18
El avance continúa hacia nuestro destino, siendo las ruedas del vehículo lo único que hace ruido. Internamente quiero que Elías encienda la radio, e incluso no me importa si pusiera su escandalosa música.
Extrañamente él no lo hace, y prefiero no preguntar el porqué. Cualquier repuesta que pueda darme no sería muy grata para mí.
Porque estoy tan nerviosa que me tiemblan las piernas por la ansiedad.
Siento una sensación extraña, parece que las calles se hacen cada vez más estrechas y las paredes más inclinadas hacia nosotros a tal grado de casi dejarnos sepultados.
Claramente eso solo pasa en mi imaginación, pero lo aterrada que me encuentro es simplemente, demasiado.
Estas calles que en su mayoría conozco de memoria, me parecen ajenas. Las construcciones parecen pertenecer a un mundo distinto al que había conocido. La causa es el vacío.
Elías no parece tan tranquilo como de costumbre, pero al menos sabe cómo controlarse un poco.
En este momento estamos casi llegando a la universidad, la sensación intranquila aumenta más y no puedo imaginar lo que sentiré al llegar al sitio.
—Mantén la vista dentro del auto —me advierte Elías mientras estira un brazo y hace que baje la mirada.
A esas alturas debería de haber pensado mejor en las palabras para decirme algo así, tengo la mala costumbre de hacer justo, lo que no quieren que haga.
Me arrepiento en el momento en el que mis ojos vieron el exterior.
—¡Te dije que no lo hicieras! —grita él molesto. No tengo ni aliento para defenderme o reprochar, estoy atónita.
Estamos en medio de un mar de cadáveres. A estas alturas he visto ya suficientes como para manejar la situación, pero esto no es lo mismo, estás personas las he conocido. E inclusive hablado. ¿Cómo puedo solo pasar sobre ellos como si fuesen basura? Claramente no soy capaz de hacerlo.
Hago lo que Elías me pide, mantengo la cabeza con la vista hacia algo que no sea el entorno. De esa manera llegamos al fin a la universidad, que en tan solo unas semanas antes, era en su totalidad esplendorosa. Radicalmente toda esa aura pintoresca se ha convertido en escombros.
Al bajar del auto las botas se me llenan de ceniza y las fosas nasales del fétido olor a muerte. Siento arcadas. Elías arruga la nariz y hace una mueca de asco.
Frente a nosotros yace la entrada, llena de penumbra y silencio.
—No estoy segura de querer entrar ahí —digo viendo la oscuridad en las ventanas del lugar. Elías ladea la cabeza y se rasca la barbilla.
—De hecho nunca estás segura de nada —repone él.
Pude haber gritado alguna ofensa por ello, pero la sensación de peligro no me lo permite.
Elías se lleva la mano a la cadera y saca de ahí el arma. Por inercia retrocedo, sintiendo que ese objeto es demasiado para siquiera tenerlo cerca.
—Toma —dice él agresivamente, pero bajito, como si él también sintiese la sensación de algo peculiar—. La necesitarás más que yo.
Miro fijamente el arma en su mano, extendida hacia mí para que la coja. Sé perfectamente en qué tipo de situación tendría que usarla, y con quién.
Simplemente no me creo capaz de hacer tal cosa; y por eso niego. El chico frente a mí parece entre incrédulo y decepcionado, o quizá molesto.
—Tendré presente que depende de mí salvar tu pellejo —espeta antes de caminar hacia la entrada y desaparecer en el interior.
Voy tras él al no encontrar otra opción, es mejor estar acompañada que sola, más con la horrible sensación de que me están observando.
—¿Y a dónde iremos con exactitud? —pregunto luego de darle alcance.
Busco un trapo entre mis bolsillos para colocarlo sobre mí boca, de la misma manera que lo había hecho Anderson, momento del cual no Elías no fue testigo.
—Laboratorio. Un lugar adecuado para iniciar un fuego y que éste se descontrolara con facilidad por la cantidad de químicos inflamables.
