Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 08

Distrito Federal,    6 am

El amanecer era difícil verlo entre todos los edificios, apenas una leve luz del sol se filtraba entre los cristales.

-Ya estamos en el corazón del país—farfulló Luke.

-Quiero matarte, Luke—siseó Katheryn, llena de cólera.

-Por centésima vez, ¡Yo solo le hice un favor! Él quería largarse a California y lo llevé, si quieres matar a alguien, mátalo a él—bufó.

-Nadie matará a nadie—espetó Heidi—si él quería irse, es su decisión.

Se largó porque peleamos, Heidi.

 

¿Qué le dijiste?

 

Olvídalo.

 

Heidi le regaló una mirada furtiva a su amiga y se dedicó a ver la ciudad.

Y Katheryn seguía molesta con Owen. La había dejado para irse con Clara. Lo odiaba.

Se había enfadado con ella y luego se había largado con su amiga, ¿Qué lógica tenía? Ninguna.

Gabriel les indicó por dónde ir, sin embargo Luke ya sabía la mayoría de calles porque había pasado una temporada ahí años atrás y lo recordaba a la perfección. En realidad no había ido exactamente, sino que durante años se la pasó viendo los programas mexicanos y las calles las reconocía. A metros más adelante, Brenton y Ben se doblaron en una esquina y ellos también. Katheryn se había reusado a seguir conduciendo. Su mente solo estaba centrada en Owen, solo en él. Se sentía herida.

-A unas cuadras del zócalo hay un hotel donde podemos hospedarnos—dijo Gabriel—se llama Cuba, hotel Cuba.

-¿Dónde queda?

-Veamos… ¡Ahí! Dobla a la calle república de Chile y luego a la calle república de Cuba.

-¿A caso todas las calles tienen nombres de países?—preguntó Heidi, asombrada. Gabriel solo asintió, estaba atento a Luke.

-Ya está, ¿ahora a dónde?

-Allá está—dijo señalando un letrero en vertical con las palabras “HOTEL CUBA” en mayúsculas—hay estacionamiento especial, no se preocupen por el coche.

Katheryn escudriñó el hotel de arriba abajo. Aparcaron en la entrada principal, detrás de ellos estaba Brenton y Ben, esperándolos.

-Yo me encargo de todo, ¿está bien? Solo bajen sus pertenencias—anunció el Gabriel al bajar.

El reloj marcaba las seis con quince minutos de la mañana y los parpados le pesaban por haber estado toda la madrugada pensando en las diferentes formas de matar a Owen.

-Saca tu encanto, Gabriel—le dijo Heidi, riéndose. Él rodó los ojos divertido.

Todos bajaron sus maletas y aguardaron a entrar. Gabriel fue el primero y esbozo una sonrisa radiante ante la recepcionista. Todo era lujoso, incluso el uniforme de los botones.

Katheryn espero con impaciencia.

Con toda la seguridad del mundo, Gabriel se postró frente a la recepcionista que había estado ignorándolo por diez segundos y dijo:

-Quiero dos habitaciones con doble cama matrimonial, por favor.

-¿Con jacuzzi o sin jacuzzi?—respondió la chica con aburrimiento pero cuando alzó la mirada a los ojos de él, se quedó inmóvil. Sus mejillas enrojecieron y sonrió tontamente.

-Dame un segundo—se dio la vuelta para verlos— ¿Qué prefieren?

-Con jacuzzi, muero por darme un baño—agregó Brenton—lo pagaré todo, pero quiero una habitación aparte para Ben y para mí.

Acto seguido, Ben lo abrazó con cariño. Heidi rodó los ojos.

-Eh, tres habitaciones con jacuzzi, pero que una habitación solo tenga una cama matrimonial.

-Enseguida, señor…

-Duarte. Gabriel Duarte—arqueó las cejas—pero yo no lo pagaré. Brenton, debes estar aquí.

Brenton dejó de abrazarse con Ben y le tendió su tarjeta de débito a la recepcionista, quien tenía la cara roja de tanta pena. Aunque nadie sabía por qué.

-¿Ustedes son de aquí?—le preguntó a Brenton sin apartar los ojos de la computadora.

-Somos turistas—repuso, su voz en español era sexy, Katheryn no la había escuchado, ni si quiera sabía que dominaba el idioma.

-Estados Unidos, ¿no? aunque dominan bien el español.

-Sí, tomamos un curso antes de venir…—espetó. Estaba claro que Brenton no quería entablar una conversación con la recepcionista llamada Karen López y apenas la miraba. La estaba ignorando pero estaba siendo cortes al esperar de vuelta su tarjeta.

Minutos después, le entregó tres pares de tarjetas deslizables. Eran las llaves de las habitaciones.

-Sus maletas serán subidas enseguida—anunció antes de marcar un numero en el teléfono.

Todos asintieron.

Ben no perdió el tiempo, agarró a su chico y lo besó enfrente de la recepcionista, ella frunció el ceño mientras hacía la llamada. Luke resopló indignado por las muestra de afecto de ese par y les dio la espalda para hablar con Heidi.

Seis botones aparecieron por un ascensor y se dispusieron a coger las maletas, Katheryn abrazó el libro de Paul en sus manos y su bolsa de cosas personales la ajustó a su cintura.

-¿El Jetta de afuera es de ustedes?—preguntó uno de los botones.

-Es mío—repuso ella, con desconfianza.

-Me encargaré de meterlo al garaje del hotel, si me permite—extendió su mano en espera de la llave.

-Con cuidado, por favor—le dio la llave.

-Sin ninguna abolladura o lo pagarás caro—terció Brenton antes de que el botón saliera.

-Andando—exclamó Gabriel.

-No has traído cosas, miserable—Heidi rió.

-Es una lata traer cosas, así que soy como una hoja en otoño. Vamos.

Subieron por el ascensor y al salir se repartieron las tarjetas deslizables.

-Nosotros somos el número 72—dijo Brenton, tanto él como Ben, ya se encaminaban a su puerta.

