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1

Comienzo a sentir un leve mareo a causa del movimiento del autobús, siempre me pasa eso, cada mañana y cada tarde.
«Como una humana» me digo a mí misma.
No lo digo en voz alta, siempre que lo hago, Anderson: mi hermano mayor, me da una mala mirada y sus ojos se tornan más oscuros de lo normal.
Para él, compararme con los humanos es incorrecto, yo diría que es ofensivo, no porque me crea mejor que los humanos, sino porque considero que ellos son mejor que nosotros. Al menos, algunas veces. 

Intentando que mi cabeza deje de dar vueltas, apoyo mi cabeza en el hombro de mi hermano, este me comienza a acariciar el cabello en muestra de conforte. Es algo que suele hacer siempre, y me gusta que lo haga, pero en este momento no estoy lo suficientemente cómoda para disfrutarlo.

—Detesto esto  —me quejo mordiendo la manga de mi abrigo, sintiendo que en cualquier momento se me saldrá el desayuno por la boca. 

—No exageres tanto —repone él.

No estoy exagerando, en lo absoluto. Si él supiese lo desagradable que son los mareos me entendería. Eso también es algo que repito mucho: “me entenderías” una y otra vez diciéndole lo mismo, pero así lo siento, como si no tuviera una manera de explicar con exactitud todo lo que me pasa, es, frustrante.

Me siento como un bicho raro, y es que lo soy, pero nadie lo sabe. Y no deben de saberlo. Anderson siendo mi hermano, es inclusive menos raro que yo, al menos él si es “normal” o como se supone que debemos ser los Bolares.

Llegamos años atrás, siendo tan solo unos pequeños y delgados niños, es increíble que hayamos sobrevivido por sí solos, éramos tan pequeños que parece imposible que estemos vivos. No controlábamos —y no controlamos aún—  nuestros poderes, de los cuáles no tenemos información de que tan graves podrían ser los resultados. 

     —La taza… Se caerá —La voz ronca y suave de Anderson me hace abrir los ojos.

Dirijo mi mirada a la parte del frente del autobús y veo como la taza con un dibujo de Santa Claus; se balancea con el movimiento. Sé que Anderson quiere que lo intente, siempre quiere eso.
«Tienes que practicar y prepararte», me dice, yo no estoy segura de si quiero o no estar preparada, me siento como una cobarde.
Y lo soy.
No controlo mis poderes como se supone que debo de hacerlo, y no considero adecuado estallar una taza con café instantáneo en el autobús. Sin embargo lo intento, intento todo para que mi hermano se sienta bien.
Aunque yo realmente lo que doy, es pena. 

Toda mi concentración —o la que al menos me es posible conseguir— se centra en la vieja taza, esta comienza a subir el espacio que había recorrido con un ascenso lento. Mis dientes quedan a la vista cuando sonrío victoriosa, realmente lo estoy logrando.

De repente el autobús amarillo y oxidado en el que estoy abordo da un brinco, haciendo que todos los pasajeros se levanten de su asiento por algunos segundos. Observo el transcurso de Santa Claus hacia el suelo.

«Lo siento Santa, al menos lo intenté»

La taza se estrella haciendo que el café dentro de ella salpique a los pasajeros del frente. 

—Casi lo logras esta vez —susurra Anderson entre mi pelo.

—Creo que este año no vendrá papá Noel con tus calcetines, oí que su trineo sufrió una turbulencia haciendo que los renos perdieran el control del vuelo y cayeron en una isla. Dicen que Santa está mal herido y no saben si logrará recuperarse antes de Navidad —susurro observando los restos de la taza.
  La leve risa de Anderson llega a mis oídos, suelta el aire y su aliento a limón entra en mi nariz llegando a la profundidad de mi estómago.

El olor que emana su cuerpo me da seguridad, me siento en casa. Sé que mientras huela el olor de su piel, estaré a salvo.

—Aún faltan nueve meses para eso, podría recuperarse —dice él —, pero si no lo hace tendrás que ahorrar para comprar los calcetines tú, los que tengo ya tienen un agujero en el talón.

Sonrío. Ninguno de los dos tiene trabajo, nuestros padres de acogida se encargan de saldar nuestros gastos, los cuales nos esforzamos porque no sean altos, pero tampoco es que andemos con los calcetines rotos. 

