17
Nada de lo que he visto hasta ahora es similar a lo que tengo frente a mis ojos, y no es porque anteriormente no haya visto lugares destruidos y desolados.
O quizá es solo porque esto es mi [hogar], mi [rutina], son todos mis días reducidos al olvido y destrucción.
—Los bomberos no se daban a basto con el fuego —dice Elías mientras pierde la mirada en el horizonte—. Los lugares incendiados eran demasiados. Además de eso las llamas no paraban de surgir. Las destrucciones fueron obra de nosotros, los Bolares —Ante lo último no puedo evitar mi asombro y confusión. ¿Nosotros?—. No imaginé que hubieran tantos tan cerca pero no los conocía. Me parece que algunos cuantos salieron para dar caza, ellos desesperados comenzaron a cerrar los caminos para poder huir.
Y la manera más fácil de cerrar los caminos de los Anvibios era destruir cientos de construcciones y aplastar un montón de humanos como cucarachas ¿No? Vaya Bolares tan magníficos que han sido.
Trago seco cuando accidentalmente piso una mano, Anderson puede estar bajo todos esos escombros, cabe la posibilidad de que lo hubiesen matado.
Evidentemente mi cerebro no está dispuesto a aceptar tal hecho. Las posibilidades de que esté con vida jamás habían estado tan bajas.
«Pero él dijo que volvería a tu lado, y él no miente».
Camino hacia atrás para volver al auto, donde Elías ya está más qué listo para seguir la marcha.
Me siento débil y un poco desorientada en estas calles atascadas de autos, muestras de un caos pasado. Me resultan ajenas a lo que un día conocí, es diferente, y me siento responsable de no haber cuidado a todas estas personas, y solo ser un bicho patéticamente ridículo.
—¿Ahora hacia dónde iremos? —pregunto, dispuesta a que me lleve al fin del mundo si es posible.
—Iremos a la universidad —dice Elías poniendo en marcha el vehículo, su confesión me hace que lo vea. No abro la boca, pero hago todo lo posible para que mi gesto diga: ¡¿A QUÉ MIERDA IREMOS?!
Él sorprendentemente me entiende a la perfección y chasquea la lengua.
—Ese fue el inicio de uno de los ataques, quizá encuentre algo que nos ayude —dice.
Por primera vez algo en él me resulta familiar a 308, siempre buscando las pistas en los lugares indebidos y peligrosos. La única que parece estar dotada por sentido común soy yo, y claramente soy la última en la que alguno de los dos acudiría por opiniones.
—Quiero ir antes a casa —pido, al menos si voy a morir, quiero tener algo de casa.
Elías me echa una mirada un tanto cansada, y es que yo también estoy cansada, hemos viajado por días sin descansar, para evitar que unos tíos locos nos bombardeen como país en guerra.
A pesar de ese montón de capas de cansancio, quiero ir a ese huequito pequeño atascado de cosas que probablemente hasta sean chatarra.
—Por favor.
Está vez no dice nada, pero su mirada me responde. Sonrío agradecida y me paso las manos por el pantalón de manera nerviosa y asustada.
La idea de encontrarme unos pedazos de techo y trapo no es la más alentadora, para mí desgracia es lo único que mi cerebro puede imaginar.
Casa ya no era casa, el olor a hogar ya no estaba.
Me quedo inmóvil en el porche, temerosa. No por lo que puedo encontrar, sino por lo que no encontraré. Anderson no estará ahí.
—¿Vienes? —pregunto a Elías. Me mira a través del cristal de sus lentes, pero no logro descifrar su mirada.
—Ve tú, necesitas un tiempo a solas.
Realmente necesito la compañía de alguien, pero me da pena llevarle la contraria y pedirle que me tome de una mano para luego entrar conmigo a un sitio que será probablemente traumático para mí.
Aún así abro la puerta, todo esta oscuro y silencioso, no encuentro el valor para moverme de mi sitio, así que permanezco inmóvil, observando las sombras a penas distinguibles.
