo ni alientos de gritar al ver como éste le impacta en el pecho a la chica, haciendo que caiga sobre más escombros; quedando casi enterrada.

—¡Anyi! ¡Maldita sea! ¡¿Por qué no has salido?! —me reprocha Anderson mientras me sube. No le respondo, mi cerebro solo repite una y otra vez la horrible imagen.

—Anderson —murmuro y luego me pongo a toser.

M hermano se quita la camisa y me la coloca sobre la boca y nariz, tiene un olor a perfume y humo, pero no es desagradable. Me toma de la cintura y me arrastra hacia un lugar que no puedo ver, caminamos de derecha a izquierda y viceversa, hasta que por fin se detiene.

—Ha comenzado —dice, mientras es bañado por el agua que cae del techo. Sujeta un pupitre y lo estrella en la ventana—. La salida está atascada, saldrás por aquí.

Me jala y maniobra conmigo como si fuese una muñeca de trapo.

—Ya sabes que hacer —suelta bajito mientras me besa las mejillas—. Te amo Anyi, haré lo posible para volver contigo.

Abro la boca para decir algo, pero él me empuja hacia el exterior y comienzo a caer. Uno, dos, tres pisos, e impacto con una montaña de basura.

Temblorosa y adolorida me pongo de pie y trato de salir del inmenso bote, sin la más mínima gana de alejarme de aquí, y de él.

Meto los dedos entre mi melena oscura y me pellizco el cuero cabelludo.

A la distancia escucho el eco de gritos desesperados, entre asustados y adoloridos, por las ventanas se escapa unas densas nubes de humo con olor a plástico quemado. Y luego, más explosiones.
Me echo a llorar mientras doy traspié, no puedo irme, no sin ver qué mi hermano está bien.

Ya sabes que hacer, dijo él, pero yo no quiero huir como una cobarde, yo no quiero esconderme. Quiero hacer frente, aunque eso me cueste la vida. Me llevo la mano a mi espalda y toco el regularizador, el cuál no es mío.

«No sé quién hayas sido, pero lo haré por ambos».

Busco entre toda la chatarra que me rodea algo útil, encontrándome con pedazo de tubo de hierro, lo suficientemente fuerte para que no se rompa y lo suficientemente pequeño para manejarlo.

Camino hacia un lugar para tener acceso a la universidad, muchos salen corriendo, y otros se arrastran y luchan por detener el flujo de sangre en sus heridas.

«Tienes que salvarlos».

—Detente —Me paro en seco cuando alguien me toma del brazo con demasiada fuerza—. ¿Estás loca? Ahí adentro arde —reprocha Elías sin soltarme.

—Mi hermano está ahí adentro.

—Mismo que te saco del lugar —repone él sin aflojar su agarre.

—¡Suéltame! necesito entrar.

—No le estorbes, las puertas se han atascado y no hay ruta de evacuación, este lugar estará incendiado al completo en pocos minutos.

La radicación dentro de mis fibras me pone a temblar. Anderson está ahí adentro, y no puedo dejarlo.

—Tengo que volver con mi hermano.

—¡Anyeli es un Bolar! Podrá manejar la situación, ahora vámonos antes de que vengan por nosotros.

Me quedo inmóvil.
Es un Bolar.

Claro que lo es, pero… ¿Él como lo sabe?
Me vuelvo para verlo, y todas mis ganas de cuestionar se desaparecen al instante que veo algo dirigirse hacia mí cabeza con fuerza. Elías me impacta la cabeza con su codo con tanta fuerza que caigo de cara y me golpeo el pecho, todo a mi alrededor se distorsiona, el sentido me duele y los oídos me pitan. Quiero moverme, pero todo se me vuelve oscuro.

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