
5. Cómo besar a tu jefe en la sala de reuniones y no morir en el intento
Creanme, me preparé, realmente me preparé para la reunión que ambos nos habíamos prometido esa tarde de jueves. Pero hice algo que nunca había hecho y era lucir lo más provocativa posible. Sí, yo, la que no se miraba al espejo más de dos veces se puso su mejor falda, tacones y traté de arreglar el desastre de mi cabello para salir a matar. A matar al jefe. Con besos y sexo. ¿Qué podía fallar?
Esperé emocionada hasta que se hizo la hora, ansiosa por saber que iba a suceder con nuestra historia. Habían pasado varios días en donde él me ignoró por completo luego de lo sucedido en mi casa y yo me sentía culpable. Pero también tenía algunas dudas que consultarle. había algo en él que no me terminaba de cerrar y quería decírselo.
Marcus nunca se había fijado en mí, ni siquiera en reuniones en donde yo tenía la palabra y podía mirarme, normalmente estaba con el teléfono o hablando con otros. Esto no era una historia romántica en donde el jefe siempre estuvo enamorado de mi y si me decía eso iba a estar un poco enojada. Solo se había interesado en mi cuando le comenté que quería tener sexo con él, bueno, más bien le exigí. ¿Entienden mi problema? ¿Y si él quería abusar de mi? Y no digo abusar de sexo no consentido, sino más bien de... ya sabe, que me viniera a regar las planta, se llevara el dinero y no volviera a hacer su trabajo. Yo no era fanática del sexo casual, sino claramente estaría mi cuerpo en una aplicación de las nuevas que se usan, sino más bien quería una relación. Si iba a frotar mi cuerpo contra otro, quería que fuera por un largo tiempo. No te digo para siempre, pero quería una relación. Y Marcus parecía interesado solamente en el sexo, por lo tanto, estaba dudosa.
Sin contar que no sirvió hablar de él con mis compañeras de trabajo, fue mucho peor. Laura lo odiaba, la rubia perfecta de mi compañera, letrada y con millones de títulos, no podía ni siquiera encontrarse cara a cara con mi jefe que ya empezaban las discusiones. Y volaban chispas, aunque no de las buenas. Todo el mundo comentaba que tenía un muñeco vudú debajo de la mesa que lo usaba para pinchar muy seguido a Marcus.
Después estaba mi supervisora, que me dijo algo que no quería escuchar. Me comentó que Marcus no tenía una novia fija, que era cuestión que entre a sus redes sociales para notar que cambiaba de novia como de calzón. Y sí, lo comprobé de una manera un poco mala. Entré a su instagram y vi como las mujeres bailaban por su cuenta, de todo tipo y con los mejores cuerpos posibles. Yo no entraba en ese estandarte con mi culo enorme y mis caderas gigantes. Con suerte entraba en la silla del transporte público.
Y cuando seguí preguntando por él solo me respondieron que era un oportunista, que siempre miraba a las chicas lindas para llevarselas a su casa y muchas cosas más horribles que yo no quería escuchar. En un momento mi supervisora, que para mi sorpresa mostró signos de preocupación, me habló en voz baja en medio del almuerzo.
—¿Estás teniendo algo con Marcus, Elizabeth?
—¿Qué? ¡No, no! Solo preguntaba. Me llama la atención que alguien con ese rostro y cuerpo no tenga novia.
Mi supervisora resopló, casi burlándose un poco de mi ingenuidad y la miré sin entender a que se refería con ese gesto. Me sentí un poco tonta, no voy a negarlo, porque creía que algo me faltaba saber de la vida.
—Tal vez no son ellas el problema y es él.
Eso rondó en mi cabeza mientras caminaba hacia la sala de reuniones en el fondo de la oficina, la que no tenía vidrios y nadie podía vernos. Lo había decidido él y en ese momento creí que todo eso era un error. Estaba muy insegura, como de costumbre y me temblaban las piernas. Dejé de hacerlo porque sino se me iban a caer las bragas diminutas que me había puesto y estaban deseando ser sacadas. ¿Por qué gastamos tanto dinero en ropa interior que queríamos que se destruyera? Solo Dios sabía.
—Señorita Elizabeth.
Levanté la mirada para encontrarme con Marcus esperando al final de la sala, ya sentado y con su ordenador prendido. Lo vi bastante agotado y con miles de papeles y carpetas a su alrededor, sospechaba que se trataba de informes hechos por otros empleados y me sentí un poco mal al darme cuenta que estaba tomando su precioso tiempo con algo personal.
—Si quiere puedo volver en otro momento...
—Siéntate, Elizabeth.
Me senté toda obediente y dejé mi carpeta llena de cosas insignificantes en la mesa, al lado de él. Me di cuenta que tenía muchas ganas de besarlo en ese momento y se suponía que iba a ir a hablarle en realidad. Íbamos a aclarar nuestras dudas sobre nuestra relación y... no lo sé, quería muchas cosas de él en ese momento. Noté que su perfecto cabello siempre peinado y atado hacia atrás estaba desequilibrado y le caían algunos mechones rubios sobre la frente. No me gustaba que se peinara así, le quedaba precioso cuando dejaba que los rizos cobraran vida, pero parecía que él se negaba a acudir a su trabajo de ese modo.
—Me dijeron que usted cambia de novia como de calzón.
Ay, Lizzie, Lizzie. ¿Siempre voy a elegir lo peor para decir?
Lo vi pestañear varias veces frente al ordenador y luego me observó sorprendido por mis ocurrencias. Humedecí mis labios, muerta de calor con su intensa mirada y noté que él estaba mirando ese gesto. Ay, me hacía agua.