-Eh, ¡Tortolos! Nosotros somos el número 68—gritó Heidi con la tarjeta arriba de su cabeza. Brenton sonrió y entró a su habitación después de Ben—no quiero imaginar lo que ese par hará dentro de unas horas.

Todos rompieron a reír.

-Bien, ustedes tendrán la número… 69—canturreó Heidi, tratando de no partirse más de la risa. Luke apenas sonrió, la idea de que Katheryn se quedara a dormir con Gabriel no le agradaba. Ethan había sido su amigo y no podía dejar que Katheryn se burlara de él.

-¿Por qué no duermen ustedes dos juntas, cariño?—preguntó alardeado.

-Tiene razón, ¿Por qué no duermen juntas?—añadió Gabriel. Luke dejó escapar un suspiro de alivio.

-No. Estaré bien con Gabriel—respondió—ustedes deben estar juntos, no lo olviden.

-Insisto…

-No, Luke.

-Podemos dormir juntas, Kath, en serio.

-No es necesario—le quitó la tarjeta a Gabriel y abrió—los veo en unas horas. Quiero descansar.

Los tres se quedaron perplejos en el umbral de la puerta. Gabriel tragó saliva al encontrarse con los ojos azules de Luke que querían echar ácido corrosivo sobre él.

-Hablaré con ella—dijo antes de entrar y cerrar la puerta detrás de sí.

Pero Katheryn yacía dormida sobre una de las camas con los pies encima de sus maletas. Estaba frita. El libro estaba tirado en el suelo con la llave a unos centímetros de distancia.

Le echó un breve vistazo a las hojas y luego metió la llave en las primeras hojas, se arrodilló para meter el libro en una de las maletas y poder tener todo en orden.

Con sumo cuidado, la cargó y la acomodó en los cojines. Abrió las cortinas para ver el tierno sol y se dejó caer en la otra cama. Cerró los ojos y se abandonó al sueño con la cara vuelta para ella.

Iba corriendo, iba corriendo con todas sus fuerzas en dirección a Jack, él la esperaba del otro lado del arroyo con una deslumbrante sonrisa y con los brazos extendidos esperando un abrazo. Y a un kilómetro detrás de él estaba Charlie y otro arroyo lo dividía de ellos dos.

Sofocó un jadeo al llegar a la orilla del primer arroyo donde estaba Jack.

-¡Apúrate, Katheryn!—le gritó su hermano, saltando.

-Ya voy. No te muevas.

Reunió fuerzas y comenzó a cruzar el arroyo. Iba saltando de piedra en piedra, tan solo le faltaba tres piedras para llegar al otro lado cuando el agua comenzó a crecer. La corriente comenzaba a llegarle a los muslos, y amenazaba con derribarla.

-¡No te muevas!—le gritó una vez más e intentó avanzar pero el agua fue más fuerte y la arrastró lejos de sus hermanos.

-¡Katheryn!—eso fue lo único que alcanzó a oír antes de ver todo negro.

Cuando por fin sintió que estaba segura, abrió los ojos. Esperaba encontrarse en el hotel, ya que sabía que estaba soñando pero no fue así.

Estaba tendida sobre un montón de hojas secas que crujían bajo su peso. Asustada, se sentó de golpe y escudriñó todo a su alrededor, estaba en un lugar desierto, había niebla. Sus ojos grisáceos se clavaron en una persona borrosa, parpadeó un par de veces para aclarar la neblina pero a esa persona no le podía distinguir el rostro. Solo una cicatriz que abarcaba de su mejilla al mentón. Se sintió horrorizada al recordar esa cicatriz. El ladrón que le quitó el matiz estaba en su sueño.

Se reincorporó y el ladrón se acercó un paso.

-Detente ahí—rugió él.

Su voz profunda la estremeció y volvió a sentir el impulso de obedecerle en lo que quisiera.

-¿Quién eres?—preguntó, en un hilo de voz. Ansiaba verle el rostro.

-¿Quién eres tú?—esa fue su respuesta. Insolente y estúpido, pensó Katheryn.

-Soy Katheryn Levis, ¿Quién eres?

-No tiene caso decírtelo. Muy pronto nos veremos la cara—susurró, ella cerró los ojos por un instante y al abrirlos, se topó con unos ojos grises casi como los de ella pero más intensos. Eran grises oscuros. Él tenía su rostro a solo un centímetro de ella —ahora confórmate con haber visto mis ojos. No los olvidarás. Y tampoco me olvidarás.

 

Al despertar, sintió ganas de vomitar sin vacilación. Miró a Gabriel dormido boca abajo en la otra cama, el sol estaba en el punto exacto de su luz y los rayos se filtraban en toda la habitación.

Ojos grises oscuros. Voz delirantemente profunda.

NO ME OLVIDARÁS…

Tenía que haber tenido mucho sueño para tener que delirar a tal grado de soñar con ese sujeto.

Buscó el libro de Paul y lo encontró en sus cosas. Se palpó la cintura y desabrochó su bolsa de cosas personales para sacar el teléfono y el cargador de Ethan. Encendió el teléfono cuando lo enchufó. Era las doce del día. Había dormido como piedra. Y como Gabriel seguía dormido, aprovechó a ducharse, hurgó en sus cosas y sacó ropa adecuada. En esa ciudad estaba haciendo frío.

Entró al cuarto de baño y aseguró la puerta.

El jacuzzi la sedujo. Con una sonrisa se despojó de su ropa y comenzó a llenarlo con agua y esencias olorosas.

De repente el teléfono comenzó a sonar. Rodó los ojos exasperada y salió con la bata de baño del hotel. Corrió a contestar. Era Clara. Maldita sea.

-¿Hola?

-Gracias por dejarme a Owen. Es maravilloso—se estaba burlando de ella.

-No hay de qué—siseó con voz desdeñosa.

-Ya sé que estás en México.

Cerró los ojos y suspiró. Las manos le escocían. Tenía tantas ganas de electrocutar a Owen.

