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11

Esa noche, a pesar de que era temprano, Venu ya se había dormido, agotado por el trabajo/entrenamiento y sin ánimos de hacer nada más. Mientras los abuelos estaban viendo una película en la pequeña tv que se hallaba en la salita de la casa, así que Hermi se quedó en la cocina, intentando leer, aunque su mente no podía poner atención a lo escrito. Estaba por rendirse e irse a dormir también cuando su papá, quien había estado haciendo matemáticas sobre el resultado de las ventas, lo llamó a su habitación para hablar sin interrumpir a los abuelos.

Hermi obedeció, y cuando estuvieron los dos en el cuarto, le preguntó: —¿Qué pasa?

—Noté que has estado muy ensimismado. ¿Vas a comenzar con la siguiente fase del plan? —replicó su padre.

—Sí, ¿cómo supiste?

—Lo deduje porque andas con la mirada perdida, incluso mientras tratas de leer. Y también tu actitud hacia Venu es más sobreprotectora de lo usual.

Hermi rió nervioso y explicó: —Creo que está deprimido. Tal vez si avanzamos con el plan se sienta un poco mejor.

Su papá asintió con la cabeza, pero dijo: —Lo extraña mucho, ¿verdad?

El chico apretó los labios, sin querer decir nada, aunque también asintió con la cabeza. ¿Para qué negar lo que no se podía? Mientras no descubrieran la historia completa, todo iría bien.

Don Herminio respiró profundo y continuó hablando. —Cuando... perdimos a tu mamá, yo estaba igual que ahora está tu hermano, pero no podía derrumbarme porque aún tenía que ser fuerte para cuidar de ustedes dos.

Hermi no esperaba que la conversación fuera hacia ese camino. Durante estos tres, casi cuatro años, su padre no había dicho ni una sola vez lo que sentía después de haber perdido a su compañera de vida. Desde luego, se notaba que estaba triste en su actitud y en sus expresiones, pero en ninguna vez lo había puesto en palabras.

El muchacho notó que los ojos de su papá se empezaban a humedecer. Sin decir nada, se sentó a su lado para abrazarlo, a lo que el mayor sonrió por un momento y correspondió el gesto.

Permanecieron así por un buen rato, tan callados como era posible a pesar de que las lágrimas escaparon de los ojos de ambos. Hasta antes de perder a Rocío, los dos Herminios tenían buena comunicación; después de la tragedia, aunque no hubo ningún conflicto entre ellos o con el resto de la familia, el mayor se había aislado un poco, y las conversaciones, sobre todo con sus hijos, ya no eran tan frecuentes, limitándose a dar consejos pequeños o sencillamente sonreír y darle el visto bueno a sus ideas o acciones. Así que este momento fue algo caótico para describir, ya que fue como si su relación se rompiera para reconstruirse de una manera un tanto diferente.

Para don Herminio, recordar el pasado se había vuelto doloroso, ya que a pesar de que había logrado que sus hijos se formaran con una ideología bastante liberal, le era difícil deshacerse para sí mismo de la común imposición de la idea de que como hombre, no debía mostrar sus emociones. Cuando era joven y conoció a Rocío, lo primero que le llamó la atención fue que no se molestaba en ocultar sus poderes. Ella movía los elementos como quería cuando quería. Por aquel entonces parecía invencible, y ya que su carácter era alegre y audaz, se equilibraba muy bien con el muchacho tranquilo pero que no le huía a la aventura. Así que de manera natural, su romance avanzó con fluidez. Cuando unos años después iniciaron su parte de la familia, el reto de criar no a uno, sino a dos niños fuera de las normas de la masculinidad y del resquicio de prejuicio que aún quedaba hacia la gente con poderes, no pareció tan difícil en un inicio.

