16
Me pongo nerviosa, algo anda mal con el vehículo y siento que es mi culpa.
«Le echaste gasolina, no es eso» me recuerdo. Y sin embargo el auto se detiene, y lo peor de todo es que del capo sale humo.
—Elías —chillo, la camioneta se detiene. El chico saca la cabeza por la ventana para verme mejor, y luego de ver lo acontecido baja a toda prisa. Salgo del vehículo mientras me muerdo las uñas.
Levanta el capo y estudia lo que hay dentro, entonces recuerdo todo lo que me dijo el otro día, o más bien, recuerdo que me dijo algo pero no recuerdo qué. Se gira hacia mí con los dientes apretados.
—¿Lo revisaste antes de salir?
—Eh… —me quedo callada y él me entrecierra los ojos.
—Te explique lo que tenías que hacer porque te creí capaz —me suelta—. Ahora saca todo lo que hay dentro y llévalo a la camioneta.
—¡¿Qué?! —pregunto indignada—. Hay cientos de autos ahí afuera, puedo coger otro.
—No estoy para rodeos, haz eso de una maldita vez An.
Me cruzo de brazos. Esto no es justo, no quiero viajar con él, suficiente he tenido de su insoportable compañía. Aún así, termino recogiendo todo lo que llevaba para trasladarlo al otro vehículo.
Las ciudades vacías son horribles y silenciosas. Huelen a olvido y vacío. Saben a inhumanidad. No soy la más indicada en decirlo, pero parezco ser la única en una gran circunferencia.
A veces vemos gatos, otras veces perros, escuchamos sus gruñidos y peleas, lo salvajes que unos son, la manera en que otros se convierten en víctima.
Cierro de un portazo y me acomodo en el sillón del copiloto, si fuese humana estaría sudando, pero no lo soy, y lo único que tengo es dificultad para respirar con calma. Elías voltea la vista y me observa, mientras yo me suelto el cabello y finjo que veo más allá de la ventana, cuando realmente lo veo a él por el rabillo del ojo.
Aproxima su mano, me mantengo quieta, sin dar señales de que no estoy desubicada como veces anteriores. Sus dedos llegan a pocos centímetros de mis hombros, y luego…
Bajan a la radio.
—Al menos podrías poner algo más suave y agradable —reprocho de manera amargada. Vuelvo la cabeza hacia el otro extremo y me apoyo en la ventana, arrugando las cejas.
—Esto es lo que vale la pena escuchar —dice, mientras de las bocinas comienza a salir música; ruidosa y brusca. En algún sentido agradable—. Si no estás de acuerdo lo siento mucho, yo no soy Anderson para cumplir tus caprichos.
Otra vez está lanzándome ofensas, insinuando que soy caprichosa, infantil e irresponsable.
—Quiero dormir —pido, echándome para atrás para buscar una posición lo suficientemente cómoda.
—Duerme.
—No puedo con semejante ruido —me quejo.
Elías bufa pero cambia la canción. La sustituye una un poco más suave, con una voz dulce y agradable. Sonrío.
—Esa está mejor. El otro cantante no me gustaba mucho —digo, aunque realmente no recuerdo haber prestado atención en algo, que no fuera la música.
—Es el mismo —masculla medio divertido, y digo medio porque ha intentado mantener la voz neutra de costumbre—. Además, no es un cantante, es una banda.
Su declaración me deja como tonta ¿Pero qué puedo saber de música?
—¿Y cómo se llama? —pregunto, no por estar interesada en el tema específicamente, sino por el hecho de que él casi no habla de su vida.
—Bad Omens —responde luego de darle una mirada a la radio. No sé lo que significa eso, ni tampoco entiendo lo que la canción dice.
Lo veo fijamente mientras él mantiene la vista en la calle y en los edificios, en busca de algo sospechoso.
Elías y el rock. Si alguien me hubiese dicho semanas atrás, que Elías escuchaba ese tipo de música, no me lo hubiera creído.
Se veía tan… ¿Inocente? ¿Frágil? Es hasta este momento que me doy cuenta de la poca atención que le brinde, para mí él no era más que un desconocido, y él, me conocía demasiado.
Llevo varios días a su lado, no es el mismo chico de la universidad, o al menos lo que he visto. Es igual de aplicado, pero sin la timidez y torpeza que fingía tener.
—¿Sabes lo que dice la canción? —inquiero luego de un momento.
—Sí.
—Emmm… podrías… —No termino la frase, y no es necesario que lo haga, él suspira exhausto antes de relamer sus labios.
—Si me estás arrojando a los leones, tienes que saber que no tengo miedo de morir —No lo canta, solo lo dice como un verso de algún libro, aún así, ha sonado… profundo.
—Me gusta —digo. Él me mira con cara de: no me vengas con bromitas—. Es enserio, me gusta. Es decir, en algún sentido yo diría lo mismo.
Eso parece llamar su atención, o eso me indica sus entrecejo fruncido, su mirada desinteresada e incluso aburrida, y como no, el roce de sus dedos en lo primero que tocan.