Todo está tan vacío. Más vacío de lo que un día pensé estar.
Estiro la mano al interruptor, sin embargo este no hace que las luces enciendan. Perfecto, no hay energía. Hago otros tres intentos, hasta que termino creando una descarga y encendiendo hasta el último foco.
Todo está en su lugar, desde la alfombra hasta la araña en una esquina del techo. Lo único que ha cambiado somos nosotros. Meto mis dedos entre mis cabellos y corro escalera arriba, al llegar a mi habitación suspiro exhausta y voy al armario a sacar más prendas. Que realmente son innecesarias.
Al ver la montaña de tela sobre el colchón nada me parece lo suficientemente atractivo, de hecho me parece ridículo que este buscando mi pijama en medio del apocalipsis galáctico.
Niego con la cabeza y pienso en algo más útil. Entonces veo sobre la mesita de noche mi preciada libreta de estrellas, al hojearlo me encuentro con todos mis dibujos, de un mundo prácticamente olvidado.
Me muerdo el labio y me repito mentalmente que no debo llorar.
Hago lo posible por cruzar sin girar la vista, algo que es imposible. Su habitación parece estar gritándome y eso me destroza el alma; si es que tengo una, de lo contrario no sé qué es lo que me duele tanto.
Con pasos vacilantes me encamino hacia ahí, empujo la puerta que esta entreabierta, esta rechina al desplazarse. El interior está tal y como lo recordaba, pero con la muestra de que él está demasiado lejos. Siento como si fuese de una vida pasada, un recuerdo lejano, algo que se desvanece con cada segundo. Es aterrador.
Soy consciente de que estoy llorando hasta que el sabor a sal se escurre por la lengua. Poco a poco estoy perdiendo la cordura, convirtiéndome en un saco de carne andante.
Sobre la cama yace su chaqueta favorita, nunca logré entender el porqué su gusto por ella. Nunca me pareció bonita, y raramente en este momento me parece encantadora.
Paso los dedos por toda su extensión, pidiendo en gritos internos que vuelva a mi lado, anhelo que esté vivo, con sus ojos negros tan brillantes como siempre. Paso los brazos a través de las mangas, el olor impregnado en las fibras se escurre hasta mi nariz y no puedo evitar soltar un suspiro.
Me queda un poco grande, pero me hace sentir a salvo, querida, y en casa. Me hace sentirlo a él.
Por el rabillo del ojo veo una sombra, no hace falta girar la cabeza para enfocar y ver de quién se trata.
—No había pensado en este día —le digo—. Siempre creí que estaría conmigo.
No responde a mi confesión y tampoco esperaba que dijera algo. Solo quería, que me escuchara y él parece dispuesto a hacerlo.
No he hablado con alguien más sobre lo que siento a parte de mi hermano, solo él y yo, siempre. Pero ese siempre resultó ser demasiado corto.
—Lo intentó ¿Sabes? Él realmente quiso estar conmigo cuando esto pasara, se suponía que debía ser así. Y fallé —miro al chico que me devuelve la mirada curiosa—. Anderson quiso que yo fuera lo suficientemente buena para estar con él, sin representar un atraso o preocupación. Pero no lo hice, ni siquiera me esforcé.
Y lo último jamás lo hubiera aceptado la Anyeli de antes, pero es que ella ya no está y puedo llevar la contraria a sus argumentos, aunque muy en el fondo siento la reprimenda de ‘esa’ Anyeli.
—Entonces optó por la opción que te mantendría a salvo —señala Elías, no puedo entender a qué va con su respuesta.
—Dejarme con los humanos y que me resguardara hasta que todo acabase —finalizo, sintiendo más impotencia de lo que algún momento antes hubiese sentido.
¿Enserio soy tan inútil? No es que los humanos sean inútiles —al menos no todos—, pero al menos un Bolar tiene las posibilidades de contraatacar, eso es lo que debemos hacer. No escondernos en guaridas y esperar que todo acabe.