-¿Se te ofrece algo? el motivo de tu llamada te gastará el doble de saldo de lo que le pones en un año.

-Owen quiere decirte algo.

Esperó un momento antes de que él cogiera el teléfono.

-Hola, Katheryn—su voz era seria, no sonaba nada tierno.

-¿Y todavía tienes el descaro de hablarme?

Su risa nasal la hizo enfurecer.

-¡Púdrete!

-Ja, Ja, Ja, ¿estás celosa ahora tú?

-Vete al infierno.

-No, pero gracias. ¿Llegaron al Distrito Federal?

-Uyy, fíjate que sí. ¿Y sabes qué más? Tuve sexo con Gabriel. La pasamos muy bien y si no me crees, te enviaré una foto.

Colgó y se apresuró a desvestir a Gabriel de la cintura para arriba, cubrió sus piernas con las sabanas y se lanzó dentro con él. Y para su suerte, andaba con la bata de baño, se descubrió parte de sus hombros y “clic” se tomó la foto y se la envió directo al celular de Owen.

Dos segundos después, Owen le marcó de su propio teléfono.

La respiración agitada y entre cortada de Owen la hizo sonreír. Se lo merecía. Que se ahogara en sus propios celos.

-Si lo que quieres es ponerme furioso, felicidades. Lo has conseguido.

-Tú estás de lo más feliz con ella, ahora es mi turno.

-¿Por qué te acostaste con él? ¿Por qué, Katheryn?—se oía herido.

Se mordió los labios pensando en responderle.

-No tengo que responder a eso.

-¡Acabas de conocer a ese sujeto!

-¿Y qué? tu no conoces del todo a Clara, vas y te largas con ella.

-Es distinto. Estaba enfadado.

-¿Te acostaste con ella?

-¿Tú que crees?

Por el rabillo del ojo, notó que Gabriel se estaba despertando. Dio un salto, desenchufó el teléfono y corrió a encerrarse al baño. Tenía suerte que ahí también podía cargarlo.

-Que sí.

Él soltó una risotada.

-Pues no. No lo hice porque te quiero a ti.

-Déjame informarte que no te creo.

Hubo un segundo de silencio por parte de ambos.

-Me voy a dar un baño, adiós, Owen.

-¿Con él?—rugió.

-Por supuesto.

Colgó.

¡Listo! Owen la mandaría a la mierda y estaba en su derecho. Se encogió de hombros y dejó el teléfono sobre una isla de piedra labrada y suave.

Owen Kennedy era especial para ella pero no lo amaba como amaba a Ethan Quin. Aunque ninguno de ellos la hizo estremecer como el ladrón de ojos grises y de cicatriz rara.

Se introdujo en el jacuzzi y el sonido de golpecitos leves en la puerta la sobresaltó. Era Gabriel.

-¿Katheryn?

-¿Sí?

-¿No sabes por qué estoy desvestido?

-Eh, no. ¿Lo estás?

Él rió.

-Lo siento. Debo estar loco. Me quité la ropa y no me acuerdo.

-No tengo idea. Llevo aquí dos horas—mintió.

-Ok—suspiró—bueno, Luke habló por el teléfono del hotel y dijo que en un par de horas bajemos al restaurant.

Pasaron las dos horas esperadas y bajaron al restaurant del hotel. Todos estaban con ropa de frío, al igual que ella. Incluso el gorro rosa de Owen lo traía puesto y no sabía por qué.

Su cabeza estaba centrada solo en el ladrón, y antes de ver a Heidi, reforzó su barrera mental.

-¡La comida de aquí es deliciosa!—chilló su amiga. Katheryn notó que Heidi no había usado su poder para disfrazarlos, y se lo agradecía. Las personas no eran tan curiosas ahí.

Todos habían pedido una ración de mole, menos Katheryn. Ella quería tacos, aunque la noche anterior se había despachado su orden en el auto pero ansiaba comer más de ese manjar.

Apoyó su barbilla en su mano y miró a la calle. No pensó que en México hubiese personas blancas y rubias.

-Owen llamó hace una hora.

Dejó de ver a la calle para ver a Brenton.

-Dijo que Gabriel y tú se traen algo—le dio un sorbo a su taza de café—sencillamente dijo algo estúpido.

-¿Qué dijo?—quiso saber Gabriel, perplejo.

-Dijo que tuvieron sexo y que Ben y yo, los vigiláramos para que no se repita.

Y Luke perdió la cabeza. Se levantó de golpe y atrajo del cuello de la camisa a Gabriel, lo levantó diez centímetros del suelo y gruñó.

-¿Qué le has hecho a Katheryn?—ladró.

-¡Ese niño está mintiendo! No he tocado a Katheryn, ¡Nunca lo haría!

-No es lo que parece—interrumpió ella, con las manos en su regazo—le hice una broma al tonto de Owen porque estaba molesta. Luke, suéltalo.

Luke soltó a Gabriel poco a poco, y frunciendo el ceño volteó a verla con furia.

-¿Qué es lo que te pasa? ¿Estás loca?

-Brenton, ¿Qué te dijo exactamente?—pasó por alto la rabia de su amigo para hablarle al rubio.

-En realidad fue un mensaje de texto. Míralo por ti misma.

Cogió el aparato y leyó el mensaje con una sonrisa lobuna.

Gabriel es un hijo de puta. Deberías estar al pendiente de Katheryn, idiota. Gabriel y ella tuvieron relaciones, ¿Cómo se les ocurre dejar que durmieran juntos? Grrr. Me gustaría estar ahí para golpearlos a todos. Vigilen a Katheryn, ¡O ya verán!

-Que dramático—silbó Heidi, riéndose detrás de la oreja de Katheryn.

-¿Sabes qué, Katheryn?—gruñó Luke—vete al infierno. Me preocupo por ti y tú haces bromitas que solo empeoran las cosas. Ahora andando, quiero encontrar ese maldito libro y dormir durante dos días seguidos.

