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Capítulo 09

Subió por el ascensor y buscó su puerta número 69, entró dando traspiés y se encerró.

Todo estaba en perfecto orden. Dejó el libro sobre su cama y se apresuró a desconectar su teléfono que estaba bien cargado. Había aproximadamente 20 llamadas de Heidi y 6 mensajes de Luke. Rodó los ojos y se dispuso a oír música. Ethan tenía buen gusto, porque tenía desde canciones recientes hasta canciones viejas y clásicas.

Su canción que le había dedicado él, la dejó para el último. Buscó en la lista y puso una canción vieja del año 1996.

Wonderwall de Oasis.

Al ritmo de la canción, se despojó de su ropa y se puso una cómoda. Abrió las cortinas y las ventanas. Inhaló el aroma a humo de la ciudad, no pudo evitar toser. Arrugó la nariz y volvió a cerrar todo y sobrevivir con el aire acondicionado.

Se dejó caer en la cama y cerró los ojos.

No tenía ganas de leer el libro de La Vida. La filosofía era una ciencia que pocas personas tenían el don de entenderla. Y ella era una de las personas con el don rechazado en su cabeza.

-¡Servicio del Hotel!

Se reincorporó de inmediato y fue a abrir la puerta.

-¡Servicio del Hotel!—repitió el chico con los ojos entornados y mirándola de arriba abajo. No tendría más de dieciséis años.

-¿Qué tipo de servicio emplea el hotel?—preguntó Katheryn, riéndose.

-Emm… nosotros… yo puedo hacerle cualquier favor que se le ofrezca. El hotel no me paga, yo vivo de la propina de los inquilinos—cuadró los hombros y dejó de observarla. Tragó saliva.

-O sea que puedo pedirte que me traigas una paleta helada y correrás a traerla, ¿no?

Él asintió, ruborizado. Sus ojos negros brillaban de excitación.

-¿Quiere que le vaya a comprar una?

-Sí, corazón—le abrió la puerta para que pasara pero él no se movió—pasa.

-Eh, mejor la espero aquí.

Katheryn entró por su cartera y sacó varios dólares.

-¿Con esto alcanza?

Él chico abrió los ojos de golpe.

-¿Dólares? Señorita, en la heladería no aceptan dólares.

-Uhm—bufó—entonces creo que no querré tus servicios. Gracias, cariño.

Hizo el ademán de cerrar la puerta y el chico se sobresaltó.

-¡Intentaré cambiárselos por dinero mexicano!

Le regaló una sonrisa y le entregó los billetes.

-Por favor, no tardes. Confío en ti…

-Toni, me llamo Toni.

-Confío en ti, Toni.

Y en un santiamén, Toni se lanzó por el ascensor en busca de su paleta helada y del cambio del dinero.

Katheryn soltó una risotada al cerrar la puerta. El chico le recordó bastante a un conejo. Sus orejas eran un poco grandes, tenía unos ojos negros muy enormes y sus dientes sobresalían de su pequeña boca.

Media horas después, tocaron a la puerta.

-¡Paleta a domicilio!—le oyó gritar a Toni. Rió entre dientes y abrió—aquí tiene. Una paleta helada de coco, ¿le gusta el coco? A mí me encanta por eso se la traje. Pero si no le gusta se la voy a cambiar. Y aquí tiene su cambio, aunque me costó rogarle al señor de la heladería pero al final accedió. Le dije que era parte de mi chamba y no se negó.

Katheryn se sorprendió al oírle hablar tan rápido sin respirar. Y esbozó una sonrisa cálida.

-Gracias, Toni. Me gusta el coco—cogió la paleta y su cambio—pasa. Te daré tu propina pero debo dejar la paleta en algún lugar. Anda, no tengas miedo. No muerdo—lo animó a pasar. Su rostro del chico estaba rojo como un tomate pero al final entró.

-A ver…-dejó la paleta en la cama y rebuscó entre el cambio en pesos—aquí tienes.

Le depositó cien pesos en la mano a Toni, este agrandó los ojos y amplió su sonrisa pero su sonrisa fue desapareciendo.

-No puedo aceptar todo este dinero, güerita.

-¿Por qué no?—estaba ocupada lamiendo su paleta que ni si quiera se dio cuenta que Toni ya estaba listo para irse. El dinero lo había dejado en la cama.

-Es demasiada propina para un simple pedido de una paleta helada, señorita—giró sobre sus talones y salió al pasillo. Katheryn se lanzó detrás de él dandole un susto.

-Oye, pero no te lo doy por la paleta, sino por todo lo que hiciste para cambiar mi dinero.

-Pero no puedo aceptar tanto, lo juro.

-¿Por qué? ¿Tienes algún tipo de juramento para las personas amables como yo para no aceptar un regalo?—le guiñó el ojo mientras lamía su paleta. El chico se ruborizó el doble y sacudió la cabeza avergonzado—entonces tómalo y cómprate algo. Yo pago.

Le depositó de nuevo el dinero en su mano.

-Y sí te niegas, usaré la fuerza—lo amenazó partiéndose de la risa.

-Bueno. Solo porque no quiero que use su fuerza brutal en mí, lo aceptaré—se burló— ¡Adiós! ¡Y gracias! en la noche pasaré de nuevo por si se le ofrece algo más.

Con una sonrisa, Katheryn volvió a encerrarse. ¿Por qué los mexicanos eran tan dulces? Se rió como loca y terminó su paleta.

El buen humor no le duró ni seis minutos. Sam Blair volvió a su cabeza.

¿Por qué Ben tenía que haber dejado esa motocicleta al aire libre? ¿Por qué no se la había robado un psicópata en vez de ella? tal vez su destino quería eso. Atormentarla de por vida.

Cogió el teléfono y pasó a otra canción más relajante.

Clocks de Coldplay.

Tiró la basura de la paleta al suelo y se echó a la suavidad de la cama para saborear la deliciosa melodía en sus oídos. Cerró los ojos y tarareó la letra. Se sintió boba al recordar que en su otro teléfono había eliminado esa canción solo porque ya no tenía espacio suficiente y ahora que tenía el de Ethan, él tenía todas las suyas. Qué ironía. Se las ingenió para ponerla en modo predictivo. En las películas todo era emocionante porque siempre ponían música de fondo y esa canción era perfecta para ese momento de soledad y de intimidad consigo misma.