—Tendrás que conseguir una novia para eso, creo que es más importante la ropa interior así que será eso lo que te compraré.

En esta  ocasión no dice nada y tampoco ríe. Una de las cosas negativas de nuestra naturaleza, es el peligro que corremos de que alguien note nuestras diferencias, nuestra naturaleza, nuestro origen. Además, también están los fragmentos que resuenan en nuestra memoria cada que cruzamos los límites.
Cosas como: aléjate, distancia, innecesario, peligroso, quieta.
Hasta ahora ninguno de los dos sabe el origen de esas advertencias, las cuales dejamos de escuchar desde que formamos nuestra onda expansiva al intercambio social. Vivimos de una manera lo suficientemente humana para pasar desapercibidos, pero sabemos que no somos humanos y no debemos de seguir el transcurso de su vida.

Uno de nuestros límites, es el rechazo por la atracción.  A mí no me afecta esa ley auto proclamada por nosotros, no hay nadie que llame mi atención a tal grado de aborrecer lo que soy, sin embargo Anderson es una [persona] completamente distinta.
Anderson lleva enamorado —sea cuál sea el significado de esa palabra— de Paola Sain desde hace dos años. Ella siempre lleva su rubio cabello recogido en dos trenzas que caen en cada hombro, tiene los ojos azules y se ven enormes por la graduación de sus lentes. Es un poco más alta que yo, pero a diferencia de mi, sí tiene carne en sus huesos.
Está en su clase y creo que es la causa de que las calificaciones de Anderson no sean las mejores; supongo que se pasa con un ojo en la pizarra y el otro en ella, me sorprende ver que los ojos negros de Anderson sigan igual, creo que lo normal sería que estuviera visco. 
Tanto él como yo, sabemos que el tener novia es imposible, y en el mejor de los casos, recibiríamos un rechazo total. ¿Quién querría estar con un alien? Desde mi punto de vista: NADIE. A menos que sea otro alien, el problema es que no hemos encontrado a otro de nuestra especie. 

Suspiro y vuelvo a cerrar los ojos para tratar de relajarme, no es bueno pensar en las cosas de las que estoy privada, aunque estas no me importen en lo absoluto. 

Las voces de las personas se mezclan entre sí, formando un sonido a inframundo. Entre todo ese ruido algo en especial llama mi atención, es el núcleo de mi hermano que vibra con más potencia de lo habitual, eso me hace fruncir el ceño. Levanto la vista para observarle el rostro, sus pupilas oscuras bajan para encontrarse con las mías; nos miramos durante unos segundos, él moviendo los labios, algo que solo hace cuando está nervioso.

Su mirada se aparta para observar por la ventana.

Comprendo de inmediato que algo le sucede, pero por los momentos decido quedarme callada y no atacarle con preguntas.
Él detesta que pregunten por cosas que no comenta por cuenta propia. 

A dos cuadras de nuestra parada nos levantamos del asiento y comenzamos a caminar hacia la puerta para bajar del autobús. Cuando estoy por dar los últimos pasos, mi cabeza se sacude y los oídos me pintan. Sin importar irme de cara suelto los asientos en los que me sujeto para llevarme las manos a la cabeza. Suelto un quejido.

A mi lado, las personas se alteran y comienzan a preguntarse que es lo que me pasa. Yo sin embargo, no tengo aliento de verles a la cara. 
Cuando puedo ser consciente de mi cerebro, ya no estoy en el autobús. 

—¿Pero qué…? —me corto, observando incrédula que me encuentro al lado de la calle. Me giro hacia el otro extremo, en el momento justo en el que el autobús cruza la esquina y desaparece.

Respiro de forma agitada, sin comprender lo que acaba de pasar. Miro a Anderson, el cual me devuelve la mirada apenado, como si se estuviese disculpando. 

Con un poco de aturdimiento alzo la mirada más allá de nuestras cabezas, observando atentamente cualquier indicio anormal que pueda darme respuestas. 

Al entenderlo, mi núcleo deja vibrar por un breve segundo. Mi hermano baja la mirada hacia mis manos, hago lo mismo, y luego aprieto las manos para que dejen de temblar. 

