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Capítulo 05

-No tienes por qué sentirte culpable por Clara. Mira, esa chica tiene problemas que ni Katheryn puede solucionar, ¿entiendes? Brenton comprendió que su vida junto a ella no tenía futuro, porqué aparte de ser mortal, no eran el uno para el otro.

-Lo entiendo pero me agradaba mucho.

-Tenía entendido que la que te gustaba era Katheryn.

-Amo a Katheryn…

-Pero…

-Pero Clara me atrae. Siento una atracción fuerte hacia ella y estoy confundido.

-La conociste hace dos semanas más o menos, no te partas la cabeza pensando en ella. Es solo un gusto—suspiró—con decirte que Luke estaba loco por Katheryn y también lo estuvo por Clara, pero fue solo un simple gusto.

 -Es simple decirlo, tú no estás sola. Tienes a Luke. Brenton a Ben, Katheryn tenía a Ethan, ¿y yo? Tuve a Palmer y murió antes de si quiera poder abrazarla.

-Tienes demasiado tiempo para encontrar a alguien.

-Ese alguien también morirá.

Katheryn escuchaba con absoluto silencio.

-¡Eh! Cabellos plateados, ¿Qué haces ahí? Ya es hora de irnos.

-Shh. Aguarda.

Luke se sentó junto a ella intentando aguzar el oído, pero a él le aburría estar sentado escuchando conversaciones de su novia dandole consejos al rubio. Se dispuso a jugar con la lata de cereza vacía que Katheryn había dejado caer sin querer.

Los ojos azules de él, estuvieron pegados a la lata de aluminio, su humor estaba por los suelos y con una sonrisa logró evitar que su amiga le interrogara. La charla había finalizado y todos se acomodaron en sus asientos asignados para el viaje.

-¿Quieres conducir?—Katheryn le preguntó a Owen, enseñándole las llaves, este sonrió.

-¿Hablas en serio?

-¡No le fíes nada a Owen!—chilló Heidi desde los asientos traseros—nos va a matar.

A pesar de los pucheros de Heidi, Katheryn le entregó las llaves a su amigo. Cambiaron de lugar y esperaron la señal de Brenton para arrancar.

-Ya sabes que no debes subir la velocidad, este auto corre más que el Matiz, así que con cuidado—lo sentenció—abróchense los cinturones.

-Esto no es nada. He conducido autos de carreras—repuso con orgullo.

-¿En serio?

-No.

Y con una sonrisa, aceleró a fondo.

-Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…

-¿Qué haces, princesa?—Luke arrugó su frente.

-Estoy rezando por mi alma. Owen nos va a matar, deberías hacerlo también.

Los tres, excepto Heidi, rompieron a reír.

-Hey, lo tengo vigilado. Tranquilízate.

-Katheryn, reza para que no destruya tu auto nuevo.

Con una sonrisa, Katheryn se hundió en el asiento con los ojos puestos en el perfil de Owen. Desde ese punto no podía verle el lunar a su amigo, pero sabía que estaba contraído por la sonrisa que tenía en el rostro.

A lo lejos,  la motocicleta de Brenton iba a toda leche.

Katheryn se dedicó a mirar por la ventana. Hubo algo que captó su atención en el carril contrario: Un Matiz color vino intentaba rebasarlos. La sangre se le congeló y retuvo la respiración. Su rostro palideció.

-¡El Matiz!—gritó.

Owen frenó de golpe y todos salieron disparados hacia adelante.

-¡El Matiz!—repitió.

-¿Dónde?—Luke fue el primero en reaccionar— ¿Dónde?

-¡Ahí!

Señaló al Matiz que daba vuelta en “U” para regresar. El sujeto se había dado cuenta que lo habían descubierto.

-¡Mierda!—masculló Owen— ¡Sujétense!

Los neumáticos derraparon al girar el volante y dar la vuelta en dirección al Matiz de Ethan. Heidi se aferró al musculoso brazo de su novio y cerró los ojos, aterrada. En cambio Luke y Katheryn, echaban fuego por los ojos.

-¡Acelera!—le ordenó ella.

Owen aceleró y el Matiz también.

La persecución parecía sacada de las películas de Rápido y Furioso.  Pero Dominic Toretto era el sujeto del Matiz y ellos eran los malos de la historia. Ya que, siempre el protagonista logra escapar de los bandidos. Y el Matiz daba señales de no pararse por ningún motivo y el Jetta tampoco.