No cuestiono su hipótesis y sigo caminando, tratando de no mirar hacia los “bultos” esparcidos por el suelo, mismos “bultos” que más de una vez se encontraron conmigo en el pasillo, y quizá, en una clase.
Seguimos caminando por los pasillos con cuidado, los cuales estaban llenos de escombros, ceniza y cadáveres. El trapo sobre mi boca ayuda un poco, aunque no del todo.
—¡Ahhh! —chillo asustada al chocar con alguien. Elías me tapa la boca de inmediato.
—Cállate, si hay alguien aquí nos escuchará —Elías aún me sostiene la mano en la boca pero no protesto. No considero que alguien sea capaz de estar en un sitio como este, es demasiado horrible y peligroso.
Me detengo cuando llego al pasillo que daba al salón de mi hermano. Hoy solo es un espacio pequeño y polvoriento, demasiado desolado para parecerme lindo.
—Anyeli, este no es el momento —reprocha Elías mientras me jala del brazo.
Seguimos caminando unos minutos más, tratando de desviar la mirada del montón de muertos tendidos en el suelo.
No había imaginado que toda esta cantidad se hubiera visto involucrada. No puedo seguir con mis estudios y análisis, el cierre de paso frente a nosotros capta por completo mi atención y no puedo pensar en otra cosa que no sea: hemos llegado a un sitio cerrado.
—¿Ahora qué hacemos? —pregunto viendo la montaña de concreto que cierra el paso.
Entonces la veo, Ángela; con la mirada perdida en la nada, una mirada seca y vieja. El recuerdo de ella cayendo y yo sin poder hacer nada, invade mi cerebro y hace que me duela.
—¿Escuchaste? —inquiere Elías mientras me remueve un poco en mi sitio. Parpadeo confundida.
—¿Qué?
Elías entrecierra los ojos y gira la cabeza hacia donde anteriormente tenía mi vista, al verla parece un poco impactado, pero su reacción desaparece al volver la vista hacia mí.
—Mira ese hueco en el techo —dice señalando sobre nuestras cabezas, levanto la vista y veo el hueco por el que un día, casi caigo. No está tan alto como lo recordaba. O quizá solo es el ángulo en el que lo veo.
—Ven. —Antes de que pueda darme cuenta me encuentro entre sus brazos, jadeo impactada e incrédula por la situación.
Elías me sujeta de la cintura y muslo, para luego subirme a sus hombros en un movimiento rápido. Desequilibrada me sujeto de su pelo y hombro.
—¡¿Pero qué mierda te pasa?! —espeto al recuperar la estabilidad, tanto en gravedad como emocional.
—Te subiré por ahí, al estar arriba atas la cuerda para que pueda subir por ella. Bajaremos al laboratorio por las escaleras de los de primer año.
Explica mientras se posiciona. Levanto otra vez la vista para ver el agujero por el cuál se supone que debo subir. Se ve agrietado e inestable, un movimiento en falso y caigo.
—Si aún existen tales escaleras —mascullo entre dientes—. Si el techo se cae no me botes —le advierto.
Con su ayuda logro ponerme de pie en sus hombros, hazaña que me sorprende más a mí que a él. Sus músculos se contraen bajo mis botas, sus manos rodean mis tobillos y me ayuda a mantener el equilibrio.
Estiro los brazos en un intento de llegar al techo, pero no logro hacerlo ni estirando los dedos.
—No alcanzo —me quejo.
—¿Te falta mucho? —pregunta con voz forzada, algo que me hace pensar que puede tirarme en cualquier momento.
—Unos quince o veinte centímetros —respondo, siendo consciente de que me falta un poco más de medio metro.
—Brinca —pide.
—No puedo hacer eso sobre ti —digo mientras intento moverme sobre él, sus hombros son todo lo contrario a un trampolín.
Pero Elías no piensa lo mismo, con un movimiento que no logro intuir a tiempo, sujeta más fuerte mis tobillos y me impulsa hacia arriba haciendo que mis pies abandonen sus hombros. Estiro los brazos precipitadamente para sujetarme.
