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4

Procuro no volver a botar el huevo.


Como todas las mañanas, preparo el desayuno a la hora del desayuno, justo antes de tomar mis cosas para ir a la universidad. Pero esta vez, a pesar de ser la hora del desayuno me parece extraño e irreal, inestable y turbulento. En mi mente aún estoy en la noche anterior, pensando en mí muerte.


Golpeo el huevo en la orilla de un cuenco, su cáscara se fractura y es momento de vaciar su contenido, pero este se cae sobre la encimera, y me mira con su viscoso ojo amarillo.


Anderson se acerca silenciosamente, me abraza por la espalda rodeando mi cintura y me besa la mejilla.


-¿Qué tienes? -me pregunta mientras me aparta del área de cocina al área de comer, que es técnicamente el mismo sitio.


No tengo el valor de hablarle con la verdad, así que suelto el primer argumento que logro formar.


-Después de enterarme de que han llegado por nosotros debo estar de lo más tranquila ¿No? -pregunto con sorna mientras me sirvo café. Anderson vierte los huevos en la sartén y se vuelve a mí.


-Creí haberte dicho que no pensaras en eso, debes de concentrarte en mejorar tus habilidades, lo demás está en segundo -me dice revisando la torta de huevo. Su tranquilidad al respecto no me ayuda, al contrario, me asusta.


Doy otro sorbo a mí café y me mantengo en silencio. Yo no puedo estar tranquila como él, yo no puedo continuar mis días como antes, y mucho menos, puedo asimilar lo que pasó ayer. Porque ni siquiera sé que fue lo que pasó.


Tampoco puedo asegurar que voy a mejorar mis habilidades, en todo caso podría acelerar nuestra cacería con mis múltiples intentos fallidos. Mi entrenamiento conllevaría el riesgo de ser delatados, provocar algo que llame la atención y conduzcan a eventos "anormales". Es lo último que quiero, aunque mi hermano tiene razón, preocuparme no solucionará nada, entrenarme sí.


Pero por ahora, las alternativas me parecen demasiado riesgosas para ejecutarlas.


La hoja del cuchillo sobre la mesa resplandece con la luz de la mañana, luciendo terriblemente perturbadora. Esperé mi muerte por más de treinta minutos, inerte en la puerta con los ojos cerrados, y permanecí de esa manera por más tiempo, sin embargo nunca pasó nada.


-¡¿Anyi?! -El grito de mi hermano me hace dar un brinco.


-¡Oh! ¿Qué?


-¿Qué diablos te pasa? -pregunta frunciendo el entrecejo.


-Nada, estoy bien -respondo titubeante. Tardo varios segundos en ser consciente que frente a mí se encuentra servido el desayuno, eso me hace reaccionar de lo desconectada que estoy al no percatarme del momento en el que me lo ofreció.


-Te he estado hablando -explica innecesariamente-. Pareces... ausente -añade agitando una de sus manos frente a mí rostro.


-Deja -pido deteniendo su mano-. Solo no dormí bien ¿De acuerdo?


Ladea los labios no muy convencido, pero asiente.


-¿Y qué tal tu visita nocturna? -pregunto llevándome la comida a la boca. Anderson pone mala cara.


-Tiene novio -dice frío y distante. Trato de hacerme a la idea de cuan doloroso pudo haber sido para él, aunque no tengo ningún recuerdo emocional doloroso para comparar, lo clasifico como algo no grato.


-¡Ouch! Eso es un golpe bajo.


-De hecho no. Se sintió acá -dice tocándose el estómago, o más bien el núcleo-. Como si el ratoncillo me hubiese golpeado.


Enarco una ceja inquisitivamente, intentando comprender a qué "ratoncillo" se ha referido.


-¿Desde cuándo hablamos de animales? -le pregunto.


-¿Eh?


-El ratoncillo del que hablas, ¿Desde cuándo ha entrado?


De sus labios se escapa una risita. Cuando hace eso, cuando ríe o tan solo sonríe, se ve precioso, alegre y vivo, pero sobre todo, se ve humano. Cada que yo sonrío, lo hago por dos motivos:


1) Por burla.


2) Por ironía.


Ninguna de las dos es especialmente buena, y ninguna de las dos me hace parecer humana, solo alguien insoportable, alguien que quieres mantener lejos y fuera de tu vida.


Anderson en cambio ha reído por diversión, y no llega a resultar para nada desagradable.


Es justo en este momento que pienso en la idea de tener justo eso, el momento de sonreír de felicidad.


-El chico, tenía aspecto de ratón -responde a mí pregunta, sacándome de mis pensamientos-. Orejas un poco grandes, ojos saltones, pelillo en punta y una piel un tanto... colorada.


Conforme me describe al chico me imagino su aspecto, el cual me parece... curioso y tierno.


Anderson en cambio tiene el cabello lacio y negro, -al igual que el mío-, este le cae sobre la frente y roza sus negras y bonitas cejas. Además de eso es alto y delgado, otra cualidad que compartimos. Ojos brillantes y negros, eso también lo compartimos. Y sobre todo, una pálida piel que no coge color ni poniéndonos directo al sol, otra cualidad que compartimos.


Anderson se ve...


Lo miro tratando de encontrar la manera correcta en la que podría explicar su aspecto con una sola palabra.


Y al fin la encuentro. Anderson se ve corriente.


-No pareces muy afectado -comento volviendo al tema de Paola y su novio el ratón.


-Al menos ella puede estar con quien quiere, eso basta para mí.


Su explicación por poco me deja el huevo atorado en la garganta. Ni siquiera yo misma logro entender el porqué de mi aturdimiento. Podría ser lo humano que es ese sentimiento. O podría ser lo feo y triste que se escucha hablar a alguien de esa manera.


Debido a mi poca experiencia en conversaciones, prefiero guardar silencio y continuar ingiriendo mi desayuno. Él sin embargo, parece continuar dándole vueltas al tema.


Como único método de distracción, termino sujetando el control de la televisión. Al encenderla, me encuentro con las aburridas noticias.


Dirijo mi mirada hacia el reloj de pared, tratando de recordar si es esta la hora en que deben de salir las noticias.


-Anyi -me llama Anderson. Al verle, le encuentro concentrado en la pantalla.


Es entonces cuando comprendo el motivo de las noticias a primera hora de la mañana. El motivo es corto y preciso, quizá exageradamente preciso.


Un avistamiento de alienígenas.


Antes de pueda asimilar lo que estoy viendo, Anderson me arrebata el control de las manos y sube el volumen.


-Por el momento, el Gobierno investiga la procedencia de este extraño y desconocido aparato suspendido sobre este y otros países en el mundo. Las autoridades recomiendan dar información sobre cualquier anormalidad que puedan presenciar.


»Es importante resaltar que hasta ahora, ninguna autoridad a hecho mención de si se trata o no de una nave espacial de otro planeta.


¡«No, no, no!» Dejo caer la cuchara sobre la mesa.


Esto es todo, acá termina la vida cotidiana y, a pesar de saberlo, todavía no me parece la manera correcta. Siempre me imaginé que el inicio sería mucho más brutal, más salvaje, desesperado... sin embargo, ellos parecen tener planes distintos.


Se han puesto en la mira de la raza humana, y eso solo puede significar dos cosas:


1. O son muy tontos.


2. Son demasiado superiores a los humanos.


Y si debo de ser sincera, pensar en la primera opción resulta demasiado patético.


-¿Por qué sonríes?


La pregunta de mi hermano me hace verle. Me llevo las manos a las mejillas y compruebo que, tal y como ha dicho, estoy sonriendo.


Y no bastando eso, me pongo a reír.


-¿Te das cuenta? -le pregunto-. Hoy es el día en que los humanos comenzaran a creer en verdad. Tantos años pensando que son lo único vivo e inteligente sobre el universo... -me corto para reír-. Y justo ahora, comenzaran a decir un montón de tonterías sobre superioridad cuando realmente, ellos tienen siglos de ventaja.