—Si no le temes a la muerte, ¿Qué es lo que te asusta de todo esto? —pregunta. No lo había pensado, no había buscado motivos específicos, solo en salvar la humanidad y cumplir mi misión, pero… ¿Eso es lo que me importa? ¿Qué la humanidad se acabe es mi temor?
«Hare lo posible para protegerte» me dijo Anderson una vez, y así lo hizo, hasta que llegó el momento de separarnos.
Se supone que en este momento debería estar con mi familia —en donde sea que puedan estar—. ¿Anderson cree que estoy a salvo? Espero que sí.
—Bueno —digo volviendo a la conversación y tratando de dar una respuesta—. Creo que mi temor es ver cómo los que quiero mueren.
Elías niega con la cabeza lentamente.
—No es eso —dice, tan seguro que toda mi confianza se desmorona—. Tienes miedo a que el mundo acabe y tú no sepas lo que es sentirse humana.
***
Me remuevo en el asiento y abro los ojos. El auto no avanza, y soy la única dentro de él. Me enderezo y estiro los brazos, sintiendo como toda mi espina dorsal se contorsiona con el movimiento. Por el cristal se filtran los rayos del sol acariciándome la piel desnuda de mis brazos. Hermoso.
Salgo del vehículo y piso la tierra que de inmediato ensucia la planta de mis botas, esto ya no es la ciudad. Esto es un bosque. Camino hacia el frente mirando para todas partes en busca de Elías.
Lo primero que escucho es un sonido suave y constante. Arrugo las cejas y me dirijo al sitio de donde proviene.
Veo a Elías al pie del río, fregando su piel "cálida" es frío al igual que yo, pero el tono de su piel no deja de maravillarme. Si tan solo hubiese sido morena, me sentiría cálida y humana, y no un espagueti bañado en mayonesa.
Se detiene al sentir mi presencia.
—¿No sabes lo que significa privacidad? —se queja mirando de reojo su ropa, cavilando si va hacia ella o se mantiene donde está.
—Que yo sepa, [nosotros] no tenemos libros de principios —respondo encogiéndome de hombros, citando algo que un día él mismo dijo.
Niega con la cabeza al recordarlo. Parece incómodo por estar casi sin ropa, pero eso es algo que me trae sin cuidado.
—¡Ow, ow! ¡Espera ¿Qué diablos haces?! —espeta de la nada asustándome.
—Me desvisto —digo confundida dejando caer el flojo pantalón.
Me pone mala cara —Eso ya lo sé, pero... ¿Por qué…? —desvía la mirada—, ¿Pero por qué aquí?
—Pensaba ir a Japón para hacerlo, pero me pareció descortés dejarte —digo con ironía ante lo absurdo que me resultan sus palabras.
—¡Olvídalo! —gruñe apretando los puños y yo solo volteo los ojos, hoy no siento ánimos de discutir con sus constantes rarezas. Me saco la blusa y los zapatos. Luego troto hacia el río y me sumerjo de un brinco.
Paso dentro del agua por varios minutos, o quizá horas. Elías se mantiene a una distancia no tan lejana, sentado bajo la sombra de un árbol con su típica libreta sobre el regazo.
Anotando, anotando y anotando, siempre anotando, y me pregunto qué tanto escribe en ella. No es la única libreta, tiene más, las he visto, pero no puedo preguntar sobre ellas sin hacer que eche chispas de irritación.
Pataleo y jugueteo en el río, como una niña pequeña, Como una chica alocada y despreocupada. Y por primera vez en muchos días puedo despejar la mente de todo, y sentir a 308 junto a mí.
Cuando considero que es suficiente reposo, salgo del agua. El sol esta pleno y por el vaho me doy cuenta que debe hacer un clima caluroso, pero no lo siento.
—¿Qué escribes? —pregunto acercándome y exprimiendo un poco el cabello para evitar mojarlo.
Levanta la vista por una milésima de segundo, para luego volverla a la libreta. Bufo molesta por ser ignorada. Me siento a su lado como diciendo que no se librará de mí tan fácilmente.
—Voy a estar un rato aquí —dice él en represalia.
—Que bien, pienso hacerlo también, no es que seas una excelente compañía pero al menos estaré más segura de un ataque —comento mientras me termino de acomodar.
—No pensarás quedarte así ¿Verdad? —Dejo de jugar con el césped y lo miro. Él toma mi mirada como una pregunta y me señala, para que me vea a mí misma—. No tienes prácticamente nada puesto.
—Soy un Bolar, soy fría, podría estar bajo cero si fuese posible —le recuerdo, además de eso, hay sol. Los humanos toman el sol ¿No? Y aunque no sea uno, soy libre de hacer lo que quiera. Elías me mira un momento más a los ojos hasta que suspira. Se saca la playera y me la tiende.
—Ponte esto, y no preguntes o volveré a darte los ejercicios de fortalecimiento de músculos. —Arrugo la nariz al pensar en esos días, fueron de los más dolorosos que puedo recordar. Cojo la prenda para pasármela por la cabeza.