-Katheryn, por el amor de Dios—susurró Heidi—estamos en un estado crítico, ¿y te pones a compararnos con una película? 

De nuevo su barrera mental la había descuidado.

No respondió.

Detrás de ellos, Brenton y Ben los seguían.

En un parpadeo, perdieron de vista el auto y se detuvieron en plena carretera.

Con las mejillas ardiendo de calor, Owen salió al exterior, todos lo imitaron. La pareja descendió de la motocicleta con cara de póquer.

-¿Qué ha pasado?

-El ladrón del Matiz venía detrás de nosotros, quisimos alcanzarlo pero se largó—carraspeó Katheryn.

-¿Nos estaba siguiendo?

-Eso parece, pero cuando se dio cuenta de que lo habíamos pillado, dio la vuelta para regresar.

Ben arrugó la frente e intercambió miradas con su novio.

-¿Alguien tiene idea de quién pudiese ser ese sujeto que se robó el auto de Ethan?—preguntó Luke, escaneando con los ojos a todos sus colegas, pero ninguno respondió. Katheryn negaba con la cabeza, sus ojos grises estaban clavados por donde el ladrón se había escabullido.

-Tal vez sea algún idiota que no tiene nada que hacer y se dispuso a seguirnos—dijo Owen.

-Un idiota no pudo habernos localizado, o bueno, a Katheryn—carraspeó Luke—alguien nos está siguiendo, nos quiere para bien o para mal.

-Estoy segura que para mal—musitó Katheryn.

Reanudaron la marcha quince minutos después y no se detuvieron hasta el anochecer.

Infinidades de teorías vagaban en la cabeza de Katheryn, el hombre que se había robado el auto de su novio debía de conocerlos perfectamente para atacar de esa manera e incluso seguirlos hasta México.

¿Qué hubiese hecho Ethan al ver su auto en manos de otra persona? Negó con la cabeza y sonrió. Ethan jamás hubiera dejado que le robaran su auto, primero habría intentado matar al ladrón y luego ceder su precioso Matiz.

Después sus pensamientos se centraron en lo que había hablado con Owen días atrás: Si sus hermanos estaban vivos, era posible que la antigua pareja de Ethan también lo estuviese

La idea le resultó intimidante.

-¿Qué ocurre dentro de esa cabeza plateada?—le preguntó Luke, sonriendo. Él estaba de copiloto.

-¿Qué pasaría si la novia de Ethan sigue con vida y se entera que él murió y que yo le robé su amor?

Con los ojos entornados, Luke le dio una palmadita en el brazo.

-¿Qué?

-¡No puedo parar de pensar en eso!

-Deja de hacerlo.

-No puedo.

-Sam Blair debe estar a miles de kilómetros de nosotros, es imposible que la lleguemos a encontrar.

Katheryn dejó de ver al frente para mirar a su amigo, estaba horrorizada, ¿había dicho Sam Blair?

-¿Qué has dicho?—titubeó. Un sudor frío le perló la frente.

-Sam Blair está lejos…-arrugó la frente, confundido— ¿Qué ocurre?

-Debe ser un error, ¿de dónde escuchaste ese nombre?

-Tengo entendido que así se llamaba la novia de Ethan, él me lo dijo hace años, ¿Por qué?

 

¡Por favor, que no sea mi amiga de años atrás! ¡Por favor!

 

Y recordó que Ethan jamás le confesó el apellido de su antigua novia. Solo le había dicho su nombre. Ahora estaba horrorizada. Había vivido con la ex pareja de su novio durante años. ¿Por qué tenía que pasarle todo eso a ella?

-¿Qué ocurre?—su amigo la zarandeaba pero ella no parpadeaba, tenía los dedos aferrados al volante—¡Mierda, Katheryn! ¡Reacciona!

Sintió un ardor subir por toda su mejilla derecha y un dolor insoportable.

-¡AY!—gritó, enfurecida— ¿Por qué me has golpeado? ¿Qué te hice?

Del grito de ella, sus dos amigos que venían adormitados en la parte de atrás, dieron un respingo. Owen gruñó y se puso a la defensiva. Le dio un puñetazo a Luke en el hombro.

-¿Qué te pasa? ¿Por qué la has golpeado?—tenía tensada la mandíbula—ahora no puedo cerrar los ojos por unos segundos porque te pones a hacerle bullying a Katheryn—se volvió a ella— ¿estás bien?

Ella no respondió. Se dedicó a conducir.

Dejó que los tres riñeran a su antojo, y aprovechó a pensar en Sam Blair.

