Capítulo 11
Cuando piensas que todo podía estar saliendo a la perfección siempre habrá algo que te diga lo contrario, algo que te arruine tu felicidad.
Y esa era la absoluta verdad. Katheryn Levis presenció su pesadilla estando despierta.
Ethan dejó de agarrarle la mano para acercarse a Sam Blair y abrazarla con todas sus fuerza.
-¡No es posible que estés aquí, Sam!—le susurró él con cariño excesivo.
-¡Pensé que no te volvería a ver jamás!
Sintió que su mundo se partía en dos por segunda vez—la primera vez que sintió que su mundo se partía en dos fue cuando perdió a sus hermanos—.
Luke tenía la mandíbula apretada y los puños cerrados, y Heidi se plantó a su lado para abrazarla, pero lo que quería era echarse a llorar y matar a la rubia sin importar que antes había sido su mejor amiga. Después de haber hecho por fin el amor con Ethan, le sucedía eso. ¿Por qué tenía que pasarle todo eso a ella?
Tal vez su destino era estar sola como siempre lo había estado.
Se tragó las lágrimas y a paso firme se alejó de ellos para entrar al departamento. El primer amor nunca se olvida y esa era la prueba de esa estúpida frase de los libros patéticos que había leído años atrás, el primer amor no existía, ni el segundo ni el tercero.
Entró en silencio; ignorando a Brenton y Ben quienes la miraron sin entender pero se quedaron petrificados al asomarse a la puerta y ver semejante escena.
Gotas furiosas comenzaron a descender del cielo gris y nublado.
Entró a su habitación, cerró la ventana que daba a la calle y cerró la puerta con llave. No podía pelear por el amor de Ethan. Sabía que eso pasaría tarde o temprano y lo que quedaba por hacer era encontrar a sus hermanos y dedicarse solo a ellos. A pesar de haber cerrado la ventana, una ráfaga de aire la despeinó y le estampó el papel de Thorsten en el rostro que estaba pegajoso por las lágrimas ácidas de segundos atrás.
Cogió el papel y comenzó a arrugarlo para tirarlo pero un extraño “Pss” le hizo dar un respingo.
“Pss” una vez más. Provenía de la hoja.
La desdobló y leyó lo que estaba escrito.
Solo dame el brazalete de Quin y tendrás la dirección de tus hermanos.
De haber estado en otra situación lo habría mandado a la mierda. Pero su corazón estaba sangrando de dolor y le respondió sin pensar en las consecuencias.
Te daré lo que quieres pero quiero asegurarme de que no me estás mintiendo.
Yo soy un hombre de palabra. Ese brazalete te liberará de él y podrás estar feliz con tus hermanos.
¿Qué sabes tú de lo que siento por él?
He visto lo que pasó hace un momento y con más razón debes entregarme el brazalete.
¿Por qué me estás ayudando?
Por lástima. Te lo he dicho. Y no te hagas ilusiones, ahora dame el brazalete.
Se quitó el brazalete con furia y lo lanzó al suelo.
Ven por él.
No es necesario. Ya lo tengo en mis manos.
Desvió la mirada al suelo donde había quedado el brazalete y se sobresaltó al no verlo ahí.
Mis hermanos…
Están en este país pero en otro estado.
¿En dónde?
En Coatzacoalcos, Veracruz. Ya te lo he dicho, ahora debo irme.
Gracias.
Y otra cosa; no olvides mi nombre. Porque sé que en algún momento me necesitarás de nuevo.
Y en letras mayúsculas escribió el cínico:
Cambio y fuera, Florecilla, JA, JA, JA.
Y por más extraño que parecía, la hizo sonreír entre lágrimas.
Dejó el papel debajo de su almohada, se hizo un ovillo y se dejó caer en la depresión.
-¡Aléjate de ella, Ethan!—el grito de Heidi la hizo abrir los ojos de repente. La oscuridad de su habitación la hizo dudar si seguía siendo de noche o no. Y de nuevo la realidad la golpeó y quiso llorar de nuevo.
-¡Katheryn!—Ethan aporreaba a su puerta con desesperación, típico de él— ¡Ábreme!
Siguió aporreando la puerta por más de diez minutos, estaba a punto de abrirle cuando escuchó la risita estúpida de Sam. La rabia le inundó todo su ser y se quedó sentada escuchando el show de afuera.
-Por favor, abre, Florecilla—susurró él—no es lo que piensas. Tenemos que hablar.
-Cariño, déjala sola—añadió Sam y eso hizo para que Katheryn estallara y abriera la puerta de golpe. Sus ojos estaban rojos e hinchados, Sam retrocedió.
Los grisáceos ojos de Katheryn se postraron en él.
-No llores, por favor—se acercó a ella—no es lo que piensas.
-Ella es tu prometida y yo no soy más que un amor pasajero—musitó con recelo.
-¡No! ella es del pasado, tu eres mi presente.
-Creo que hay que dejarlos a solas—replicó Brenton, jalando a Sam, Luke y Heidi.
-Pero…
Luke con solo una mirada hizo callar a Sam y la empujó a las escaleras. Ahora solo estaban ellos dos parados como idiotas frunciéndose el ceño.
-Quiero que me dejes hablar con libertad—dijo él.
-¿Qué hay que decir? Nada. Entiendo lo que estás sintiendo ahora que la viste de nuevo.
Por alguna extraña razón no le dolía tanto decir esas palabras. Se sentía tranquila y serena.
-Ha pasado mucho tiempo desde que la vi morir, o lo que sea que haya pasado—prosiguió él—nunca pensé que podría verla de nuevo y que tampoco llegarías a conocerla…
-Por desgracia fue mi primera amiga que tuve.
-…no sé por qué estás enfadada. No he hecho nada para que te pusieras de esa manera. Te amo, Katheryn y hace unas horas te lo he demostrado.
Se ruborizaron ante el recuerdo.
-Soltaste mi mano en cuanto la viste, ¿Qué crees que sentí? Sentí humillación.
-Te solté para abrazarla—alargó su brazo y cogió la mano de Katheryn con cautela dandole un beso en sus nudillos—entre ella y yo no surgirá nada, te lo prometo.
Horas atrás esa promesa la hubiera echo bailar de felicidad pero ahora solo sentía serenidad. No quería seguir escuchándolo. Quería estar sola.
-Quiero estar sola, Ethan—deslizó su mano de la suya—buenas noches.
Giró sobre sus talones y le cerró la puerta en la cara.
Esa noche volvió a soñar con Thorsten Staggs, el creador de todos los Elegidos.
Ella bailaba sin detenerse, bailaba abrazada de sus hermanos al ritmo de una canción instrumental a la orilla del mar. Estaban solos, a la luz de la luna. Jack la hacía girar como Ethan lo había hecho y Charlie sonreía mostrando todos los dientes.
Estaba vestida con un vestido de seda blanca corto. A lo lejos una sombra de un hombre se acercaba a paso lento pero eso no la detuvo y siguió bailando con los ojos puestos en aquel hombre alto y fornido que se dirigía a ella. No podía verle el rostro pero si su cuerpo torneado y bronceado. Parecía un modelo que era fanático del surf.
-Hola—dijo él, volvió a estremecerse con su voz.
-¿Qué es lo que quieres? Estoy ocupada bailando con mis hermanos—le respondió. Lo único que se miraba en aquel rostro incognito era sus ojos grises que a la luz de la luna parecía plateados como los de ella.
-¿Son esos niños de allá?—alargó uno de sus brazos en dirección opuesta a ella.
Katheryn volvió la cabeza en esa dirección y se dio cuenta que sus hermanos ya no estaban agarrados de sus manos y se alejaban corriendo por la playa hasta desaparecer en la negrura de la noche.
-¡No! ¿Qué has hecho? ¡Jack, Charlie!—gritó horrorizada.
-Siéntate—le ordenó.
