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15

Me despierto al escucharlo a la distancia. Es a penas un murmullo, pero es suficiente para que sienta arcadas. Me levanto de la cama y salgo de la habitación, abro la puerta suavemente como si alguien me fuese a escuchar y venir por mí.

Elías duerme en la cama, con los brazos extendidos y la luz de la lámpara iluminándole la cara. Se ve frágil y hermoso, pero desgraciadamente lo muevo para que despierte. Se remueve sorprendido y alerta, al verme arruga las cejas y sé que me va a soltar algún insulto por estarlo despertando a las dos de la mañana, así que le pongo la mano sobre sus labios.

 Me llevo el dedo índice a los míos y le digo que guarde silencio, para luego tocarme la oreja. Él se pone atento al ruido del exterior, luego se sienta lentamente en la cama y se inclina hacia mí rostro.

Nos miramos fijamente los ojos del otro, yo perdiéndome en el café de su mirada, y él en el interminable negro de los míos.

El murmullo se hace más fuerte y me entran ganas de llorar. Elías roza mi mejilla y deposita un beso en mi frente, algo que me reconforta al extremo y tengo el valor de decir:

—Tenemos que irnos.

No reprocha, no cuestiona, no habla, no abre la boca. Sabe que tenemos que hacerlo. Salgo y voy por zapatos a la habitación, me calzo con unas botas, busco pantalones y blusas cómodas pero no me cambio, no hay tiempo para eso.

Cuando salgo del cuarto me encuentro con Elías en mi espera, bajamos al primer nivel y salimos como un cohete.

Aún está oscuro, demasiado oscuro, todo alrededor no es más que una sombra. Elías pone las llaves en mi mano y corro hacia la minivan, lanzo lo que tengo en las manos al asiento del copiloto, enciendo las luces y el sendero se ilumina por un destello amarillento y opaco.

 El primero en ponerse en marcha es la camioneta negra, y luego acelero.

El cielo está surcado por helicópteros, los oídos se me inundan con el ronroneo y el pecho sé me llena del más crudo pánico. Tres minutos más tarde cae la primera bomba, el suelo se tambalea y pierdo el control por tres segundos y me salgo de la calle.

 Retrocedo y me alineo nuevamente para seguir con mi avance, no sin antes echar un vistazo por el retrovisor y ver las llamaradas consumir lo que encuentre.

La camioneta se ha detenido logrando que le dé alcance.

—¡Concéntrate An! —me grita Elías que conduce en el otro carril justo a mi lado—. No pierdas el control o…

No termina la frase porque otra bomba estalla frente a nosotros y tenemos que virar a lados contrarios separándonos, hago lo posible por mantener el auto bajo control, pero el pánico me ciega y serpenteo por el área arrollando arbustos.

Y luego llega a mis oídos un nuevo sonido, brusco y desesperado, el retrovisor se encarga de mostrarme el torrente de vacas, corriendo a la máxima velocidad que pueden para salvar sus vidas del fuego.

Acelero más, más, y más, acelero todo lo que me es posible manejar. Solo veo una interminable carretera, solo siento el sabor del miedo, solo espero ponerme a salvo.

***

Había llegado siendo una niña vacía, con recuerdos que se han desvanecido. Había visto el cielo por horas, esperando que alguien viniera por nosotros, 308 lo sabía e intentaba entretenerme lo suficiente para que dejara de pensar en [casa].

No lo entendí hasta tiempo después, si estábamos aquí era porque el hogar que conocía, o que creía conocer; ya no existía. Se había destruido. Algo en mi mente decía que era por culpa de [ellos], los Anvibios, mi mente los tenía clasificados como los malos, los opresores.

Sin embargo no lo recuerdo a la perfección, todo es un conjunto de imágenes borrosas y sonidos sin sentido. Todo es vacío.

Me uní a algo que los humanos llaman familia, una de las cosas o de los lazos más hermosos que he conocido, Anderson parecía ajeno a ello, al menos mientras estábamos a solas. No me permitía tocar los juguetes, las muñecas, los dulces, ni los accesorios que Andrea compraba para mí.

Aunque yo sí que lo quería. Anderson era risueño y encantador frente a los demás, haciendo que lo halagaran todo el tiempo y dijesen el maravilloso niño que era, demasiado para venir de la calle.

Yo en cambio era retraída y detestaba que alguien se aproximara demasiado, me sentía ajena, pero anhelaba enormemente encajar. Y Anderson no.

Él solo los utilizó como un medio que le facilitó la vida, nuestras vidas. Eso no lo hace malo, en absoluto. 308 ama a su familia, en especial a su hermana, y haría lo que fuese necesario por mí.

Hay muchos más igual a él, luchando por lo que tanto aman, haciendo frente a lo desconocido solo por conservar la oportunidad de vivir.

Y luego están ellos, no los Anvibios, sino los humanos que no tienen un objetivo más que el poder y supremacía. Esos que atacan a desamparados solo por conseguir su objetivo. Esos que lanzan bombas a sobrevivientes.