A pesar de que logro mi objetivo, sigo sintiendo el temblor interno de mi cuerpo, me pregunto internamente si esto por lo que estoy pasando es aquello que llaman: ataque de ansiedad. O quizá: estado de shock. Sea lo que sea con exactitud, estoy consiente que es una sensación nueva, y sobretodo, una sensación tan humana que no debería de sentir. 

En otro momento me estuviera esforzando por anular la emoción que me invade, pero ahora no soy capaz de preocuparme por eso. Sentirme humana es el menor de mis problemas. Porque ellos han llegado. 

«Es eso, ¿verdad?» pregunto mientras me vuelvo hacia Anderson. Mi boca no ha pronunciado las palabras, pero tampoco es necesario que lo haga. Él puede leer lo que pasa por mi mente debido al nivel de expresión que tiene mi cara, lleva diciéndome que parece que mi persona, tiene subtítulos incluidos. 

Él tampoco me da respuesta, o al menos, no una dicha en palabras. Se limita a soltar el aire y apartar la vista. Por la neutralidad de su rostro sé que no quiere hablar al respecto, pero yo no estoy para darle espacio y que se guarde las cosas para él. 

Estiro el brazo y lo cojo del suyo, luego le arrastro por todo el aparcamiento delantero. Él es más fuerte que yo, si quisiera quedarse quieto lo haría, y yo no podría hacer nada para moverle. Extrañamente no se resiste, y eso me asusta aún más. 
De pronto, aparecen tres chicas frente a nosotros y nos cierran el paso. Las conozco —de vista—  como compañeras de Anderson. 
¿Y eso debería de importarme? Nada me ha importado hasta ahora, y menos van a importarme en este momento; así que en vez de detenerme las arrollo. 

  —Anderson queremos hablar contigo —dice una de ellas a nuestras espaldas. Aumento la presión en el brazo de mi hermano para decirle que no estoy dispuesta a dejarle marchar. 

—Hablara conmigo en este momento —respondo sin voltear la vista y sin detenerme.

—Es sobre la tarea de química, una de las materias con nota más baja en él, deberías considerar lo que dices — interviene  otra de manera retadora, como si mi hermano se pondría de su lado. Cosa que no hace.

—¿Anderson? —insiste. Esa chica en verdad merece un Óscar por ser tan insistente. Es la primera vez que hablo con ella, y ya está en mi lista negra. Lista que acabo de crear.

—Sofía hablaré después contigo —le espeta mi hermano con voz pesada.  Esta vez se quedan calladas, quizá sorprendidas por la brusquedad. 

Lo primero que hueles al llegar a la parte trasera de establecimiento, es el fétido olor de los contenedores. En esta parte, las paredes lucen un aspecto muy diferente al de la parte de enfrente, esta área luce más abandonada. Como muy pronto lucirá todo el planeta, cuando la invasión se lleve a cabo. 

Me pongo frente a él, sintiendo que mi núcleo por poco saldrá expulsado por la boca. Llevo toda mi vida en la Tierra pensado en este momento, en el cual me enteraría que ellos están por llegar y venir por nosotros. 

—¿Desde cuándo lo sabías? —pregunto, con una voz que delata decepción y molestia, aunque realmente no siento ninguna de las dos cosas. De lo único que soy consiente es que me encuentro terriblemente aterrada. 

«Pero quién no iba a estarlo sabiendo que en cualquier momento van a darle caza»
—Desde que el zumbido comenzó —responde sin ánimo. El zumbido al que se refiere, es aquello que invadió mi cabeza al bajar del autobús, lo cual para mí era mucho más que un simple zumbido. Por un momento estuve segura que mi cabeza iba a explotar. 

—¿Desde cuándo lo sabías? —exijo. Siento que mi labio tiembla y tengo que apretar la boca para que él no lo note. 

Anderson se muerde el labio y mira a la nada, en este momento deseo poder descifrar sus gestos, así cómo él lo hace conmigo, pero eso no se me da, de hecho nada se me da. Solo lamentarme.
Sueno patética, lo sé.

—Tres meses y medio —responde aún sin mirarme.

Dejo escapar un jadeo, sorprendida por la cantidad de días. 
«Tres meses y medio» repito, incrédula de no haberlo notado antes. De pronto, me siento molesta con él, por haberme ocultado algo tan importante. Luego reacciono en el porqué había estado insistiendo en que practicara, quería que mejorara. 

¿Pero realmente hay tiempo para eso? 

—¿Qué haremos?  —pregunto relamiendo los labios y echando un vistazo a mi alrededor, me siento extrañamente observada, aunque sé que realmente nadie nos está viendo, es solo un síntoma a mi pánico. 

—No lo sé. 

Su repuesta me hace suspirar. Si él no lo sabe, siendo el más astuto de los dos. Menos posibilidades tengo yo, que hasta ahora, no he aprendido a manejar ni los objetos. 

—¿Cuánto tiempo crees que tenemos? —pregunto temiendo lo peor.

—Supongo que unos tres meses. Todavía no han hecho nada, ni siquiera dan señales de su presencia. Supongo que no están tan fuertes —dice no muy convencido.
El aspecto que tiene me parece extraño, o quizá solo son mis ojos viéndolo de un ángulo aterrado.

Tal vez no estén fuertes, pero nosotros tampoco lo estamos, [ellos] están juntos, nosotros en cambio no hemos conocido a otro de los [nuestros]. Solo somos él y yo, sin tener la más mínima idea de dónde está el resto. Y quizá ellos tampoco sepan de nosotros.

—Por el momento seguiremos con nuestra vida como lo hemos hecho hasta ahora —prosigue él. Demasiado difícil sabiendo la verdad, los días están contados para que todo comience—. Quizá y sea un cambio atmosférico el que nos está afectando, no hay porqué pensar lo peor. —Su voz suena demasiado apagada, ni él mismo se cree lo que su boca está diciendo—. Tendrás que esforzarte más, Anyeli, tú misma viste como se movió la taza en el autobús, vas mejorando, solo tienes que practicar más.

Me río irritada, solo se movió unos centímetros. Acepto que en ese momento me pareció un gran avance, pero ahora solo suena como mal chiste. Me harán papilla en el primer segundo, no puedo trabajar bajo presión,  es más, no puedo hacer nada con presión o sin presión. Es demasiado para mí.

Ni siquiera lo he dicho en voz alta, sé lo que mi hermano me diría: «Te estás subestimando demasiado».

—Por favor Anderson, sabes que estoy perdida, no puedo ni mover una hoja de papel y sabes que mover una taza es ridículo ante lo que hablamos. No voy a andar lanzando tazas, eso no hará nada.

Lo último prácticamente lo grito, no puedo hacer otra cosa que no sea gritar, estoy histérica. Comienzo a andar hacia la entrada de la Universidad, sin tener el valor suficiente para ver a mi hermano a la cara; no cuando seré una carga para él.

«Patéticamente cobarde».  Mascullo entre dientes, hablando de mí.

—¡A veces las cosas más pequeñas hacen los cambios más grandes! —grita él a mis espaldas pero no me detengo, si eso es lo que piensa no seré yo la que lo contradiga.

Mientras me dirijo al salón, hago memoria de los primeros días en el planeta, aquellos dónde vagábamos a través del bosque. 

—Tengo miedo 308  —dije una noche con voz quebrada. Tenía frío y hambre. Mis pies estaban descalzos y la planta me ardía con cada paso. 308 se mordía el labio, sopesando nuestras opciones. La mayoría del tiempo me sentía mal por ser una carga, pero aquellas vivencias eran demasiado para mí.  

De pronto se escuchó un chasquido, ambos nos volvimos a la dirección de donde había salido.

—No tengas miedo 303, yo estoy aquí para protegerte.

Salgo de mis pensamientos cuando me estrello contra el pecho de alguien.

—¡Oye ten cuidado!  —grita el chico. Comienzo a recoger los papeles y me encuentro con los lentes de Elías, los cuales están completamente rotos.

—¡Ves lo que haces! —espeta el mencionado arrebatando los lentes de mis manos. Su ceño está fruncido y su pelo castaño está peinado con gel como siempre. Sigo recogiendo los papeles que se esparcieron por todos lados y algunos irrespetuosos se paran sobre ellas, como si sus ojos no vieran lo que pisan. 

—Lo haces mal —se queja Elías. Esa es la gota que rebalsa la pipa dentro de mí. 

—Entonces hazlo tú —replicó. Me levanto para luego dejar caer el montón de hojas que había recogido, estas vuelan esparciéndose  nuevamente.

—Eso hacía, pero me estabas estorbando —reprocha.

Sigo caminando entre las mareas de estudiantes, sintiendo que mi salón está demasiado lejos. 

El arbusto se movió y 308 golpeó con el palo una cosa blanca y peluda. Soltó un chillido agudo, luego se quedó inmóvil sobre la tierra. 308 se acercó con paso sigiloso hacia esa extraña criatura, lo movió con la rama pero la cosa se quedó inmóvil, a pesar de que tenía los ojos abiertos. 
308 se agachó y pasó el dedo sobre el líquido brillante y rojo, se lo acercó a la nariz y olfateó lo que tenía en el dedo. 
Me le quedé mirando, a la espera de algún veredicto. 
Y 308, hizo lo último que pude haber esperado: se metió el dedo en la boca. Cuando lo sacó, no quedaba ni un solo rastro de aquello que bañaba su piel. 
Se me hizo agua la boca.
—Sabe bien —dijo sonriendo. 
Agarró una de las extremidades y dando un fuerte tirón la desprendió de resto del cuerpo. La sangre comenzó a escurrir, permitiéndome olfatear el exquisito aroma.  
Cuando lo tuve entre mis manos, me lancé sobre la carne todavía caliente.  

El recuerdo me hace pasar saliva por la garganta, luego me avergüenzo por mis repulsivos antojos. Aquí va otro de nuestros muchos secretos: nos gusta la carne, pero no de la misma manera que a los humanos. No, a nosotros nos parece mucho más a apetitosa aquella que todavía conserva sangre, y quizá incluso, vida. 

Aunque tenemos la consciencia suficiente para no lanzarnos sobre cualquier cuerpo con vida, eso no nos permite reprimir nuestros más primitivos instintos. 
Cuando me posiciono en la entrada de mi salón, mis oídos son invadidos por el leve sonido de la sangre corriendo a través de las venas de todos mis compañeros. 
No es algo nuevo, es algo con lo que he lidiado desde nuestra llegada a la Tierra. 

Camino a través de los pasillos entre los pupitres, admirando como todos a mi alrededor charlan tranquilamente, como si todo en este mundo estuviera en orden. 

Claro, ellos no saben que se encuentran en medio de una bomba, la cual puede explotar en cualquier momento y acabar con la tranquilidad de sus vidas. 

Esa bomba puede que incluso sea yo misma. 
Me dejo caer sobre la silla, de la misma manera que lo hice ayer, y antes de ayer. Todos mis movimientos son exactamente iguales, como si formaran parte de un ritual en el cual no deben de hacerse cambios. Pero, a pesar de eso, ahora nada es igual que ayer, porque ahora, a diferencia de 24 horas antes —mas bien 18 minutos antes— conozco que ellos han llegado por nosotros, y que la cacería puede comenzar en cualquier instante. 

Incapaz de quedarme inmóvil en el pupitre, busco en la mochila algo con lo cual distraerme, pero dentro no hay más que útiles y mi móvil. Al final termino cogiendo una vieja libreta de tapa dura color negro con estrellas, al abrirla, me encuentro con mis obras de arte. 

Soy una excelente dibujante, hacer magia con el lápiz y el papel me resulta muchísimo más fácil que ejecutar mis poderes naturales. 
Cuando llegamos, mi mente todavía conservaba pequeños fragmentos de conciencia sobre nuestra antigua vida, los cuales plasmé en las hojas para no olvidarlos. 

Al final los terminaron desvaneciéndose de mi memoria.
Ahora, al ver cada dibujo sobre las páginas no encuentro más que formas sin significado o importancia. 

Al llegar a la página en blanco, apoyo la punta del lápiz y comienzo a trazar un nuevo dibujo. Tan solo por ese instante, en el que me sumerjo por completo en mi tarea: olvido que mi vida puede acabarse pronto. Y sobretodo: que depende de mí salvar a todo aquel que me rodea. 

—Interesante dibujo. —Levanto la vista al escuchar la voz, encontrándome a Elías justo a mi lado. Tiene sus ojos fijos en mi dibujo, estudiando cada insignificante detalle que lo compone. 
Pongo mis brazos sobre el papel para ocultarlo de sus curiosos ojos . Él me mira sonriendo burlón, como si mi acto hubiera sido demasiado patético. 

Pero no puedo molestarme, no cuando sobre su nariz se encuentran unos lentes rotos a causa mía. Lo primero que pienso es que debe de necesitarlos demasiado para usarlos en ese estado. Mi segundo pensamiento sin embargo, es mucho más profundo: estoy comenzando a dañarles. 

—Perdona —suelto, antes de siquiera ser consciente de que iba a decirlo. 

—¿Por qué? —pregunta él, pero no de un modo curioso o confundido, sino de una manera que no puedo interpretar. 

—Por lo de tus lentes. 

Alza una ceja y me observa divertido. Trato de descifrar su gesto pero me es imposible. Elías siempre me ha parecido un chico bastante peculiar. No solo por el contraste de su piel morena y sus ojos avellana, sino también por la escasez de ocasiones en las que he visto hablarle. 

Siempre me he dicho que es demasiado tímido. O quizá, demasiado tonto. Sea cual sea la verdad, ahora su vida también es responsabilidad mía, y de todos los de nuestra clase. 

—No te lamentes por ser lo que eres, que ya de por sí, es un error —repone él, para luego seguir su trayecto hacia su pupitre que está en la esquina del salón, justo al lado de la  ventana. 

Su comentario me corta la respiración y hace que mis manos tiemblen. Puede que se deba a que ahora todo lo veré de forma distinta, pero aquella manera en la que me ha hablado, me hace sentir que sus palabras tienen un reproche oculto. 

Uno que me grita: ¡Monstruo

Tomo una bocanada de aire, aparto los brazos y fijo mi mirada sobre el dibujo, el cual puede resumirse completamente en una sola palabra: caos. 

—308 tengo hambre.
Nuevamente me invaden los recuerdos del pasado, y no hago ningún esfuerzo por alejarlos de mi mente.
  —Tranquila, ya encontraremos algo —dijo 308 observando con sus oscuros ojos cada centímetro de lo que nos rodeaba. 
Después de meses de vida nómada entre la maleza, nuestro aspecto era terrible. Teníamos los pies llenos de tierra, el pelo enmarañado y la ropa oscura andrajosa. 
Caminé tras él en todo momento, temerosa por tanto ruido. Estábamos en medio de un vecindario, y los ruidos del pueblo nos invadían los oídos. 
Ese fue el día que conocimos a nuestra familia. 
Yo fui la primera en verlo. De inmediato me agazapé tras mi hermano asustada. Frente a nosotros, había un crío, un crío humano. Él a diferencia de nosotros, estaba completamente limpio. 
Nos miró de arriba abajo, asustado. 
—¿Están perdidos? —preguntó. 
El sonido de su voz me pareció mucho más asfixiante que todo el demás ruido junto.  
—No lo sé —habló 308, con una voz más aguda de lo que era en realidad. 
—¿Tienen familia?
La palabra me hizo bajar el rostro. 
«¿Fueron ellos los que nos enviaron a este horrible lugar?». Me pregunté, sin entender como era posible que supiera el significado de la palabra familia, la cual no había escuchado hasta ese momento.
—No lo recuerdo. 
Después de escuchar aquello, supe que estábamos varados en la Tierra sin ningún fin que no fuera sobrevivir y pelear. 
¿Había llegado el momento de cumplir lo último? 

Levanto la mirada hacia el reloj sobre la pared, percatándome que solo han pasado cinco minutos. 
Suelto un suspiro. Estar aquí ahora me parece innecesario, estamos al borde de que nuestra naturaleza quede al descubierto, y seguir las rutinas humanas me parece una pérdida de tiempo. 
Sin embargo, no me muevo de mi sitio. 
¡Pock! 
Explota una bombilla a mis espaldas. 
¡Tilín! ¡Tilín
Caen los cristales al piso. 

—¿Pero qué...? —pregunta alguien. 

Lo entiendo de inmediato, algo anda mal. 
¿Por qué lo sé?
Bueno, porque he visto cientos de veces bombillos rompiéndose. Porque es algo que provoca mi hermano cada vez que pierde el control. 
  

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