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10

Lo primero que siento es el terrible e insoportable dolor de cabeza. Lo segundo es lo limitada que estoy para moverme. Lo tercero, una tención en mi espalda y cuello. Y por último, hambre. Todas sumamente desagradables.

Alzo la cabeza y suelto un gemido de dolor, los párpados están un poco pesados, pero logro mantener los ojos abiertos. Trato de mover el cuerpo pero no puedo hacerlo, bajo la vista hacia mis manos, las cuales están atadas con cuerdas, al igual que mis pies y cintura.

La silla en la que estoy sentada está en medio de la sala, las luces están apagadas y todo se ve muy opaco para verlo con claridad y exactitud. Lo único que ilumina son los rayos que se filtran por las persianas en las ventanas, debe ser de mañana.

Nada de todo lo que me rodea se me hace familiar, todo está ordenado y muy bien amueblado. Además de solitario. En una pequeña repisa de madera veo una fotografía, una familia de tres; padre, madre y su pequeño hijo. Frunzo las cejas al ver la ropa de ambos hombres; camisa a cuadros y sombrero. Eso no era común en este sitio… a menos que… 

Antes de que pueda pensar en algo más lo veo, un bulto oscuro sobre el sofá en una esquina, a unos cuatro u cinco metros de distancia. Entrecierro los ojos para  tratar de reconocer lo que es, la distancia y oscuridad no me da muchas opciones, pero no parece un animal.

Luego de varios minutos de análisis logro reconocer dos pies, calzados por unas botas tipo militar —o eso me parece—, sigo mi inspección por dos piernas, hasta llegar a su pecho donde yacen sus brazos, y llego al rostro, que no es más que una sombra.

Quién sea que se encuentre ahí, está durmiendo, no hace ruido ni se mueve.
Y entre todo eso, veo sobre la mesa algo brillante; expuesto y encantador. Una hoja plateada. Un arma filosa. Un cuchillo. Un cuchillo justo al lado del desconocido. No es que necesite ese utensilio para usarlo como arma, sino que, es lo único útil que he encontrado para liberarme de mis ataduras.                      
                                
   Me concentro en atraer el cuchillo hacia mí, pidiendo tanto éxito para no despertar a mi acompañante. Se levanta  cuatro o cinco centímetros y la hoja se arrastra un poco, contengo la respiración al ver como la persona se remueve, pero luego se queda tan inmóvil como antes. Suelto el aire y trato de hacerlo más deprisa.

Esta vez se tambalea menos y coge más altura, se acerca, se acerca, se acerca un poco más y me parece que lo tengo demasiado cerca, ya es mío.

Estiro los dedos para alcanzarlo y lo toco… y de repente se me escapa de las manos. Y su risa inunda mis oídos.

El individuo esta de pie al lado del sofá en el que anteriormente dormía y su cuerpo es bañado por la sombra del interior.  Me tenso de inmediato y contengo la respiración, a la espera de que la hoja se entierre en mi pecho y acabe con mi existencia. Su mano comienza a jugar con el objeto, girándolo entre sus manos que no son más que algo opaco.

—¿En verdad pensaste qué tú estabas haciendo eso? —dice burlón.

Sé que habla del hecho de que pensé que estaba atrayendo el cuchillo, y estaba segura de qué era así, ahora no tanto. Su voz no es ronca, pero tampoco es fina, parte de mi cerebro piensa que la ha escuchado pero no logro encontrar algo sensato, todo está en blanco.

—¿Dónde estoy? —pregunto con tono fuerte, fingiendo más valor del que realmente tengo.

—En una casa —responde de manera obvia—, específicamente en la sala de la casa.
Aún no lo veo, pero ya tengo ganas de ahorcarlo.                                                                                                                                     
—¡¿DÓNDE ESTOY?!

—Nknknknknk —hizo un ruido con la lengua y niega con la cabeza—. No tomes esa actitud An —dice, dando pasos hacia el frente. Respire más fuerte, tratando de que no se notará lo temerosa que estaba—. Eres tú la que está atada.

Y entonces lo veo, su rasgos iluminados por los débiles rayos que se filtran de las ventanas. Se ve diferente a veces anteriores, su cabello está alborotado formando mechones castaños dispersados y brillantes, sus ojos están en plena libertad.

Ya no parece inofensivo o tonto, sino que, tiene el aspecto de un cazador al acecho.
Y esa persona es la misma que me ha golpeado la cabeza; Elías.

Me quedo sin palabras, el parece complacido por mi conmoción y sonríe, una sonrisa nueva en su rostro, una sonrisa de suficiencia. Alza la mano y me señala con el cuchillo, entonces me percato de lo cerca que está y tengo que echar la cabeza hacia atrás para que la hoja no me toque. Ladea la cabeza y levanta el objeto hacia el techo y todo se ilumina.

Retrocede y nuevamente comienza a darle vueltas al cuchillo en sus manos. Aún haciendo eso va a la cocina la cual está a un extremo, y tengo una perfecta vista del interior.

Se prepara un desayuno como si fuera un día normal en una vida normal. Me asqueé.

—No soy un objeto. —siseo en busca de atención, su actitud me está comenzando a poner nerviosa. Él sabe lo que yo soy y, evidentemente él es del bando que debería matarme.

—Por desgracia —dijo poniendo gesto de irritado.

Cada vez me molesta más con su personalidad de mierda.

«Es muy parecido a ti Anyi»

Mientras lo que cocina se fríe en la sartén, se apoya en la puerta y me echa un vistazo de pies a cabeza de manera inquisitiva. Me remuevo incómoda.