Cierro los ojos y repentinamente comienzo a sentir otra vez sueño. Apoyo la cabeza en su hombro ahora desnudo.
—No hay problema si tomo esto prestado por un rato ¿O sí? —pregunto al notar que se tensa.
—Ya qué.
Sonrío un poco antes de relajarme por completo.
***
Cuando despierto ya no estoy apoyada en el hombro de Elías, ahora estoy con la cabeza sobre sus piernas y él… duerme. El sol le toca su piel aceitunada dibujando pequeños círculos. A diferencia de Anderson él no hace ruido alguno al dormir, está inmóvil y pacífico.
Tendría que levantarme, pero en este momento estoy más cómoda que en algún otro momento, verlo de ese modo me hace sentir tan tranquila que olvido todo en un pequeño lapso de tiempo.
Acerco mi mano un poco a su rostro, pero no llego a tocarlo, solo comparo nuestros tonos; mi mano se ve extremadamente delgada, o son mis ojos adormilados los que me hacen verla así.
Mi piel pálida bajo la luz del sol, deja a la vista la manera en la que mi sangre se desplaza, como unas lombrices bajo la tierra, con pequeños destellos púrpuras y azulados.
El chico parece estar demasiado inconsciente como para sentir mi tacto, así que lo toco. De inmediato su mejilla es azotada por juegos artificiales bajo su piel, con destellos brillantes, un poco menos notables que los míos. Es mágico.
Súbitamente me siento al escuchar un ruido. Elías salta en su sitio y mueve la cabeza confundido.
—¿Qué suce…?
—¡Shhh! —le callo poniendo unos dedos sobre sus labios. Abre los ojos sorprendido. El ruido llega otra vez a mis oídos, presto atención y el individuo sale a la intemperie.
Elías suelta una carcajada.
—Pensé que era algo peligroso —me defiendo aún observando al conejo.
—Es bueno que estés alerta —dice—, de un posible ataque de conejos.
Me levanto del suelo sacudiendo las hojas y polvo del trasero. Luego le extiendo una mano a Elías para ayudarle a que se ponga de pie, la toma, y con un impulso fuerte se levanta, haciendo que yo me tambalee y por poco caiga al suelo.
—Menudo imbécil que eres ¿Eh? —le reprocho.
Él se ríe. Avanzamos de regreso al auto, para seguir con nuestro transcurso a Valle Lindo, el lugar donde antes vivíamos, el lugar dónde perdí a mi hermano.
Elías toma la delantera, eso no me deja despegar los ojos de su espalda, viendo detalladamente su regularizador entre su piel. Cada vez que veo ese sistema en su cuerpo, me siento en casa, confiada y feliz, en algún sentido.
—Mi regularizador no es tan interesante como el tuyo —comenta Elías viéndome por el rabillo del ojo. Desvío la mirada al verme descubierta—. Parece que no te pertenece —añade, mi cuerpo entero es recorrido por miles de cortos circuitos.
—Tuve problemas… —declaro bajito.
⟨Yo no había pensado siquiera en esa posibilidad pero, luego recibí una nota que me citaba en un almacén, decía que encontraría lo que quería.
Cuando llegue el chico estaba muerto y… Y sobre su frente estaba el mensaje que decía: sálvale la vida.⟩
Me detengo de inmediato al recordar las palabras de Anderson, Elías se detiene y frunce el ceño, al ver mi rostro sabe que algo anda mal. ¿Podría ser…? No, no, debo estar equivocada, Elías no haría algo así… ¿O sí?
—¿Fuiste tú? —Mi intención no era parecer un gato asustado, pero mi voz delata lo alterada que realmente estoy. Su gesto se suaviza y da un paso hacia mí, y yo retrocedo.
—Sí —dice—, no pensé que tardarías tanto en saberlo.
Niego con la cabeza incrédula.
—¿Tú lo mataste?
—No creo que su estado sea considerado como vivo —Lo último prácticamente lo masculla—. Y sí, lo hice. ¿Tienes miedo An? —Es hasta este momento que soy consiente de lo cerca que está, trato de dar un paso atrás pero el árbol en mi espalda me lo impide.
—¿A ti? No —respondo con sinceridad. Aunque mi cuerpo está temblando como gelatina y quiero llorar por un sentimiento que no reconozco—. Pero no comprendo porqué harías algo así.
—Tú no sabes nada de mí —dice—, y lo único que yo sé es que tú lo eres todo —Sujeta unas hebras de mi cabello.
—Me salvaste la vida —digo—. ¿Por qué?
—Porque creí que eso salvaría la mía —declara mientras levanta la capa de pestañas para verme—. Tal vez este siendo demasiado egoísta.
No entiendo lo que quiere decir, tampoco tengo tiempo para preguntar. Él se aleja de mí y continúa su avance, yo voy tras él y ambos volvemos al auto, como si nada hubiese pasado, aunque para mí todo es diferente ahora. Elías me da la oportunidad de sentir un lado humano, que por ningún motivo pienso perder.
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