Manos y codos se impactan contra el piso, haciendo que mis músculos sufran una descarga de dolor. La brusquedad del movimiento hace que me golpeé la quijada y me muerda la lengua. Suelto un gemido.
—Sí llegaste ¿Ves? —dice Elías bajo mis pies.
No tengo aliento de responderle. Aquí arriba apesta a putrefacción al igual que abajo, eso me provoca náuseas. Como si el fétido olor no fuese suficiente, la boca se me ha llenado de sangre y el trapo sobre mí boca me impide escupir. Por lo tanto, opto por tragarlo.
Asqueada y adolorida me concentro en buscar la manera de subir las piernas sin correr peligro de caer. El piso está demasiado liso eso hace que resbale con el más leve movimiento, de esta manera no puedo subir, sino solo caer.
Suelto un chillido al ver una cara destrozada a pocos centímetros de la mía, antes de que sea consciente de mi situación aflojo mi agarre y descendiendo velozmente.
La mano izquierda queda sujeta solo por la punta de los dedos, pero la mano derecha… sujeta algo frío y extremadamente suave. Comienzo a llorar por la terrible situación en la que me encuentro, tener sujeta esa mano me asusta y asquea a la vez, pero si la suelto…
Bajo la vista hacia abajo, encontrándome a un Elías ceñudo.
«Menudo idiota».
—¿Todo bien? —inquiere dudativo, intuyendo mis ganas de estrangularlo. No respondo.
Cierro los ojos y pienso solo en subir. Aprieto el agarre y con la fuerza muscular que he desarrollado estos últimos días, logro subir la primera pierna, logrado eso es mucho más fácil subir la otra.
Sin embargo, estando ya arriba siento de sopetón los temblores apoderarse de mi cuerpo, y no puedo hacer otra cosa más que arrastrarme al horcón más cercano. Ato la cuerda lo mejor que puedo, para luego lanzarla hacia abajo.
Me quedo acunada arrullando mis propias piernas, esperando que la sensación se vaya de mi cuerpo, especialmente de mi brazo.
—¡Mierda! —espeta Elías sacudiendo la cuerda, él parece igual de aterrado con la primera vista del rostro con cabello enmarañado—. No me digas que…
Se interrumpe él mismo al verme. Me pongo a sollozar como niña pequeña, esto ha sido demasiado horrible, esto no es lo que he querido vivir. Siempre que pensaba en su llegada no me imaginaba muertes humanas, o cadáveres esparcidos por todas partes, solo imaginaba mi vida llegando a su fin.
Simplemente no estoy lo suficientemente preparada para soportarlo.
Unos brazos fríos me rodean, y es un abrazo que he necesitado por mucho más tiempo del que hubiese podido imaginar antes. Es frío, pero a la vez cálido. Sube y baja su mano por mi espalda, en un intento de tranquilizarme. Me siento estúpida, pero no puedo evitar comportarme de tal modo.
—Vámonos —dice Elías en mi oído. Asiento con la cabeza y sorbo la nariz.
Me ayuda a levantarme e inclusive se echa uno de mis brazos al hombro para facilitar mi avance. Es extraño que mis lágrimas logren ese efecto en mi neutro y poco pasivo acompañante, pero a la vez es lindo darme cuenta que puedo contar con su apoyo en este tipo de situaciones. Logramos bajar las escaleras altamente dañadas, llegando al laboratorio.
—Algo anda mal —digo luego de abrir la puerta.
—Este lugar tiene más que cadáveres —opina él de acuerdo conmigo—. Busquemos algo lo más de prisa, antes de que sepan que estamos aquí —dice, echando un vistazo a nuestras espaldas.
El laboratorio está ordenado y limpio, además de eso contiene algunos químicos en procesamiento. Muestra clara de que este sitio está habitado y siendo usado para algún fin.
Elías comienza a buscar por todas partes algo que ninguno de los dos conoce, una pista que nos lleve a alguna hipótesis sobre los Anvibios. Aunque evidentemente, estamos a ciegas.
