19
Detengo la motocicleta y respiro profundo. Mis manos tiemblan en el timón y no puedo hacer otra cosa que hiperventilar. Elías afloja el agarre soltando un leve quejido.
—¿Estás bien? —pregunto mientras hecho mi cabeza hacia atrás para verlo, Elías alza la vista y su rostro queda demasiado cerca, tanto que el vaho de su respiración me choca en las pestañas.
Niega con la cabeza mientras se lleva la mano al hombro lastimado, el cual está bañado en su sangre.
Elías opta por bajar de la motocicleta, yo lo imito descendiendo. Elías se deja caer y se apoya contra la pared, se ve pálido y débil. Desesperada me paso la mano por el pelo.
—No te muevas —le pido—. Buscaré una farmacia.
—Ni siquiera sabes dónde estás parada —me reprocha apretando los dientes, debe estar muriendo de rabia por estar en esta situación.
—Cállate —espeto dándole una mala mirada, se limita a cerrar los ojos.
Doy unos pasos hacia atrás con la vista en él, antes de salir corriendo en busca de algo que pueda ayudarme. Está es la primera vez que me muevo sin su compañía.
La sensación de ser tomada por sorpresa por unas viscosas manos se apodera de mi mente, con tanta ímpetu que me llevo la mano a la pistola en mi cintura.
Mi principal temor es olvidar la ubicación donde he dejado a Elías, y no volverlo a encontrar, y quedarme sola, y, y, y…
Todas mis preocupaciones se esfuman al ver al otro lado de la calle un local con toda la pinta de farmacia. Corro hacia ahí olvidándome de cualquier ataque sorpresa.
La farmacia está abandonada, pero para mí suerte tiene muchas cosas en su interior. Guardo el arma a su anterior sitio, para buscar algo en el cuál guardar el nuevo botiquín. Comienzo a vaciar los estantes y meter los medicamentos en el interior de bolsas de plástico, entre vendas, pomadas y pastillas.
Al otro extremo veo la montaña de cajas, a las cuales me aproximo para ver su interior, encontrándome con diversos bisturí.
Tras un largo análisis saco la navaja más grande, para luego guardarlo dentro de mí ropa. No estoy segura de cuál pueda ser su uso, pero uno de mis instintos me lleva a conservar el objeto filoso conmigo.
Al salir al exterior, siento la sensación de que alguien me observa, pero todo mi entorno parece tan silencio como un cementerio. Nunca he estado en este sitio, y no tengo la menor idea de qué sitio era este antes de su llegada.
Solo se escucha el ruido de las botas chocando contra el asfalto, también el viento soplando los pocos árboles que se encuentran alrededor.
De pronto llega a mis oídos un silbido suave, casi silencioso, un movimiento a mis espaldas, y luego… el sonido de un disparo, resonando en cada una de las paredes.
El cuerpo me da un brinco antes de comenzar a correr. El pánico se apodera de mi cuerpo, haciéndome sentir la sensación de que el estómago se me saldrá por la boca.
Los pasos se escuchan a mis espaldas, pero no tengo el valor de darme la vuelta y ver a mis inesperados e inusuales atacantes. El peso en una de mis manos desaparece, es entonces cuando me percato que una de las balas ha impactado contra la bolsa haciendo que todo en su interior se desplome contra el suelo.
Me detengo en seco, no puedo irme sin esos medicamentos.
Recojo lo más importante y lo que cabe dentro de mis manos, antes de comenzar nuevamente mi huida echo un vistazo y veo a un chico muy mucho mayor que yo, pero evidentemente él no tiene la intención de detenerse e indagar al respecto.
Intento correr y seguir con mi fuga, sin embargo el paso se me ve cerrado por una segunda persona, la cual me aprisiona entre su carne caliente y un poco fétida.
—¡Suéltame! —exijo moviéndome bruscamente, en un intento fallido por librarme de su agarre.
—¿Quién eres? —me pregunta alguien más.