Con los ojos entornados, se subió el cierre de su sudadera y asintió con aire indignado.

-De acuerdo. No te quiero cerca en lo que resta del maldito día, Luke—espetó, furiosa.

Luego tomó lo que quedaba del café de Brenton y salió del restaurant. Llevaba la llave de Paul en sus bolsillos, solo necesitaba llegar a Bellas Artes. Preguntaría con las personas.

Y lo haría sola.

Sin ayuda de nadie.

Escuchó la voz de Luke llamarla desde el restaurant pero hizo oídos sordos y siguió avanzando hasta la explanada del zócalo.

Segundos después, el ruidoso motor de una motocicleta la aturdió. Ben iba conduciéndola, él solo, sin Brenton.

-Sube, Katheryn. Sin mí no llegarás a ningún sitio.

-Puedo llegar sola a Bellas Artes—siseó entre dientes.

-Tal vez—esbozó una sonrisilla—pero no sabes la entrada secreta para entrar sin ser visto, anda, sube. Brenton nos prestó esta cosa para transportarnos.

-¿Qué hay de ellos?—dirigió la mirada al hotel, donde no había rastro de sus amigos.

-Los amenacé. No tuvieron opción—le regaló un guiño—sube, Kath.

Se mordió los labios y se subió en el asiento trasero.

-Sujétate.

-No me digas que hacer—resopló.

Sonriendo, aceleró y Katheryn tuvo que aferrarse a su espalda para no caer. A pesar de que las calles estaban inundadas de autos, Ben pasaba a toda leche entre el embotellamiento. La explanada del zócalo se hizo visible al pasarlo de largo. Katheryn se preguntó en donde rayos se encontraba ese auditorio de Bellas Artes.

Y no tardó tanto en averiguarlo. A solo unas cuantas calles, un edificio con estatuas de cemento muy bien hechas captó su atención y en lo alto decía “BELLAS ARTES”.

-No pensé que fuese tan espectacular este lugar—agregó cuando bajó de la moto, Ben la dejó en la acera, encargada con un par de hombres que estaban vendiendo revistas y se aproximó a ella.

-Es por eso que aquí está ese libro—la sujetó del brazo—vamos. No hay tiempo que perder.

Comenzaron a caminar directo a la entrada, Katheryn estaba embobada con las esculturas.

Observó a Ben que fruncía el ceño y apretaba la mandíbula con fuerza. Temió que algo raro le estuviera sucediendo en plena ciudad. Siguió su mirada y se quedó lívida.

En la puerta principal, había un gran letrero donde decía que estaba en remodelación y hasta nuevo aviso se abriría.

-¡Demonios!—gritó Ben.

-¿Qué hay de la puerta secreta?—se burló ella.

La sonrisa pícara de él, volvió a sus labios. Tiró del brazo de Katheryn y la arrastró por toda la instalación. Rodearon todo el auditorio. Había dos puertas. Las dos estaban cerradas.

-Señor genio, están cerradas…

-No, no lo están—un brillo malicioso centelló en sus ojos azules—ven.

Le obligó a sus piernas moverse al ritmo que él, aunque le resultaba imposible, ya que Ben estaba escalando la pared con la intención de entrar por una ventana de ventilación. Rodó los ojos al verlo entrar y su risa la aturdió.

-No puedo hacerlo. Abre la puerta y te espero aquí.

-Está abierta.

-¿Cómo lo sabes?

-Intenta abrirla—su voz sonaba apagada.

Katheryn lo miraba del otro lado de la puerta, se estaba riendo por lo bajo. Chasqueó la lengua y giró la perilla. De un portazo abrió y golpeó a Ben con toda la intención.

-Eres un idiota, ¿lo sabías?

-Gracias—hizo reverencia antes de echarse a correr ahogando una risa—apúrate.

Corrieron por varios pasillos. Derecha, izquierda, izquierda, derecha. Un bulto duro y pesado la tacleó por detrás y cayó de bruces. Sintió un par de manos sobre su cuello y el impacto de la pared en su espalda la hizo jadear. Estaba todo oscuro y a pesar de la penumbra nebulosa logró ver al guardia de seguridad. Abrió la boca para gritar pero Ben golpeó al sujeto dandole tiempo de huir.

-¡Corre a la puerta que dice “Antigüedades en exposición”!—le gritó él, antes de perderse en la oscuridad con el guardia.

Obedeció dando traspiés y se encerró en la habitación que le había indicado. Recargó las palmas de sus manos en sus rodillas, se inclinó y comenzó a jadear. Estaba agitada.

Logró encontrar el interruptor de la luz y se quedó perpleja y sorprendida al ver todo a su alrededor. Se palpó los bolsillos y sacó la llave del libro de La Vida.

Sobre una mesa antigua se encontraba un libro viejo con hojas amarillentas y una cerradura extraña lo cubría. Tragó saliva y se acercó con cautela. Un aire frío y espeluznante emergió de las páginas alborotándole el cabello.

Estaba frente a ella el libro de La Vida.

Lo había encontrado.

¿Tan fácil había sido encontrarlo? Se rió ante su chiste. Acercó una silla a la mesa y sentó frente al libro.

Ben había tenido razón al decir que el libro tenía algo escrito en la portada, pero no estaba en español, estaba en latín o en algún idioma antiguo. Se cercioró de que nadie estuviera vagando fuera de la puerta y se dispuso a abrir la cerradura empolvada.

¡No lo podía creer! ¡Al fin lo tenía en sus manos!

La llave comenzó a brillar en cuando la acercó al orificio de la cerradura, abrió los ojos estupefacta, estaba ansiosa por abrirlo aunque no tuviera ni la menor idea de cómo leerlo. Introdujo la llave y le dio una vuelta, no pasó nada, le dio un par de vueltas y sonó un ligero “clic”. Apartó las manos del libro y observó como la cerradura de todo el libro se movía, dandole acceso para abrirlo.

-¿Katheryn? ¿Estás ahí?—murmuró Ben del otro lado de la puerta.