Tras un segundo de maldecir, sus piernas le obedecieron y se sentó en la arena. Él se sentó frente a ella con las piernas cruzadas. Su rostro y su cabello estaba oculto debajo de sombras y solo sus ojos saltaban a la vista.
-¿Qué es lo que quieres? En persona no eres tan divertido como lo eres en la hoja de papel.
-Estoy debatiéndome en seguir ayudándote como lo he hecho hasta ahora.
-Eres nuestro “creador”, nos quitaste la mortalidad y a nuestros seres queridos, como mínimo ayúdanos.
-No puedo hacerlo. Yo los creo pero no puedo interferir en sus vidas—por un segundo ella creyó haber oído culpabilidad en sus palabras pero luego él se partió de la risa y ella desechó cualquier indicio de lástima por él—aunque no logro entender porque estoy interfiriendo en la tuya.
-Quizá se debe a que estás arrepentido de haberme creado—bromeó.
-No estoy arrepentido de haberte hecho la última Elegida, de hecho estoy feliz de haberte hecho esto.
Alargó su fornido brazo y las yemas de sus dedos le acariciaron la mejilla, acción que le envió una descarga eléctrica a su cuerpo y se sintió como una colegiala. Pero luego retiró su mano con brusquedad y optó aquella actitud misteriosa y oscura. Sus ojos brillaban en la oscuridad.
-Si quieres recuperar a tus hermanos, tienes que irte hoy mismo—se levantó de golpe dejándola aturdida—y esta será la última vez que nos veremos. No puedo seguir interfiriendo en tu vida.
Su voz trémula la hizo dudar de sus palabras. Algo dentro de ella quería que no se fuera.
-¿Por qué tienes que irte?
-Quiero poner distancia de ti. Eso es todo.
-Entonces, ¿Por qué no finges que no existo? Eso facilitaría las cosas—estaba enfadada, incluso dolida. ¿Por qué estaba así? ni si quiera lo conocía.
-No puedo pretender que no existes cuando abarcas gran parte de mis pensamientos en el día.
Abrió los ojos con brusquedad y se sintió aliviada de estar en su habitación y no en la playa hablando con Thorsten. Se sintió cohibida al recordar sus palabras, pero, ¿Por qué?
Lo odiaba, de eso estaba segura. Pero, ¿Por qué le dolía tanto saber que nunca volvería a escucharlo o a verlo?
Abrió la ventana y le dio paso a la luz del alba sobre el cielo. Despejó su cabeza de todo lo relacionado a Staggs y a Ethan, sacó su maleta y comenzó a recoger todas sus cosas para partir a Veracruz en busca de sus hermanos. No tenía caso quedarse en una casa infestada de personas que ya no necesitaría más en su vida. Heidi era una gran amiga pero no podía llevársela ni tampoco Luke, Brenton ni Ben. Y mucho menos Ethan.
Sin el brazalete se sentía liberada. No quería enamorarse de nuevo. Mentalmente se dispuso a renunciar al amor de él para que sea feliz con Sam Blair y ella al lado de sus hermanos.
Se cambió de ropa y salió a hurtadillas de la habitación. El departamento dormía. Se cercioró de llevar las llaves del Jetta y de dejarle el teléfono de Ethan sobre la encimera de la cocina. Porque si quería olvidar todo, tenía que dejar ese recuerdo. Borró la foto que se había tomado con Gabriel para poner celoso a Owen y sacó la hoja de papel de Thorsten y ahí anotó el número de todos sus amigos para llamarlos al otro día.
Abrió la puerta y salió antes del amanecer. Recogería su auto aunque no estuviera listo, sus ojos se postraron en el Matiz vino de Ethan y a regañadientes se alejó del departamento. Se secó las lágrimas que el recuerdo del día anterior le había causado, y sentirse peor que nunca la hizo enfurecer y se encaminó a sus hermanos. Ahora Gonzalo ya no estaba porqué ya no tenía caso vigilar el departamento porque Sam Blair estaba dentro, durmiendo con Ethan o eso pensaba. Se le revolvió el estómago al imaginarlos juntos.
Caminó varias calles y se subió a un autobús verde—le sorprendía que a esas horas ya había personas trabajando, ese país era hermoso—y se bajó después de media hora de recorrido por la ciudad despertándose.
El sol apenas sobresalía del horizonte y las personas ya iban ajetreadas en dirección a su trabajo.
Bajó a dos cuadras del taller y se detuvo al divisar al chico llamado Toni. Estaba algo somnoliento pero despierto. Su cabello estaba muy corto y limpio, sus ojos oscuros se toparon con los suyos y sonrió.
-¡Hola!
-Hola, Toni, buenos días—le sonrió.
-¿Qué hace aquí tan temprano? ¿Va a alguna parte?—le miró su maleta pesada que llevaba en su mano.
-Me regreso a Estados Unidos, pequeño—odiaba mentir pero no podía dejar huella alguna de a donde se dirigía.
-¿Y dónde están sus amigos?—escudriñó las calles en busca de ellos.
-Regreso sola. Ellos me alcanzarán después.
-Ah, ¿quiere que le ayude?
-Sí, por favor—Toni le quitó sus cosas con entusiasmo.
-¿A dónde se lo llevo?
-Iré por mi auto al taller que está a dos calles de aquí, ¿puedes llevarlo?
-Por supuesto—infló el pecho y comenzó a caminar junto a ella. Katheryn se dio cuenta que había crecido bastante en los últimos días.
-¿Qué edad tienes?—le preguntó de repente, él se ruborizó.
-Tengo quince años.
Katheryn abrió los ojos como platos.
-Eres apenas un chiquillo.
-Pero no lo aparento, ¡A que no!—bizqueó divertido.
Llegaron al taller, pero estaba cerrado. Toni se sentó en el suelo poniendo sobre sus piernas la pesada maleta.
-Usualmente abren a las seis y treinta—buscó en sus jeans y sacó un reloj digital algo sucio—son las seis cincuenta. No deben tardar en abrir… ¡Eh! Ahí viene.
Ambos postraron los ojos en el encargado del taller, que venía a ellos con una llave enorme para abrir.
Escaneó a Katheryn con descaro y abrió la puerta. Toni bufó y se plantó junto a ella.
-¿Se les ofrece algo?—les preguntó con amargura. Era el tipo de persona que odiaban madrugar.
-He venido por mi automóvil.
-¿Cuál es?
-Es ese, el Jetta vino.
-Uhm, aún no está. Vengan dentro de una semana.
-Me lo llevo hoy—siseó.
-Le falta ser encerado y algunos detalles más en el motor…
-Ya está pagado todo, me lo voy a llevar y gracias—carraspeó y entró al taller seguida por Toni, quién le escupió al encargado cerca de los pies.
El chico le ayudó a meter la maleta en el asiento del copiloto y se plantó fuera de su ventana con una sonrisa triste.
-Fue un placer ayudarla, señorita. Espero verla pronto.
Katheryn parpadeó y se puso el cinturón de seguridad sin dejar de verlo.
-Toni, quiero que te quedes con esto—rebuscó entre sus cosas y sacó un fajo de billetes verdes (dólares) que Brenton le había dado en caso de alguna emergencia, aunque todo ese dinero bien podría servir para alimentar a toda la nación entera.
-¡Jesús del cielo! ¡Por supuesto que no!—abrió la boca y la cerró de nuevo un par de veces como pez.
-Me iré de aquí y no quiero dejarte solo, así que tómalo—cogió su delgada mano y le depositó el dinero en ella—por favor.
Él asintió con perplejidad.
Metió la llave en el orificio y le dio la vuelta haciendo rugir el motor. Cambió de velocidades y miró una vez más a Toni.
-Hasta pronto, pequeño.
Y salió despedida a la calle en busca de sus hermanos.
**
-Florecilla, abre.
La puerta de la habitación estaba cerrada y no hubo respuesta del otro lado.
-Por favor, abre—le insistió a una habitación vacía. Eran las ocho de la mañana y al abrir los ojos lo primero que hizo fue ir a buscarla con Sam pegada a su espalda— ¡Aléjate de mí, Sam! Quiero hablar con ella.
-Eres un idiota, ¿no te has dado cuenta de que ella se ha ido?
Y como un loco se puso a tocar las puertas de las habitaciones de los demás, produciendo una serie de insultos por parte de ellos.
Bajó las escaleras y la buscó por todas partes. Sus ojos se clavaron en su antiguo teléfono sobre la encimera, lo cogió y vio que todo estaba en orden pero ya no había ningún número registrado. Volvió a subir y abrió la puerta de la habitación de ella de una patada. Entró entusiasmado de verla durmiendo pero solo encontró la cama hecha y nada de ropa en las gavetas ni en el closet.
-¡Katheryn se ha ido!—gritó desesperado— ¡Katheryn se ha ido!
Heidi dejó de bostezar y entornó los ojos. Todos dejaron de protestar por el sueño y se quedaron en silencio.
-¿Qué estás diciendo?—dijo Luke con el cabello de punta.
-¡Se ha ido!—repitió enfurecido— ¡Debo ir a buscarla!
-¿Por qué?—interrumpió Sam.
Y todos, incluido Ethan quisieron abofetearla.
-Por qué la amo—repuso Ethan con firmeza.
**
Tiempo después, su estómago le pedía comida a gritos. Había comprado una hamburguesa pero no le había bastado. Se estacionó en una gasolinera antes de salirse del Estado de México y comprar provisiones para el viaje.
Mientras pagaba, por el rabillo del ojo alcanzó a ver un teléfono público. Sacó la hoja donde había escrito los número de sus amigos y se horrorizó de ver solamente un número anotado, el de Owen Kennedy. Los demás no estaban anotados. No quería molestarlo porqué él ya había elegido su vida al lado de Clara.
-Thorsten…-dijo entre dientes.
-¿Perdón?—la encargada ladeó la cabeza mirándola con curiosidad.
-Eh, nada. Aquí tiene.
Recogió las bolsas y se acercó al teléfono. Se mordió los labios intentando no llamarlo pero fue inútil. Marcó su número y esperó.
-¿Hola?—su voz era neutra, se debía al número desconocido del teléfono.
-¿Por qué tan serio, señorito?—vaciló.
-¿Katheryn?—dijo sorprendido.
-La misma.
-¿Por qué no me llamaste de tu teléfono?
Dejó escapar el aire y se frotó la frente con aburrimiento.
-Ha pasado tantas cosas, Owen.
-¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?—sonó preocupado. Se alegró de oírlo.
-Ethan ha regresado y Sam está con él, ¿Qué ilógico, no? pero así es. Ahora voy en busca de mis hermanos…
-¿Qué?
-Sí, iré por mis…
-No, no, ¿Ethan regresó? ¿Cómo es eso posible? ¡Está muerto!
-No lo está—un nudo en la garganta la amenazó en romper a llorar—pero no quiero hablar sobre él, solo quiero decirte que te quiero, Owen y también a Clara.
-¡¿Te estás despidiendo?!
-Supongo que sí. Voy por mis hermanos y planeo no volver a aparecer en tu vida ni en la de los demás Elegidos.
-Deposite otra moneda para poder seguir en comunicación o de lo contrario su llamada será terminada.
Rodó los ojos y sonrió para sí misma.
-Adiós, Owen. Cuida a Clara.
-¡No, Katheryn! ¡Espera…!
“Tip, Tip, Tip, Tip”
Y la llamada terminó.
Se subió a su auto y emprendió el viaje de cinco horas a Coatzacoalcos, Veracruz.
No se detendría hasta llegar.
El día estaba a su favor.
Sacó de una de las bolsas unos lentes de sol y se los puso para poder ir relajada. Su aspecto era incluso más exótico que antes. La autopista estaba desierta y aceleró para llegar lo antes posible. Eran las ocho y treinta de la mañana y calculaba en llegar a la una y media o dos de la tarde.
-¡Jack, Charlie!—gritó emocionada—voy por ustedes.
**
Sin miramientos, Ethan se deslizó dentro del Matiz y estuvo a punto de dejar abandonados a Brenton y a Ben. En su mente estaba Sam Blair y pero en su corazón estaba Katheryn Levis.
-Tendrán que abrazar a alguien—anunció antes de partir.
-¿Por qué tiene que venir esta rubia?—le espetó Heidi.
-No tiene a donde ir.
Todos fulminaron a Sam durante un minuto.
-Lo digo en serio. Enrique me dejó y estoy sola—balbuceó.
-No te creo—achicando los ojos, Brenton se acercó a ella—Ethan, ella no tiene derecho a ir.
-Opinamos lo mismo.
-¡Hagan lo que quieran, pero quiero ir por Katheryn!—estalló de los nervios.
Y detrás de ellos un hombre se dirigía a ellos. Heidi ahogó un grito al verlo en el cristal.
-Ethan Quin, Heidi Delorme, Luke Greenwood, Brenton Lawton, Benjamín Smith y Samantha Blair—susurró el sujeto con voz queda.
Ethan entornó los ojos y apretó el volante con fuerza.
-¿Qué haces aquí, Thorsten?
-Es bastante cómico ver cómo te debates en obedecer a tu corazón y a tu mente.
-¿Eres el ladrón?—murmuró Heidi, temerosa.
Las prendas que tenía sobre el rostro se deslizaron hasta el suelo dejando al descubierto todas sus facciones. Sam ahogó un gemido al verlo y Heidi se le olvidó como respirar. Y los hombres estaban boquiabiertos.
Era guapísimo, incluso parecía irreal.
Sus ojos grises oscuros, su nariz alta y perfilada, la mandíbula cuadrada, su cabello café cobrizo y su cicatriz en la mejilla le daban un aire oscuro y siniestro. Y su piel bronceada y perfecta era para desmayarse.
-Soy Thorsten Staggs, tu creador—miró a Heidi y luego volvió a ver a Ethan. Debía medir más de los uno noventa de estatura.
-¿Qué haces aquí y a qué te refieres con lo que dijiste?—musitó Ethan.
-Creíste estar enamorado de Katheryn Levis durante estos meses—dijo—pero al volver a ver a esta rubia, Sam, tus sentimientos por ella han regresado. Y el claro ejemplo de que eso puede suceder está con tus amigos—con la mirada le señaló a Ben y a Brenton y estos se ruborizaron, Sam parpadeó perpleja.
-Eso no es verdad. Katheryn es el amor de mi vida.
-No, no lo es—un musculo palpitaba en su mandíbula—ahora quédate con tu primera enamorada y libera a Katheryn de tu falso amor y déjala ser feliz.
-¿Qué…?
Pero él ya se había ido.
**
Encendió la radio y la canción Pompeii de Bastille estaba sonando, le subió volumen y comenzó a canturrear divertida. Se sentía viva.
Dos minutos después comenzó una canción en español, Tormenta de Arena de Dorian y que por alguna razón Ethan la había tenido en su teléfono pero nunca se había tomado la molestia de aprenderla.
Te he perdido entre la gente, te he adorado y te he odiado… y en el fondo sabes bien… que en los peores momentos llevas dentro un ángel negro que nos hunde a los dos…
Y cuando llega el nuevo día, me juras que cambiarías pero vuelves a caer…
Te dolerá todo el cuerpo, me buscarás en el infierno… porque soy igual que tú…
Todo lo que siento por ti… solo podría decirlo así... todo lo que siento por ti, solo sabría decirlo así…
Para viajar a otros planetas por corrientes circulares te di una capsula especial, pero ahora tu cabeza es una tormenta de arena y cada noche una espiral…
Siguió escuchándola hasta que llegó a su fin e infinidades de canciones de distintos géneros y gustos la acompañaron a la caseta donde empezaba otro estado.
Dos horas después comenzó a cabecear. Era jueves, diez de abril del 2014 y se sentía en su época donde las cosas eran simples y tediosas.
Por su cabeza ya no albergaba Ethan, a decir verdad no albergaba nadie. Solo sus hermanos y el extraño sujeto llamado Thorsten Staggs.
Faltaban tres horas para llegar finalmente a su destino y ahí se dio cuenta que iba a ir a la playa y no tenía ropa adecuada para asolearse, y su bloqueador solar lo había dejado en California. Se hundió en el asiento y bajó un poco la velocidad para aclarar sus ideas. Se rió con amargura al darse cuenta que había leído el libro de La Vida en vano y que Paul Weber era un soplón.
Iría a Coatzacoalcos y buscaría como una psicópata a sus hermanos con todas las personas del lugar aunque la tomaran a loca. Pero, ¿Y si sus hermanos la rechazaban? No lo soportaría.
Ahora de verdad estaba sola, ni si quiera Thorsten estaría ahí para molestarla. Estaba en sus manos buscar a sus hermanos sin asustarlos.
Un par de hombres con chaleco naranja y cascos del mismo color que tenían extendidos los brazos en medio de la carretera la hizo salirse de sus pensamientos y pisó el freno hasta el fondo, deteniéndose deliberadamente hasta hacer rechinar los neumáticos. A tres kilómetros había patrullas y lazos amarillos tapando el carril en el que ella iba.
El par de hombres se acercaron corriendo y llegaron jadeantes hasta su ventana, bajó el cristal y se quitó los lentes para verlos.
-Señorita, tiene que desviarse al otro carril como todos los demás coches—le dijo, su rostro moreno estaba perlado de sudor.
-¿Qué ha pasado? ¿Por qué no hay paso?
-Un tráiler se fue al acantilado.
Se le erizó la piel de solo imaginar a las pobres personas de ese tráiler. Tragó saliva y asintió.
Se desvió al carril de al lado y a vuelta de rueda pasó fisgoneando el lugar del accidente, los postes de cemento estaban partidos en dos y las señales de precaución se habían ido al vacío y por tener la boca abierta y viendo el accidente, sintió una sacudida en la parte delantera. Había golpeado levemente a otro auto, ahogó un grito al presenciar una gran fila de autos esperando pasar, a lo lejos los autos del otro carril protestaban por avanzar pero por lo del accidente solo podía utilizarse un solo carril. Pasaba uno de un carril y luego del otro y así sucesivamente. Suspiró y prefirió esperar con calma.
Pero la calma nunca llegó porque el dueño del auto de adelante bajó echando chispas hasta ella, era un sujeto regordete y de pelo cano, sus ojos eran verdes y sus bigotes parecían una enorme larva peluda.
-¿Qué te pasa, niña? ¿Por qué no vas viendo por dónde andas?—le espetó malhumorado, Katheryn se acomodó los lentes y no se inmutó—respóndeme.
-Lo lamento, pero por si no lo ha notado, esto es un verdadero desastre. No fue agrede.
El rostro del sujeto se suavizó y sacudió la cabeza.
-Ve con más cuidado, niña. Porque si no… tú serás la siguiente en irte en ese acantilado.
Y volvió a su auto.
Rodó los ojos con exasperación y puso el aire acondicionado en el nivel más alto, pero el sudor ya estaba sobre su frente, cuello, espalda y axilas.
Tiempo más tarde y ella aún seguía esperando su turno de pasar. Estaba desesperada e irritada por el calor, en el espejo notó que su rostro estaba sonrosado al igual que el resto de su cuerpo donde el sol le pegaba. Se estaba calcinando en vida.
La mayoría de personas estaban fuera de sus autos tratando de refrescarse con un camión que llevaba paletas heladas y que al parecer las estaba regalando.
Se lanzó fuera del Jetta guardando las llaves para ir en busca de una paleta helada y enterarse de algún indicio del accidente. Las personas dejaron de hablar entre ellas para verla de arriba abajo, sorprendidas.
-¿Cuánto cuestan las paletas?—le preguntó al del camión, y este sonrió y se dio la vuelta para luego entregarle una en la mano— ¿eh?
-Son gratis—se encogió de hombros abriendo una—como estaremos aquí hasta no sé a qué horas, decidí regalarlas en vez de ver como se derretían dentro.
-Ah, pero de todos modos quisiera pagarle.
-Muchacha, solo da las gracias y ya—canturreó una anciana riéndose, en su ropa había trozos de paleta derretida.
-¿Cuánto es?—la ignoró y clavó la vista en el señor.
-No tienes que pagar, pequeña.
-Insisto.
-La paleta cuenta $15.
-¿Acepta dólares?
Todos dejaron de comer su paleta para verla.
-¿No eres mexicana, acaso?—le preguntó la misma anciana.
-No. Soy de California, ¿acepta dólares?
-No, solo dinero fraccionario del país.
-Entonces gracias por la paleta—sonrió y dejó la paleta sobre el asiento del camión.
Uf. Odiaba que pasara ese tipo de detalles.
Se moría por la paleta pero no podía recibirla gratis.
Entró de nuevo al Jetta y esperó adentro.
Miró el reloj del tablero y entornó los ojos.
Había pasado 3 horas desde que había visto lo del accidente y que se había quedado estancada ahí. Eran las dos de la tarde. Y a esa hora ya debería de haber llegado.
Le faltaban otras tres horas en llegar al estado de Veracruz pero a ese paso llegaría al día siguiente o la otra semana.
-¡Ya hay paso!—gritó alguien desde atrás. Todos corrieron a sus autos y al mismo tiempo infinidades de motores rugieron preparándose para irse.
Katheryn los imitó y aceleró a fondo cuando todos se dispersaron en la carretera. Abrió las ventanas y dejó que el aire caliente le azotara la cara y el cabello.
-Eso es, ve en busca de tus hermanos, Katheryn—susurró Thorsten desde lo alto de las montañas rocosas.
De un salto llegó al asfalto y paró un auto en el que solo iba una chica de unos veintitantos y al verlo se quedó lívida y ruborizada. Él siempre tenía ese efecto en las personas y no solo en las mujeres.
-Necesito tu auto.
-Por supuesto. Tómalo, es todo tuyo.
Ni si quiera necesitaba persuadirlas para que hicieran lo que él quería. De su bolsillo sacó un billete de mil pesos mexicanos y se lo entregó para que se fuera en algún taxi, ella lo recibió y se bajó de su auto con una sonrisa boba en el rostro.
-Gracias, Berenice.
La chica abrió la boca sorprendida. Él sabía su nombre porque lo había leído en su gafete de su trabajo y rió.
Se acomodó en el asiento y aceleró para ir detrás de Katheryn.
**
-Me temo que nunca la encontraremos. Hemos buscado por toda la ciudad y no está—alardeó Luke—y no la culpo al haberse ido, también me hubiera ido al ver que mi novia abrazaba a su antigua pareja en mis narices.
Ethan arrugó la frente.
Sam resopló. No tenía por qué soportar ese tipo de insinuaciones a su persona pero Ethan era suyo. Solo de ella y de nadie más. Y le enfurecía que él estuviera desesperado por encontrar a Katheryn pero tenía que aguantarse.
Minutos después Brenton y Ben abrieron la puerta y se deslizaron con dificultad a los asientos traseros.
-Como lo sospechaba. Se ha llevado el Jetta.
-Pero aún no está listo…
-El señor me dijo que no le importó y que esta mañana se lo llevó.
-¿A dónde? ¿No dijo a dónde?—interrumpió Ethan.
-No. Solo se lo llevó.
Hubo un incómodo minuto de silencio.
-¿Y sí se fue a buscar a sus hermanos?—preguntó Heidi.
-Supongamos que sí, pero… ¿A dónde?
-No lo sé. Tal vez Thorsten sepa.
Y Ethan sintió como si alguien le hubiese tirado una cubetada de agua helada sobre la cabeza. Heidi tenía razón. Thorsten Staggs sabía a donde se dirigía ella y no por nada le había advertido que se alejara de ella otra vez.
Pero para su mala suerte no sabía cómo llamarlo. Thorsten Staggs era el rey del trueno y podría matarlo si se le antojaba. Por poco se partió de la risa al recordar que antes le había tenido terror a una niñita llamada Juno Weber que solo había sido la marioneta de Thorsten durante varios siglos.
-Sam, quiero pedirte un favor—dijo con los dientes apretados.
Ella vaciló y se acercó para escucharlo.
-¿Podrías bajar de mi auto y no buscarme jamás?
-¿Quieres deshacerte de mí?
-No quiero lastimarte y tampoco darte ilusiones—prosiguió—acepto que te quiero y que te he echado de menos en todo este tiempo pero lo nuestro acabó. No podrá a revivir lo que hubo entre nosotros y ahora quiero que bajes del auto y te vayas lejos. Ahora lo que deseo es encontrar a Katheryn. No puedo vivir sin ella.
-No pienso hacerlo—se cruzó de brazos y apretó los labios—te he encontrado y no pienso dejarte marchar así como así. Si Katheryn te amara como yo te amo… jamás te habría dejado.
**
La baba le escurría por encima de su brazo.
Tenía bastante sueño y antes de si quiera acercarse al paradero de sus hermanos optó por aparcar debajo de un árbol robusto al lado de la carretera y dormir un rato porque el calor de dos horas atrás en el accidente la había dejado molida.
Un claxon le hizo resbalar del volante y golpearse la cabeza con la palanca de velocidades.
Aturdida se acomodó en el asiento y miró el reloj: 5:03 pm.
Le faltaba una hora para llegar.
Abrió un jugo de naranja y lo bebió a pecho. Y por el rabillo del ojo divisó en el espejo retrovisor a un auto estacionado a 6 metros de distancia. Frunció las cejas y encendió el motor. Estaba atascado. No encendía y del cofre comenzó a salirle humo. Entornó los ojos y salió para revisar el motor. Se quemó los dedos al abrir el cofre pero tuvo que aguantar las ganas de gritar, el humo le causó tos y esperó a que dejara de salirle para asomarse de nuevo y no quedarse sin rostro.
El del taller le había dicho que aún no estaba listo pero por su terquedad estaba en donde estaba. Y lo peor era que el Jetta era nuevo y ya lo había destruido.
De repente un escalofrío la hizo estremecerse y sentirse observada. Volvió la cabeza en dirección al auto que estaba estacionado detrás de ella pero ya no estaba.
Suspiró e intentó toquetear el motor. Y una mano grande y bronceada surgió por detrás y sostuvo la suya antes de que se quemara con el vapor. Ahogó un grito del susto.
Un chico de unos casi treinta años estaba con la cabeza agachada mirándole la mano. Su rostro no se miraba del todo e intentaba no mostrarle ninguna facción a ella. Estaba rígido.
Katheryn lo escudriñó fugazmente: cabello café cobrizo, nariz alta y perfilada, mandíbula cuadrada, labios rosados y gruesos, cejas tupidas, de hombros anchos y cintura estrecha, brazos torneados y fuertes. Su piel bronceada y perfecta…
Por poco se le cae la baba al suelo. ¿Quién era ese semejante dios griego?
-No toques nada. Puedes quemarte.
Aquella voz la estremeció y la hipnotizó. Y en ese instante se sintió sobresaltada. Él mantenía su cabeza abajo sin mirarla.
-¿Quién eres?—un sonido ronco salió de su garganta.
-¡Arg! Te dije que no te volvería a hablar pero tenías que ser una tonta para haber sacado este automóvil sin ser dado de alta del taller—graznó.
-¿Thorsten…Staggs?—balbuceó. Después de tanto ansiarle ver el rostro que tenía debajo de esas prendas, ahora lo tenía ahí.
Él volteó a verla y sus ojos se encontraron. Su cicatriz estaba en su mejilla izquierda y era enorme que abarcaba hasta su mentón.
Se olvidó de como respirar y se tensó por completó y él la observó receloso.
-No hagas que me arrepienta por haberte ayudado—le ladró, molesto.
Ella parpadeó y a pesar de estar hipnotizada, se encolerizó.
-No te estoy pidiendo ayuda, lárgate de aquí.
-Ya estoy aquí. Muy tarde.
-Serás lo que seas pero no eres mecánico.
-El tubo por el que pasaba agua se ha roto por el calor, necesita uno nuevo—se irguió y Katheryn quedó diminuta a su lado—o sino este auto no se moverá.
-Aparece uno con tu súper magia.
-No soy un mago—alzó una comisura de su labio, señal de incomodidad. Su frente estaba arrugada por ver debajo de lo que quedaba de los rayos del sol.
El color de sus ojos parecía transparente a la luz del día.
-¿Por qué te habías puesto toda esa ropa encima las veces anteriores?
-Porque se me dio la gana—le respondió tajante. Sus ojos barrían todo a su alrededor.
El relajante cosquilleo en sus palmas le dio a entender que estaba más enojada de lo que había pensado. Tal vez era su creador pero quería darle una buena paliza.
Y sin avisarle, le arrojó una descarga eléctrica de más de 1000 voltios en dirección a su perfecto rostro, pero toda esa maraña de electricidad se evaporó en su piel y él curvó los labios convirtiéndola en una sonrisa genuina que la hizo retroceder.
-Deja de tontear y ayúdame a quitarle el tubo al auto que traje—le dijo y avanzó al auto de atrás pero ella no lo siguió—bueno, entonces me largo y a ver cómo te las apañas sola.
-Vete.
Siguió andando hasta llegar al auto y se deslizó al asiento. Se mantuvo ahí sentado mirándola como una fiera que observa a su presa. Sus ojos brillaban de una manera extraña.
El sol comenzó a ocultarse por completo y ambos seguían mirándose fijamente. Habían pasado dos autos intentando ayudarla pero Thorsten solo les enviaba gélidas miradas y las personas retrocedían.
-¿Por qué no te has ido, idiota?—le gritó ella a lo lejos—esas personas tenían intención de ayudarme y los has corrido, imbécil.
En silencio se bajó del auto con la mandíbula apretada y los puños cerrados, ella no se inmutó, incluso lo desafió.
-Súbete. —le ordenó.
-No.
-Hazlo, ahora.
-¿Por qué?
-Por qué lo digo yo. Súbete.
Quiso replicar pero al ver sus ojos grises asintió sin decir una palabra. Recogió su maleta y sus llaves y comenzó a caminar en su dirección. ¿En qué lío se había metido?
-¿Dónde?
-En el asiento del copiloto, no soy ningún chofer; y dame eso.
Le quitó sus cosas y las metió en los asientos traseros.
Se sentía horrorizada y se imaginaba estando en un lugar para prostitutas en la que él era dueño y ahora la llevaba a ella.
Reforzó su barrera mental y se abrochó el cinturón.
-Es inútil que hagas eso. Puedo leer tu mente a la perfección—se filtró a la carretera a una velocidad moderada—y deja de pensar que soy algún tipo de padrote. No soy dueño de ningún burdel.
Su respiración se aceleró y él la miró.
-Relájate.
Y se relajó.
Thorsten Staggs la estaba ayudando, pero, ¿con qué fin? De nuevo se sintió asfixiada y atemorizada.
-¿Crees que quiero hacerte daño?—le preguntó, ella asintió—si yo quisiera dañarte, tú no estarías aquí sentada conmigo, ¿entiendes?
-Es que no entiendo por qué estás ayudándome. Te odio y sé que me odias también.
-Quisiera decirte que el sentimiento es mutuo pero no lo es. Quiero odiarte pero algo me lo impide y no sé qué es.
-Todo lo que ha pasado en mis sueños… ¿Ha sido real?
-Sí—se revolvió incómodo.
-Entonces no puedes fingir que no existo porque estoy en tu cabeza todo el día, eh—se burló. Y él chasqueó la lengua.
-Uf, pero no lo tomes como algo romántico. No puedo sacarte de mi cabeza porque eres terca y me desesperas.
-Eres el ser más despreciable, ¿lo sabías?
-No lo soy. Te di algo que no a todas las personas les doy: la inmortalidad.
-Me quitaste a mi familia.
Él no respondió.
El silencio inundó todo el viaje.
Thorsten conducía en silencio y ella miraba por la ventana la noche que se cernía sobre ellos. Quería reprocharle muchas cosas pero no tenía caso.
No soporto el silencio. Cuéntame un chiste.
Volteó a verlo con perplejidad y él se encogió de hombros.
¿Quién crees que te dio este don?
¿Por qué a mí? ¿Por qué no molestas a otra Elegida?
Porque estás a unos centímetros de distancia. Eres la más cercana.
Tu chiste es horrible. No tiene gracia.
Te he dicho que contaras uno y no lo hiciste. Sigo esperando.
Limítate a conducir, ¿okey?
-Estás colmando mi paciencia—dijo sulfurado.
-Déjame ir.
-Todavía falta treinta minutos para llegar. Después de eso estaré aliviado de no tener que verte.
-¡Cuidado!—gritó ella con el rostro horrorizado. Thorsten miró al frente y vio que un remolque venía directo a ellos sin frenos.
-¡Sujétate!
Fue lo único que alcanzó a oír después del impacto. Dos manos fuertes la sujetaron de la cintura y el aire le alborotó el cabello, se aferró a algo duro pero suave y hundió la cara en ello.
Minutos después estaba temblando.
-Abre los ojos.
-N-No.
-Ábrelos. Estas a salvo.
Abrió los ojos poco a poco y se topó con los grises de Thorsten. Estaban abrazados muy lejos de los autos destrozados.
Thorsten bajó la mirada a sus cuerpos y la empujó lejos de él.
-¡Maldita sea!—gritó.
Con agotamiento, logró ponerse de pie y ver lo que quedaba de los autos. ¿Qué había pasado?
-¿Qué hiciste?
-Salve tu trasero. Eso hice.
-No me refiero a eso. ¿Cómo salimos de ahí ilesos?
-Te tele transporté aquí.
-Gracias.
-Basta de ridiculeces. El sujeto sigue vivo, debemos largarnos ya.
-¿Dónde está?
-Lo dejé detrás de ti, ahora apresúrate.
A regañadientes fue detrás de él. No podía ir sola, así que no tenía más remedio.
Llegaron cerca de las ocho de la noche a Veracruz, pero faltaba media hora más para llegar a Coatzacoalcos en auto y a pie sería dos horas o más y no tenía fuerzas para nada. Y lo que no entendía era que si él tenía poderes, ¿Por qué iban caminando hasta llegar a su destino y no volando o tele transportándose?
Se dejó caer agotada al asfalto y asustó a Thorsten.
-¡Oye! ¡Levántate!—la sacudió con fuerza pero ella gruñó. Se había dormido— ¿Por qué demonios te convertí? ¿Por qué?
La cargó en sus brazos sintiendo su peso liviano y buscó algún hotel en donde dejarla descansar.
El sonido de las olas lo relajó durante unos minutos y recordó el sueño que ella había tenido y que él se había metido.
Era casi la misma playa.
Miró a todos lados y se adentró con ella. No había nadie, salvo unas personas que ya se iban.
La dejó sobre la arena y se encargó de qué nadie fisgoneara. Levantó un muro transparente para que si alguna persona asomara por ahí solo mirara la playa sin nadie, mientras que ellos dos descansaran del otro lado. Era como un espejo gigante.
No podía dejarla sola. Ya no podía alejarse de ella.
-No puedo. No puedo—repitió entre dientes. Se sentó lejos de ella mirando el mar. El agua le mojaba los pies.
Y su jeans estaban hecho un desastre, su playera estaba sudorosa así que se la quitó por encima de la cabeza y dejó que el aire y el agua lo tranquilizaran.
Horas después, Katheryn se despertó aturdida y se encontró en la playa, sola. Todo estaba oscuro y Thorsten no estaba por ningún lado.
Se sentó y bostezó perezosamente.
-Nunca pensé ver a una mujer bostezar de esa manera.
-¿Qué es lo que quieres?—se limpió una lágrima escurridiza por culpa del bostezo.
-Son las dos de la mañana, deberías refrescarte en el agua.
Lo encaró con rabia y se le secó la boca al verlo. Estaba recién salido del agua, sin playera solo con sus jeans y su cabello goteaba.
Ambos apartaron las miradas y se dedicaron a mirar el mar.
-¿No sabes hablar inglés?—hasta ahora se daba cuenta que se había estado hablando en español con él, incluso en la hoja de papel y en sus sueños. Era relativamente extraño.
-Sé hablar todos los idiomas—contestó mecánicamente.
-Me harías un gran favor si me hablas en inglés, me sentiría más cómoda—dijo en su idioma de nacimiento. Ya era hora de hablar sin titubeos.
Un minuto después, Thorsten se sentó junto a ella.
-El agua está riquísima. Relájate en ella.
Su inglés es precioso. Pensó ella ocultando una sonrisa.
-No tengo más ropa para después. Mi maleta murió por la paz en tu auto.
-Me encargaré de ello más tarde, ahora ve y relájate.
Lo miró con insuficiencia y le obedeció. Estaba sucia, asqueada y con dolor de cabeza y darse un chapuzón le caería de maravilla, aunque teniendo en cuenta que el mismísimo Thorsten Staggs la observaría nadar la puso nerviosa. Arrastró los pies hasta la orilla del mar y comenzó a desvestirse. Al cuerno con él y sus ojos grises oscuros sobre ella. Se quitó toda la ropa excepto su ropa interior y se adentró al agua fría pero deliciosa. Se sumergió hasta el cuello y se volvió para verlo pero él no estaba por ningún lado.
-De seguro fue por ropa, que patético—dijo para sus adentros.
Aprovechó para lavarse todo su cuerpo. Se restregó la piel hasta dejarla roja y suave y su cabello dejó escapar toda la tierra y basura que se había pegado en el camino.
Después de asearse, se relajó de verdad y dejó que la marea la arrullara.
Un minuto había pasado cuando divisó a Thorsten bien vestido y caminando en la arena, en sus manos traía lo que parecía ser ropa para ella. Le frunció el ceño y se sentó a esperarla.
-¿A dónde fuiste?—le gritó ella.
-Por ahí. Aquí tienes ropa nueva—alzó un short rojo y lo agitó como una bandera—son las dos con treinta minutos de la madrugada, y creo que ya te has relajado mucho. Sal del agua.
-No. Estoy bien.
-Te vas a resfriar y yo no estoy de humor para cuidarte, ahora mueve tu trasero hasta aquí—le dijo ásperamente sin verla.
Y lo peor de todo es que sus piernas le obedecieron y la arrastraron a la orilla. Nunca había sido tan sumisa a nadie, ni si quiera cuando Ethan le ordenaba a hacer ese tipo de cosas, primero reñían y luego obedecía a regañadientes pero con ese sujeto misterioso no podía negarse a complacerlo.
-¿De dónde conseguiste esa ropa?—se sentó lo más alejada posible de él y revisó la ropa que le había traído de quién sabe dónde.
-Deja de ser tan curiosa y vístete.
Apartó los ojos y se mantuvo mirando a otra parte en lo que ella se vestía.
Katheryn se dedicó a observarlo fijamente mientras peleaba por ponerse una camiseta y el short rojo, en varias ocasiones estuvo a punto de caer de espaldas por tanta incomodidad pero logró equilibrarse y la mandíbula de él se tensaba a cada segundo.
-¿Ahora qué?
-Ahora te dejaré sola. Ya he hecho suficiente por ti—se levantó con brusquedad—podrás buscar a tus hermanos sin mi ayuda. Solo ve a esa ciudad y los encontrarás.
-¿No irás conmigo? No conozco a nadie—la idea de que la abandonara le aterraba.
-Toma, tienes dinero suficiente para ir—le lanzó un fajo de dinero mexicano a los pies—no quiero seguir interfiriendo en tu vida. A ningún Elegido le he ayudado tanto como a ti. Así que hasta siempre, Levis.
Y en un abrir de cerrar de ojos desapareció dejándola sola. Giró en redondo y solo estaba la playa vacía.
Se inclinó a recoger el dinero y lo guardó en sus bolsillos.
-¡Eres un maldito!—le gritó con todas sus fuerzas.
Se peinó con los dedos y se echó a andar por la playa. Eran casi la tres de la madrugada y no había nadie. Todo estaba oscuro.
Se sintió perdida y abandonada. Con dificultad logró encontrar una calle y se encaminó en busca de algún taxi nocturno que la llevara a Coatzacoalcos.
Y no buscó demasiado. Un anciano con aspecto cansado pero amable se estacionó junto a ella.
-Buenas noches—lo saludó con vergüenza contenida. Parecía una indigente.
-Buenas, señorita.
-¿Podría llevarme hasta Coatzacoalcos? Le pagaré una buena cantidad.
-Uhm… está un poco retirado. Pero súbase—se acomodó el cinturón de seguridad—no puedo dejarla a su suerte a estas horas. Aquí la mayoría de taxistas la perderían en algún lugar.
Se horrorizó y se mantuvo inmóvil mirándolo desde afuera.
-No sé preocupe. La llevaré a su destino sin problemas.
Dudó por unos segundos pero al final se deslizó dentro en los asientos traseros.
El motor rugió y se adentraron a la oscuridad de la ciudad.
-¿Y qué hace a estas horas en la calle?—le preguntó. Ella se volvió para verlo por el retrovisor.
-Estaba en la playa con… con un sujeto. Y él me dejó.
-Oh, eso es detestable. Haberla dejado sola y sin cuidar por su seguridad.
-Ya sabe… eso suele pasar—miró por la ventana las farolas de luz que pasaban a toda velocidad haciéndolas ver como destellos de luz.
-Le aseguro que en unas horas su novio intentará buscarla, se lo digo por experiencia propia.
Arqueando las cejas, Katheryn dejó escapar una carcajada.
-Uf, jamás en la vida lo aceptaría como mi novio, ni si quiera somos amigos.
El taxista se encogió de hombros, estaba claro que su historia no le era interesante y solo estaba dispuesto a llevarla y no a charlar con ella.
Suspiró agobiada y recargó la frente en el frío cristal empañándolo con su aliento, a pesar de que acababa de salir del agua sentía calor y abrió la ventana dejando entrar el fresco aire que emanaba de las olas.
Y estaba segura de varias cosas:
La primera era que Thorsten era un cretino y no entendía su extraña actitud y personalidad. Era un demente dios del rayo y su creador. En los comics era llamado THOR y era un súper héroe rubio y sexy, él también era sexy pero su piel era bronceada y sus facciones eran más duras que el actor que interpretaba a su personaje en Hollywood.
La segunda; Ethan ya no sería más la cruz de su vida porqué ya estaba con quién siempre debió haber estado, con Sam Blair.
La tercera, sus hermanos no estarían del todo felices de volver a verla después de tantos años sabiendo que pudo haberlos buscado desde antes.
Y la cuarta y más importante: no iba a dejar las cosas así con Thorsten Staggs. Él tenía todas las respuestas que necesitaba. Tenía derecho de saber todo sobre los Elegidos y la razón de haberlos convertido y con qué finalidad. Y porqué el muy soquete se había hecho el payaso de taparse todo el rostro con prendas o telas negras, enseñando solamente sus ojos. Eso era lo más patético.
Minutos más tarde, echó la cabeza hacia atrás y se dio cuenta que en su maleta había quedado absolutamente todo, el dinero de Brenton, sus llaves del Jetta (y también lo había dejado abandonado en la carretera con el motor expuesto) y la hoja de papel con los números anotados.
Se sintió tranquila por qué ya no tenía ninguna razón para llamar a sus amigos. Pensó en Gabriel y en lo feliz que debía estar en esos momentos, también pensó en Owen junto a Clara y sonrió. Pero su sonrisa se esfumó al recordar a Ethan con Sam.
Cerró los ojos y sacudió la cabeza ahuyentando esos pensamientos de mal gusto. Heidi y Luke por supuesto que los extrañaría, y ese par de enamorados… Brenton y Ben… oh… estúpidos bastardos… eran su vida.
Pero ahora todo sería diferente.
Su vida estaba al lado de Jack y Charlie Levis.
Incluso Thorsten Staggs era parte de su nueva vida aunque lo detestara. Pero no podía pasar por alto aquel rostro precioso, fuerte y duro. Ni tampoco esos ojos grises oscuros que la dejaban sin aliento.
-¿Cuánto falta para llegar?—se inclinó hacia adelante con la intención de apresurarlo.
-Hubo un desvío a causa de que están remodelando la carretera, así que lo más seguro es que lleguemos a las cinco de la mañana—respondió a modo de disculpa.
-¿Qué hora es ahora?
-Las tres con cuarenta.
Con un asentimiento de cabeza, se hundió de nuevo en el asiento y cerró la ventana porque comenzaba a enfriarse el clima y andaba puesta una ropa ideal para un día soleado. Rodó los ojos y maldijo entre dientes a Thor.
Se acomodó para dormir y se percató que no tenía ganas de dormir y tampoco de cerrar los ojos. Quería llegar ya. Pero, ¿Qué otra cosa podía hacer para matar el tiempo? Hablar con el taxista… ¡No! porqué ese pobre hombre de seguro tendría problemas más importantes en que pensar para atender la inquietud de una chica inmortal.
Se debatió durante diez minutos hasta que sus labios dejaron escapar cuatro simples palabras:
-¿Puedo hablar con usted?
Y para su sorpresa, el señor sonrió y asintió mientras giraba en una curva.
-Veo que no tienes ganas de dormir. Te hará bien platicar conmigo—la animó.
Se llevó las manos al rostro y titubeó.
-Tiene años (151 años en realidad) que no veo a mis dos hermanos pequeños y no sé qué pueda pasar en la mañana cuando vaya a buscarlos. Tengo pánico de que me rechacen.
-Oh, no, no, no lo creo. Son tus hermanos y sea lo que haya pasado para que estuviesen separados, ellos no te van a rechazar, incluso estarán felices de volver a verte.
-¿Usted lo cree?—soltó un sollozo ahogado.
-Nunca es tarde para remediar el pasado. Y te lo digo porqué las personas temen que sus seres queridos les guarden rencor por un error cometido en el pasado y en vez de intentar solucionarlo… terminan empeorándolo y se alejan aún más. La vida es un círculo vicioso de problemas pero también de soluciones y pocas personas saben ver a tiempo el remedio de sus errores.
-Usted no sabe cuánto he soñado con volver a verlos. He dejado atrás a mis amigos para buscar una nueva vida con mis hermanos.
-Y haces bien, muchacha. Arroja al olvido todo lo que has vivido y renace a un mundo nuevo.
Dos horas después de haber hablado hasta quedarse callados por no tener más que decir, Katheryn cerró los ojos para dormir y la voz del taxista la hizo despertar de golpe.
Ya habían llegado y el cielo estaba todavía oscuro.
-Aquí estamos—le dijo sonriendo. Ella forzó una sonrisa y bostezó.
-¿Cuánto es?
-Solo porque me agradaste te cobraré $100.
-Tome—le entregó un billete y se lanzó fuera, el frío de la madrugada le caló los huesos—gracias.
-¿Tienes a dónde ir? Es tarde.
-No, pero buscaré un hotel.
-Con cuidado, por favor—replicó él, preocupado—te me figuras a mi hija, cuídate, muchacha.
Se alejó del taxi y lo vio alejarse en la oscuridad hasta desaparecer. Resopló y se frotó los brazos pensando que hacer a continuación. Tenía dinero pero no un mapa ni ayuda de nadie.
Estaba sola a las cinco de la mañana de un viernes en la ciudad donde sus hermanos estaban pero no tenía ni la menor idea de donde primero buscar.
Caminó dos calles más y se topó con un hotel sencillo que estaba abierto las 24 horas—como todos los hoteles—.
Corrió hasta llegar a la recepción pero antes de entrar intentó acomodarse el cabello y la ropa para no parecer una indigente sucia y loca.
Sacó el pecho y alzó la barbilla al entrar pero sus dos pies izquierdos se entrelazaron y cayó de bruces frente a la encargada, que solo se quedó mirándola sin tener la intención de ayudarla.
-Buenos días—dijo en cuanto logró ponerse de pie. Estaba roja de vergüenza pero intentó sonreírle a la antipática recepcionista que la escaneaba de arriba abajo.
-¿Qué tiene de bueno?—puso los ojos en blanco y sonrió con ironía— ¿quieres una habitación?
-Sí.
-¿Traes dinero o solo estás jugando? Por qué si eres una vaga extranjera y sin dinero, puedes irte mucho a la…
-¡Alto!—gritó con rabia— ¡Quiero una maldita habitación! ¡Tengo muchísimo dinero, más del que ganarías en toda tu vida!—respiró hondo y prosiguió, sus ojos ardían de cólera—ahora sé buena y dame una habitación para dormir.
La mujer abrió los ojos como platos y asintió mecánicamente.
-Habitación 45, tenga un excelente día—replicó suavemente.
Con elegancia le quitó las llaves y se marchó a su habitación pero no sin antes enviarle una mirada de absoluto desprecio a su persona.
No necesito mucho tiempo para quedarse dormida, porque en cuanto su cabeza rozó la almohada se quedó profundamente dormida.
Sin teléfono, sin tener que dar explicaciones a nadie sobre donde estaba o a qué hora se levantaría… eso era vida.
“Toc, Toc, Toc”
Soltó un gruñido y se hizo bola entre las sabanas.
“Toc, Toc, Toc, Toc, Toc”
-¡Qué!—graznó.
-No ha pagado su noche.
Y como un zombie se arrastró a la puerta y la abrió de golpe. En el umbral estaba la antipática recepcionista con las cejas arqueadas, mirándola con desaprobación. Katheryn sonrió con descaro y se dio la vuelta para ponerse los tenis.
-Pensé que en este hotel los inquilinos podían dormir sin ser molestados—dijo con extrema dulzura.
-Por supuesto que sí, es solo que hay inquilinos que se olvidan de pagar—replicó con veneno. La falta de sueño le afectaba.
-El pésimo servicio hace que los inquilinos no quieran pagar—se palpó el short y sacó el fajo de billetes—te daré dinero extra si te largas de mi vista en este momento.
Al parecer esa oferta le subió el ánimo y asintió complacida.
-No quiero ser molestada. Me despertaré a la hora que quiera sin necesidad de ver tu rostro, ¿de acuerdo?
Volvió a asentir y le quitó el dinero de la mano.
Y sin esperar ningún tipo de amabilidad fingida, cerró la puerta con irritabilidad. Se frotó los ojos y miró el reloj de péndulo que había arriba de la cama, las furiosas manecillas marcaban las doce del día del 11 de abril, era viernes y tenía mucho por hacer.
Y por mucho que anhelase quedarse a dormir un poco más, su mente se lo prohibía. Con extrema flojera se lavó la cara en el lavabo, guardó las llaves de su habitación y el dinero en sus bolsillos; y salió a comprar ropa adecuada para la playa. No estaba en sus planes broncearse y parecer afroamericana.
En los pasillos pasaban personas más blancas que ella y para su sorpresa eran de otros estados de la República mexicana que planeaban vacacionar ahí y arruinar sus perfectas pieles.
Al salir del hotel, un sol brillante y caliente comenzó a calentarle la piel y ponérsela rojiza. Corrió hacia la sombra de algunas palmeras y buscó alguna boutique de ropa, aguzó los ojos y encontró una a seis calles de distancia.
Sus ojos estaban expuestos a los rayos solares que le era imposible ver más allá de un metro. Sus lentes que había comprado en una tienda junto a la gasolinera ya eran historia y necesitaba nuevos. Thorsten Staggs no se le ablandó el corazón al dejarla sola con dinero suficiente, pero, ¿Por qué lo extrañaba? Porque estaba loca, esa era la única razón lógica.
-Quiero estos lentes—dijo esbozando una radiante sonrisa y que le fue correspondida por una chica de unos diecinueve años de piel acaramelada y pelo ondulado.
-Son $30 pero si compras otro más, te los llevas a $40.
Frunció el ceño y le dio el dinero, no necesitaba más de uno pero no podía perder más tiempo y compró un par de lentes. Se sintió aliviada al ponérselos y siguió en dirección a la boutique.
Cruzó las calles faltantes y llegó por fin. Su aspecto era terrible pero intentó tranquilizarse y entrar sin llamar la atención pero eso era relativamente imposible. Su apariencia era el centro de atención en todos los lugares que iba y ese día no era la excepción.
-Sé que aquí venden ropa adecuada para no quemarse de sol, así que quiero una mudada y un sombrero, por favor—jadeó.
Y las encargadas ladearon la cabeza sin responder.
-No soy una indigente, perdí mi maleta y quiero ropa limpia.
-Uhm, sígueme.
Y la siguió.
-Toda la ropa que tenemos es chica así que no veo problema alguno. Todo es de tu talla—la escaneó de arriba abajo—bonitos lentes de contacto y bonito cabello.
-Son mis ojos naturales, gracias.
Escudriñó la ropa que estaba sobre los aparadores y maniquís pero ninguna le agradó. Al cuerno con sus gustos, era su piel la que estaba en juego.
Cogió un pantalón de algodón negro y una playera de tela delgada y de manga larga; y un maniquí tenía un sombrero con un listón alrededor, sonrió y tiró de él.
Pagó en efectivo y salió a toda leche de regreso al hotel. Moría por darse una ducha fría y ponerse la ropa. Hasta ese momento recordó que su objetivo era buscar a sus hermanos hasta encontrarlos, le obligó a sus piernas a darse prisa.
Entró congestionada de sudor y subió a su habitación a pesar de que las personas la miraban con los ojos entornados. Estaba así por qué había tenido un imprevisto, y quiso reírse en sus caras porque si ella quisiera, podría arreglarse al cien y bien podría hacerse pasar por una modelo o una actriz.
Al abrir la puerta, dejó las bolsas en la cama y entró a ducharse.
Esto lo necesitarás.
Se sentía fresca y renovada. Su piel estaba rosada y brillante; esperando a ser tratada con amabilidad.
Por el rabillo del ojo alcanzó a ver un trozo blanco de papel en la orilla de la cama que ella no había visto.
Lo recogió y abrió la boca levemente. Ahí estaba la hoja donde estaban anotados los números de sus amigos y hasta abajo decía: Esto lo necesitarás.
-Sino fueras tan egocéntrico, te daría las gracias—musitó y dobló la hoja para guardarla después.
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