Anderson me mira interesado, y quizá un tanto preocupado. En este momento debe de creer que he perdido la cabeza. Aunque probablemente, es eso lo que ha pasado.


Pero no puedo evitar sentirme un poco contenta con este giro en los acontecimientos, al menos, los humanos sabrán que estamos aquí. Comenzaran a desconfiar entre sí y, sin saberlo, sucumbirán antes de que siquiera empiece el encuentro de especies.


Aunque esto nos pone un tanto peligro, no puedo preocuparme por ello. Los humanos no son nuestro objetivo de Guerra, pero si pueden servir de algo...


-Bien, es hora de irnos -suelta Anderson interrumpiendo mis pensamientos. Por un momento pienso que se refiere a alejarnos de nuestra actual residencia, y quizá, ir a un sitio especial para nosotros.


Sin embargo, ver cómo sujeta su mochila me hace entender que realmente, está hablando de ir a la universidad.


-¿Iremos a clases? -inquiero perpleja.


Hace menos de 24 horas que supe de su presencia y hace menos de cinco horas que los humanos lo saben. Tales hechos me han llevado a la conclusión que de ahora en adelante, la vida cotidiana a pasado a último lugar en nuestras vidas.


Pero como siempre, mis conclusiones no van de la mano con las conclusiones de 308.


Anderson se acerca a mí, acomoda unos cabellos que tengo revueltos y me besa la mejilla. Estos actos me resultan demasiado embriagantes, pero sobretodo, chantajistas.


-Apresura, el autobús no va ha esperarnos.


Como si en este momento no está pasando absolutamente nada, mi hermano se dirige hacia la salida para comenzar el día.


«No es lo correcto» dice mi instinto.


«No es lo correcto» y mi instinto quiere ser escuchado.


Pero no lo escucho. Voy al sofá, sujeto mi mochila y salgo de casa para vivir las que podrían ser nuestras últimas horas de normalidad. Y muy probablemente, de vida.


***



Desde el día en que me vi envuelta en la vida humana, los autobuses van rebosando de personas. La única diferencia entre esos días y el ahora, es el tema de conversación.


Si estuviéramos en otro tiempo, probablemente las noticias tardarían semanas en esparcirse por el mundo, sin embargo, este es el inicio del mundo virtual, al cual yo prefiero llamarle: de la des conectividad de la realidad.


A nuestro alrededor, se encuentra un mundo lleno de plagios, mentiras y conclusiones estúpidas.


Me tomo un momento para observar mi entorno, y no logro encontrar a ninguna persona que no tenga el celular en la mano. No aparte de nosotros, los cuales no contamos.


Ayer, estaban exactamente igual, pero en sus pantallas veían: los diez secretos que no sabías de WhatsApp. Tips para lucir siempre atractiva. Los peores chismes de los famosos.


Hoy en cambio, las redes están saturadas del mismo tema y, raramente, todos lucen realmente interesados.


«¿Estamos al borde de la primera invasión extraterrestre real?»


Logro leer como titular en el vídeo de la chica del asiento contiguo, debido a que tiene los audífonos puestos, no logro escuchar las delirantes investigaciones que pudo haber realizado la persona con el usuario: loquenosabíasdelmundo.


Por un momento, me tomo la molestia de preguntarme qué carajos pueden estar pensando los humanos sobre el tema, porque siendo sinceros, dudo que puedan rozar la realidad.


Todo esto me resulta irritante y cansado, no solo las actitudes de todos los que me rodean, sino también el tener que seguir sus maneras de vivir.


El simple hecho de ir a bordo en un autobús, es exasperante. Aunque para mí propia satisfacción, lo es para los propios humanos.


Subir a este vehículo no solo te sumerge en un sitio donde muy pocos van de buen humor, también te conlleva a la gran probabilidad de no encontrar siquiera dónde poner tu trasero. Y, por si eso no fuera suficiente, tienes que tolerar que el vehículo se detenga cada tres minutos, soportar el llanto de algún niño y, en los peores casos, el mal olor de las personas.


Tengo muchos motivos para querer detener esta desgraciada vida, el punto es, que no es exactamente lo que quiero.


Aunque este mundo tiene muchas cosas horribles, lo que encabeza mi lista de cosas terribles es la extinción completa. La idea de que todo se acabe, de que todo se esfume, de que todo se quede en un recuerdo.


O peor aún, que no quede nadie para recordarlo.


Es entonces cuando el niño que llora, las personas apestosas y amargadas, ya no resultan tan desagradables.


Desagradable es pensar que pueden desaparecer del planeta, y sobretodo, que yo no pueda hacer absolutamente nada al respecto.


El autobús hace una de sus típicas paradas, pero en esta ocasión, sube una persona que me hace alzar las cejas sorprendida. A mi lado, Anderson se pone tenso, lo cual no me sorprende en absoluto, porque la persona que ha abordado es Paola Sain.


Ella no ha subido a un autobús antes, no que yo recuerde, pero ahora ahí está ella, tomando asiento a tan solo dos sillones por delante de nosotros.


Pero eso no es exactamente lo que logra desconcertarme, al menos no tanto como lo hace la actitud del chico a mi lado, un chico completamente desinteresado.


«Tiene novio» dijo en la mañana, pero estoy segura que su desinterés no se debe a ello. Me comienzo a sentir mareada, y en esta ocasión no es causa al autobús.


«Esto es el inicio -me digo. Me echó hacia adelante para poder apoyar mi cabeza en algo estable-, y nuestra naturaleza conlleva a soltar las cosas que más nos importan. Es nuestra misión».


Extiendo mi mano hacia la pierna de 308, le doy un breve apretón en muestra de apoyo. Aunque él nunca logró entablar una relación con la chica frente a nosotros, sé que le duele la pérdida de aquello que nunca pudo, ni podrá tener.


Justo ahora, viendo con mis propios ojos como él mantiene su mirada lejos de ella, sé que nuestro deber está por sobre nuestros propios sentimientos y deseos.


Y entonces recuerdo a Matías, otra vez. El único humano que supo nuestra naturaleza sin llegar a perder la calidez y la confianza en nosotros.


Porque éramos una familia. Pero ahora...


-Tenemos que bajar ya -informa mi hermano.


Aspiro una bocanada de aire antes de ponerme de pie.


Al salir al exterior, no puedo evitar estudiar mi entorno con esmero y atención. Visualizar cada pequeño detalle, cada manera de libertad. A diferencia de las otras especies, que normalmente tienen un patrón con el cuál vivir, los humanos tienden a cambiarlas constantemente debido a su gran necesidad de querer encajar.


En un repentino sentimiento, termino sacando mi celular del bolsillo para tomar una fotografía. Aunque la apariencia de la universidad no es específicamente bonita, ahora me resulta como una obra de arte.


A mi lado, Anderson me observa interesado. Le miro a los ojos y tenemos una breve conversación silenciosa, en la cual llegamos al acuerdo que ninguno de los dos preguntará al otro sobre sus sentimientos.


Comenzamos a avanzar en dirección a nuestros salones, viéndonos en cuestión de segundos sumergidos en la marea de estudiantes, que muy probablemente, no lleguen a finalizar sus carreras profesionales.


«No seas tan negativa» me digo, pero estoy consciente que pensar en un futuro es sobrepasar los límites.


Antes de desvanecer el último metro entre mi salón y yo, la voz de una persona a un extremo dice:


-Botas otra vez mis lentes.


Doy un respingo en mi sitio antes de mirarle ceñuda.


Elías, me observa con una leve sonrisa de diversión, la cual no logro descifrar si es a causa de mi asustadiza reacción, o mi genuina confusión ante lo que ha dicho.


Como todos los días desde que lo conozco, lleva su cabello perfectamente peinado con gel. Sobre su recta nariz yacen sus lentes completamente impecables. Estudiar tales detalles me toma tan solo cinco segundos, pero me detengo más de lo necesario en detallar su morena -y llamativa- piel.


Cuando logro al fin terminar mi corto -e innecesario- estudio a su aspecto, me concentro nuevamente en fulminarle con la mirada.


-¿Qué has dicho?


El chico se rasca la barbilla antes de soltar perezosamente:


-Dije: botas mis lentes otra vez.


Por la diferencia de estatura tengo que levantar la cabeza para mirarle a los ojos. A pesar de que no soy pequeña, aún me sobrepasa de tamaño. Repito mentalmente lo que me ha dicho, pero no logro entender cuál es la intención de tan ilógico comentario.


-No lo entiendo -le informo, aunque realmente no tengo interés de seguir hablando con él.


El chico sonríe, como si antes de haber hablado hubiese sabido lo que diría. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que realmente, sólo está bromeando conmigo.


Estoy a punto de soltar una protesta, pero él se adelanta en hablar.


-No prestas atención, sí lo hicieras, te percatarías de la diferencia. Entiendes las cosas de la misma manera cuando no lo es, sí haces eso, lo harás mal -suelta, de una manera tan poco detallada que pareciera que hablamos de un tema desde hace mucho. Tanto que es innecesario dar detalles del contexto.


Del bolsillo del pantalón, saca un pequeño empaque brillante, del cual saca un chicle que se lleva a la boca. Y sin más, entra al salón sin siquiera dirigirme una última mirada.


-Rarito -susurro a sus espaldas, molesta por su extraña actitud.


⟨Sobrevivir y pelear⟩.


Hemos sobrevivido.


⟨Cumplir su misión⟩.


Nuestra misión: eliminar a los Anvibios


***


Por un momento, siento que no podré soportar la última clase. Me invade la sensación de tener todo mi cuerpo ardiendo en llamas, el calor resulta demasiado sofocante, tanto que incluso me es difícil respirar.


Bebo nuevamente unos sorbos de agua, los cuales no llegan a ser de mucha ayuda. De esa manera, pasan los minutos hasta que al fin, suena la campana y da por finalizado las clases del día.


Me apresuro a sujetar el bolso, pero antes de que logre levantarme del pupitre una voz frente a mí me detiene.


-Anyeli ¿No? -Levanto la vista, encontrándome con la chica delante de mí. Tiene los brazos apoyados en el espaldar de su asiento, especialmente para mirarme.


-¿Si? -inquiero, demasiado cansada para fingir amabilidad. A ella sin embargo, poco le importa mi brusquedad.


-¿Has visto las noticias? -pregunta, sorprendiéndome por la normalidad para dirigirme la palabra.


-Si te refieres a los noticieros, sí. Si hablas de los múltiples informes poco confiables de internet, no.


Ella hace un mohín con sus rechonchos y pintados labios.


-Los noticieros tampoco son muy confiables.


-Sí, como digas.


-¡Espera! -chilla, evitando que pueda moverme de mi sitio-. Quiero hablar contigo.


Enarco una ceja, con real interés. Yo no he sido buscada anteriormente para entablar conversaciones y, escuchar como ella quiere hablar conmigo me resulta anormal, e intrigante.


-¿Sobre qué? -cuestiono, para luego abanicarme inútilmente con mi propia mano.


-Te he visto -declara, haciendo que me ponga tensa de inmediato.


-¿Podrías ser un poco más específica? -pido, ocultando lo mejor posible el pánico-. Porque podrías haberme visto de muchas maneras, quizá incluso haciendo pis.


Como si hubiese dicho una broma, ella se pone reír.


-No, no me refiero a eso... -calla, y me observa titubeante-. Hablo sobre lo que está pasando y tu poco interés al respecto.


-¿Sobre la supuesta invasión alienígena? -Asiente con la cabeza mientras se muerde el labio-. ¿Por qué debería de meter mis narices en ese asunto?


-Es lo que todos hacen -comenta encogiéndose de hombros-. De eso quería hablar. ¿Por qué tú no te preocupas por lo que pueda pasar?


«Porque sé qué es lo que va a pasar» pienso.


-Sí me preocupo -repongo-, pero eso no significa que comience a ver el montón de tonterías que suben en internet.


La chica ladea los labios sin estar convencida de mi respuesta. Suspiro y vuelvo a intentar refrescar mi acalorado cuerpo.


-¿Crees que se trate de algún experimento? ¿Qué es un asunto de los gobiernos y por ahora prefieren ocultar sus verdaderas intenciones?


Me quedo inmóvil ante sus cavilaciones.


-¿No crees en los extraterrestres?


-¿Tú sí?


Frunzo el ceño. Hasta ahora, no me había imaginado recibir esa pregunta.


-Sí.


-Para creer en los extraterrestres, no pareces nada interesada por su "nave" -comenta, haciendo énfasis en la última palabra.


Ante su incredulidad, me invade el sentimiento de restregarle lo ingenua que es. ¿Quién soy yo para limitar mis deseos? Exacto, nadie.


-Te diré el porqué de mi desinterés. Siempre he sabido de su existencia, siempre he estado consciente de que este día llegaría. Cada hora me preguntaba en qué momento comenzaría todo. ¡Y tarán! Acá los tenemos, justo por encima de nuestras cabezas.


»No importa cuántos vídeos veas, ninguno conoce lo que realmente va a suceder. ¿Pero sabes? Eso está a punto de acabar, pronto no quedará nada de lo que conoces y...


Me interrumpo al escuchar su sonora carcajada.


-Oh Dios para, para -respira apresuradamente tratando de retener la risa-. Lo estás tomando muy enserio ¿No? Siempre creí que eras una friki pero esto...


-¿Te estás burlando de mí? -pregunto estupefacta-. No es lo más sensato cuando tu vida...


-Anyeli.


De pronto, la voz de una tercera persona corta mi argumento. Me vuelvo hacia él y nuevamente le lanzo una mirada de reproche.


-¿Qué? -le espeto sin ocultar mi irritación.


Para entonces, la chica ha dado por culminada nuestra conversación, perdiendo la oportunidad de vengarme por su atrevimiento. Y debo de resaltar que todo es culpa de Elías.


La chica sujeta sus cosas y se aleja de nosotros conservando su desagradable sonrisa.


«¿Por qué tengo que salvarte?» pienso mirando enojada su ancha espalda.


-Anyeli -me vuelve a llamar Elías.


-¡¿Qué?!


Ante mi grito niega con la cabeza, como si mi actitud fuera demasiado infantil. En otro momento, me esforzaría más por no llamar la atención, pero ahora, lo único que quiero es despejarme de este abrazador calor.


-¿Sabes la diferencia ahora? -pregunta mientras gira el escritorio de enfrente para quedar cara a cara conmigo.


-¿Cómo? -inquiero, confusa por su inesperada pregunta, y también por su extraño interés por hablarme.


«¿Qué le ha dado a todo el mundo?».


-¿Has analizado lo que dije en la mañana?


Frunzo el ceño al saber de qué está hablando. Para ser sincera, no creí que sus palabras fueran el inicio de un tema de conversación. Para empezar, ¡sus palabras no tuvieron sentido!


-No me dijiste que lo hiciera -respondo tajante, esperando que note mi mal humor y se marche, o al menos, me deje marchar.


Pero mi mal humor pasa desapercibido ante él, o si lo ha notado, no le importa para nada.


-Hmmm -murmura aburrido, lo cual me molesta demasiado-. En ese caso, hazlo ahora.


Al escucharlo alzo las cejas sorprendida y suelto una risita nerviosa.

«¿Pero qué se cree?». Su actitud, me deja completamente perturbada.


-¿Disculpa? -pregunto con fingida incredulidad, porque lo que realmente siento es estupefacción.


-Analiza lo que dije en la mañana -repite.


-¿Y por qué debería de hacerlo? -protesto a la defensiva, detestando la actitud ante mí. Entre las cosas que menos me imaginé que iban a pasar, esta situación encabezaría la lista.


No esperas que alguien llegue de repente y comience a darte instrucciones de lo que tienes que hacer. No es normal.


-Tú solo hazlo.


Sus palabras, me suenan como una orden que debo sí o sí acatar. Por un momento me planteo levantarme del asiento y marcharme sin dirigirle una mirada, pero luego, me pregunto el porqué de sus palabras y de su insistencia.


Sobretodo, cuando él y yo no hemos tenido ningún tipo socialización entre nosotros. Como he dicho, eso no es normal.


Así que hago lo que nunca pensé hacer ante los humanos: cedo poder.


Paso la lengua sobre mis resecos labios y trato de rememorar el momento en que él y yo, nos encontramos durante la mañana. Para su suerte -o quizá para la mía- mi cerebro todavía es capaz de recrear el recuerdo con presión.


⟨ -Botas otra vez mis lentes -dijo, tan de repente que di un respingo.


-¿Qué has dicho? -pregunté después de darle un breve estudio.


-Dije: Botas mis lentes otra vez -repitió, con aquella voz que tocaba mis casillas.


-No lo entiendo⟩.


Ahora que lo pienso, debí fingir que sí había entendido.



«Botas mis lentes otra vez -repito mentalmente-. Botas otra vez mis lentes»


Y, tras repetir otras tres veces, me percato de la mínima diferencia en sus palabras. Misma frase, diferente orden, distinta idea.


-Pregunta y afirmación -digo, tratando de atar cabos y comprender sus intensiones-, esa es la diferencia. Dijiste: Botas otra vez mis lentes, lo cual suena a pregunta. Mientras que: Botas mis lentes otra vez, es afirmación, es un hecho.


Él en respuesta hace tamborilear sus dedos sobre mi mesa y dibuja una nueva sonrisa en su rostro. Cuando me mira directamente a los ojos, me siento completamente expuesta, como si detrás de sus pupilas se encontrara un escáner que puede leer más de lo que puedo estar consiente.


-Felicidades -dice-, acabas de descifrar el secreto.


Se levanta del asiento y se acomoda el abrigo. Le sigo con la mirada, todavía con el ceño fruncido por sus extrañas e ilógicas palabras.


Por un momento siento el impulso de preguntar: ¿Qué secreto? Pero, al saber que eso conllevaría a un intercambio de otras palabras, me retengo. Me da la espalda y da un paso hacia el frente, y de pronto, cómo recordando algo a último momento da un respingo y se vuelve a mí, y hace lo último que pude haber esperado que hiciera.


Extiende su mano y apretuja uno de mis labios.


Cada uno de mis músculos se tensa, de una manera que no lo han hecho en ningún otro momento.


-Sigue analizando, eres buena en eso -comenta sin apartar la mirada de mis ojos y sin inmutarse por mi frialdad.


Yo no puedo hacer otra cosa que no sea mirarle aterrada por lo arriesgado que puede resultar su tacto. Una sola caricia podría delatarme y, sin embargo, Elías no muestra ninguna muestra de estar dudando de mi naturaleza. Aunque claro, quizá esté siendo demasiado paranoica con este asunto, los humanos no tienen porqué sospechar de la naturaleza de lo que les rodea cuando estos son, casi por completo idénticos a ellos. Y mucho menos, solo por lo frío de sus labios ¿Verdad?


Para tranquilizarme, me digo que no.


Cuando por fin logro recuperar la estabilidad en mis miembros y la capacidad de pensar con claridad, me doy cuenta que ya han pasado más de diez minutos desde que sonó la campana. Diez minutos en los cuales olvidé mi enfermizo estado.


«Todo estará bien» me digo, aunque sé perfectamente que no es así. Lo que estoy sintiendo, es un síntoma que está fuera de lo normal en mi naturaleza.


Aunque desconozco el porqué de mi repentino estado, soy consiente que no puede ser nada bueno. Siento una opresiva sensación en el pecho, la cual me resulta más allá de mi físico.


Cuando salgo al pasillo, me encuentro totalmente sola.


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