¿Por qué exactamente ella y no otra Sam?

¿Por qué Ethan había estado a punto de casarse con ella?

¿Por qué sentía celos ardientes de ella, si Ethan ya no estaba? La respuesta era fácil: Le enfurecía pensar en todos los momentos que compartieron juntos, más de lo que ella pasó con él. Incluso iban a casarse.

Aunque fuese egoísta, le daba gracias al rayo de haber convertido a Ethan y alejado a Sam de su vida.

Pero ya no tenía caso. Ethan ya no estaba.

La motocicleta de Brenton se detuvo a escasos metros de ellos. Katheryn esperó a que bajaran pero no sucedió nada. Frunció el ceño y sonó las bocinas. Bajó Ben dando traspiés.

-¿Qué ocurre?—sacó su cabeza para ver qué pasaba.

-Ben no se siente bien—le respondió Brenton en un grito—adelántense.

-¿A dónde tengo que ir?

-Derecho. A dos kilómetros hay una gasolinera, espéranos allá.

Asintió y reanudó la marcha. Le palpitaba la cabeza y tenía ganas de llegar cuando antes a la frontera. Llevaban dos días o más conduciendo.

Su cabello era un caos al igual que su rostro, nadie se había cambiado de ropa, o al menos no los jeans. Estaban sudorosos y apestosos.

Katheryn planeaba echarse a dormir durante 48 horas en cuanto llegaran a México y los amenazaría con calcinarlos si no la dejaban descansar. Sonrió a sus adentros y se apresuró a llegar a la gasolinera.

Tan solo había dos autos ahí y dos sujetos poniendo gasolina. Todo estaba desierto. Eran las diez de la noche.

Aparcó en el estacionamiento y esperó a Brenton.

Sus amigos se estiraron como ligas elásticas al bajar y respirar aire puro aunque seco y polvoroso, pero era mejor que estar en un auto durante horas y sin moverse.

-¡Eh! ¿Ya vieron eso?—balbuceó Owen con una sonrisa, su pulgar izquierdo apuntaba algo detrás de él—creo que hemos llegado a la frontera.

Todos volvieron la cabeza hacia donde él señalaba. A solo unos kilómetros se miraba una gran caseta, había policías y luces amarillas.

-Dice Bienvenidos a México.

-¿Dónde?

-Supongo que pasando todo eso, algo así debe decir—vaciló. Katheryn lo fulminó con los ojos.

Esperaron diez minutos, pero la motocicleta no pasaba.

Vomitar no tardaba más de diez minutos, a menos que tuviese una indigestión o algo parecido.

Katheryn entró a una tienda y compró botellas de Gatorade para todos. Enseguida se las bebieron y se recostaron en el piso. Ella permaneció con la mirada fija en aquel lugar donde terminaba Estados Unidos y empezaba un nuevo país.

Nunca se detuvo a investigar acerca de los mexicanos y sus costumbres, lo único que sabía era que todos, —en su mayoría—eran de piel morena al igual que el cabello y sus ojos. Tenía suerte de haber aprendido a dominar el español.

Se preguntó a sí misma si en aquel país encontraría la respuesta correcta para su vida.

Los neumáticos de un auto derraparon muy cerca del Jetta y de sus amigos. Ella dio un respingo y arrugó la nariz.

¿A quién carajos se le ocurriría hacer carreras en plena autopista?

Owen se levantó enseguida y se plantó junto a ella a observar al deportivo lleno de adolescentes ebrios.

-No tienen vergüenza.

-No tienen cerebro.

Se partieron de la risa. Y siguieron mirando el deportivo girar sin parar.

Katheryn chilló al ver como esos estúpidos adolescentes se venían en dirección a ellos, a toda leche se subió y encendió el Jetta, sus amigos yacían adentro, sanos y salvos.

El deportivo se estrelló con un muro de concreto donde Katheryn había estado estacionada.

Volvieron a salir del Jetta para ver qué es lo que había pasado. Los sujetos de la gasolinera corrieron a ayudar. Había sangre espesa escurriendo entre las puerta del deportivo.

Heidi sintió que su estómago devolvería todo lo que había ingerido, a lo que Luke la estrechó a su cuerpo, evitando que ella presenciara tal accidente.

Owen le dio un apretón de manos a Katheryn y juntos se acercaron al deportivo.

-¿Qué fue lo que sucedió?—preguntó uno de los hombres.

-Estaban ebrios y se incrustaron aquí—señaló el muro—sino hubiese movido mi auto, estaríamos con ellos justo ahora.