-Sí—susurró ella—ya lo he encontrado. Pasa.

La puerta se abrió y entró, cerró con cuidado y se arrodilló junto a ella para apreciar el libro.

-Al frente dice palabras en español, fue por eso que no supe abrirlo. Me sorprende que aun esté aquí después de tantos años.

-Está en latín—lo corrigió. Él asintió sin despegar los ojos del libro.

-¡Fascinante! La cerradura se está abriendo por completo. Parece ramas de un árbol incrustadas en el libro, pero se mueven. Estupendo.

Cuando por fin el libro se liberó de la cerradura, quedó como un libro ordinario y viejo. Esperando a ser leído por la Elegida.

-Hay un problema, Ben.

-¿Cuál?—palideció.

-No se latín.

-¿Recuerdas lo que Paul puso en su libro? Solo el que sea el Elegido para leerlo, lo podrá hacer. Ábrelo y lee—se puso de pie y se acercó a la puerta—yo no puedo leerlo. Seré maldecido si lo hago.

-No recuerdo nada de lo que Paul escribió—se mordió los labios—pero lo intentaré. Pero no me presiones o te quemaré. Lo juro.

Alzando las manos,  Ben se dejó caer al suelo con la cabeza sobre la pared y cerró los ojos.

Aspiró con fuerza, se estiró y se acomodó en la silla frente al libro. Parpadeó al notar que las palabras en latín cambiaban a palabras en inglés.

 

Libro de La Vida, léelo si te atreves.

 

Vaya advertencia, pensó.

Abrió el libro y sintió su textura vieja y mohosa. Todas las letras estaban en inglés, listas para ser leídas. Ella era la Elegida para leerlo. Se sintió orgullosa pero a la vez aterrada, ¿y sí así era con todos? ¿Y si a la mitad del libro aparecía una nota diciendo que no era la Elegida y que estaba maldita por segunda vez? El escalofrío la recorrió entera. Suspiró agobiada y comenzó a leer. Ya no podía echarse para atrás. Estaba lista para lo que el destino le pusiera. Sus hermanos la esperaban en algún lugar…

Sus ojos grises comenzaron a leer las primeras líneas, había párrafos en letras a mano y repintadas:

Es el mundo privado de la vida individual.

El espíritu es el centro de la persona.

El espíritu está integrado por la voluntad y el pensamiento. Constituye estrictamente lo que se llama el Yo, el yo es el punto céntrico de nuestra persona que resuelve y que decide, es lo que en la acción de entender o de conocer se pone en contacto directo con lo conocido. Hay otra diferencia entre el alma y espíritu: los fenómenos espirituales no duran, los anímicos ocupan tiempo.

Se está triste, se está alegre un rato, un día, toda la vida.

Hay emociones, sentimientos, pasiones, simpatías, antipatías que se despiertan en nosotros sin tener nuestro asentimiento y que aunque están en nosotros, se han producidos a pesar nuestro. Quisiéramos no tenerlas, y sin embargo, las tenemos. Son tus sentimientos; pero no eres tú, porque no te solidarizas con ellos.

La razón que hay para distinguir el alma del espíritu es la siguiente: percibes en tu interior ciertos movimientos que no son provocados por tu más mínima voluntad, de los que te sientes autor. Los movimientos del alma pueden ser reprimidos o liberados por otras fuerzas de nuestra persona que ejercen el control.

Podemos tardar mucho en comprender algo, pero la comprensión misma es obra de un instante; como también puede durar mucho tiempo la preparación de un acto, pero la decisión se produce en un momento. En cambio, todo lo que pertenece al alma, se desarrolla en el tiempo.

En consecuencia, el alma es el reino de la subjetividad y el espíritu de la objetividad.

Espíritu es la vida de un sujeto que trasciende de su individualidad para buscar su ley en el mundo objetivo, real o ideal. El espíritu es una dirección de la vida humana que es personal en su arranque, cuya meta es supra-individual. El espíritu solo existe en la concentración singular que llamamos persona.

Existen dos formas posible de la vida, en una vivimos como seres aislados, en la otra vivimos con el mundo.

 

Junto las cejas en desaprobación. Despegó los ojos de la lectura para reñir con Ben. Él estaba viéndola fijamente.

-Esto es pura filosofía. No le entiendo nada.

-Sigue leyendo. Es el principio.

-La filosofía no me dirá el paradero de mis hermanos, Ben—masculló irritada, estaba a punto de cerrar el libro cuando Ben alzó una mano.

-No lo hagas. Sigue leyendo. Solo hazlo.

Negó con la cabeza y volvió a poner los ojos encima de las letras.

La persona es un fenómeno general en que se proyecta la espiritualidad humana y la personalidad es el grado más excelso que alcanza en algunos individuos. Al parecer no hay hecho más obvio que la personalidad, puesto que sin ninguna idea previa podemos discernir su existencia en los hombres que la poseen. Pero cuando tratamos de aislarla con el pensamiento, sus claros perfiles se esfuman y sus notas esenciales rehúyen ser aprehendidas en formulas precisas.

El lenguaje parece establecer una diferencia entre persona y personalidad.

Llamamos al hombre persona no como entidad física, ni psíquica, sino con una entidad moral. El carácter es dado al individuo por nacimiento, en cambio, él se da a sí mismo una personalidad, superponiéndola como una máscara ideal sobre el carácter psicofísico.

La personalidad tiene sin duda su raíz y su asiento en el carácter psicofísico del individuo, pero es algo distinto a la mera individualidad.

La personalidad no es, pues, un fenómeno determinado, no es un hecho biológico o psicológico, sino un fenómeno de orden espiritual. La personalidad despierta la idea de señorío y control del individuo sobre los actos de su vida; pertenece al hombre que no se deja arrastrar por sus inclinaciones o las circunstancias que lo envuelven, sino que se sobrepone a todo y dicta a su actividad una dirección y un sello propio. Es el hombre que por encima de los motivos subjetivos obedece siempre a la norma de la verdad, de la moral o de la estética y expresa, de este modo, el dominio de una voluntad superior.

