5
Abro los ojos y todo está oscuro.
Aparte de mi propia respiración, solo escucho el sonido de las ramas de los árboles siendo agitadas por el viento, además de eso, solo se percibe una ciudad dormida.
Muevo la cabeza hacia un lado para ver sobre la mesita de noche el despertador, el cual me indica con números rojos que brillan entre la penumbra, que son la una de la mañana; una hora demasiado temprana para estar despierta.
Paso saliva por la garganta tratando de ignorar el malestar que me acoge, acto que resulta completamente inútil. A mi lado, se encuentran las sábanas a punto de caerse de la cama, muestra de que en algún momento de la noche, las lancé lejos de mi cuerpo.
Hay muchas cosas que desconozco, y, hace unos días atrás, el calor era una de esas cosas. Mi naturaleza me impide sentir algo como el calor, mi cuerpo no lo produce ni lo percibe. Excepto cuando se trata de alguna exposición directa que afecte mi sistema, como lo sería la exposición a las llamas. Sin embargo, ahora estoy inundada por una sensación sofocante, la cual solo logro identificarla como calor, en toda la extensión de la palabra.
Cuando intento moverme, siento una punzada en mi espalda, tan fuerte que suelto un grito ahogado. De inmediato, soy inundada por el más genuino —o opresivo— pánico. Sentirme mal sin conocer el motivo, resulta extremadamente espantoso.
«¿Qué está pasando?» me pregunto, aunque muy en lo profundo tengo un montón de sospechas al respecto, pero ninguna alentadora.
Con el dolor envolviendo mi espalda, logro sentarme en la cama, para cuando termino mi difícil hazaña, tengo la respiración agitada y los ojos llorosos.
Tomo grandes bocanadas de aire, tratando de alguna manera desaparecer el calor que me rodea, el cual sé perfectamente que no existe, al menos, no para los cuerpos humanos.
«Tú siempre serás mi hermana».
Por algún motivo, el recuerdo de Matías diciéndome aquellas palabras viene a mi mente. Él está en este momento, a muchos kilómetros de distancia, y probablemente, ya conozca la aparición de esta peculiar nave que surca el cielo.
«Matías —llamo—, quiero verte una última vez».
Sé, que esto no será posible. Porque moriré antes de que empiece la cacería. Nuestra cacería.
***
Salgo de la ducha después de un largo baño con agua fría. Me pongo frente al espejo y veo detenidamente mi reflejo. No hay nada diferente, tengo la misma cara y el mismo cuerpo, pero ya no soy la misma.
Ahora tan solo soy una cáscara que con el pasar de los minutos, pierde más y más vitalidad en su cuerpo. En resumen, hoy solo soy una moribunda.
Le doy la espalda al espejo, bajo un poco la toalla que rodea mi cuerpo y, con el rabillo del ojo, veo el estado en el que se encuentra mi escuálida espalda. Justo ahí, donde se encuentra mi regularizador, tengo la piel rojiza. Despacio, dirijo una de mis manos hacia el gran bicho sobre mi espalda, y con una mueca figurada en mi rostro, termino poniendo mis dedos sobre él. Lo primero que siento es su tibieza, lo segundo, miedo.
Suelto un sonoro suspiro, sacando más que aire de los pulmones. Durante todo el tiempo que llevo sobre este planeta, nunca antes me había planteado la posibilidad de que, nuestra especie, podría sufrir algún fallo. Y eso, que somos conscientes que este cuerpo no es el nuestro.
Sin embargo, las circunstancias me hacen dudar de la procedencia de mi enfermedad.
¿Podría ser algún efecto por su llegada?
De inmediato, viene a mi memoria el recuerdo del incidente con Anderson el día que me di por enterada de su llegada. Él causó una inestabilidad más grande que alguna otra del pasado, y eso solo podía significar algo.
Bueno o malo.
—¡Anyeli! —El grito de Anderson me hace dar un brinco en mi sitio.
Apresurada subo la toalla para cubrir nuevamente mi espalda.
Para cuando él llega a la puerta de mi habitación, mi regularizador —y en especial mi piel— se encuentra libre de su mirada.
»Baja, quiero mostrarte algo —informa con un brillo en sus ojos, el cual sin duda alguna desaparecería si le dijera de mi estado.
Asiento con la cabeza y, cuando él desaparece de mi vista vuelvo la mirada hacia la chica del reflejo.
—Él no tiene porqué enterarse —le advierto, y la chica solo me responde con una mirada desconfiada.
Minutos después bajo las escaleras y voy directo a la cocina por algo de tomar, porque misteriosamente, mi cuerpo pide a gritos que le hidrate.