Miró el techo durante media hora, Clocks sonó aproximadamente seis veces cuando comenzó a cabecear. Apenas era las 4 y media de la tarde y ya sentía que era tardísimo. Se dejó llevar por el cansancio y se abandonó al sueño, ignorando por completo que su estómago le pedía a gritos algo de comer. Con la paleta solo logró ilusionar a su estómago para luego obligarlo a dormir hasta la noche.

-¡De nuevo tú! ¿Quién eres? ¡Deja de seguirme!—gritó ella, estaba afónica de tanto gritarle al ladrón. Estaba en un callejón sin salida y no había nada de luz, solo un farol a dos metros. Estaba sola y tenía frío.

Sus sueños eran más extraños y aterradores que antes. Al menos Paul Weber no la asustaba y le daba la cara. Oh pobre de ese anciano… lo echaba de menos al igual que Becca…

-La vez anterior te dejé ver mis ojos, ¿Por qué no te conformas con eso?—su profunda voz la volvió a estremecer. Solo lograba ver su silueta en la oscuridad.

-Dijiste que no olvidaría tus ojos y no le he hecho. Quiero saber quién eres y qué quieres de mí.

-¿De ti? Nada. Pero eres interesante, muy interesante.

-¿Quién eres?—insistió.

-Todo a su tiempo, Katheryn.

-¿Por qué te metes en mis sueños? Me debes una disculpa—se armó de valor para obligarlo a escupir la razón por la que le había quitado el Matiz de Ethan.

-Me meto en tus sueños por qué quiero. Y no te debo nada.

-¡Te robaste mi auto! Eres un estúpido y un cobarde.

-No lo soy. De hecho le estaba haciendo el favor al dueño de ese auto.

-¿De qué hablas?

-El dueño del Matiz quería de vuelta su auto y se lo he regresado.

Katheryn quiso abofetearlo.

-¡Estás loco! Ethan está muerto y el auto es mío.

-Todo a su debido tiempo—ahogó una risa—Florecilla…

Pronunció “Florecilla” en tono burlón y sarcástico. Katheryn dio un paso al frente para poder golpearlo pero él ya no estaba. Estaba sola.

Se sintió muerta en vida. El ladrón sabía más de su vida de lo que pensaba.

 

Abrió los ojos de repente. El sudor albergaba en su cuerpo y la canción de Clocks aun sonaba. Se talló los ojos y miró la hora: 6:40 pm.

Todo había sido un sueño pero no del todo. El ladrón sabía el apodo que Ethan le decía, sabía que era su auto y sabía exactamente donde estaban, de eso no tenía duda.

Pero lo que más la dejó confundida fue que la afirmación de que Ethan quería de vuelta su auto y se lo regresó.

Suspiró y apagó el teléfono. El silencio tampoco le sería de gran ayuda pero quería pensar antes de plantearse ideas acerca de su sueño. Reforzó la barrera mental en su cabeza por si Heidi estaba cerca, aunque lo dudaba. Porque Gabriel ni si quiera había regresado. Hizo una mueca al oír gruñir a su estómago.

Se cambió de ropa, guardó el teléfono en su bolsillo trasero y sacó su cartera con la tarjeta deslizable para poder ir a comer al restaurante, pero antes de salir, se aseguró de dejar guardado el libro debajo de la cama, por si las mucamas se les daba por ser chismosas y revisar su equipaje.

Bajó por el ascensor y en el último piso se topó con Brenton. Iba solo y no traía buena cara.

-¿Dónde habías estado, Katheryn Levis?—siseó, enfadado.

-Aquí. En el hotel.

-Dejaste a Ben solo, él no sabía en dónde estabas…

-¡Basta!—lo interrumpió—no quiero sermones. ¿Okey? Por eso quería estar sola. Déjame en paz.

Pasó de largo y él la detuvo del hombro.

-Katheryn…

-No me toques. Estoy hambrienta y con jaqueca.

Se alejó a paso ligero y entró al restaurante. Pidió la especialidad del día y se atragantó con los manjares mexicanos, aunque el sabor del chile era fuerte, le fascinó.

Minutos después, vio pasar a sus amigos con cara de piedra, excepto Gabriel. Deseó con todas sus fuerzas tener a Owen consigo en ese instante.

Cuando Gabriel la divisó, sonrió y se dirigió a ella. Tomó asiento y con un suspiro, la abrazó con fuerza. Luke, Heidi y Ben pasaron de largo sin saludarla.

-¿Cuál es su problema?—espetó ella.

-Estás molestos contigo. Ignóralos.

-De acuerdo—le dio otra mordida a su comida.

-¡Adivina qué!

-¿Qué?

-¡Gaby estará aquí en una hora! ¿No es fascinante? No contaba los segundos para volver a verla.

-Me alegra. Espero que no se separen nunca más.

-Eso espero—se inclinó sobre sus codos— ¿estarás bien sin mí?

Ella lo miró con expresión ceñuda.

-Me refiero a que podrás arreglártelas con todos ellos sin que yo esté…

-Ah—se encogió de hombros con indiferencia—me las arreglo siempre. No te preocupes.

-Como fui un completo tonto de tirar mi teléfono, no te lo podré dar. Pero cuando necesites mi ayuda en algo, envíale un mensaje a Gaby como hace unos días, ¿sí?

-Por supuesto que sí.

Gabriel miró su reloj digital, que por cierto era nuevo y resopló. Estaba ansioso por ver a su sobrina.

-¿Dónde te esperará?—le preguntó. Él la miró y elevó los ojos al cielo.

-Aquí mismo.

-Quisiera saludarla, sino te importa.

Asintió, con una sonrisa de oreja a oreja. Sus pupilas estaban dilatadas. Estaba muy emocionado, no dejaba de mirar el reloj y de ver a la calle.

Katheryn dejó dinero en la mesa y tiró del brazo de Gabriel hacia afuera.

-¿Qué haces?

-La vamos a esperar afuera. Será más sorprendente poder ver tu rostro en HD.

Se sentaron en la puerta de cristal de la entrada y se dispusieron a observar la calle iluminada. Eran pasadas las siete de la noche y distintos tipos de personas vagaban de aquí para allá. Katheryn se preguntó si algún día esa ciudad podría estar desierta.