 

Parpadeó, adormilada.

La filosofía nunca fue su fuerte.

Bostezó dramáticamente y reanudó la lectura con aburrimiento.

Para la personalidad lo individual es solo un medio de afirmar valores supraindividuales. Claro que la personalidad solo a un individuo pertenece y no se puede transmitir ni reproducir; cada persona tiene que crear la suya propia.

La personalidad se manifiesta como una coherencia, una unidad a lo largo de la conducta del individuo.

Los actos personales son aquellos que el individuo realiza con la intervención de todo su ser. En ellos se muestra la personalidad como un módulo único que se estampa en la obra realizada, como una marca inconfundible. Es esencia a la vida de la persona la nota de unidad singular que aparece como un distintivo de los fenómenos psicológicos asilados.

 

-No puedo leer más esta basura—cerró el libro de golpe y se levantó de la silla, sintiéndose idiota por no comprender ni el 6% de lo que leyó. Ben estaba boquiabierto.

-¿Qué haces? ¿Pretendes marcharte sin el libro?—se levantó con dificultad y le cerró el paso de la puerta.

-Sí, ahora apártate.

-Al menos llevemos el libro, ¿no? porque no fue en vano la paliza que le di a ese pobre hombre—achicó los ojos y señaló el libro.

Con exasperación, se dio la vuelta y cogió el libro en sus brazos. Guardó la llave en sus bolsillos y sonrió con ironía.

-Listo, señor Smith. ¿Se le ofrece algo más? Porque quiero salir de aquí.

-Será más fácil salir. Vámonos.

Salieron corriendo en la oscuridad. No se oía ningún ruido, solo sus respiraciones. Era extraño. Katheryn no podía ver a través de las paredes, eran demasiadas gruesas y duras.

-Por aquí.

Corrieron por tres pasillos más y chocaron con una puerta. Ben la abrió y salieron disparados a la calle. Salieron por la otra puerta.

Katheryn se sacudió el polvo de sus pantalones y apretó el libro contra su pecho. Se fijó en que la llave siguiera en su sitio y siguió a Ben en dirección a la motocicleta, sin embargo, ya no estaba. Ben perdió la cabeza y ella se partió de la risa.

-¡No es gracioso! Han robado la motocicleta de Brenton, ¡me va a matar!—se agarró del cabello, Katheryn podría jurar que se le habían desprendido dos mechones blancos de la cabeza.

-En primer lugar, ¿Quién te dijo que se la encargaras a esos sujetos? Estamos en México, a cientos de kilómetros de nuestro país, ¿Qué esperabas? ¿Qué te lo estuvieran cuidando?

Rodó los ojos y giró sobre sus talones para irse caminando. Un Ben desesperado la siguió a paso torpe.

-Debo encontrar esa cosa o se enfadará conmigo.

-De acuerdo. Te veo en el hotel, Ben.

-Ayúdame, no seas egoísta. Ya tienes el libro, ahora dame una mano.

Irritada, dejó de resoplar y se echó andar detrás de él. Ben se dio a la tarea de ir fisgoneando a cada esquina, a cada puesto de revistas y a cada persona que se le cruzaba por enfrente. Katheryn dio un paso para cruzar una de las calles y sintió la mano de Ben arrastrarla para atrás, segundos después una moto pasó a toda leche sin detenerse. Por segunda vez la habían salvado de ser arrollada. Clavó los ojos en la persona que conducía la motocicleta, era una mujer rubia.

-¡La tiene ella!—gritó Ben, echándose a correr detrás de la mujer rubia.

-¿Qué tiene ella?

-¡La motocicleta!

Entornó los ojos y lo siguió. Pero después de un par de calles, la perdieron de vista. Él se inclinó a recoger algo del asfalto y frunció el ceño.

Estaban justamente debajo de la torre latinoamericana, Katheryn sintió vértigo.

-¿Y ahora qué?—preguntó—no me gusta ir corriendo con el libro encima.

-Debemos ir al metro—respondió serio. Su semblante era oscuro y siniestro. Estaba encolerizado.

-No. Yo no voy. Ese lugar es de locos, lo he visto en los reportajes.

Pero antes de poder si quiera seguir protestando, ya se encontraba corriendo por las calles, tomada de la mano con Ben. Apretujaba el libro a su pecho con un solo brazo y jadeaba. No podía detenerse sin ser arrastrada por la fuerza de su amigo, quién había perdido la cabeza.

Ni si quiera sabía porque debían ir al metro. ¿A caso era psíquico para saber el futuro de aquella rubia mujer? Patético. Descartó la idea y siguió corriendo.

Bajaron al subterráneo donde el la mitad de personas de la ciudad se encontraban andando en dirección al metro. Otros venían, otros iban. Y ellos corrían como si su vida se dependiera de ello. O bueno, al menos Ben si dependía de ello su vida o su relación.

Se acercaron a una ventanilla, y arriba decía “Taquilla de Boletos”. Katheryn pasó sus ojos de la mujer de la taquilla a Ben.

-¿Acepta dólares?—le preguntó con dulzura a la mujer. Katheryn había olvidado que Ben no sabía hablar español. Chasqueó la lengua y fue en su ayuda. La mujer tenía el ceño fruncido.

-No somos de aquí. ¿Acepta dólares? Queremos un boleto—dijo ella, con una sonrisa nerviosa. Su español era bueno aunque le daba nervios no poder expresarse y que la tomasen a loca.

-Por supuesto, ¿Qué metro?

Miró a Ben.

-¿A qué metro?

-Dile que queremos llegar a la Basílica de Guadalupe.

-Al que lleve a la Basílica, por favor.

La mujer hizo algunas anotaciones, recibió el dinero y les entregó el cambio. Dos boletos pequeños fueron entregados. Ben los cogió sin decir gracia y tiró de ella en dirección al monstruoso metro.

