20
Hermi no preguntó nada cuando Venu regresó. Le bastaba con verlo mucho más feliz, así que fue un poco difícil al día siguiente tener que bajarlo de su nube para explicarle lo que había decidido para el plan. Afortunadamente, estando ya repuestos del cansancio y las emociones pasadas, los gemelos hicieron un rápido recuento de la información que habían reunido durante su investigación. Pareciéndoles suficiente para armar una buena estrategia, hablaron con su papá y abuelos para que les ayudaran a iniciarlo.
El plan era el siguiente: Primero, buscarían la caja fuerte, usando la información de los planos que habían copiado. Para eso, el abuelo logró convencer al jefe de la policía, el señor Rojo, y él consiguió permiso para que los dejaran entrar al edificio de gobierno para buscar la caja fuerte. Claro que don Venustiano no mencionó que ya sabían quién era la asesina, pues eso habría sido tanto sospechoso como peligroso, sino que dijo que pensaban que tal vez si encontraban la caja, podrían descubrir al culpable. Y el señor Rojo no lo mencionó, pero justo ahora que tenía que investigar qué demonios había pasado el día anterior, ya que supuestamente doña Débora había encontrado a don Cruz y se había defendido de él, empezaba a entender por dónde iba la solución de ambos casos.
El detalle estaba en que, como el permiso a fuerza tendría que pasar por la autorización de la secretaría de cultura, doña Débora se enteraría enseguida, y seguramente haría algo al respecto. Eso es lo que sería más peligroso, pero intentaron no pensar negativo y siguieron adelante. El final no era fácil de predecir, así que simplemente esperaban que resultara en que la villana sería detenida.
Pero primero lo primero: así que todos fueron al palacio de gobierno. Los vigilantes los dejaron pasar, y los acompañaron adentro, como les había mandado el jefe de policía, quien en ese momento estaba ocupado hablando con la alcaldesa.
Estando allí, los hermanos observaron el interior del edificio. Era bastante más simple de lo que habían imaginado, pero no por eso dejaba de ser interesante, como si dos líneas de tiempo se superpusieran una con otra en el diseño señorial y las adecuaciones modernas.
—¿Recuerdas los sitios que marcamos en los planos? —preguntó Hermi, concentrándose en su misión.
—Sí. El primero está aquí, en la entrada. Y si no entendí mal, sería en el piso —respondió Venu.
—Muy bien, pues a examinar el piso —dijo la abuelita, y empezó a golpear con los zapatos en el suelo. Varios azulejos sonaban huecos, pero estaban fijos. Los guardias observaban desconcertados, pensando que estaban locos.
Venu advirtió que los primeros azulejos, inmediatos a la puerta principal, parecían pegados en una base metal, pero estaba ya oxidada, y dijo: —Creo que éstos son los que hay que quitar.
Enseguida, ambos hermanos, junto con su papá y los vigilantes, revisaron esa parte del piso, y encontraron que, en efecto, allí había una tapa, cubierta con los azulejos, y oxidada. Luego de traer algunas herramientas, pudieron levantarla, y encontraron que, efectivamente, allí estaba la caja fuerte, que parecía bastante mejor conservada que la tapa.
—¡La encontramos a la primera!, qué buena suerte —exclamó Hermi.
—Hmmm, sí. Ahora espero que no se nos acabe la suerte —respondió don Herminio.
Los guardias estaban también asombrados, y uno dijo: —Con razón no la habían encontrado, estaba muy bien oculta, justo frente a todos.
—Hay cosas tan evidentes, que no las ve la gente —respondió el abuelo.
—Bien, entonces, pasemos a lo que sigue —dijo Venu.
—¿Tendremos que notificar que ya la encontramos? —preguntó uno de los policías.
—Sí, eso creo —respondió Hermi. Volteó hacia su familia y les dijo: —Deben ocultarse, y estar atentos para correr o para grabar lo que suceda.
—Está bien, tengan cuidado —respondió su padre.
Los tres mayores se ocultaron, mientras uno de los guardias se fue a buscar al jefe de la policía.
Venu, por su parte, sacó su celular y escribió algo, a lo que su hermano le llamó la atención: —No te distraigas.
—Lo siento. Pero, pase lo que pase, al menos Lupito sabe que lo amo.
Hermi resopló y contestó: —¿Es lo único en lo que piensas ahora?
—Ay, lo entenderás cuando crezcas —replicó Venu, dándole un empujón. El otro se rió y lo empujó también.
Como aún no había llegado el señor Rojo ni nadie más, los chicos se alejaron un poco para mirar por la puerta. Pasaron algunos minutos, cuando distinguieron los faros de un coche conocido.
Hermi entrecerró los ojos. —No puede ser, ¿no es la señora Débora? Fue rápido que llegara.
—Eso parece —respondió Venu.