—¡¿Qué me ves?! —le reclamo, haciendo que unos cabellos se me peguen en la lengua.

—Si mantienes esa actitud no te responderé nada. Si te calmas, probablemente sí.

—¡Estoy calmada!

Niega con la cabeza impaciente.        
De ese modo pasó una hora. O quizá más. La sala parecía tener todo menos un reloj. Había gritado, insultado, pedido auxilio, pero nada parecía surtir efecto, él inclusive encendió el equipo y puso una estruendosa música y me ignoró exitosamente.

Ahora “mira” un documental de simios en la televisión mientras come palomitas, ni siquiera le presta atención, solo está ahí sentado con la mente en la nada.

—¡Oye! —grito. Frunce las cejas y da un manotazo en mi dirección, como si le chillara un mosquito en el oído.
No parece tener la intención de querer colaborar, y yo parezco  su juguete personal. Y ni siquiera da indicios de querer matarme.

—¿Qué eres? —pregunto  con precaución. Pensé que no me escucharía pero luego tomo el  control y apagó la pantalla.

—No estarás hablando enserio. —dice aún con los ojos en la pantalla.

—De hecho sí, me golpeaste la cabeza y luego me ataste a una silla; eso no es una respuesta de lo que eres ¿O sí?

—¿Cómo pudo soportarte tanto tiempo Anderson? —pregunta entre aterrado e incrédulo. Me ofendo por el comentario.

—Porque es mi hermano. —espeto apretando los dientes.

—La última vez que nos vimos estando conscientes, te llamé por lo que eres —dice ignorando mi anterior reproche—.  Si no soy un humano, y no te he matado como lo haría un Anbivio en mi lugar, ¿Qué crees que soy?

La respuesta esta demasiado clara, tan clara que me golpea la cabeza hasta hacer doler cada uno de mis pensamientos. Pasé tanto tiempo imaginando conocer [a alguien más] y ahora, lo veo.         
     
—Eso no puede ser posible —murmuro. Anderson debió haberse hecho a una idea si eso fuera así. Elías ha vivido en el mismo sitio, ha estudiado en las mismas paredes, debimos haber tenido siquiera un indicio, alguna pista.

—¿Soy demasiado bueno para serlo?  —inquiere altanero, yo entrecierro los ojos y lo miro mal.

—Estas menospreciando a los de tu clase —reprocho, defiendo lo que soy y mi absurda situación.

No tengo idea de que tan bueno sea maniobrando sus habilidades, hasta ahora solo me ha engañado con el cuchillo y encendido las luces, habilidades sueltas y con bastante práctica.

—¿Y? Qué yo sepa [nosotros] no tenemos un libro de principios.           

Agito la cabeza para despejarla, no quiero perder los estribos y terminar diciendo tonterías que no me serán de ayuda. Esto no es lo que yo quiero hablar, y antes de darme cuenta él ya se ha hecho con el tema de conversación.

—¿Desde cuándo lo sabías? —pregunto exigente, refiriéndome al hecho de lo que somos.

—Desde que te conocí. —dice sin dudar o pensar en ello. Lo tenía claro—. Y desde entonces solo has progresado un 1%.

No sabía desde cuándo me conocía, no lo recuerdo del todo. Y lo último era ofensivo, pero mantuve la calma.

—¿Dónde está Anderson?

Exasperado suspira.

—No lo sé.

—¡Tienes que saberlo!

—¡¿Me ves cara de niñera?! —Me encogí en la silla por su repentino grito. Él pareció apenado, pero no se disculpó—. Después de que te sacará de la universidad y volviera al interior, no lo vi más. No me quede ahí para verlo, tenía que evacuar el área. ¡Y tú! —me mira y señala con el dedo—, y tú no pudiste hacer lo que él te pidió. Te busco dentro de ese caos, te puso a salvo y con la oportunidad de librarte, ¿Y que hiciste? Siii te quedaste ahí lloriqueando y expuesta a ellos.

Sus palabras golpean lo más sensible y los ojos se me llenan de lágrimas.

—Estas… estás queriendo hacer que me sienta culpable —protesto con voz aguada, los ojos me pican y solo quiero llorar. Él tiene razón, si Anderson hubiera visto esa escena se decepcionaría.       
        
—No, no, no, yo no estoy haciendo otra cosa más que mostrarte lo que es. Te quedaste ahí, y no hiciste lo que él te pidió, cuando ambos sabemos que él podía apañárselas solo, e inclusive mejor sin ti.

Bajo la cabeza para que no vea el momento en el que se me escapa una lágrima.

—Si no hubiera sido por mí, estarías muerta —concluye, y siento que el aire se ha convertido en plomo.

—¿Y es que debo darte las gracias? —gruño con la poca agresividad que me queda,  clavándole la mirada.

—No, eso no me sirve. Lo que necesito es manos, y da la casualidad de que ambos tenemos el mismo objetivo. Tal vez no seas muy útil por ahora, pero confío en mis habilidades para hacer algo contigo.

Ignoro su ofensa y me analizo el hecho de “si compartimos” el mismo objetivo.

—Yo lo único que quiero por ahora, es encontrar a mi hermano —digo al fin recuperando la compostura.

—Él debe estar bien.

—No me importa si está bien o mal, yo quiero estar con él.

Elías parece estar reteniendo su mal humor con todas sus fuerzas.  

—Escucha Anyeli, tú viniste acá con un propósito; acabar con cada uno de los intrusos.

—¿Y si no quiero hacerlo?

Sus ojos me lanzan una mirada cargada de veneno, y luego se retira dejándome en medio de una sala vacía.         

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