-Ayúdennos, necesitamos manos para tratar de abrir las puertas y sacarlos.

-Están muertos—objetó Owen. Y los cuatro hombres lo fulminaron llenos de cólera—pero no es mala idea ayudar—sonrió, con nerviosismo.

Katheryn llamó a Luke, quién a regañadientes se despegó de Heidi para poder ayudar. Entre los cuatro hombres, Owen, Luke y Katheryn, comenzaron a forcejar con las puertas trituradas.

-Oye, ¿Qué haces?—le espetó uno de ellos.

-Estoy ayudando.

-Pues no lo hagas. Es muy pesado—tenía la frente perlada de sudor—mejor tú y tú amiga llamen al 911.

-Bien.

Malhumorada, Katheryn fue por su teléfono al auto, donde su amiga estaba jadeando de tantos nervios.

-¡Pudimos haber muerto!—gimió.

-Sí, pero no fue así—encontró el teléfono y marcó a la policía.

-¿Dónde está Brenton y Ben?

-No lo sé. Espera, tengo que llamar al 911.

Una hora más tarde, dos ambulancias, una grúa y dos patrullas yacían rodeando el deportivo triturado, la grúa intentaba sin éxito poder quitar los fragmentos del auto que estaban pegados al muro. No había ninguna esperanza de que alguien hubiese salido con vida de ahí.

Brenton y Ben seguían sin aparecer.

-Voy a buscarlos. No es posible que nos hayan abandonado—carraspeó Luke.

-Llévate el auto, nosotros nos quedaremos aquí—Katheryn le entregó las llaves y él sonrió. A su lado, Heidi temblaba—llévate a Heidi, estará mejor si va contigo.

-No tardaré. Lo prometo.

A toda velocidad, Luke se adentró de nuevo a la carretera y Katheryn quedó con Owen, observando las maniobras de la grúa.

Entraron a la tienda y se dedicaron a comprar frituras para apaciguar sus nervios. Las manos de ella le temblaban y las de él no dejaban de darle espasmos. Ambos sonrieron al notar que se estaban acabando casi todas las frituras de la tienda.

Salieron y se sentaron a esperar.

El deportivo estaba hecho una bola gigantesca de hierro y sangre escurriendo. Apartaron la mirada de aquella escena espeluznante. Uno de los hombres se acercó a ellos, jadeando y sudando como un animal.

-Ustedes tienen que dar su declaración a cerca de lo que ocurrió.

-Esto no es un crimen. Todos vieron lo mismo que nosotros—añadió ella.

-Sí, pero ustedes estuvieron a solo unos centímetros cerca. Es necesario.

-¿No nos arrestarán, verdad?—Owen tenía los pelos de punta.

-¡No!—carraspeó el hombre con aspecto disgustado—solo dirán lo que vieron, eso es todo.

Katheryn se levantó dispuesta a ir a declarar pero Owen la cogió de la muñeca.

-¿Estás loca? ¿Qué crees que haces?

-Voy a hablar y decir todo lo que quieren saber.

A unos tres metros, había una patrulla con la luz de la sirena encendida y recargado en la puerta estaba un oficial de policía, esperándolos. Su rostro estaba cansado y rígido, y eso le daba un aire espeluznante. Segundos después, la grúa se llevó el deportivo destrozado a algún lado lejos de ahí y las ambulancias fueron detrás, con solo las luces encendidas. Señal de que no había nada que hacer, solo llevar lo que quedaba de los cuerpos.

Owen le dio un apretón a su muñeca, de un tirón se liberó de su mano y lo fulminó.

-Si no quieres hablar, de acuerdo. Lo haré yo—respondió con aspereza y se dirigió al sujeto que les había indicado la información—llévame con el policía.

A paso ligero, la condujo hasta el policía arrogante. Los dejó  a solas, y su amigo seguía de pie donde lo había dejado, estaba segura que Owen tendría un ataque de pánico en cualquier instante pero centró toda su atención al hombre de la policía.

-¿Usted es la dueña de un Jetta color vino, no es así?—la voz del policía era incluso más tosca y ronca de lo que imaginó. Asintió, esperando a que prosiguiera pero no lo hizo.

-El deportivo venía en dirección a mi auto, tuve de suerte de sacarlo a toda prisa del muro de concreto.

-¿Alcanzaste a ver a los pasajeros?

-No. Pero estoy segura que eran adolescentes menores de veinte años.

-¿Por qué?