Observaron atentos. Efectivamente, doña Débora bajó del auto. Revisó su celular antes de abrir la otra puerta, permitiendo descender a otra persona del coche. Los hermanos reconocieron la voz de Guadalupe, ya que él y la señora discutían mientras avanzaban para entrar al edificio.
Si bien a causa de la distancia, no pudieron entender lo que decían, al acercarse, escucharon que el joven protestó: —Entiendo sus razones, pero aún si encontramos la caja, ¿qué nos asegura que encontremos esa ciudad? ¿Y si es sólo una leyenda?
—Guarda silencio, que no tengo tiempo para esto— respondió ella.
Lupe murmuró algo. Doña Débora resopló y dijo: —Ya deja de preocuparte. Te dije que no te haré nada. A menos que intentes engañarme, claro está.
Sin embargo, en ese momento notó a los hermanos, y frunció el cejo. Guadalupe, al verlos, se esforzó por mantenerse tranquilo para que doña Débora no descubriera que los conocía.
La señora los reconoció: —Don Cruz me habló de ustedes. ¿Qué es lo que intentan hacer?
Para ese momento, el policía que había ido a buscar al señor Rojo regresaba junto con él. Se acercaron a la caja fuerte, y doña Débora, al notar esto, mostró una pequeña sonrisa. —¿Creen que no reconozco cuando intentan ponerme una trampa?
Venu continuó: —Esa llave estaba en nuestra casa; nuestro padre iba a llevarla al museo, pero alguien allí tenía otros planes, así que la robó, y a punto de ser capturada por nuestra madre, le disparó. Quien robó la llave y mató a mamá, fue usted.
La señora se sorprendió, y dijo: —Vaya, vaya. Qué específicos —. Miró hacia Guadalupe: —¿Tú les contaste?
Él negó con la cabeza. Los gemelos también negaron, pero la señora rió. —No sé qué esperar de ustedes. Pero en realidad, los entiendo. Quiero el contenido de esa caja para poder recuperar a mis hijos.
Los muchachos se quedaron quietos por unos segundos. Se preguntaron si, en el caso que ellos hubieran muerto, su madre hubiera hecho algo así, pero al final, ninguno lo creyó posible.
—A decir verdad, no estoy tan seguro que mamá aprobara que nosotros actuemos así: la venganza es una cosa muy fea —declaró Herminio.
—Estoy de acuerdo con el desconocido— dijo Guadalupe.
Débora lo miró despectivamente, le apuntó con la pistola y tiró del gatillo, pero no ocurrió la detonación.
El muchacho miró a su novio. Venu estaba controlando que no se produjera la chispa que accionara el arma.
La señora palideció, pero no tardó mucho en recobrarse de la impresión. Arrojó a un lado la llave y soltó la pistola, consiguiendo desconcertar a los tres chicos. Pero, con la velocidad de la serpiente, sacó una segunda pistola y esta vez disparó hacia los hermanos. Venu logró levantar un muro de tierra, rompiendo el suelo sin querer, pero apenas a tiempo para cubrirse a sí mismo y a Hermi.
Mientras, Guadalupe corrió para escapar y desapareció, se volvió invisible, pero aun así, Débora le disparó desde lejos, y el joven cayó. Previendo un nuevo ataque por parte de la señora, Herminio creó un torbellino para rodearla, y corrió hasta ella para quitarle la pistola, pero, aunque Débora no lo podía ver, al sentir que trataba de quitarle el arma, disparó en repetidas ocasiones, las cuales de pronto produjeron mayor estruendo, pues en el forcejeo, el silenciador fue desprendido.
En un momento, el torbellino paró. Venu se asustó, pensando que Hermi podía haber recibido los disparos, pero nada de eso: el chico estaba perfectamente. Sólo había detenido el viento porque ya había logrado quitarle el arma a la señora.
Débora estaba furiosa y exclamó: —¡No les será tan fácil! —, y se lanzó para golpear a Hermi, quien no la pudo esquivar.
Venu trató de atacarla por atrás, pero ella lo percibió y lo contraatacó. En ese momento, llegó el policía para detenerla, sin embargo, ella le lanzó una pequeña navaja, hiriéndole sin gravedad, pero lo suficiente para distraerlo.
Entonces salió don Herminio de su escondite y dijo: —¡Alto! No puede con todos nosotros.
—Pero claro que puedo con todos— contestó ella.
—Sí, pero yo tengo pruebas —contestó él, y sacó su celular, donde estaba grabando todo lo que pasaba.
Los muchachos se levantaron mientras, y Venu dijo: —Ya no nos puede vencer. Ganamos.
Débora sabía que tenía razón, pero aún podía jugar una última carta: —Tal vez, pero no estarán en paz.
—¿De qué está hablando? — preguntaron tanto don Herminio como el policía, quien acababa de levantarse. Antes de que alguien pudiera reaccionar, Débora sacó otra pistola más pequeña de su bolsa, se apuntó a sí misma y disparó.
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