Dos veces estuvo a punto de soltar el libro y caer al suelo. Y todo por culpa de Ben, quien no dejaba de correr y había amenazado con cargarla sobre su hombro sino se daba prisa.

-Es este. Vamos. —tiró de ella y entraron antes de la gran ola de personas—siéntate aquí.

Se sentó, insegura. En los reportajes había visto que en el metro de México era el lugar más peligroso. Las personas tenían que ir con sumo cuidado de no caer a las vías y morir pulverizados o quedar atrapados en las puertas deslizables y morir contra el muro de los túneles. Se horrorizó al pensar en perder el libro, o peor aún, que alguien se lo robara.

Abrazó con fuerza el gran libro y se tranquilizó. Alzó la mirada y vio a Ben mirando al vacío, tenía el puño cerrado.

-¿Cómo sabes que fue a la Basílica?

-Porqué se le cayó esto.

Le entregó un pequeño papel arrugado con garabatos en español. Era una lista de tareas, había nueve tareas tachadas y la número diez decía “Ir a la Basílica a recoger a Enrique”.

-A este paso es posible que ya haya llegado.

-No me ayudes, Katheryn—un musculo comenzó a palpitar en su mandíbula, dándole acceso a una versión espeluznante.

Diez minutos después, el vagón se detuvo. Una ola de personas a cada lado de las puertas se dispuso a entrar y otras a salir. Ben aferró su mano en el brazo de ella y la jaló hacia afuera. El aire de sus pulmones de Katheryn amenazó en colapsar cuando la multitud de personas la devolvió dentro del vagón donde minutos antes había estado, y Ben estaba horrorizado del otro lado, viéndola de nuevo en el mismo lugar.

-¡Katheryn!—le gritó.

Ella arremetió contra las personas y logró lanzarse fuera, cayó de bruces y el libro salió volando a varios metros de distancia.

-¡El libro! ¡No me ayudes! Solo ve por el libro—balbuceó en el suelo.

El Elegido corrió y cogiendo el libro, se volvió para ayudarla.

-Ahora, date prisa. Esa idiota no deberá tardar tanto en recoger a su amigo—Katheryn ni si quiera se había levantado bien, cuando él ya la tenía sobre su hombro.

Se dejó llevar solo para no tener que correr y evitar la fatiga. El libro iba bien protegido bajo el brazo de su amigo. Las personas se reían al verlos en esa posición, pero bien poco les importaba.

Al subir a la superficie, aún tenían que recorrer varias calles para llegar a la iglesia.

-Pudo caminar con mis propios pies. Bájame.

-¿Irás a mi ritmo, Levis?—bromeó.

-Tendrás que superarme, Smith—rió.

Ambos se echaron a correr a todo pulmón. A lo lejos, la mujer rubia iba esquivando los autos para llegar a la iglesia. Ben aulló de felicidad y se adelantó.

Katheryn colocó el libro bajo su brazo y se dio un respiro de 7 segundos antes de seguir al paso de Ben.

-¡Alto ahí!—le gritó él a la mujer rubia. Esta volvió la cabeza para verlo y aceleró— ¡Ladrona! ¡Es mi moto!

Katheryn paró en seco y estiró un brazo en su dirección. Jamás lo había intentado pero había fantaseado en hacerlo algún día. 100 voltios de electricidad emergieron de su palma y se concentró en los neumáticos de la motocicleta. Pronto comenzó a perder el control.

Un minuto después, la mujer se encontraba tirada lejos de la motocicleta. Ben se aproximó al vehículo, ignorándola.

-¿Qué haces?—graznó Katheryn al verlo montar, listo para largarse— ¿dejarás a la pobre mujer ahí?

-Pues sí.

Con un suspiro, Katheryn le entregó el libro y se acercó a ella con cuidado. Seguía viva, oía su respiración tranquila. Solo estaba inconsciente. Estaba boca abajo con la cara cubierta de cabello rubio.

-Hey. Levántate.

No hubo respuesta.

-Déjala ahí. Vámonos.

-¿Estás loco? por supuesto que no, ayúdame a ponerla de frente. No tengo cabeza para moverla.

La exasperación en el rostro de Ben era indiscutible. Se bajó de la motocicleta y la ayudó a levantarla para verle la cara. Aunque no pesaba nada, Katheryn lo ayudó. Pero su expresión se oscureció al verla.

Todo rastro de vida se esfumó de su cuerpo.

No podía ser posible.

¿Por qué?

¿Por qué ella exactamente y no otra persona?

-Está guapa, pero es una ladrona—se burló él—aunque le encuentro vagamente familiar.

Al ver que Katheryn no respondía, volteó a verla.

-¿Katheryn, estás bien?

-¡Levántala! ¡Hay que llevarla al hotel!

-¿Pero qué demonios? Por supuesto que no.

-Yo la conozco.

La carcajada sonora de Ben la irritó.

-Oh vamos.

-Es Sam Blair. Mi amiga de hace muchos años—balbuceó—al parecer siempre he estado rodeada de inmortales y nunca me di cuenta. Aparte ella fue prometida de Ethan hace siglos.

-Al parecer esta chica se golpeó la cabeza pero a ti te surgió efecto.

-Al demonio contigo—alargó su brazo y paró un taxi color verde. Y antes de que su amigo pudiese protestar, se apresuró a abrir la puerta trasera y meter a Sam dentro—no se preocupe. Tuvo una decaída y este sujeto no fue amable de ayudarme.

El chofer entornó los ojos y fulminó a Ben durante un minuto.

-¿A dónde las llevo?—preguntó.

-Al Hotel Cuba, por favor—se apretó el libro en su pecho y cerró la puerta, Ben estaba afuera mirándola boquiabierto.

Se alejó de la Basílica paso lento. Y se dedicó a ir observando a su amiga de años atrás que estaba inconsciente sobre su regazo. Aún conservaba su cabellera rubia y sedosa y sus mejillas rojas y labios suaves con brillo labial. Sintió ganas repentinas de echarse a llorar de celos.