-Oí las risas histéricas—se encogió de hombros. En realidad los había visto y escuchado a la perfección, pero el sujeto no tenía por qué saberlo.

-¿Y a dónde fueron los acompañantes de usted? Se llevaron su auto, ¿no es así?

Katheryn frunció las cejas y carraspeó antes de responder.

-Fueron en busca de dos amigos que se quedaron atrás.

-¿Tardan tanto para encontrarlos?—miró el reloj de su muñeca—llevan cuarenta minutos de haberse ido a buscarlos.

Se tragó la cólera y apretó los puños, rezando para no lanzarle 500 voltios de electricidad al policía metiche.

-¿A qué viene ese interrogatorio? Se supone que es sobre el accidente, y no sobre mi vida.

La sonrisa burlona del hombre, la sorprendió.

-Simple curiosidad—dijo él, dejando escapar un suspiro frustrado. Se inclinó a la ventanilla y extrajo un par de esposas—señorita Katheryn Levis, queda detenida al igual que su amigo rubio, Owen Kennedy.

Otro policía ya tenía arrestado a su amigo. Ninguno de los dos forcejó contra los policías, dejaron que los esposaran y los metieran a la patrulla.

Estando dentro, Owen explotó, comenzó a vociferar y a blasfemar hacia ellos, le hicieron guardar silencio de un puñetazo en el pómulo izquierdo quitándole la conciencia por unos segundos.

Katheryn mantenía los labios apretados pero estaba tranquila y relajada. No tenían culpa de nada, y esa era la razón de su calma áspera.

-¿Por qué estás tan tranquila; como si no pasara nada?—balbuceó Owen cuando volvió en sí. Su pómulo estaba ligeramente rojo.

¿Podrías tranquilizarte?

 

Los ojos de él se desorbitaron y ahogó una risita estúpida. Katheryn rodó los ojos.

No me habías contado que también podías hacer esto, pensé que solo Juno.

 

Pues no. Y ahora cálmate. Luke y Heidi son lo suficientemente inteligentes para saber que algo anda mal, nos encontrarán.

 

¿Y si no lo hacen? No quiero quedarme en prisión por toda la eternidad.

 

Si no nos rescatan, huiremos. No será difícil pero seremos prófugos de la ley.

 

 

El colega del policía arrogante, volvió la cabeza para verlos.

-¿Por qué tan callados? ¿Qué traman ustedes dos?—achicó los ojos como rendijas.

Siguieron sin responder.

-Este par son extraños, por eso los arresté—musitó el otro, su voz irritó a Katheryn.

¿Nos arrestó por raros?

Owen tenía la intención de golpearlos hasta matarlos.

Al contrario. El sujeto que conduce sabe nuestros nombres, Owen. No le dijimos nada y lo sabe.

 

Esto es sospechoso, ¿Y si es un Elegido antiguo?

 

No lo creo.

 

Katheryn, debemos salir de este auto antes de que nos lleven a donde nos llevarán.

 

Pero ya no sentía la conexión de ella en su cabeza.

¡Katheryn!

 

Sin respuesta. 

Ella miraba la carretera por donde habían venido. Ahora iban de regreso.

¿Por qué no respondes? ¡No me ignores! Te tengo a diez centímetros, no puedes ignorarme…

 

¡Estoy pensando! Cállate.

 

Avergonzado, el rubio asintió y decidió ver a los policías con ojos ardientes de rabia.

Todo estaba muy extraño. Escudriñó todo el auto y sus ojos se quedaron fijos en la insignia del sujeto que tenía pegado en el techo, donde decía su nombre.

¿Cómo era posible que el policía de nombre Alfred Thomson supiera su nombre y el de su amigo?

Alfred Thomson después de murmurar con el otro, frenó de golpe e hizo derrapar los neumáticos. Dio vuelta en “U” y aceleró.

-Raritos, los llevaremos mejor a México—rió el otro policía—les diremos que los pillamos cruzando la frontera sin permiso. Ellos sabrán qué hacer con ustedes.

-¿Por qué? nosotros no intentamos nada y lo saben—respondió Katheryn en total calma. Owen se impacientó.

Ambos sujetos intercambiaron miradas lascivas.

-Por qué yo lo digo—dijo Alfred Thomson.

Tengo una idea. Tú sígueme la corriente.