Y tantos estados de la república mexicana, a su amiga Sam se le ocurría estar precisamente ahí, en el D.F.

A una calle divisó a Toni, corriendo en dirección al hotel. Estaba algo oscuro y era imposible que la mirara a la distancia. El chico iba sudado y jadeando de tanto correr. Tenía ropa distinta, o más bien tenía otra playera. La anterior estaba sucia y vieja, pero esa era nueva y limpia. Katheryn sonrió a sus adentros al ver que le había hecho caso al comprar algo útil con el dinero de su propina.

Y antes de llegar a la puerta, Toni se detuvo con los ojos desorbitados y las mejillas rojas de vergüenza.

-Toni, que tal—lo saludó, mirándole intencionalmente la playera.

-Buenas tardes, señorita—sonrió entre jadeos—venía a preguntarle si se le ofrecía algo.

-Por ahora nada, gracias—le señaló el pecho con los ojos— ¿y eso?

Enseguida el color escarlata de sus mejillas se elevó al cien.

-Con su generosa propina fui a una tienda y compré cuatro playeras en oferta—se pasó la mano por su oscuro cabello—me sobró diez pesos y compré un refresco.

Junto a Katheryn, Gabriel los observaba fascinado sin decir nada.

-De haber sabido que necesitabas eso, yo misma te hubiera dado más, Toni—le reprendió. Él agachó la mirada— ¡Eh!

Alzó los ojos a ella y se quedó perplejo al ver dos billetes de a cien pesos extendidos en su dirección.

-¿Qué está haciendo, señorita? Ni si quiera le he hecho ningún favor.

-¿Dónde vives?

Él no respondió.

-¿Toni?

-No tengo una casa. Vivo en todos lados.

Katheryn intercambió miradas con Gabriel.

-Muchacho, acepta el dinero que Katheryn te da—le dijo a Toni—y también acepta lo que te daré.

-¿Qué? ¡No!—se horrorizó.

-Tómalo. Lo necesitas más que nosotros.

-No. Lo siento—se dio la vuelta y se echó a correr a toda leche.

-¿Por qué no aceptó el dinero y ya?—musitó, abrumada. Se guardó el dinero y se recargó en el hombro de su amigo.

-La respuesta es fácil: las personas decentes y humildes como él, son orgullosas y se esfuerzan en su trabajo y no dejan que nadie les de nada gratis.

-Pero no tiene trabajo, Gabriel. Por Dios, vive en la calle.

-Tal vez le gusta ser libre.

Rodó los ojos y se quedaron en silencio a esperar a Gabriela Fuentes y a Christian Nakamura. O tal vez solo a ella. Quien sabía si seguían juntos.

Media hora después, un aire polvoriento les llenó la cara de basura. Katheryn quedó llena de polvo y envolturas de dulces en su cabello, se lo quitó con cólera y una risilla la desconcertó. Un tucán estaba sobre su hombro, riéndose. Y un chico asiático sonreía de lado, mirándola. Era Christian y Gabriela.

-¡Ya llegaron!—gritó Katheryn, el tucán sobrevoló a Gabriel y se transformó en Gabriela.

Katheryn apenas logró abrazarla, porque Gabriel ya la tenía entre sus brazos. Se dedicó a hablar con Nakamura.

-Pensé que no nos volveríamos a ver.

-El mundo es pequeño. Suerte y de nuevo nos veamos—rió— ¿Dónde están todos? Tengo entendido que estaban en busca de un libro perdido.

-Todos están en sus habitaciones y el libro ya lo encontré.

-¿Le entiendes? Porque el de Paul nunca lo leí, pero Palmer nos leyó algunas cosas.

-Es filosofía pura. Pero intentaré leerlo.

-Sin embargo eso te dará respuestas, ¿no?

-Eso espero—se mordió el labio inferior—estoy agotada de tanto misterio.

-No eres la única.

-¡Vámonos ya!—Gabriela gritó desesperada.

Christian elevó las cejas con vacilación. Gabriel tenía los ojos llorosos y en sus labios había una sonrisa enorme.

-¿Tan pronto? Pensé que se quedarían un rato—alardeó Katheryn, con desgana.

-¡No! Christian y yo dejamos a la señora del aseo sola en el departamento y es algo ladrona—rodó los ojos—pero pronto nos encontraremos. Andando, tío. Es hora de irnos a casa.

Jaló a Gabriel y lo abrazó.

Se despidieron en un nanosegundo. Gabriela se llevó a su tío volando, Katheryn no supo en qué animal se había convertido para tener la suficiente fuerza para llevarlo. Gabriel a lo lejos le envió un beso de despedida. Katheryn lo echaría de menos.

Christian tuvo la decencia de darle un abrazo cálido antes de irse a toda velocidad, que incluso desaparecía.

Después de perder de vista a los tres, se sentó en el mismo lugar a ver la calle.

Tiempo después, sintió dos frías manos cernirse en sus hombros. Se dio la vuelta para soltar un sinfín de groserías pero se quedó con las palabras atoradas en su garganta al ver a Sam Blair sonriéndole a su lado.

-¿Qué haces aquí?

-Te rastree—le mostró una sonrisa lobuna.

-¿Se te ofrece algo, Samantha?—le preguntó, tajante. Estaba de mal humor y triste.

-Vine a hablar contigo—todo rastro de diversión abandonó su voz.

-¿Sobre qué?

-Sobre Ethan.

Katheryn cuadró los hombros y la miró desafiante. No había pasado ni quince horas de su encuentro y ya iban a hablar sobre él.

-¿Qué quieres saber?

-Verás…-se puso de pie y se puso de cuclillas frente a ella. Recargó sus antebrazos en las piernas de Katheryn para estar más cerca—aunque no lo creas, hoy apareciste como caída del cielo a mi vida. Tenía planeado ir la próxima semana a buscar respuesta acerca de él pero ahora estás aquí y puedes contarme todo.

-Especifica todo.

-Todo lo que hablaron, lo que hicieron…

El veneno en su voz era palpable. Katheryn la empujó y se puso de pie, se limpió el polvo del trasero y se cruzó de hombros. Sam la imitó. Aunque ella le llevaba buena altura a su amiga, se sintió intimidada por la rubia.

-¿Qué insinúas?