Elías se deja caer a mi lado, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos. Quiere hablar, y yo quiero lo mismo.

—¿Saben lo que somos? —pregunto sin verlo.

—No.

No añade algo más, quiere que yo saque mis propias conclusiones. Claro que no es eso, ellos no pueden saber sobre nuestra naturaleza. Si así fuese, no hubieran llegado de una manera tan escandalosa, y mucho menos nos hubieran hecho huir del lugar.

 Si supieran lo que somos habrían llegado con un equipo de opresión, listos para llevarnos y liquidarnos frente a un pelotón del ejército más poderoso, diciendo a los sobrevivientes:

No teman, acabaremos con cada uno de ellos hasta poner a todos a salvo.

Las personas venerarían ese hecho, romperían sus palmas de tanto aplaudir, creyendo que se están librando de una peste, creyendo que  alcanzarán la libertad y tranquilidad de nuevo, cuando realmente esto solo es el inicio.

—¿Por qué lanzaron bombas? —cuestiono luego de no encontrar una conclusión lo suficientemente buena.

—¿Recuerdas cuando te dije que éramos la prueba?

Arrugo los labios y hago memoria. Entonces lo comprendo, no servíamos de nada en la granja, era un lugar tan tranquilo y tan escaso de posibilidades de que un “alien” nos atacara.

Necesitaban movernos a un lugar más cerrado, una ciudad.

Sí eso querían, lo han logrado.

                                                      ***

He mejorado. Ya no soy la inútil chica que no movía un cubierto, ahora podía maniobrar grandes cosas. Cada mañana salía a correr junto a Elías, debo aceptar que el inicio fue como sentir que un camión me había pasado encima. Pero el dolor desapareció, y fue sustituido por soltura y fuerza.

Mi cuerpo es el mismo palito del inicio, pero un palito mejorado. Mis ataques cuerpo a cuerpo también han mejorado, pero no lo suficiente. Soy derribada más veces de lo que me gustaría aceptar.

Hoy es la práctica de tiro con arma de fuego, las cuales él se encargó de sacar de una estación de policía bien equipada. Nosotros podemos evitar que las balas entren en nuestro cuerpo, creando una onda expansiva en todo nuestro cuerpo.

Aún no hemos visto los Anvibios, pero una corazonada me dice que esto no los dañará.

—No lo entiendo  —murmuro, con la intención de que él me escuche. Y lo hace, se vuelve hacia mí y me mira con sus penetrantes ojos.

—¿Qué cosa? —inquiere mirándome inquisitivamente. Parece ya saber a dónde voy, y prefiere ir de manera precavida y lenta. Lo apoyo en su decisión.

—El hecho de que me estés enseñando como usar un arma.

Levanto la vista con el arma en mi mano, le apunto a la cabeza y camino hacia él en pasos largos, haciendo que mis botas suenen en el concreto.

—Ambos sabemos que esto no matará a los Anvibios.

Elías me mira con sus ojos brillantes, sonríe maquiavélicamente y siento que el aire me quema el pecho.

—Y ambos sabemos que eso no es para Anvibios —dice tranquilamente.

Los sospeche desde un inicio, pero no me lo quería creer. No pensé en la posibilidad de que Elías fuera tan cruel con los humanos, no al grado de acabar con sus vidas con su propia mano.

—No mataré humanos.

Claro que no lo haré, estoy aquí para salvarme a mí y a ellos. Si él quiere hacerlo no tengo porque intervenir, pero no permitiré que me ensucie con sus oscuros deseos.

—Ellos no piensan de la misma manera que tú —me reprocha, un poco indignado por mi actitud—. Yo tampoco lo hago —finaliza.

Y no esperaba tal declaración, ¿Qué había pensado? ¿Qué solo por ser de mi especie me entendería? Ni Anderson siendo mi hermano lo había hecho, menos él que solo me ve como un señuelo. Como algo más insignificante que una lombriz.

Por una razón me duele profundamente darme cuento de eso.

—No estamos aquí para eso —reprocho con la poca fuerza y coraje que me queda.

—Es cuestión de supervivencia, después de todo esto nos ven como fenómenos, como una amenaza —dice como para que reflexione. ¡¿Y es que cómo no vernos de ese modo?! Están asustados, y no por eso debemos matarlos—. No los culpo, ellos no saben quién es el malo del cuento —termina.

—Pues no me importa, yo no lo haré.

Se acerca a mí y hace que yo misma me apunte con el arma en mi mano.

—Cuando estés entre la vida y la muerte, lo veremos.

Su comentario me deja inmóvil, su brusquedad ha sido tan fuerte que más que enojado o irritado, parece impotente.

No sé si estando entre la vida y la muerte soy capaz de tirar del gatillo. El mundo parece despejado, y solo espero no vivir una experiencia como esa.

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