Y era obvio que Ethan se enamorara de ella, siendo tan hermosa. Y Katheryn era solo una pelusa de polvo al lado de Sam.

Se frotó distraídamente la pulsera de plata que tenía en su muñeca. El único recuerdo vivo que le quedaba de él.

No obstante, los ojos de Sam se abrieron de repente. Katheryn no recordaba el color verde de sus ojos, ¿o eran aceitunados?

Se sobresaltó y le arribó una patada en la cara, dejándola aturdida. Katheryn se tragó las ganas de golpearla también y se tranquilizó, evitando sacar de quicio al taxista.

-Hey, tranquilízate, Sam—siseó.

-¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres y a donde me llevas?—se hizo un ovillo al otro extremo del asiento.

No la reconocía. Perfecto.

Esbozando una sonrisa, Katheryn alargó su mano y la depositó sobre la pierna de ella.

-¿No me reconoces?

-No.

-Mírame bien.

-¡Alto! ¡Quiero bajar!

-No, yo pagué el taxi así que la que decide parar soy yo. Y no bajarás hasta que me mires y hablemos.

Poco a poco se volvió hacia ella y abrió los ojos como platos. Su respiración se aceleró e intentó alejarse aún más de donde estaba.

-Katheryn Levis…-balbuceó— ¿Por qué sigues igual que antes? ¿Qué clase de broma de mal gusto es esta?

-¿En diciembre no recibiste recuerdos o imágenes de tu pasado?

-¿A qué te refieres? ¿Tú qué sabes de eso?—ladró.

-Tú solo dime.

Su mirada aceitunada pasó del espejo retrovisor a ella, debatiéndose de hablar o no.

-El 31 de diciembre una lluvia de imágenes atormentó mi cabeza. Recordé muchas cosas aunque es raro, ya que nunca había tenido recuerdos claros. Ni si quiera cuando nos conocimos hace casi veinte años—achicó los ojos de manera acusadora— ¿para qué quieres saber todo eso? Si no bien recuerdo, me abandonaste en Santiago. No te despediste de mí. Te creí muerta.

Katheryn no respondió. Ya estaba preparada para los reproches.

-Y pues, me imagino que eres una Elegida—rodó los ojos—mi primer novio y prometido lo es o lo era. Quién sabe.

-¿Lo recuerdas?

-¿A Ethan?—ella asintió—por supuesto. El amor que tenía por él aún sigue presente. Es raro. Odio al culpable de nuestras desgracias, me separaron de él de una manera tan estúpida…

-Lo sé.

-¿Tú conoces a Ethan?—se le iluminó al cara. Katheryn asintió— ¿en serio? ¿Dónde está? Dile que quiero verle.

-Uhm. De eso es lo que quería hablar primero contigo, Sam.

-¿Qué pasa?

-Ethan murió en año nuevo. La Elegida más antigua lo asesinó—reprimió un gemido y se mordió los labios para no llorar.

-No es posible… ¿Por qué?—jadeó. Aunque su rostro no tenía ningún indicio de tristeza o de ganas de llorar.

-Nadie sabe exactamente qué sucedió, solo pasó.

-A juzgar por tu rostro contraído de dolor, me hace pensar que lo conocías bastante bien.

Bastante bien, por supuesto. Pensó.

-Éramos muy cercanos. Teníamos que estar juntos para enfrentar nuestro destino—dijo, con seriedad.

-Ya veo—canturreó, sarcástica— ¿Quién era el idiota que venía persiguiéndome?

-Ese idiota es el dueño de la motocicleta que te robaste—le espetó, furiosa.

-No la robé. La encontré abandonada en Bellas Artes.

-Eso no te excusa.

Sam se encogió de hombros.

-Aquí, por favor—alardeó Katheryn al taxista, este asintió. Sam se cruzó de brazos y miró al frente.

-Por tu culpa ya no podré pasar por mi novio—siseó entre dientes.

-Felicidades, ahora puedes ir por él—esperó a que se detuviera el taxi y le abrió la puerta—baja. Eso era todo lo que quería decirte.

A regañadientes, la rubia se lanzó fuera.

-¿Te veré después, Kate?—preguntó con dulzura. Katheryn dudó en su falsa ternura y asintió.

-Te buscaré. Cuídate.

-¿La llevo directamente al Hotel Cuba, señorita?—le preguntó.

-No. De unas cuantas vueltas para que mi amiga no sepa donde me hospedo. Le pagaré el doble.

Estuvo dando tres vueltas a la manzana antes de que el taxi la dejara en la puerta del hotel. Le entregó el dinero en dólares y corrió a la recepción. Se maldijo a sí misma porque era posible que todos hubieran salido y tendría que esperar a Gabriel para poder entrar a su habitación. Se sentía desprotegida teniendo el libro en sus brazos, y más por haberse encontrado a Sam en un momento crítico.

-Eh, Katheryn.

Gabriel apareció detrás de ella, totalmente distinto a la ropa que la señora le había obsequiado el día anterior. Una sudadera negra pegada a su cuerpo y unos jeans azules con vans rojos. Se miraba aún más joven. Nada que ver con un hombre de treinta y cuatro años.

-¿Dónde están todos?

-Salieron. Estaban aburridos pero me quedé a esperarte.

-No es necesario.

-Yo tengo la tarjeta deslizable. Pensé que regresarías para descansar.

-Y estás en lo correcto—sonrió con cansancio. Le depositó la llave en las manos y suspiró.

-¿Encontraron el libro?

Con aire divertido, alzó el libro a la altura de su rostro.

-¡Perfecto! ¿Y qué dice?

-Es filosofía pura—arrugó la nariz—apenas leí tres páginas.

-Si quieres puedo ayudarte.

-No puedes. Serás maldecido si lo lees—frotó la portada del libro con aire distraído— ¿Por qué no te reúnes con los otros? Quiero dormir un rato porque más tarde tendré que seguir leyendo este espeluznante libro.

-¿Estás segura? Puedo quedarme.

-Segurísima. Ve.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro