9
Mientras tanto, Venu se había encerrado en su cuarto. Aunque, después de dormir dos horas más de lo regular, ya se sentía más tranquilo, no tenía ánimos para levantarse. Se sentía incapaz de mantener la calma al estar frente a su familia, y sentía que si se quebraba frente a ellos, terminaría por revelar la manera en que Guadalupe estaba involucrado realmente en el crimen.
Así que se quedó en su cama y puso música en su celular, hasta que, luego de escuchar por segunda vez la misma playlist, sintió una mano en su hombro, sacudiéndolo suavemente.
Como él nunca se dormía con los audífonos puestos, no podía ocultar que estaba despierto, así que respiró profundo y a la vez que se quitaba los audífonos, se giró para ver quién lo llamaba.
Se encontró con la mirada preocupada de su papá, quien no se metió en formalidades y preguntó: —Venu, ¿vienes a comer?
—¿A comer? ¿Pues qué hora es? — respondió el muchacho, y tras mirar en el reloj del celular que era la 1:56 p.m., se sentó y replicó: —No me siento bien, pero mejor iré.
Don Herminio le revolvió un poco el cabello con la mano, mientras decía: —Te entiendo, estás cargando un dolor inmenso, pero sé que las cosas van a mejorar pronto, mi pequeño.
—Eso espero —contestó Venu.
Los dos salieron de la habitación hacia la cocina, donde la abuelita estaba ya terminando de servir los platos, pero antes de poder decirles algo, el sonido de unos golpecitos en la puerta de la casa interrumpió el ambiente.
—¡Qué extraño! ¿Quién será? —doña Rocío pensó en voz alta.
Venu se apresuró a sentarse en una silla para no caer al suelo, ya que tuvo la pequeña esperanza de que se tratara de Guadalupe. No tenía ningún sentido que fuera él, pero de tan sólo imaginarlo, su corazón se aceleró. No había pasado ni un día y ya lo extrañaba.
Don Herminio se apresuró a acercarse a la puerta y preguntar —¿¡Quién es!?
La persona afuera contestó: —El señor Rojo.
Hasta ese momento, nadie se acordaba del señor Rojo, el jefe de la policía. Don Herminio le abrió la puerta rápidamente. El jefe había llegado a pie, vestido de forma casual, y probablemente no hubiera sido notado si no fuera porque aún llevaba su placa y el arma de cargo. Luego de saludar, le preguntó: —¿Es un buen momento para hablar con usted y su familia?
—Sí, está bien, aunque a decir verdad, hubo una situación inesperada y nos habíamos olvidado de usted, pero...— contestó.
El señor sonrió y respondió: —No se preocupe, no es la primera vez que pasa.
Don Herminio se sorprendió: —Bueno, creo que será mejor que pase adentro.
—De acuerdo —contestó el jefe, y enseguida, los dos entraron a la casa.
Doña Rocío fue a buscar a su esposo y a su otro nieto, y al verla llegar, el abuelito preguntó: —¿Qué ocurre?
—El señor Rojo, vino para hablarnos de la reapertura de la investigación —contestó ella.
—Bien, vayamos adentro y escuchémoslo —afirmó Don Venustiano. Así que entraron a la casa.
El más desconcertado por todo esto fue Venu, quien, como recordarán, no se había enterado de este asunto. Sin embargo, sólo trató de sonreír para aparentar tranquilidad.
Luego de las correspondientes formalidades, el señor explicó: —Debido a que hubo varias deficiencias en la investigación, y además, ya que no se identificó ni menos localizó a ninguno de los responsables y por lo tanto no hay acusación alguna, su caso cumple los requisitos legales para ser reabierto. Por lo tanto, solamente se necesitaría que ustedes consigan un asesor legal y soliciten la reapertura del caso.
Ambos hermanos se miraron uno al otro. Como es natural en los gemelos, podían entender lo que estaban pensando uno y otro con bastante facilidad, sin necesitar de ponerlo en palabras. Venu estaba preocupado por el chico que amaba, pero notaba que su hermano estaba ansioso por ver que se hiciera justicia. Y Hermi podía ver claramente que aunque su hermano quería que por fin hubiera justicia para su mamá, no se animaría a pedir algo que con seguridad pondría en riesgo la vida de Guadalupe. Estaban en una situación compleja y no sería fácil explicar los motivos por los que dudaban en aprobar que se retomara el caso por las autoridades.
El jefe de la policía todavía explicó algunas cuestiones técnicas y legales más, así que los gemelos tuvieron tiempo para respirar y tratar de lucir concentrados en la explicación. Afortunadamente, el señor Rojo no notó nada en sus expresiones, pero el abuelo sí.
Después de todo, y tomando en cuenta que entre los dos hermanos sólo Hermi sabía de la posible reapertura del caso y aun así prefirió idear el plan que le había mencionado, don Venustiano estuvo seguro de que su nieto no podía tener otra motivación más firme y temeraria que lograr capturar al asesino sin arriesgar (demasiado) al alfarero.
Por lo tanto, cuando el jefe terminó su explicación, don Venustiano no dudó en usar la vieja confiable: —Le estamos muy agradecidos por todo esto, y por supuesto que sí queremos que se reabra la investigación. Pero, por desgracia, no tenemos manera de pagar por un abogado.
No es que fuera mentira, realmente su economía no era suficiente para costear los honorarios de un licenciado en derecho, pero si las circunstancias fueran diferentes, hubieran buscado la manera de conseguirlo. Sin embargo, el abuelito confiaba mucho más en los chicos que en los procedimientos legales, justificadamente.
Y los dos muchachos no pudieron evitar sonreír al notar esto, y enseguida volvieron la vista hacia don Venustiano, quien les respondió con un ligero asentimiento.
Don Herminio y doña Rocío estuvieron a punto de hablar, pero se dieron cuenta de la actitud de los chicos y del abuelo, así que se abstuvieron de hacerlo.
El señor Rojo alegó que podría conseguir el servicio de alguien que no cobrara mucho dinero, pero como don Venustiano contestó que no quería tener deudas con nadie a pesar de las buenas intenciones, al final asintió: —De acuerdo. Aun así, todavía queda un buen margen de tiempo por si cambian de opinión —sacó una tarjeta y se la dio al abuelo: —Si lo requieren, pueden llamarnos.
Y sin más, se retiró. Los gemelos dieron un suspiro de alivio. De verdad querían justicia, pero no podían confiar en que la policía lograra hallar al culpable sin que este también arrastrara a Lupe. Don Venustiano los miró fijamente, lo que los puso un poco nerviosos.
—Me sorprendí con tu habilidad con las palabras, abue— dijo Hermi.
—Yo también —agregó Venu.
El abuelito los conocía demasiado bien para no distraerse con los halagos, y habló: —Ustedes no quieren ayuda, piensan hacer justicia por propia mano, ¿no es así?
——Es así. Tengo que continuar con el plan —confirmó Hermi.
—¿Qué plan? —preguntó su papá.
—Tengo un plan para descubrir al asesino y salvar a Lupe —afirmó Hermi.
Venu abrió mucho los ojos, perplejo: —¿De veras?, ¿lo tienes decidido?
—Así es. Ya tengo todo fríamente calculado —contestó Hermi, y enseguida explicó su plan a grandes rasgos.
Consistía en cuatro partes: La primera, ya en progreso, sabemos que consistía en entrenar para dominar sus poderes. La segunda fase ya implicaría más acción y riesgo, pues había que averiguar la identidad del asesino. Hermi había considerado que debía tratarse de alguien que los conociese tanto a ellos como a Guadalupe, pero no se detuvo en este punto, porque pasó a explicar la tercera parte del plan. Esta consistiría en encontrar pruebas de la culpabilidad de quien resultase ser el responsable. La última parte, sin embargo, no podía ser planificada en ese momento, pues se trataba de detener al culpable, pero para que funcionase bien, había que tomar en cuenta aspectos que sólo conocerían hasta que se completara la tercera fase, así que por el momento ese era todo el plan.
Primero, Venu no dijo nada, pero luego de unos segundos, protestó: —¡¿Y por qué no me dijiste nada antes?! ¡Estuviste despierto cinco horas y ni te acordaste de mí!
—¡Oye, no te quejes! Tú ni me preguntaste si ya tenía alguna idea, nada más te has pasado desde anoche tirado como un trapo y no te esforzaste en pensar alguna solución —respondió Hermi.
Intervino la abuela: —Ya, niños, no discutan. ¿Por qué no mejor ejecutan el plan entre los dos? Claro, si Venu quiere; serán más eficientes si trabajan unidos.
Los gemelos la vieron y luego se miraron entre ellos.
—Tienes razón, abue. Eso es lo que hay que hacer —afirmó Venu.
Hermi dudó. —No sé. Pensé actuar solo para que estés seguro. No quiero que corras riesgos —le contestó.
Venu lo miró con un poco de enfado: —Estoy dispuesto a asumir los riesgos. No soy un debilucho para que me andes cuidando tanto.
—Ya lo sé... Está bien, vamos a actuar juntos —se rindió Hermi.
La abuelita sonrió y dijo: —Muy bien, así me gusta, todos de acuerdo.
Así, toda la familia juró hacer todo lo posible para contribuir al éxito del proyecto, sin objeciones, y con mucho ánimo y esperanza que todo resultase bien.
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