—Y ni siquiera eso hiciste —sisea Elías cómo regaño.
La verdad no me arrepiento de no haber acatado la petición de Anderson, aunque si no hubiese recibido la ayuda de Elías estaría muerta, eso en los más positivos finales que puedo pensar.
—Te recuerdo que tú me golpeaste la cabeza —me defiendo, aunque él tiene, sin reproche alguno, toda la razón.
—Sí, ajá. Porque tú querías volver al sitio de caos —dice irritado—. Como dije, los Anvibios hubieran acabado contigo.
Y me pregunto si eso hubiera sido lo mejor.
—Si no fuera por ti. Ya Elías, lo has dicho muchas veces y me estás hartando. A veces eres patéticamente ridículo.
—Y tú lo eres la mayor parte del tiempo —gruñe antes de salir.
Trato de gritar alguna ofensa que me pueda hacer sentir mejor, pero me doy cuenta que ni todas las groserías del mundo lograrían eso. Es estúpido. Insensato. Infantil. Vergonzoso. ¡Es enfermizo! ¡Humano!
Doy una patada a la pared para liberar mi frustración, increíblemente el dolor que ese acto me produce logra con éxito mi petición.
Con mi libreta en mano salgo de la habitación dispuesta a irme de aquí, con más voluntad para encontrarlos y acabar con cada una de sus vidas. Pero entonces veo el teléfono, ¿Será posible que alguien llamase?
¿Chicos? Hemos visto las noticias ¿Están bien? O por favor díganme qué lo están.
Me tienen con el corazón en la boca, por favor den señales de vida. Dentro de tres horas dejarán de evacuar, si no salen no habrá modo de que lo hagan.
Estaremos en un centro de resguardo, si estáis con vida por favor buscarlos en…
Frunzo el ceño al ver que no termina la palabra. Siento una oleada de desesperación, ¿Les ha pasado algo? ¿Están vivos? Sí, sí, sí tienen que estar con vida, ellos no pueden estar muertos, solo… se cortó la línea.
—¿A dónde iremos? —inquiero al volver al auto.
Elías me nota extraña de inmediato, me percato por la manera en la que arruga sus cejas, pero no hace comentario alguno.
—A la universidad —Me detengo de inmediato y levanto la vista hacia él incrédula.
—¿Qué?
—Buscare pistas —dice.
Saca una bolsa de papas de la guantera y me la ofrece. Quedo sorprendida por ese acto, no porque él haya intuido que tengo hambre —de eso se encarga el ruido de mi estómago—, sino por es el último empaque de papas que queda y son sus favoritas.
«¿Por qué se sacrifica tan de repente?»
Aún con lo extraño que me resulta no puedo desviar el tema.
—¿Pistas de qué? —insisto, pensado en si comerme o no las papas.
—Para saber cuáles fueron los lugares donde las bombas fueron instaladas —dice mientras acelera—. No puedo aún creer que nadie haya visto nada.
—Distribuyeron las bombas en todo el establecimiento, para asegurarse de tener el mayor número de muertes posibles, y no solo eso, sino también en toda la ciudad —digo comprendiendo algo—. Y no vimos ni sentimos algo inusual.
Mi respiración se entorpece y la cabeza se llena de ideas que fluyen de manera tan repentina que me estoy ahogando con mis propios pensamientos.
—Elías —le llamo—. Eso significa que ellos lucen como humanos —digo, aunque no estoy segura de eso. No tengo recuerdos de [ellos], pero no es tan difícil plantearse una idea de esa magnitud.
La atención de Elías se inclina en mí.
—Si ellos lucen como humanos…
No termino de decir la frase, pero no es necesario hacerlo, Elías lo ha entendido. Aprieta los labios y por primera vez veo inseguridad en él.
—No creo que tengan ese aspecto. —Por su tono no está muy seguro de ello—. Pero tampoco debemos descartarlo.
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