—¿Y a ti que te importa? —siseo molesta.
El sujeto no parece muy tolerante a las subidas de tono, al menos eso me demuestra al promocionarme una fuerte cachetada en la mejilla izquierda.
Tremendo golpe me deja aturdida y desubicada por unos segundos. Inclusive me pitan los oídos, veo borroso y distorsionado.
—¡Ey déjenla! —grita una voz de un chico a la distancia. Voz que se me hace conocida pero la cachetada aún me tiene el cerebro dando vueltas.
—Sabes como son las cosas Julián —replica el hombre que aún me tiene agarrada, con más fuerza de la que realmente es necesaria.
Julián…
Al recordar ese nombre levanto la vista para corroborar si de él se trata. El chico me sonríe para luego endurecer el gesto a la persona que me sostiene, éste de inmediato me suelta y caigo de cara contra el suelo.
—¡Oye! No la trates de ese modo, es mi amiga —le reprocha.
Se acerca a mí y me ayuda a levantarme, su mano me toca la espalda y cintura de una manera que me incómoda y me obliga a apartarme de inmediato de su cercanía.
Al volver la vista ha su rostro, solo veo intriga y seriedad.
—¿Qué haces aquí, Anyeli? —cuestiona tratando de sonar casual. Algo en él me hace sentir cohibida, pero solo lo tomo como un efecto por lo extraño que me resulta encontrarlo aquí.
—Quise buscar respuestas —digo masajeando mi brazo doliente, la mirada de todos se pone en mí—. Fui a la universidad… o más bien esa era mi intención. —me precipito a aclarar al ver el extraño gesto que los cinco hacen al escuchar sobre la universidad.
«No metas la pata Anyi»
—No pude hacer tal cosa ya que un tipo loco que estaba en el sitio le disparó a mi amigo.
Los ojos de Julián bajan a los medicamentos esparcidos sobre el suelo.
—¿Y dónde está tu compañero? —pregunta con intención. Aparto los cabellos de la cara antes de responder:
—Probablemente muriendo.
***
Afortunadamente Elías sigue con vida. Éste levanta la cabeza y abre los ojos al escuchar nuestros pasos, sus cejas se ciñen de manera confusa y sus ojos inspeccionan a todos mis acompañantes. Al llegar a mis ojos me mira diciendo: cuidado.
—¿Es él? —pregunta Julián con la vista en Elías. Asiento con la cabeza sin querer dar detalles al respecto—. Ram, encárgate de su estado —pide hacia un chico de rulos y pecas.
—¡No! —chillo de manera frenética, provocando que el montón de desconocidos, incluido Julián; me observen con malicia.
—¿Algún problema? —cuestiona Julián enarcando una ceja. Algo anda mal, y lo único que puedo hacer es fingir que no me doy cuenta de ello.
—Sí —digo y trago grueso—. Él está demente —declaro señalando a Elías, éste ríe energético y desquiciado, dando validez a mi palabra.
—Si uno de tus putos hombres me toca, me aseguraré de matarlo.
Julián tuerce el gesto pareciendo un tanto consternado.
—¿Entonces tú lo curaras? —pregunta hacia mí.
—Eso creo… —Elías chasquea la lengua.
—Me estoy desangrado inútil, mueve tu culo y has algo productivo.
—Si no fueras tan idiota haría algo reproductivo por ti —me quejo mientras le quito las cosas al hombre que me golpeó.
—Reproductivo ¿Eh? —inquiere Elías burlón.
—¿Cómo? —cuestiono frunciendo el ceño.
Elías se echa a reír achinando sus ojos. Me vuelvo hacia los extraños para comprobar que no nos apuntan con sus armas, pero ellos parecen desinteresados. Claro, porque la única que nota lo extraño en Elías soy yo.
—Cállate o harás que nos dejen un hueco en la cabeza —me quejo.