Titubeante, Owen asintió. Y Katheryn comenzó a hablar con tranquilidad:

-No sé qué es lo que se traen entre manos. Estoy segura que no son policías de verdad y si lo son, son unos estúpidos bastardos. Pero no importa, a nosotros no nos interesa que clase de personas sean. Hagan lo que les venga en gana, sin embargo hay un problema…

Alfred estacionó el auto en una cuneta y se dio la vuelta para verla. Su colega intentó golpearla con su pistola pero él se lo impidió.

-Deja que prosiga, es interesante—con una sonrisa lobuna, la animó a seguir. Owen palideció.

Katheryn. Estos malditos nos van a violar…

 

Katheryn se mordió los labios para no echarse a reír y siguió:

-El problema es que nos están arrestando injustamente. ¿Qué hicimos? Nada.

-La forma en la que te expresas y te mueves me pone nervioso—admitió el otro policía.

-Deja que hable, idiota—le reprendió Alfred— ¿No ves que está peleando por su libertad de una manera decente?

-No seas estúpido, Alfred. Llevémosla ya.

Alfred desvió los ojos hacia los de ella.

-Ignora a Eustace, tuvo un mal día. Habla, niña.

-Quiero que nos dejen ir—repuso, aún más tranquila que antes.

-¿Por qué tendríamos que hacerlo?—se burlaron.

-Por qué he roto las esposas y no querrán terminar hechos cenizas, ¿o sí?

Alzó las manos por encima de sus rostros, las esposas estaban derretidas y de sus palmas salpicaban destellos eléctricos. Eustace palideció y se deslizó fuera del auto a toda velocidad, se alejó corriendo sin mirar atrás.

-Es tu turno, Alfred Thomson.

Pero él ni si quiera se inmutó. Su sonrisa lobuna regresó.

-Esperaba que hicieras eso—arqueó una ceja—buena suerte, Katheryn.

Y se desvaneció en el asiento.  Owen ahogó un grito y ella intentó reanimarlo pero fue inútil. Estaba muerto.

Después de que ayudara a su amigo con las esposas, corrieron lejos de ahí. No querían toparse con más policías raros. Necesitaban encontrar a los demás. No era posible que los hubieran abandonado justamente ahí. Lo esperaba de Ben, pero no de Luke, Heidi y Brenton.

Por desgracia, se acercaron lo suficiente a la frontera con México pero no se dieron cuenta hasta el amanecer.

El color rosado del cielo y el aire templado revolotearon sus mechones plateados hasta cubrirle por completo el rostro.

-¿Quiénes son ustedes dos? ¿Qué intentan hacer?—una persona desconocida habló en español.

Katheryn arrugó la nariz.

-¡Eh! ¡Despierta, Katheryn! Tenemos compañía—la voz de Owen la tranquilizó y abrió los ojos.

Se sentía ebria y drogada.

Aguzó la vista y miró a su amigo, estaba pálido y nervioso, junto a él había un sujeto vestido de policía. De un salto se puso de pie y gruñó.

-Aléjate de él—jaló a Owen y lo puso detrás de ella.

-¿Saben hablar español?—preguntó el policía de aspecto diferente. Su piel era morena y sus ojos eran más negros que la noche, y su cabello era negro pero estaba oculto debajo de una gorra, Katheryn le calculo unos treinta y seis años, pero tenía el rostro amable aunque angustiado.

-Sí, ¿Quién es usted?—le espetó, huraña.

-Soy el oficial Gabriel Duarte, están en territorio mexicano sin ningún permiso—dijo.

-Nosotros no hicimos nada.

-Han cruzado la frontera. Eso es un delito—hizo una mueca—pero nosotros no somos sanguinarios ni sádicos como ustedes los estadunidenses, nosotros tratamos bien a los extranjeros.

Katheryn tenía la garganta seca y rasposa al igual que sus labios. Tragó saliva y asintió.

-Nos perdimos. Estábamos buscando a nuestros amigos pero nos dejaron, se llevaron mi auto—dijo, agobiada—no pensamos cruzar, de hecho solo íbamos de paso.

Gabriel se desató una cantimplora de agua que tenía pegada a la cintura y se la entregó.

-De acuerdo. Antes de que me sigas diciendo que pasó, bebe y le das a tu hermano o amigo.

Owen gruñó.

Los dos bebieron hasta la última gota de agua.

-¿Cuáles son sus nombres?

Inventa uno. Cual sea. Nadie debe saber cómo nos llamamos.

 

-Me llamo Nina Parker.

-Y yo soy Stephan Jones.

Al parecer, el oficial Gabriel Duarte no notó la rigidez ni el nerviosismos de los dos.

-Bien Nina y Stephan, síganme.