En una familia con integrantes que tienen nombres repetidos, lo usual es que a los bebés se les elija el nombre ya sea de la persona a la que más se parecen o de quien se quiera hacer un homenaje post mortem. El caso de los gemelos fue el primero, ya que, según contaba Rocío, desde que nacieron se notó qué carácter traía cada uno. Venu nació primero, lloró fuerte, pero se calmó rápido. Hermi tardó cinco minutos más en nacer, no se notó tanto su llanto, pero tardó más en tranquilizarse. Por lo tanto, ella dedujo que el primer niño tendría una personalidad más valiente y explosiva, parecido a ella, mientras el segundo sería más precavido y discreto, como su compañero. Así que después de comentarlo, al segundo gemelo se le nombró Herminio, igual que su padre, mientras, el primero, como no podía llamarse Rocío, se llamó Venustiano como su abuelo materno.

Y con el paso del tiempo, se confirmó que, aunque con ligeras variaciones, realmente los gemelos coincidían bastante bien con la afirmación de sus caracteres. Venu parecía no tener miedo de nada y Hermi lo dejaba hacer, solamente deteniéndolo cuando ya le faltaba muy poco para matarse por alguna travesura. Las cosas no cambiaron mucho con los años.

Rocío no se consideraba tan buena mamá, aunque estaba orgullosa de sus hijos. Ellos, por el contrario, le tenían una gran admiración además del cariño y apego natural. En la época en que los gemelos cursaron la primaria, las primeras veces en que se metieron en problemas, ella los defendió y a veces hasta les dio la razón, lo que por supuesto, aumentó la admiración de los chicos, y no fue del agrado de muchos de los profesores, de manera que don Herminio se encargó de los siguientes conflictos en la escuela y trató de ser más diplomático, aunque al final, y notando que los niños no iban a cambiar, decidieron que los dejarían desertar y en todo caso reintegrarse cuando fueran más grandes.

A los gemelos no les molestó en lo absoluto aquella decisión, ya que así tenían más tiempo para jugar y aprender dentro de su propia familia. Y de hecho, ambos se volvieron un poco más sosegados gracias al cambio, aunque no demasiado. La transición a la adolescencia y que sus poderes empezaran a mostrarse aún hizo que la vida no fuera del todo tranquila, pero incluso cuando Venu descubrió que su interés iba hacia otros varones y no a las muchachas, lo cual en otras familias hubiera marcado un punto álgido de conflicto, gracias al enfoque insurgente de su crianza fue una etapa de aprendizaje importante para todos.

Por todo eso, y con todo y los altibajos, habían sido una familia feliz durante todos esos años. Hasta que apareció esa maldita llave.

Cuando se hubo calmado después de todos esos recuerdos, don Herminio soltó despacio a su hijo y le dijo: —Estoy seguro de dónde debes comenzar a investigar.

Hermi levantó la mirada, inquisitivo. El mayor continuó: —Siento que todo esto pasó por culpa mía, ya que yo fui quien encontró esa vieja llave. Aunque me duele recordar ese día y los anteriores, no he olvidado que yo iba a llevar la llave al museo. Nunca lo hice, pero sí fui a preguntar si debía llevarla simplemente o si alguien debía venir a ver dónde la había encontrado. Me dijeron que la llevara. Fueron los únicos que se enteraron, además de nosotros, acerca de la llave, así que debe ser alguien que trabaja o trabajó allí.

Hermi abrió mucho los ojos y sonrió levemente. ¿Cómo no lo había pensado? —Tienes razón. Mañana vamos a investigar ahí —respondió.

Don Herminio asintió con la cabeza. Creyó por un momento que el joven se iría de la habitación, pero en vez de eso, Hermi se acomodó para volver a abrazarlo, y ante esto, se le hizo difícil al mayor mantener la calma. —Lo siento. No deberían ser ustedes los que hagan todo esto.

— Papá, no te culpes. No podías saber el futuro, tampoco podemos ir al pasado.

—Ya lo sé, pero no por eso duele menos.

El menor se mantuvo en silencio, solamente consolando con el abrazo. Aunque se sentía mejor, la pequeña espina de saber que su padre se creía culpable le hizo pensar en Guadalupe. Tal vez no sería tan complicado al paso del tiempo, pero por el momento, a pesar de que Venu lo extrañaba, Hermi no se creía capaz de perdonarlo. 

¡Feliz año nuevo!

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