308 está en uno de los sofás de la sala, la cual puedo observar perfectamente desde la cocina. Sobre sus largas piernas se encuentra la laptop, y sus ojos están concentrados en la pantalla. Todavía dando grandes sorbos a mi botella de agua, me aproximo a él y me posiciono atrás del sofá para ver qué le tiene tan entretenido. Al observar un croquis del sitio en el que vivimos, frunzo el ceño confundida.
—¿Qué es eso? —pregunto mientras me limpio la humedad de los labios con el dorso debla mano.
—Un croquis —responde él, haciendo que haga un mohín de desagrado. Después de un nuevo vistazo a la pantalla observo que hay ondas de color salmón en varios sitios.
—¿Qué son esas cosas? —inquiero inclinándome más, como si ese simple acto fuera a aclararme todo.
Anderson frunce el ceño. Luego agita el lápiz —que no había visto que tenía— y golpea sus propios dedos.
—Ondas.
En esta ocasión suelto un bufido.
—Sé que son ondas —reclamo.
—Entonces para qué preguntas —se queja él sin apartar la vista de la pantalla.
—Ya claro —protesto. Apoya la espalda en el sofá y echa la cabeza hacia atrás para mirarme.
—¿Si ves? —pregunta para luego guardar un sepulcral silencio para que responda. Y como no tengo nada por decir, porque no veo nada que no hubiera mencionado antes, añade—: Formas, esas ondas dan forma.
Miro nuevamente la pantalla para comprobar lo que dice, y en esta ocasión veo más que ondas, veo ondas formando una letra.
—¿Es una eme? —pregunto titubeante, porque no logro verla del todo.
Anderson se endereza, ladea la laptop y traza con la goma del lápiz la letra: E. Alzo la ceja de forma inquisitiva, porque si no hubiese ladeado la laptop, si hubiera sido una M.
Pero como no tengo ánimos de llevarle la contraria me limito a responder:
—Eso es… interesante… ¿Qué crees que significa? —cuestiono ladeando los labios. Anderson arruga los labios y guarda silencio mientras piensa en la respuesta.
—No lo sé, podría significar muchas cosas en realidad y, para decidirme por una tendría que revisar cada uno de esos lugares.
Ante sus palabras, me quedo inmóvil. Aprieto las manos para que no se de por enterado de mi repentino temblor.
—No harás eso ¿Verdad? —cuestiono, aunque sé perfectamente que es capaz de hacerlo.
—Si eso implica quedarme a ciegas, por supuesto que lo haré Anyi, lo sabes perfectamente.
Por supuesto que lo sé. De nosotros dos, él está dispuesto a cumplir nuestra misión de la manera que sea posible. Y, desde cierto punto, es lo correcto. Sin embargo, no puedo ignorar el otro punto que me dice a gritos que, cumplir nuestra misión arriesga lo más importante que tengo en mi vida.
Lo último que quiero, es perder a 308. Sin él, yo no sería capaz —ni querría— de sobrevivir.
—¿Qué hay de mí? —reprocho, sintiéndome abandonada. Y muy en lo profundo egoísta.
—Podrías acompañarme, si gustas.
—Por los momentos, no está en mis planes darles una visita a los Anvibios.
Eso, es trabajo de ellos. El motivo de su llegada es de todas formas, nuestra cacería. Somos su presa, y tenemos un fin —que desconozco— tan importante para ellos que, no se detendrán hasta tener al último de nuestra especie.
—Tal vez no sean ellos —repone Anderson.
—O tal vez sí, y nosotros llegaremos en bandeja de plata —reprocho.
—No te estoy pidiendo que vayas —dice. Antes de que pueda protestar añade—: y tampoco te estoy pidiendo permiso.
Ante sus insensibles palabras suelto un grito ahogado.
Escucharlo, es sentir como se escapa de mis manos, haciendo que el temor me lama la piel mientras me susurra mil advertencias para que no lo permita. En este momento, quisiera tener la capacidad de tomar decisiones, aunque no sean las correctas, al menos quiero tener una que permita mantenerme cerca de él. Siempre.
—Anyeli —me llama con voz suave—. Esto ya no se trata de sobrevivir, pronto esto se convertirá en una guerra, lo sabes. A mí tampoco me parece la idea más maravillosa. Sin embargo, son riegos que debo tomar si quiero mantener a salvo.
—Esa no es tu obligación —espeto.
—No, mi obligación es acabar con ellos, lo cual es mucho más arriesgado.
Aprieto los labios y desvío la mirada. Es en momentos así que cuestiono el porqué de nuestras vidas y responsabilidades. Nosotros a diferencia de los humanos, no solo debemos de pensar en nuestra supervivencia, sino también en la manera de ganar la guerra.
Si es que llegamos a tener una.