Tras vacilar un instante, lo siguieron.

El desierto era denso y espantoso, pero ya estaban en México. Era un alivio, pero estaban más sucios y solos que nunca.

Intentó probar su poder para conectarse con Heidi pero fue en vano. Solo tenía sus pensamientos para ella, incluso Owen había puesto una barrera fuerte en su cabeza y como no tenía fuerza para derribarla, dejó de intentarlo.

Al cabo de dos horas de camino, Gabriel se detuvo, Katheryn se incrustó en su espalda y Owen en la suya.

-¿Están bien?—les preguntó.

-¿Qué pasa?

-Falta una hora más para llegar a Tijuana—les informó—allá darán su declaración y serán interrogados. Pero no serán lastimados, no se preocupen—se apresuró a decir al ver el rostro asustado de Owen—yo soy el que busca a los mojados de la frontera.

Soltó una risita.

-¿Mojados?

-Es un dicho que decimos aquí—dejó de reír y reanudó la caminata—andando.

Le parecía raro hablar en español durante bastante tiempo. Pero era algo que agradecía haber aprendido. Por lo tanto, su amigo Owen apenas lograba dominar el acento de las palabras pero comprendía.

-¿Por qué has puesto una barrera en tu cabeza?—siseó ella.

-Lo hice por si nos encontramos en peligro—se ruborizó aún más, ya que el sol le había puesto rosada las mejillas, cuello y orejas, al igual que ella— ¿quieres hablar?

-No, solo estaba probando.

Él se encogió de hombros y siguieron andando en silencio.

¿En qué problema se habían metido? Katheryn sintió ganas de quemar vivo a Ben, ya que todo había sido culpa suya y ahora todos estaban separados y lejos del objetivo. De repente se detuvo en seco, ¿Será que era posible que el culpable de todo lo que estaba pasando se tratara del sujeto que le había quitado el Matiz; y que por esa razón los venía siguiendo?

Se frotó los brazos y desechó el nudo que se le estaba formando en la garganta.

Cincuenta minutos más tarde, el oficial Duarte les regaló otra cantimplora de agua antes de llegar a la base operativa de policías.

-Ustedes aguarden aquí, no se muevan—les dijo antes de meterse a ese lugar donde rondaban patrullas distintas pero en cierto modo iguales que en Estados Unidos.

Esperaron un cuarto de hora, el oficial Gabriel Duarte no apareció, en su lugar salió una mujer de aspecto terrible. Su tez era incluso más oscura que Gabriel, y sus ojos eran más penetrantes. Tenía el cabello lacio y grasiento sujetado por un broche a cada lado de su cabeza.

Sintió el desosiego de Owen y lo tranquilizó con un apretón de manos.

-Nina Parker, Stephan Jones—dijo, su voz era irritante—pasen.

Entraron dando traspiés y sintieron el aire acondicionado al instante. Owen dejó escapar un gemido de alivio, acto que hizo estresar el doble a la mujer.

-Si intentan huir, les disparo—les apuntó con un arma que ni si quiera habían visto que tenía.

-No somos estúpidos—masculló Katheryn— ¿Dónde está el oficial Duarte? No hablaremos con nadie a menos que sea con él.

-Tienes agallas, morrita—se burló la mujer—pero él se ha ido. Gabriel se encarga de traer mojados listillos que intentan penetrar a nuestro país como ustedes. Así que irán a la sala de interrogatorios.

Frunciendo el ceño, Katheryn entrelazó sus dedos con los de Owen.

-¡Muévanse, gringos pendejos!—les gritó, no sin antes quitarle el seguro al arma.

Al parecer Gabriel Duarte les había mentido. Puesto a que eran despreciados por los mexicanos al igual que los de Estados Unidos despreciaban a los mexicanos y ahora sabía por qué: Eran engreídos y prepotentes.

Con el arma picándole la espalda, entraron a un cubículo pequeño idéntico a los que pasaban en la televisión, en la serie La Ley y el Orden, solo que más reducido y feo. Los espejos—que eran ventanas del otro lado—estaban sucios y era imposible ver tu propio reflejo.

Tuvieron suerte de entrar juntos y no separados.

-Hablen. Escupan—les ordenó tajante.

-¿Qué quieren saber? No hemos hecho nada. Se lo hemos dicho al oficial Gabriel…

-Él está del otro lado del espejo. Hay más policías viéndolos, y grabando, así que hablen.