-¿Tuvieron alguna clase de relación amorosa?

-¿Qué pasaría si te dijera que sí?

-Posiblemente te abofetearía.

-¿Con qué derecho? Se supone que saliste de su vida cuando le pasó el accidente, ¿no? eso lo deja en total libertad.

-Uhm, eso quiere decir que te enredaste con mi prometido—siseó, y apretó los puños a sus costados.

Katheryn arqueó las cejas y chasqueó la lengua. De sus manos, una chispa eléctrica amenazaba con salir disparada a la rubia.

-¿Eso importa? Créeme que de haber sabido que habían sido novios, jamás le hubiera aceptado. Pero de todas maneras, él fue quién me buscó. Él era libre, y tú estabas lejos.

-¿Tuvieron sexo?—Katheryn palideció—porque nosotros si tuvimos. Un día antes de nuestra boda—sonrió de una manera espeluznante.

A regañadientes se obligó a mentir, solo para atacarla.

-Sí. Tuvimos sexo un centenar de veces—arqueó una ceja—y no sabes que delicioso lo hacía, pero por desgracia ya no está.

Sam Blair quería sacar humo de las orejas y ácido corrosivo de los ojos.

 

Jaque mate.

-¿Te parece si mañana salimos para salir hablando? Ya son casi las ocho y Enrique me espera—se excusó.

-Lo siento. Estaré muy ocupada, será otro día.

-Entonces vendré a buscarte pronto—esbozó una sonrisa sarcástica—tenemos una charla pendiente.

-Te esperaré.

Y dicho eso, Katheryn dejó parada a Sam en la calle. Regresó al ascensor y a su habitación.

Gabriel ya no estaría más con ella para hablar de lo que había pasado. Y no tenía cabeza para hablar con Heidi o alguno de sus amigos—aparte de que estaban enfadados—no tenían por qué saberlo.

Se despojó de su ropa y encendió el teléfono. Entró al cuarto de baño para estar un  buen rato en el jacuzzi.

La llamada entrante de Owen la hizo sonreír. Respiró profundo antes de contestar, estaba decidida a explicarle lo de la foto de la mañana. Necesitaba escuchar su voz dulce.

-¿Hola?

-Hola, ¿Qué haces?—estaba aburrido. Su voz lo decía todo.

-Estoy a punto de entrar al jacuzzi, ¿y tú?

-¿Con el cínico de Gabriel?—musitó.

-Ja, Ja, Ja.

-Contéstame, Levis…

-Gabriel se acaba de ir con su sobrina hace un rato—él suspiró—y lo de esta mañana todo fue una treta. Nunca me acosté con él. Solo lo hice porque estaba furiosa contigo.

-¿Lo dices en serio?

-Sí. Aunque de seguro tu sí te enredaste con Clara, ¿no?

Owen se debatía en responder.

-Pensé que lo habías hecho y pues…

-Por venganza lo hiciste con ella…-apretó el teléfono con fuerza—lo entiendo.

-Lo lamento, Katheryn.

-No te lamentes. Es tu vida, Owen. Si tu estas feliz, yo también.

Había perdido a dos personas en un día. Que mala suerte la suya.

-Gracias. Clara es una persona adorable, y quiero estar con ella.

-Lo sé, necesita compañía y te agradezco que estés a su lado.

-¿Quieres que regrese a México? Porque tal vez necesites con quien hablar, aparte de todos ellos.

-No es necesario. Estoy bien—se quedó mirando al vacío—te dejo, Owen. Me daré un baño y luego leeré el libro.

-¿Ya lo encontraste?

-Sí.

-¿Y qué tal está?

-Horrible. Es filosofía y no le entiendo.

-Entonces cuando vayas leyendo, envíame algunos párrafos para que te ayude a descifrarlo. Yo amo la filosofía.

¡Owen! ¡Ya están listas las palomitas!

-Te llaman. Así que lo intentaré.

-¡Cuídate por favor! Haré lo posible para seguir hablándote. Te quiero.

-Te quiero.

Y colgó.

Se sintió devastada y a la vez feliz. Owen era un chico dulce y tierno, dispuesto a dar y recibir amor. Algo que ella no podía brindarle abiertamente.

Le dio play a la canción de Clocks y se quedó una hora entera en el jacuzzi.

Abrió de nuevo el libro en la página en la que se había quedado. De tan solo leer una palabra le daba ganas de llorar.

Comenzó a leer.

Sin ruido.

Sin pensar.

Solo fija en las letras finas y rectas.

Pensó en enviarle a Owen una fotografía de las páginas enteras para que la ayudase a saber que quería decir pero descartó la idea al instante. Solo algunos párrafos importantes.

Leyó durante horas.

Los ojos le ardían de cansancio.

Miró su teléfono y la hora la hizo bostezar. 2 am.

Katheryn, ¿sigues despierta?

 

No.

 

Ábreme. Quiero hablar contigo.

 

Heidi, son las dos de la madrugada. Intento dormir.

 

Claro que no. Siento tu mente activa y sé que estás leyendo el libro de La Vida.

 

Con desgana se puso unas sandalias y abrió la puerta. Heidi entró con elegancia y se sentó en la cama de Gabriel en posición de flor de loto, mirándola. Su cabello estaba húmedo, y tres mechones blancos estaban adheridos a sus mejillas.

-¿Y bien?—señaló el libro.

-¿Y bien, qué?—le frunció el ceño.

-¿Qué dice el libro?

-Si te lo leo, quedarás maldita.

-Bien… ¿pero le entiendes?

-No.

-¿Entonces…?

-Esto es filosofía. No hay nada que me dé con el paradero de mis hermanos, ¡Es una basura!

-Tranquilízate. Juntas encontraremos una salida.

-No. Lo único que quiero es desaparecer. La cabeza ya no la aguanto, siento que explotará.

Hubo dos minutos de silencio. Heidi escudriñaba el rostro de su amiga con recelo.

-Quiero que me cuentes que te ocurrió con Ben y qué es lo que has estado soñando últimamente.

-¿Soñado? ¿Te has metido a mi cabeza?—la acusó—reforcé mis barreras.

-Por eso mismo. Cuando duermes presiento tu malestar, intento ver tu sueño pero es inútil, aunque sé que estás asustada y desconcertada, ¿Qué ocurre?

Se mordió los labios, sopesando en decirle o no. Pero no podía seguir ocultando los extraños sueños con el ladrón de ojos grises.

-He estado soñando con el sujeto que me robó el Matiz de Ethan. Me ha hablado en mis sueños, incluso dejó que le viera los ojos y me dijo que lo que había hecho con el auto, solo era un favor.

-¿A qué te refieres?

-Dijo que Ethan le pidió de vuelta su auto y le hizo el favor de devolvérselo.

-Oh Dios, ¿en serio? ¿Quién era el sujeto?

-Solo me mostró sus ojos y su cicatriz de su rostro. Solo eso. No me dijo nada más, solo me dijo que a su debido tiempo—se talló los ojos—dijo que no me iba a olvidar de él ni de sus ojos y no lo he hecho. Tengo  el color de sus ojos justo aquí—se dio un golpecito en la sien—y me susurró el sobrenombre que Ethan me decía, florecilla.

-Ese hombre nos ha estado espiando. Y es un Elegido antiguo—se quedó mirando al vacío pero luego le envió una mirada herida a Katheryn— ¿Por qué no me habías contado? Somos amigas, ¿recuerdas?

-Solo tenía cabeza para el libro.

-De acuerdo. Hablaremos de ese estúpido después, pero ahora quiero que me digas lo de Ben y tú.

-No hay nada que decir.

-Él me dijo que se toparon con Sam Blair, amiga tuya y de Ethan…

-Ah, eso. No es nada importante. Hablamos y ya.

-¿Y ya? ¿Estás loca?

-No, ¿Por qué?

-La vi en vivo y en directo hace un par de horas. Bajé al restaurant por un café y enseguida me habló—agrandó los ojos—lleva varias horas abajo, esperándote.

-No es posible. Si hablé con ella cuando Gabriel se fue y me dijo que tenía que irse.

-Pues no lo hizo. Sigue abajo.

-Dile que se vaya.

-Es terca. Leo sus pensamientos a pesar de que esté allá abajo.

-¿Qué está pensando?

Katheryn, Katheryn, Katheryn. Pasaste de ser mi mejor amiga a ser una embustera. Enredándote con mi prometido, mi bello pajarillo, has sentenciado tu muerte. La pagarás caro. No sé qué clase de abominación eres, pero la pagarás caro. Aparte el dolor que me causaste al abandonarme. La pagarás…

 

-No quiero seguir escuchando sus estupideces.

-Mañana Luke se hará cargo de ella.

-Ojalá.

Heidi aplaudió haciendo que Katheryn respingara.

-¿Qué haces?

-Te estaré acompañando para que leas. No estarás sola.

Semanas después, Katheryn ya había leído la mitad del libro y todos habían alquilado un pequeño departamento.

Sam Blair la había amenazado al otro día de haberla encontrado y fue echada del hotel por unos policías, dandole una orden de no acercarse a ninguno de ellos o sería llevada a prisión. Brenton le pagó una buena cantidad a los policías para que la llevaran a perder en lo que ellos salían con sus pertenencias al nuevo departamento.

El único que se dispuso a ir descifrando el libro con ella fue Luke. Katheryn le había dicho lo mismo que a todos, que sería maldecido pero a él le importó un rábano y comenzó a leer con ella y a explicarle.

-Todo esto tiene una razón, Katheryn. Te está dando respuestas acerca de tu Yo interior y de tu alma.

-Sí, pero eso a mí no me interesa. Quiero a Jack y a Charlie.

Y así se pasaron todo el mes de marzo. Discutiendo por los párrafos del libro.

Estaban a solo unos días de comenzar el mes de abril y Katheryn apenas tenía una leve idea de lo que el libro tenía escrito. Pero siguieron leyendo juntos.

Poco a poco las páginas comenzaron a ser menos. Solo faltaba 50 hojas para finalizar y Katheryn quería leerlo todo de un tiro.

El hombre es contingente, viene de la nada y camina hacia la muerte que es la misma nada.

La contingencia, la existencialidad pura alcanza su perfección y expresión pura en la muerte. El hombre, el individuo humano existe, sin duda, pero solo de hecho, sin razón de ser.

El hombre es producto de una fuerza libre que lo proyecta en el mundo, sin que ninguna finalidad superior lo lance a un más allá, a un absoluto.

 

-¿Entendiste ese párrafo?

-No.

-Katheryn…

-Quiero comer. Vamos por unos tacos.

Noo! Sigue leyendo.

La libertad no debe buscarse en lo que trasciende al individuo, sino en el interior como algo que le pertenece para que en rigor, su voluntad sea propiamente libre. Ahora bien, si esa libertad muestra al comienzo de la reflexión como la capacidad de desobedecer un mandato de los valores o eludir los impulsos naturales, no se debe por esto identificarla con el indeterminismo o la libertad es una fuerza positiva, una decisión de la voluntad que resulta de una autodeterminación o es un concepto vacío que, al privar a la libertad de todo contenido, la hace incomprensible.

 

-Ahora, dime que le entendiste—la presionó. Ella parpadeó.

-Le entendí que la libertad es propia de uno mismo, y que nadie es dueño de nadie. Por ejemplo, yo no puedo privarte de ser libre porque eso es solo tuyo. Tú decides ser libre o no.

Luke arqueó las cejas, sorprendido.

-Muy bien, Katheryn. Le entendiste un poco—le quitó una pelusa del cabello—y ahora te mereces un obsequio por tu buena conducta.

-Ya era hora.

-Iremos por unos tacos. Yo invito.

Un día después, Katheryn se sentía poderosa de poder entenderle un poco. Pero seguía desesperada al no encontrar absolutamente nada sobre sus hermanos.

Comenzaba a pensar que todo era una farsa.

Brenton se había encargado de pagarle a un tipo rudo y con cara de pocos amigos para vigilar el departamento por si alguna rubia sospechosa vagara por ahí. No quería que nadie la lastimara, aunque quiso pagarle al sujeto, Brenton se negó rotundamente. Y Ben y Heidi estuvieron de acuerdo.

-¡Six flags es maravilloso!—entró Heidi al departamento, contoneándose del brazo de su amado con una sonrisa de oreja a oreja y con tres globos de helio en su otra mano—les traje un obsequio a todos.