Con la ayuda de una navaja rompo la manga de la camisa que viste, dejando al descubierto el hueco. Mojo una toalla y limpio la herida, para luego desinfectar con alcohol, esto le hace rechinar los dientes y tensar los músculos.
—No habría sido necesario romper la prenda si te hubieses quitado la camisa —opina Julián cuando nos acercamos.
—Y a mi me vale un camión de mierda tu opinión al respecto —Sisea Elías mientras menea un poco los músculos. Muerdo el labio incómoda por la situación.
—Emmm… ¿Y dónde se quedan? —cuestiono hacia Julián, el cual aún mira con veneno a Elías.
—En el sitio donde nos encontraste.
—Solo fui a buscar medicinas y tus hombres me… —al ver su mirada recia me retracto—. Y fue dónde te encontré ciertamente.
Julián sonríe complacido y Elías disminuye la distancia entre nuestros cuerpos. Debemos liberarnos de estos sujetos lo más rápido que nos sea posible.
La casa de Julián era grande, lujosa, sin embargo también era sucia y desordenada. Habían armas por todas partes, tanto Elías cómo yo optamos por mantener la vista lejos de ellas y parecer unos simples e ingenuos niños.
—¿Se conocen antes o después de esto? —pregunta Julián mientras se apoya en la pared para estudiarnos de mejor manera.
—Antes —respondo, justo en el momento en el que Elías dice:
—Después.
Mis músculos se contraen y mi mente se distorsiona. Si hace una pregunta más en la cual nuestras respuestas no sean iguales, terminaremos muertos. Miro a Elías de mala manera por su mentira.
—¿Antes o después? —insiste Julián acariciando la culata del arma.
—Después —dice Elías.
—Mientes —repongo yo—. Fuimos compañeros maldita sea —digo histérica.
—¿Y? En ese entonces no sabía lo molesta que eras —repone él con tono neutro—. Más ahora, eres peor que alergia.
Julián suelta una risilla.
—¿Ustedes se odian o se gustan? —pregunta mirando entre Elías y yo.
—¿Naciste insoportable o te convertiste en insoportable? —le espeta Elías de vuelta, antes de salir por donde entro.
—Al menos no lo negó —me dice Julián.
Llega el anochecer y nos llenamos el estómago de pasta y comida enlatada. Los sujetos que nos rodean se mantienen en su propio mundo, disparando sin éxito a múltiples dianas.
Elías y yo nos posicionamos en una sola habitación, aunque estoy cansada no me parece oportuno pegar el ojo rodeada por estas personas.
—¿Mejor? —pregunto mientras me inclino hacia Elías, comprobando que el sangrado se ha detenido.
—Por suerte sí —responde aún con la vista sobre Julián, que habla en la otra habitación pero se ve desde la puerta—. Sabes que hacer en caso de que algo vaya mal ¿Verdad? —cuestiona hacia mí.
Habíamos practicado eso varias veces, debía sobrecargar mi cuerpo de energía para que el suyo se sintiera atraído por el mismo, como dos imanes. De esa manera los dos sabríamos si iba algo mal con el otro.
—Ciertamente.
Elías asiente satisfecho.
—En ese caso duerme —sugiere, antes de que diga algo añade—: yo me quedaré en guardia.
Me recuesto en la cama dispuesta a dormir, si él se queda despierto el escenario pinta de otro color. Antes de que se levante de la cama le detengo con una mano.
—Quédate —pido en medio de un bostezo. Y así lo hace.
Cuando despierto aún es de noche. Elías se mantiene en guardia a mi lado, sin percatarse que he despertado, acaricia mi mano, muñeca y parte de mi brazo, distraído y sumergido en sus pensamientos. Aprieto su muslo para indicarle que estoy despierta, él alza la vista y detiene el movimiento de su mano de inmediato.
—¿Qué hora es? —pregunto.
—Una de la mañana.
Me siento en el colchón y acomodo mi cabello. El lugar está tan silencioso que parece que somos los únicos en gran extensión.