—Quisiera… —me corto, y muerdo mi lengua en auto reproche por mi debilidad.
—¿Quisieras?
Niego con la cabeza y sonrío amargamente.
—Da igual. Haz lo que quieras.
Ante mi brusquedad deforma un poco el gesto dibujado en sus labios. Es evidente que mi actitud poco colaboradora le afecta y, en cierto punto, podría estar empeorando nuestra situación.
Cuando vuelvo la mirada a sus ojos, veo en ellos reflejado sus pensamientos.
«No tengo idea que hacer contigo».
No le culpo, porque yo tampoco sé que hacer conmigo.
Si es que todavía hay algo por hacer.
***
A pesar del revuelo que ha causado su llegada, los días siguen transcurriendo bastante normal. A decir verdad, no esperaba que fuese así. Los humanos deben estar demasiado confiados que, en pocas palabras, solo sea un invento de los medios. Ahora en día es muy difícil distinguir lo real de lo ficticio, algo que te empuja a dudar de todo lo que te muestran.
Solo los de nuestra especie saben la verdad, y estamos a la espera de que todo de inicio. Pensar en ello me hace recordar los días de lluvia, esos en los cuales las personas del exterior saben con más anticipación que va a llover, mientras que, las personas que se encuentran dentro de algún lugar fuera de vista, se dan por enterado hasta salir de ahí.
En este caso, nosotros los Bolares hemos visto las nubes grises entrelazarse, formando una gran y espesa capa por sobre la cabeza de todos, advirtiéndonos con anticipación sobre nuestra pronta inundación.
A pesar de eso, no podemos advertirle a nadie sobre lo que ocurrirá, porque a diferencia de lo que esperaríamos, recibiríamos detención, investigación y privación.
Bueno, realmente eso es lo único que espero a cambio. Yo no confío en los humanos. Son traicioneros y egoístas. Y sobretodo, crueles.
Ellos se han encargado de dar a conocer su existencia a los humanos, la única conclusión a la que he llegado, es que ellos esperan un poco de diversión. Ya sabes, como encerrar una gallina en una habitación grande, correrla y disfrutar sus múltiples intentos por ponerse a salvo y ¡Zas! Que todo sea inútil.
Los humanos tienen mucho tiempo para pensar en los posibles métodos que puedan ponerles a salvo. Y, quizá incluso, eliminar a los invasores. Sin embargo, los humanos no hacen nada de eso, para ellos, solo es un tipo de publicidad, una manera de llamar la atención. Otros dicen que solo se trata de un nuevo invento de las fuerzas armadas, un nuevo automóvil en revisión. Son tan pocos los que realmente creen que es una nave espacial, que desde mi punto de vista, no cuentan.
A diferencia de lo que esperaba sobre este momento, lo único que inunda al mundo es la desconfianza e incredulidad.
«Es IA» «No es real» «Que mala edición» «Hay un poco de vídeo en tu edición» «Inteligencia artificial» «¿Cómo pueden creer que eso es cierto?»
Si antes dudaban de lo que sus ojos veían, ahora, dudan de prácticamente todo. Y eso solo significa una cosa: su perdición.
Sin confianza, no hay esperanza.
Nosotros sin embargo, confiamos en nuestra especie. Yo nunca he visto a otro de mi clase, aún así, sé que ellos harán lo que deben de hacer. Es nuestro motivo en la Tierra.
«Oh humanos, ¿por qué son así?».
Observo nuevamente el reloj sobre la pared del salón, el cual debo de ser la única en mirarlo. Ahora prefieren mirar el móvil que entender a un reloj. Porque, pueden saber muchas cosas, pero no pueden leer la hora.
Suelto un gemido al ver que todavía faltan horas de estudio, las cuales dudo poder soportar. Las materias no me aburren, me gustan, hay muchas cosas interesantes de las cuales aprender. Sin embargo, mi malestar aumenta con cada minuto.
Apoyo mi frente en mis propias manos, mientras trato de concentrarme en una sola cosa a la vez. Pero todo se entremezcla, se revuelve y se agita. Siento que la cabeza va a estallarme en cualquier momento, hasta imagino mis sesos esparcidos por el piso.
Me sobresalto al sentir una mano rodear mi brazo.
—Estas caliente —dice el chico anonado e incrédulo, me mira directamente hacia los ojos y siento que su mirada me traspasa por completo—. ¿Cómo es que..?
Niega con la cabeza y frunce el ceño. Como si estuviera frente a la improbabilidad de su vida.
—¿Algún problema Elías?
Al escuchar la voz de la profesora, reacciono y me libero de los dedos de Elías sobre mi muñeca.
«Estás caliente».
Me tenso al recordar lo que ha dicho.