-Estamos aquí por un error. Nuestros amigos nos abandonaron, tratamos de caminar y no sabíamos a dónde íbamos hasta que el oficial Duarte nos encontró—musitó Owen.

-Eso dicen todos. Pero ustedes como todos los demás intentaron emigran a nuestro país—escupió la mujer con asco—incluso saben hablar perfectamente bien el español, ¿no? que listos son pero no tanto como yo.

Katheryn soltó una sonora carcajada llena de sarcasmo. La mujer se puso roja de cólera.

-¿De qué te ríes, morra?

-No eres lista, lo que sucede es que estás tan acostumbrada a ver casos similares y ya crees que todos somos mentirosos, arrogantes y despostas como tú.

El puntapié de su amigo no le sirvió de nada. El vómito verbal la había capturado.

-Nadie de aquí es listo. Son unos idiotas e imbéciles—gruñó—ahora déjennos ir. Solo los más estúpidos tratan de emigrar a un país como el suyo: pobre y lleno de obesidad.

Nunca había hablado mal de ningún país porque los adoraba, incluso México. Los estaba provocando. Sabía que los ejecutarían o algo peor, pero ella aprovecharía para huir de ahí con Owen.

El rostro de la mujer estaba deformado de vergüenza e ira. Apuntó el arma hacia ellos con toda la intención de asesinarlos.

-Morirán, asquerosos norteamericanos.

El “clic” del seguro de otra arma los sobresaltó a los tres.

-No. No lo harás.

El oficial Gabriel Duarte tenía en sus manos una escopeta cargada. La mujer bajó el arma y se volvió a él, horrorizada.

-Pero…

-No están mintiendo. Sal de aquí, Tania—le espetó de mal humor. Ya no tenía aquella gorra sobre su cabeza, su cabello era ondulado pero estaba pegado a su frente debido al sudor de horas atrás.

La mujer llamada Tania, salió con la cabeza gacha y los dejó a solas.

Katheryn nunca había sentido tanta alegría de ver a un extraño pero conocido de pocas horas en su vida. Owen se desplomó en la silla y jadeó.

-Hice un papeleo, lo siento por abandonarlos unos minutos—dijo el oficial.

-En esos minutos pudimos haber muerto, bastardo hijo de puta—gruño Owen en inglés. Gabriel rió a carcajadas, él palideció.

-Sé hablar inglés, vivo en la frontera con un país que habla ese idioma—volvió a reír—no te sorprendas.

-¿Qué papeleo hiciste?—tercio Katheryn.

-Pedí una orden para llevarlos a mi casa hasta el diez de Marzo—dejó a un lado la escopeta y abrió la puerta—salgan fuera, les diré todo en mi coche.

El trayecto para la casa de aquel hombre fue ligero. Su camioneta Ford era muy cómoda, Owen quedó dormido al instante y Katheryn tuvo que despertarlo a la fuerza para que no estuviera alejado de la realidad.

-Oficial, ¿Por qué hizo ese papeleo? ¿Qué hará con nosotros?—preguntó Katheryn, a la defensiva.

-Dime Gabriel. Ya no estamos en la estación de policías—vaciló, ella asintió ruborizada.

¿Por qué se sonrojaba ante un hombre de edad promedio, si ella era incluso mayor que él?

-Pasado mañana empieza el mes de Marzo y estaré de vacaciones hasta el quince—prosiguió él—y como no tengo a mi familia aquí, pensé en traerlos conmigo. Y aparte por qué sé que dicen la verdad—esperó unos segundos antes de verla por el espejo retrovisor, ella lo miraba fijamente.

-Tus ojos dicen más de lo que piensas—dijo por fin.

Sus palabras la asombraron.

-¿A qué se refiere?—le preguntó.

-Tus ojos no mienten, Nina. Veo bondad y gentileza en ellos, también en los ojos de Stephan veo eso.

¿Por qué no todas las personas eran tan adorables como él? pensó.

Owen cabeceaba, y gotas de baba le escurría de su boca.

-Gracias—fue lo único que ella pudo responder.

-Quiero que sepas que esto no lo hago a menudo. Es la primera vez—se rascó el cuello—después del diez de Marzo no sé qué pasará con ustedes pero mientras los ayudaré, ¿de acuerdo?

-Ayúdanos a encontrar mi auto.

-¿Dónde lo dejaste?

-Eh… no lo dejé. Se lo presté a un amigo y ya no volvió.

-No puedo ayudarte entonces, el auto está en Estados Unidos y yo no puedo hacer nada, lo siento.

-De todos modos gracias por su generosidad.

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