Katheryn estaba aburrida viendo la tv. No tenía ganas ni de moverse.

-¿Quieren el maldito globo, sí o no?—espetó Heidi, irritada por la indiferencia de los tres.

-Odio los globos—eludió Ben, bostezando—dáselo a Brenton.

-Soy alérgico al helio. Yo paso—se excusó.

-Dámelos a mí. Yo los quiero—agregó Katheryn, sonriendo.

Heidi le sonrió con ternura y le entregó los globos. Luke puso los ojos en blanco y subió las escaleras para darse una ducha. Por su parte, Heidi se sentó en el sofá para ver la tv con ella.

-¿Qué miras?

-Veo la Rosa de Guadalupe.

Heidi soltó una risita nasal.

-No te burles. Ese programa es interesante aunque un poco exagerado. A la mayoría que actúan en ese programa, los he visto en la calle.

-Yo prefiero Como dice el dicho. El nene de Poncho es un bonito niño.

-Tiene diecisiete, creo. Es un niño, déjalo.

Brenton le lanzó una réplica de la torre Eiffel en miniatura a Katheryn para que leyera la inscripción al reverso.

-Iré a cambiarme de ropa—anunció Heidi y subió.

Katheryn bajó la mirada a la torre Eiffel y frunció el ceño.

 

¿Quieres ir por un helado? Solos, tú y yo.

 

-Eh, está bien. Solo iré por mi fular y mi sudadera.

Señorito Lawton, ¿Qué planeas hacer? Ben se pondrá furioso al no ir con nosotros.

 

Mientras buscaba su fular gris, se puso a charlar con Brenton a través del pensamiento. Quería saber sus verdaderas intenciones de su salida.

Benjamín se las arreglará sin nosotros. Aparte ya lo sabe.

 

No te creo. Pero en fin, si se pone todo rabioso será tu culpa. Bajo en un segundo.

 

Minutos después, Katheryn estaba cruzada de brazos con su fular puesto alrededor de su cuello y la sudadera alrededor de su cintura, observando al par de tortolos discutir por la salida.

-¿Por qué demonios no puedo ir con ustedes?—protestó el Elegido con los celos a flor de piel.

-Quiero pasar un día a solas con mi amiga. Ayer hablamos de eso, Ben—siseó el otro chico con aire irritado.

-De acuerdo—se dio por vencido y se dejó caer al sofá—diviértanse.

Brenton le envió una mirada a Katheryn diciéndole que lo esperara afuera. El dolor de cabeza la estaba matando y sin rezongar salió a la calle donde el hombre vigilaba el departamento con los ojos fijos al frente y sin parpadear. Llevaban semanas y ella nunca lo había saludado ni cruzado palabra con él.

Había sido contratado el 15 de marzo y era 30 de marzo y Katheryn no se tomó la molestia de ponerse a charlar con él sujeto para conocerlo. Se quitó la sudadera de la cintura y se la puso sobre los hombros. A paso firme y seguro se plantó frente al hombre, este ni si quiera parpadeó.

-Hola.

Él parpadeó indiferente.

-Hola, aquí abajo—alzó una mano y la movió de un lado a otro frente a su rostro.

-¿Se le ofrece algo, señorita?—contestó con rudeza. Sus ojos negros seguían fijos al frente.

-¿Eres especialista en vigilar casas?

-Nunca he dudado de mi trabajo.

-¿Eres de aquí?

-No. Yo soy de Quintana Roo.

Katheryn arqueó las cejas.

Brenton salió dando un portazo a la puerta y le dirigió una gélida mirada al sujeto y luego a Katheryn.

-Me voy. Adiós.

Se dio la vuelta y enrolló su brazo en el de su amigo. Comenzaron a caminar en dirección al helado prometido. Aunque el departamento que habían rentado estaba lejos del corazón de la ciudad, existían unos autobuses verdes que podían llevarlos a todos lados sin dificultad. El trayecto sería largo pero reconfortante. Y todo eso se había hecho una costumbre ya que el Jetta color vino que Brenton le había obsequiado estaba en el taller desde una semana atrás por culpa de una mujer que estaba aprendiendo a conducir y había estampado la parte trasera de su auto en el cofre del Jetta y tardaría al menos un mes en arreglarlo todo.

-Te has hecho amiga de Gonzalo, ¿no?

-¿Quién es Gonzalo?

-El que vigila el departamento.

-Ah, Nah. Es solo que no sabía que hacer al esperarte y le hablé. En realidad solo me dijo que es de Quintana Roo.

-Te recomiendo que no le dirijas la palabra nunca más. Es un hombre de pocas palabras, estuvo en prisión por haber matado a un hombre y ahora se dedica a ser vigilante. Está entrenado para asesinar a cualquier ladrón que intente filtrarse a la casa.

Katheryn entornó los ojos, sorprendida. Comprendió el porqué de su actitud.

-No le hablaré de nuevo. Lo prometo.

-Bien—aspiró y exhaló con fuerza, y una sonrisa deslumbrante asomó a sus labios—estoy aburridísimo y mi motocicleta pasó a mejor vida, ¿no importa que nos subamos a un autobús verde? Porque tu auto aún no está en condiciones…

-Ya tengo mis monedas listas—le enseñó las seis monedas de un peso en su cartera. Él sonrió aún más.

Se subieron enseguida aunque la mayoría de las veces solía haber lugar de sobra, ese día estaba repleto de personas y solo había un sitio vacío.

-Siéntate tú. Yo iré parado junto a ti—le anunció él y lo obedeció.

Todas las personas aún no se acostumbraban a verlos. Katheryn se había puesto una cebolla para pasar de desapercibida pero solo lograba ser el centro de atención. Sus cabellos plateados brillaban por el sol y sus ojos grises parecían platas, y sin hablar de su piel de porcelana.

Y Brenton no se quedaba atrás. Era muy atractivo y lo sabía.

-No pensaba encontrarte aquí, querida.

Tanto Brenton y Katheryn postraron los ojos en la persona que estaba frente a ellos. Su amigo emitió un gruñido y depositó su mano en el hombro de Katheryn como un gesto protector.

-Tampoco yo pensaba verte aquí, Sam—respondió y sonrió con falsedad.

-¿Él es tu novio?—preguntó, curiosa. Brenton se revolvió incómodo.

-No lo es. Pero es un buen amigo.

Sam Blair parecía una verdadera muñeca salida de un cuento. Sus rubios cabellos brillaban más que el cabello de Katheryn, incluso Brenton no se miraba tan rubio como ella.

-¿Cómo te llamas, amigo de Katheryn?—le preguntó con coquetería. Y Katheryn quiso partirse de la risa en ese momento pero solo se mordió los labios esperando la respuesta de su amigo, que por alguna extraña razón estaba sonriendo. Y no con amabilidad ni falsedad, sino con malicia.

-Me llamo Brenton Lawton, señorita—le hizo reverencia como todo un caballero. Los ojos de Sam brillaron de diversión.

-Eres todo un caballero, soy Sam Blair. Una vieja amiga de Katheryn—le guiñó el ojo izquierdo y alargó su brazo para tocarle la cadera. Brenton abrió los ojos como platos pero no se retiró.

Diez minutos después, Katheryn se puso de pie y pidió bajar en la otra calle.

-Es nuestra parada, adiós Sam—musitó ella y jaló a su amigo para bajar a tropezones a la calle.

Al tocar el suelo ninguno de los dos pudo contener la risa y soltaron una sonora carcajada. ¿Qué había sido todo aquello? No lo sabían pero había sido estupendo.

-Sino te conociera tan bien… diría que te ha gustado Sam.

-Tonterías. Es solo actuación—chasqueó la lengua—así es la mejor forma de tratar a una perra. Aunque no logro digerir que Ethan estuvo enamorado alguna vez de ella y que algún día fue tu amiga del alma. Es horrible y extraño—cerró los ojos y tembló—hasta me causa escalofríos.

-El tiempo es el culpable de cambiar a las personas.

-Ni si quiera sabía que había sido distintas personas a lo largo de mi vida hasta que te conocí. Con vaguedad recuerdo mis distintos apellidos que he tenido—resopló—pero bueno, se diría que este es mi verdadero yo.

-¿Brenton Lawton de Smith?—preguntó en tono burlón. Él soltó una carcajada llena de sarcasmo.

-¡No!

Alargó el brazo y lo dejó en su espalda y él le pasó el brazo por los hombros trayéndola a su cuerpo. Caminaron abrazados por varias calles más donde las personas casi corrían para llegar a tiempo a su destino.

Apenas eran las seis de la tarde de un día frío y normal del 30 de marzo en el Distrito Federal.

En los días que tenían ahí ya se había acostumbrado bastante. Aunque seguían estancados sin respuestas.

Katheryn le daba gracias al cielo que el ladrón ya no la acosaba en sus sueños, ni si quiera sus hermanos. Anhelaba tanto verlos. Pero solo era cuestión de tiempo.

-Allá está la heladería.

Un pequeño local con colores llamativos era la heladería perfecta de Brenton, donde te daban combos gratis a cambio de alguna bebida extra. Katheryn a menudo se preguntaba si todo el dinero de él algún día se acabaría y si eso pasara, ¿Qué pasaría con los demás? Porqué Brenton era el que se encargaba de pagar todo lo que consumían. Su padre anfitrión Patrick Lawton era multimillonario y como tal, Brenton también. Pero sin embargo, el dinero algún día tendría que llegar a su fin.

-Yo quiero el de siempre—sonrió con excitación y sacó su tarjeta de crédito—chocolate con nuez, ¿y tú?

-Fresa.

Entraron al local y se sentaron en una pequeña mesa para dos personas. Su helado favorito era de vainilla pero después de conocer a Ethan, su sabor favorito cambió  al suyo, el de fresa. Eso era lo único que le recordaba que alguna vez fue feliz con él. El recuerdo de cuando habían comido juntos helado en su departamento la hizo deprimirse durante un segundo pero la sonrisa volvió a sus labios al ver a Brenton traer dos helados de tres bolas directo a la mesa.

-Esto debe costar una fortuna.

-En realidad es solo una pequeñísima parte de todo el dinero que poseo—le dio un lengüetazo a su helado y esperó a que Katheryn hiciera lo mismo pero ella se dedicó a ver como la fresa se derretía en el cono— ¿Qué crees que haces?

-Pienso.

-¿En qué?

-Ethan Quin.

Rodó los ojos con exasperación y le dio un codazo a su amiga.

-¿El helado te recuerda a él?

-El helado de fresa era su favorito.

Y ahora fue él quien dejo de saborear su helado para verla a los ojos.

-Si sigues atormentándote de esa manera nunca podrás seguir con tu vida. Y lo digo en serio.

-Dejaré de atormentarme cuando encuentre a mis hermanos, solo hasta ese día.

-¿Por qué no ahora?

-Por qué quiero tener a mi familia conmigo. Teniéndolos a mi lado, ya nada me puede importar.

-Hace varias semanas cuando te robaron el auto, nos dijiste a Owen, Ben y a mí, que todos nosotros éramos tu familia, ¿A caso estabas mintiendo?

-No. Ustedes si son mi familia pero Jack y Charlie son mis hermanos de sangre.

-Aferrarte a ellos no es lo correcto. Son tus hermanos, lo sé pero nosotros somos más que tus hermanos. Siempre estaremos contigo, y cuando digo siempre es siempre. Para toda la eternidad.

-Es que tú no entiendes nada. Sigo amando a Ethan y es doloroso, pero teniendo a mis hermanos ese dolor va a cesar.

-Cuando amas, creas, nunca quitas.

-¿Sigues amando a Clara?

-No, ya no la amo como antes. El amor que le tengo es de distinta manera, solo le amo como una amiga en el pasado con la que compartí parte de mi vida.

-Si yo amo a alguien no puedo amar solo una parte de esa persona porque se quedaría incompleta, Brenton. Nunca la amaste.

-No de la manera que siempre deseé.

-Esto no me ayuda en nada.

-Solo te daré un consejo: olvida a Ethan. Sácalo de tu vida o te harás daño.

**

Owen estaba dando de golpes a un clavo que sobresalía del balcón. El día anterior se había rebanado medio brazo por accidente y temía que Clara se hiciera daño también, así que decidió buscar un martillo y arreglarlo.

-¿Qué haces, Owen?—le preguntó ella. Su cabello rojizo estaba desaliñado por la siesta.