Me acerco a una camilla que tiene una sábana color blanco encima, lo cual me hace pensar que esconde algo. Levanto la tela y de inmediato retrocedo alarmada, llevándome de corbata una mesa haciendo que ésta caiga al suelo con fuerza y ocasione un escandaloso ruido.
—¡Qué parte de en silencio no entien…! —La voz de Elías se corta a medio reproche. La vista del cadáver sobre la camilla no es desagradable, es espeluznante. Su estado es: un cadáver despellejado.
¿Cómo carajo termino así? Por las bombas e incendios queda claro que no. Esto es obra de algo mucho más perturbador.
—¡No sé muevan! —grita de repente una voz a nuestras espaldas. Elías y yo nos damos la vuelta sobresaltados.
Primero observo el arma en una mano temblorosa, luego al hombre de unos treinta años de apariencia enferma y ojos desquiciados. A pesar de la rara imagen que da a conocer, no dudo ni por un segundo el hecho de que es capaz de disparar.
—¿Quién eres? —pregunta Elías calmado, algo que me muestra que está analizando la situación y buscando rutas de escape.
—El que hace las preguntas soy yo —dice el sujeto con el mismo tono asustadizo y desesperado—. ¡No te muevas! —me grita al ver que me muevo.
Me comienza a temblar el labio. Miro de reojo a Elías en busca de ayuda, él me corresponde la mirada.
—Es que yo… —Los penetrantes ojos avellana de Elías me hacen tragar grueso—, es que yo quiero alejarme —digo viendo el cadáver a mis espaldas.
Mientras los ojos del sujeto se desviaron al lugar, la mano de Elías se mueve hacia el arma en su cadera.
—¡Yordan querido! —exclama una segunda voz en la puerta. Los tres miramos hacia ahí.
A diferencia del tal Yordan, el recién llegado tiene un aspecto solemne y tranquilo, eso me hace entender que está el triple de desquiciado que Yordan.
—¿Qué es esa manera de atender a los niños? —pregunta mientras nos observa. Yordan baja el arma—. Tráeles algo de beber, deben de estar… —Se vuelve hacia nosotros y entre miradas consecutivas añade—: muy cansados.
Elías entrelaza su brazo con el mío y se rasca la barbilla, el hombre lo mira y hace como si tal acto no tiene importancia. Algo dentro de mí dice que es todo lo contrario.
—¿Quiénes son? —inquiere Elías fortaleciendo su agarre en mi brazo.
—Oh… eso debería de preguntarlo también —señala él dirigiéndose hacia una mesa. Elías se percata al mismo tiempo que lo hago yo, del segundo cadáver dentro del lugar.
—Acabamos de llegar —digo tratando de sonar normal, inclusive aliviada de estar cerca de alguien más, para así no levantar sospechas—, fui a casa de mi novio unos días. —Elías y el sujeto me miran con intriga.
—¿Y luego? —insiste el segundo.
—Cuando vimos las noticias, le pedí que volviéramos.
—¿Para qué volver al sitio de caos? —cuestiona sin estar convencido en absoluto de mi historia. Me relamo los labios.
—Su hermano está aquí —informa Elías sacándome del aprieto—. Lo estamos buscando, vivo o muerto.
—Una acción demasiado arriesgada —observa el individuo—. ¡En este sitio lleno de polillas!
Con un movimiento rápido levanta la sabana que cubre el segundo cadáver. Dejando a la vista una silueta más aterradora que la primera; no por su estado, sino por el regulizador en su espalda.
Lo primero que me viene a la cabeza es el recuerdo del pálido y hermoso rostro de Anderson. Siento una oleada de temor con la idea de que ese cadáver sea suyo.
—Estas [cosas] han provocado este desastre muchachos —dice el hombre con ira en los ojos. Yo en cambio siento que el piso se desvanece. Los recuerdos al lado de mi hermano comienzan a reaparecer en mi mente—. Yo que ustedes, analizaría mejor mis movimientos —comenta mirándonos de manera sospechosa—. A menos que…
La manera en la que dijo esa última frase, me hubiese enchinado la piel si no la tuviera fría de por sí. Siento que está sospechando que también somos una de esas [cosas]. Elías también lo supo y vio hacia nuestras espaldas en busca de una salida.