—Anyeli, está enferma —responde Elías.
De inmediato, todos fijan su mirada en mí. No importa para qué dirección desvíe mi mirada, en todas partes siempre habrá un par de ojos mirándome. Verme con tanta atención, me hace sentir desnuda y expuesta al peligro.
—¿Es eso verdad Anyeli? —cuestiona ella con desconfianza. Aprieto los puños de mis manos, esperando de alguna manera tranquilizar mis aceleradas vibraciones.
—Estoy… —carraspeo al escuchar mi estrangulada voz—. Estoy bien.
Elías suelta una risita que me pone los vellos de punta. Bueno, realmente sería algo similar lo que sucedería si tuviera vellos.
—Está ardiendo —repone él.
«Y quién no ardería teniéndote tan cerca» murmura alguien a mi derecha.
—No es cierto —me quejo mientras me levanto del asiento. Luego le lanzo una mirada matadora al chico a mi lado.
—Debería de no serlo —me responde él, tan bajito que solo yo logro escucharle.
Antes de que logre llegar a una conclusión sobre su comentario, el piso se tambalea bajo mis pies y tengo que dejarme caer sobre el pupitre y sujetarme con fuerza para no caer. A mí alrededor, se escuchan unas cuantas exclamaciones de sorpresa. O quizá de preocupación, no logro identificarlo.
—Debes ir a casa —me susurra la voz de Elías.
No puedo responder, todo me resulta demasiado inestable y no logro formular palabra. Lo próximo de lo que soy consiente, es de ser arrastrada por unos fuertes brazos.
Por unos segundos más, los cuales resultan enormemente largos, todo sigue distorsionado y mi cabeza sigue invadida por agudos pitidos.
Cuando al fin recupero mi estabilidad, tanto mental como físicamente, soy consiente del lugar en el que me encuentro: un desolado pasillo.
—Debes ir a casa —repite Elías.
Le miro, todavía confusa. Luego desvío la mirada a mí entorno, que luce exactamente igual. Nada a mi alrededor se tambaleaba realmente, todo ha sido imaginación mía.
Ahogo un grito de pánico.
«Voy a morir» pienso, sintiéndome patética por ello. Siempre que imaginé mi muerte, era de una manera mucho más dramática, pero esto… me resulta… tan humano.
Cuando vuelvo la mirada hacia el lugar donde estaba Elías, me percato que se ha marchado, y que he quedado sola en el pasillo.
***
—Anderson —llamo desde la puerta de su salón.
Mientras espero su respuesta, rodeo el marco de la puerta con todas mis fuerzas. Siento que estoy por caer, y que al hacerlo, jamás lograré levantarme de nuevo.
—¿Anyi? ¡Anyi! ¿Qué tienes?
Mi rostro es sujetado por unas frías y grandes manos, las cuales identifico de inmediato. Dejo escapar un gemido adolorido y emocionado.
—Estoy… estoy… —Al ser incapaz de decirlo, meneo la cabeza bruscamente—. Creo que estoy muriendo.
Y, como para comprobar mis palabras, caigo de rodillas para tres segundos después, soltar arcadas.
—¡Oh Dios! —exclama alguien desde el interior.
A pesar de mi situación, me siento avergonzada. Esta es sin duda alguna una imagen que no quiero darle a los humanos. No porque me importe lo que piensen, sino porque siento la necesidad de mostrarles que soy superior a ellos.
Pero claramente esta bochornosa situación no es la mejor manera para hacerlo.
—Anyi… —susurra Anderson preocupado mientras sus manos palpan cada centímetro de mi rostro—. Tu piel… tu cuerpo… estás… —No termina la frase, y no es necesario que lo haga.
Es evidente que estoy enferma, y eso lo demuestra mi piel y cuerpo con una alta temperatura.
«Fría, yo debo ser fría» me recuerdo. Pero ese simple pensamiento no hará que mi temperatura baje. Mi problema no es mental, lo que tengo no es siquiera culpa de mi cuerpo.
Es simplemente que, mi regularizador está dejando de funcionar, haciendo que resulte imposible mantenerme con vida en este planeta que no es mío.
El regularizador es tan vital como mi núcleo.
—Debemos… debemos irnos —logro articular y, con mucho esfuerzo logro alejarme de mi vómito.
308 me ayuda a levantarme del piso. A nuestro alrededor, yacen varios curiosos que preguntan qué es lo que sucede conmigo, recomiendan que vaya a la enfermería, o a un hospital, y por supuesto, ignoramos cada una de las palabras que nos dicen.
Al salir al exterior de la universidad, ya no puedo más.
Después de divisar un resplandeciente día, una oscuridad me rodea y me envuelve por completo, hasta cortar cada uno de mis pensamientos.
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