-Estoy arreglando el balcón, no quiero que te hieras como yo—le mostró su brazo vendado. Clara chilló y corrió a abrazarlo.

-Te quiero, te quiero, te quiero—canturreó.

Owen sonrió ruborizado.

-Yo también te quiero, Clary.

Tenía semanas que no hablaba con Katheryn y se sentía extraño. Pero en esas semanas logró encariñarse el doble con Clara. Se dio cuenta que podía llegar a amarla algún día y compartir con ella una parte de su vida.

-¿Quieres ir por un café?

-Pensé que odiabas ir a las cafeterías.

-Odio las cafeterías pero quiero salir contigo—hizo un puchero, no muy normal en ella.

-Entonces vamos, ve a ponerte tu abrigo. En un segundo te alcanzo, nada más terminaré este asunto—siguió dando de golpes a lo loco para poder terminar rápido.

Clara se metió a la que antes era la habitación de Katheryn y escogió uno de sus abrigos que ella había dejado olvidado al marcharse sin despedirse como era debido.

Quince minutos después ambos estaban recorriendo la ciudad en dirección a un Starbucks cercano y pasar una buena velada.

30 de marzo y sin la compañía de su mejor amiga pero todo eso tenía un remedio y se llamaba Owen Kennedy y lo tenía entre sus brazos.

Owen Kennedy era mejor que Brenton Lawton y no podía negarlo. A pesar de los tantos años de relación que tuvo con él nunca se sintió tan protegida por alguien, nunca se sintió importante. Con Brenton solo tenía que preocuparse por estar hermosa para él y para no hacerlo enfadar y mantenerlo contento. Pero con Owen no. Podía estar sin maquillaje y con la peor ropa y él no le mencionaba nada, en vez de eso le sonreía o le decía algo tierno.

-¿Has hablado con Katheryn?—sabía que esa pregunta era poner el dedo en la llaga pero se arriesgó con la esperanza de estar segura de no estar en algún tipo de sueño donde él la abandonaría también.

-No, ¿Por qué?—le respondió con indiferencia sin mirarla pero ella sintió que su cuerpo se tensó al responder.

-¿Estás seguro?

-Sí—y esta vez sus ojos atraparon los suyos. Su lunar se estiró en una mueca—la última vez que hablé con ella tú estuviste a mi lado, ¿lo recuerdas?

-¿No quisieras hablar con ella? ha pasado dos semanas más o menos…

-¿Sabes? Si yo quisiera hablar con ella ya lo habría hecho. No tengo porque ocultártelo.

-¿Eres mi novio o qué eres?

Owen se detuvo y esbozó una sonrisa radiante.

-Estoy contigo. Vivo contigo, ¿Qué son las personas que viven juntas?

-Esto es algo superficial, Owen, amas a Katheryn. Y estoy segura que algo sucedió entre ustedes para que regresaras.

Él dejó de sonreír y siguió caminando con ella colgando de su brazo.

-¡Oye! ¡Responde!—le insistió.

-¿A qué quieres que te responda? ¿Qué si la amo? ¿O si te considero mi novia?

-A las dos cosas…

-Sí, la sigo amando pero lo nuestro nunca podrá ser y a ti te considero mi novia, ¿no lo ves?

Esa no era la respuesta que deseaba escuchar pero si una que la consideró aceptable.

-¿Alguna otra pregunta extraña, señorita Ponce?—bromeó. El humor y dulzura volvió a él.

-Eh, sí.

-Adelante, pregunta lo que quieras.

-¿Por qué eres tan guapo?—se ruborizó al preguntárselo. Owen rió.

-No lo sé, tal vez por qué mis padres me hicieron con amor.

Ella le dio un golpe al hombro partiéndose de la risa.

-Le agradezco que me considere gracioso pero es la verdad.

-No hables así. Me siento anciana.

-Es divertido, no seas aguafiestas—pequeñas arruguitas aparecieron a los laterales de sus ojos por sonreír demasiado.

Y al fin llegaron a Starbucks y se sentaron a esperar a la camarera en una mesa para dos personas. Clara se sentía cohibida y desnuda cada que él la miraba a los ojos. Unos ojos castaños tan grandes y brillantes no deberían ser legales en un chico rubio y norteamericano, más porque vivía bajo su mismo techo.

-¿Qué quieren de beber? ¿Un expreso? ¿Un americano…?—preguntó una chica con aspecto cansado, sonreía pero su sonrisa no era genuina ni si quiera llegaba a sus ojos.

-Un americano, por favor—pidió Owen con su toque de encanto.

-Yo quiero un cappuccino si es tan amable.

-En seguida—se retiró con la lista a la barra que estaban detrás de ellos.

Había en total 15 personas bebiendo café y hablando de todo lo que había pasado en el día y ellos se miraban fijamente sin parpadear.

Owen le sonreía de vez en cuando pero su cabeza estaba dandole vueltas a la última conversación con Katheryn. Le había mentido gravemente acerca de haber tenido relaciones íntimas con Clara y se lo había creído erróneamente, aunque por un segundo llegó a fantasear en que algunos celos por él surgieran desde lo más profundo de ella pero solo era una fantasía. Katheryn lo había tomado con bastante calma.

Llevaba pensativo varios minutos que ni si quiera se dio cuenta que su café ya estaba en la mesa y que Clara llevaba hablándole segundos atrás.

-Clara quiero preguntarte algo—pasó saliva sin saber muy bien porqué quería preguntarle lo que tenía en mente.

-¿Síp?—le dio un sorbo a su café sin apartar la vista de él.

-Quisiera que nuestra relación pasara a otro nivel, ya sabes…

Con los ojos agrandados, Clara escupió todo el café que tenía en su boca. ¿Le estaba proponiendo sexo?

-¿Estás preguntándome que si quiero tener relaciones… contigo?—titubeó, roja de vergüenza.

-¿Soy un idiota, no?—rió con nerviosismo y bebió tres tragos de café caliente a pecho, se quemó la lengua pero no dejó de engullir el líquido. Había estropeado todo.

-No lo eres—sintió la cálida mano de Clara sobre la suya, ella sonreía. No estaba enfadada.

-Olvida lo que te dije, es una tontería. Todo a su tiempo y cuando estés lista.

-Owen, desde que te vi he estado lista.

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