Miro una vez más el cadáver, esta vez con más calma y de manera más detallada. Siento como la angustia se me va en un segundo, ese no es Anderson.
Yordan regresa con dos vasos de agua, el cuál nos ofrece y nosotros recibimos. Elías me mira diciéndome: no lo bebas. Tengo sed, pero no tengo la intención de tomar algo que ese sujeto me dé.
Un estrepito se escucha en uno de los salones, yo junto a los otros dos nos sobresaltamos ante el ruido, Elías sin embargo no se mueve ni un centímetro.
No se inmuta porque es obra suya.
—Yordan, ve a revisar —pide el hombre—. Cualquier persona que veas mátala —Yordan asiente ante lo último y luego desaparece por la puerta.
—Sera mejor que no dificulten las cosas y se tomen eso —sugiere el hombre señalando los vasos en nuestras manos. Pero ninguno de los dos piensa hacer tal cosa, eso es evidente.
—¿Qué intenta hacer con eso? —pregunto señalando a nada en absoluto a sus espaldas.
Tal como lo esperaba voltea la vista. Aprovecho esa distracción para darle una patada a una pequeña mesa de metal que tengo justo enfrente, Elías aprovecha eso para sacar el arma.
Pensé que le dispararía al sujeto frente nuestro, pero las balas se impactan en una de las ventanas a mis espaldas. El hombre trata de actuar, pero cualquiera que sea su movimiento se ve interrumpido por la mesa que he lanzado anteriormente, la cual le impacta en pecho y rostro.
Elías me sujeta con uno de sus brazos y salta por la ventana llevándome a arrastras.
Al bajar la vista me encuentro con la altura, la cual no es menor de tres pisos. Inmediatamente pienso en lo doloroso que resultara mi caída, y en lo poco dispuesta que estaré para continuar luego de ello.
Elías llevándome ventaja en todo lo que hace, no se pone a pensar en la situación a la cual nos enfrentamos y con suma precaución comienza a acondicionar escombros a nuestro favor.
Gracias a tal maniobra, ambos impactamos en el primer escombro, y luego en otro y otro. No puedo evitar soltar chillidos en cada golpe, y caer como un saco de papas una y otra vez.
Al tocar tierra firme me pongo de pie lo más rápido posible, ambos corremos hacia la dirección contraria a la que hemos dejado el vehículo, para resguardarnos en un sitio más a cubierto.
Entonces llega a mis oídos el sonido de un disparo, acompañado por un quejido; el cual proviene de los labios de mi acompañante.
Freno de inmediato y casi caigo de cara por tal acto, pero mi ansiedad por ver qué está bien es más grande que cualquier otra imprudencia. Antes de ser consciente de lo que ha pasado, Elías me empuja con fuerza para que siga andando.
Entre jadeos nos posicionamos contra una pared, libre de cualquier otro disparo. Me vuelvo hacia Elías preocupada por su estado, él hace una mueca de dolor y se lleva la mano a la herida en su hombro.
La situación no me permite pensar con claridad y solo logro pasarme las manos por el pelo desesperada.
Mi instinto me pide que huyamos lo más lejos que sea posible, de tal modo que busco a mi alrededor cualquier ruta de escape, encontrándome así con una motocicleta a unos cuantos metros de nosotros.
Me vuelvo hacia Elías el cuál por el gesto en su rostro, intuye lo que le diré.
—¿Puedes encenderla? —A mi pregunta asiente mientras se encamina hacia ella. Soy la primera en subir, luego sus manos rodean mi cintura es entonces cuando el motor se enciende y de inmediato acelero.
Las ruedas rechinan contra el pavimento, haciendo eco en la desolación que nos rodea. No sabemos si ese sujeto tiene más hombres que puedan venir por nosotros, sin embargo ninguno de los dos está dispuesto a averiguarlo.
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