—Deberías dormir también —le digo—. Ya he descansado suficiente, siendo sincera el que debe estar más cansado eres tú, no yo —añado con una risilla.
Elías abre la boca para decir algo, pero se detiene y la vuelve a cerrar. Termina por recostarse en la cama y cerrar los ojos, verlo de esa manera me hace acercar la mano a su cabello, para entrelazar mis dedos entre las hebras suaves y oscuras.
Se queda dormido casi de inmediato. Me hago un ovillo a su lado, pensando en mi hermano, y lo que sería de mí sí él estuviese a mi lado.
Levanto la vista alarmada al ver que alguien se aproxima, es Julián quien lo hace y mira receloso al chico dormido a mi lado.
—Anyi, necesito hablar contigo —informa usando el diminutivo que mi hermano usaba, haciendo que algo dentro de mí se oprima. Miro de soslayo a Elías, pensando en la posibilidad de seguir a Julián o quedarme hasta que él despierte. Opto por seguir a Julián a la salida.
—¿Sobre qué quieres hablar? —pregunto al salir al exterior, donde hace frío y está oscuro.
—Las preguntas cuando lleguemos —responde sin volverse hacia mí. Comienzo a concentrar la energía en mi cuerpo, presintiendo que algo puede pasar en este repentino alejamiento.
—¿A dónde me llevas? —pregunto sin poder ocultar mi nerviosismo.
—¿Cola que te pisen Anyi? —inquiere entre risilla burlona, me detengo de inmediato sin querer continuar.
—Esto no es grato —reprocho dando unos pasos hacia atrás, algo que no pasa desapercibido por él.
—Solo quería charlar contigo un poco, lejos de ese montón de… ilusos —suelta negando con la cabeza. Parece que se está lamentando internamente, por algún motivo no quiero imaginar su desdicha.
—¿Y sobre qué quieres charlar? —insisto cruzándome de brazos.
Se lleva un dedo a sus labios y me ordena silencio. Se arremanga la camisa dejando sus brazos a mi vista, donde puedo divisar un tatuaje el cual hace que mi respiración se acelere.
—¿Sabes que es eso Anyi? —pregunta mientras se acaricia el tatuaje en toda su simetría.
No tengo ganas de responder, solo de salir corriendo de este sitio, e irme lejos a un lugar tranquilo, dónde no tenga que luchar contra nadie, y dónde no tenga que recordar que no soy una humana.
Pero no puedo hacer eso, porque es algo que no está dentro de mis opciones. Así que con mi vista nerviosa sobre el tatuaje de nuestro “regularizador” niego con la cabeza.
Está vez me concentro más en la energía de mi cuerpo, rogando al Dios de los humanos piedad por mí, un ser que probablemente sea obra suya. Y mis pensamientos solo demuestran lo aterrada que estoy, hablando de religión cuando tengo la cabeza vacía.
Pero necesito algo, que Elías me sienta.
Me mira cruelmente. —Mientes.
Levanto la vista hacia su rostro, el cual está tan frío como mi organismo, pero a diferencia de mi, es por crueldad y no por naturaleza.
—No lo sé —respondo con tono aguado, victimizándome un poco en espera de clemencia.
—¿Quieres que te lo explique? —cuestiona sacándose un radio del pantalón.
Entiendo sus intenciones de inmediato. Solo me limito a ver al joven frente a mis ojos, el cuál un día mi hermano consideró su amigo, el cuál yo considere como objetivo a proteger, por el simple hecho de ser un humano.
¿Pero realmente lo es?
No me había cuestionado esto antes, para mí todos eran humanos, por el simple hecho de pertenecer a la misma especie. Sin embargo ahora que vivo esto en carne propia, que siento el temor y rencor palparme las mejillas; me doy cuenta que no es así. Humanidad es más que una especie, es una manera de vivir.
—Eso sería magnífico, sin duda —digo con precaución, sintiendo el peso magnético de algo en mi trasero. Frunzo la cejas por eso, mientras trato de hacer memoria de qué diablos tengo ahí.
—Esto, mi quería Anyi, es la marca de esas cosas —sisea Julián apretando los labios. Sus ojos no dejan de estudiarme de manera sospechosa.
—¿Y esas cosas son? —inquiero mirando el tatuaje inquisitivamente, sabiendo el peso que conlleva tener esa marca.
—Moustros —Esta vez soy yo quien aprieta los labios. Yo no soy un moustro, ni lo pretendo ser, estoy aquí para acabar con los verdaderos moustros, y defender un mundo inocente.
—¿Cómo sabes eso? —pregunto con ojos entrecerrados.
—¿No has visto lo que han hecho? —pregunta entre risas. Puedo inclusive oler su repulsión por nosotros—. ¿No fuiste participé de eso Anyi? ¿No fuiste quién mato a todas esas personas allí afuera?
Su acusación me impacta. No por las muertes que ha mencionado, sino por la manera en la que me ha dicho: se lo qué eres.
Físicamente cumplo con la imagen de una humana, y en ningún momento pudo haber visto mi regularizador, a menos que…
Busco su mirada envenenada, y recuerdo el momento en el que me levanto del suelo, el momento en el que sus manos tuvieron contacto con mi cintura.
Estoy tan convencida de que fue ese el momento en el que sintió mi marca así como él le llama.
—Yo no hice nada —replico en defensa—. Y tus suposiciones son absurdas.
—¿Sabes que es lo que creo yo? Qué tú eres una mina de mentiras. Tú realmente sí fuiste a la universidad, y tú amiguito fue herido por el loco de Marcus.
Mi rostro refleja una genuina confusión. ¿Marcus? Que no era … oh… Ahora mi enojo se convierte en miedo, Julián conoce al sujeto chiflado, y Julián está con el mismo estado mental.
—Sí, fue así. Y eso no tiene nada que ver con lo anterior, [nosotros] no somos moustros, todo el maldito caos lo provocaron los Anvibios, no nosotros. ¿Escuchaste? Así que deja tus suposiciones de mierda dentro de tu boc…
Por segunda vez en el día recibo una cachetada, dejo escapar un chillido al sentir mi mejilla ardiendo.
—Tú mataste a mis amigos, a mi familia ¡Destruiste todo lo que conocía maldita perra! —grita furioso.
No bastándole eso me proporciona una trompada en el estómago haciendo que caiga al suelo entre quejidos y espasmos.
Entre todo mi meneo en el suelo, el objeto en el bolsillo se me encarna en la piel; cortándome con su fría hoja. Ahora sé perfectamente lo qué es, y estoy dispuesta a usarla.
—Ahora Anyi, déjame decirte lo que pasará. Te llevaré con Marcus para que haga los estudios que se le vengan en gana, y yo a cambio me mantendré tranquilo en este lugar, cazando a los de tu clase y acabando con sus repugnantes vidas.
—Repugnante tú —mascullo.
Julián me ignora y enciende la radio.
—Ey, Julián ¿Qué sucede? —pregunta una voz al otro lado, Julián me mira con malicia.
Mi cuerpo actúa por impulso propio, lanzando el bisturí directo a su garganta, haciendo que de la misma emane sangre.
Antes de que suelte la radio para llevarse las manos al cuello, ésta le explota. No por acto mío. Retrocedo con mi vista en las botas que visto, las cuales están pringadas por destellos carmesí.
«—No mataré humanos» dije días atrás»
«—Cuando estés entre la vida y la muerte lo veremos» respondió el chico que se aproxima.
—Solo camina —ordena Elías rodeando mi cintura para luego obligarme a mover los pies. Doy un último vistazo a mis espaldas, viendo cómo Julián hace el intento de decir algo.
Dije que no era un moustro, y ahora la persona a la cual se lo dije se está muriendo asfixiado por su propia sangre. Entonces… probablemente sí sea un moustro.
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