—Eso sería bastante antihigiénico —respondió de una manera que me hizo reír un poco, porque siempre encontraba como responder de un modo pasivo agresivo que me hacía reír—. ¿Quién te ha dicho eso?
—Gente.
—Vaya, que especifica.
Me quedé en silencio, demostrando que no iba a hablar por más que a él no le gustara que no le hiciera caso. Era chismosa, pero no tengo, me gustaba un poco reservar mis fuentes.
—Soy un hombre de negocios, llevo una editorial juvenil importante y me gusta ir a esos eventos con citas. Busco gente como tu haces, Elizabeth, en bares, en eventos y a veces en aplicaciones. Son mis acompañantes porque para mi el evento es una cita. Lamentablemente nadie se preocupa en preguntar qué son esas chicas para mi y directamente creen que son mis novias y que las cambio como si fueran ropa interior.
Sonaba serio, pero yo no me sentía preocupada por eso, sino más bien contenta con la respuesta que él me había dado. Yo quería ser la única en su mundo y tal vez estaba siendo un poco extrema, loquita e intensa, pero quería más de lo que la lista me pedía.
—¿Cuál es tu curiosidad, Elizabeth? ¿Qué quería para esta reunión? ¿Qué quieres de mí además de usarme para tener tu primera vez?
—¡¿Usarte?! —exclamé indignada, sin poder creer que me estuviera diciendo eso. Vaya idiota—. Eres tú el que tiene interés en mí de la nada y quiere llevarme a su cama sin ni siquiera saber el nombre de mi madre.
—¿Cuál es el nombre de tu madre? —quiso saber con seriedad y me reí sin poder evitarlo.
—Eso no viene al caso. ¿Por qué yo? ¿Por qué me mira a mi cuando tiene citas con modelos de revista? Y por favor no me diga que vio en mí algo que no había visto antes o que siempre me estuvo viendo pero no encontró el momento... porque esas cosas no me las creo, Marcus. Escribo libros románticos pero no soy idiota.
Había soltado tantas palabras que comprendí que estaba quedando más intensa de lo que quería, sin embargo Marcus no demostró enojarse por mis inquietudes. Suspiró y asintió, bajando la tapa de su ordenador para dedicarme toda la atención que yo necesitaba o quería merecer.
—Voy a serte sincero y espero que me creas —me avisó mientras movía un poco su silla para quedarse cerca de mi. Alzó una de sus cejas al poder ver como iba vestida hoy, pero no dijo nada sobre eso, sino que comenzó su discurso—. Llevo mucho tiempo buscando alguien con quien salir, con quien compartir mis problemas y mi vida, claro. El problema es que no encuentro a nadie, como ya verás. Ya tengo treinta años, soy empresario y tengo dinero, por lo tanto solo se acercan a mi las personas que buscan interés. Mis amigos verdaderos son compañeros de secundaria y la persona en la que más confío es mi madre. Busco y busco en personas cosas que jamás encuentro y hasta hace unos días creía que no había nadie realmente valioso soltero para mi. No quiero juzgar a las personas que usan esas aplicaciones, pero no he encontrado a alguien que quiera compartir conmigo... no lo sé, su día. Simplemente eventos, comida, bebida y mi cama. Eso estuvo bien por unos días hasta que sentí que hablaba con alguien vacío y me volví así yo también.
Se acercó nuevamente, moviendo su silla mientras que yo escuchaba boca abierta sus bellas palabras que me daban vida. Me había gustado lo que decía porque tenía sentido y porque me sentía identificada. ¿Por qué no había buscado a nadie antes para tener mi primera vez? Porque no había encontrado a nadie que tuviera conexión, que fuera como yo o por lo menos se pareciera. Apoyó una de sus manos en mi rodilla, sobre la tela de las medias y me quedé mirando esos ojos claros que podían volver loca a cualquier monja.
—Pero un día me llegó un mail a mi correo laboral dándome una lista de cosas que hacer para tener relaciones con una tal Elizabeth —me recordó y me reí avergonzada porque a veces me olvidaba que tonta había sido en ese momento—. Y su mail fue muy divertido, elocuente y carismático, por eso decidí buscar entre mis empleadas para encontrarme contigo. Por supuesto que no te había visto nunca, solo un par de veces cuando fue la entrevista y mi equipo de recursos humanos te seleccionó como pasante. Pero nada más, pero luego te desmayaste, me miraste la entrepierna y me demostraste que eras una persona de lo más divertida.
—No soy tan cómica todo el tiempo, no quiero decepcionarte.
—Me has demostrado lo contrario.
Humedecí mis labios de vuelta y al parecer eso fue demasiado para él, porque lo escuché chasquear la lengua en señal de frustración y tomar mi rostro para besarme. ¡Ahí! ¡En plena sala de reuniones! No me importó nada, que voy a decirles. Sé que podría mentirles y decir que me sentí horrorizada por lo que me estaba haciendo mi jefe, que me alejé y me fui corriendo pidiendo ayuda. Pero en cambio lo besé con la misma necesidad que él me estaba demostrando esa tarde y no me importó que mi trabajo estuviera en peligro. Más bien, si me echaban pero teníamos sexo en el escritorio yo era feliz.
La idea me pareció muy buena y, tan hormonal que me ponía cuando Marcus me besaba, me senté en su regazo sin importarme que yo era mucho más pesada que él. Sin embargo, gracias a sus músculos de modelo de revista, pareció no importarle en lo más mínimo.
Parecíamos dos estudiantes de secundario besándonos en la clase, porque nos comíamos la cara, no quiero mentirles. Al principio él mantuvo sus manos en mi rostro, pero yo, SI YO, moví un poco mis caderas sobre su cuerpo y lo escuché soltar un quejido, una maldición y seguramente un ave maría. Luego, sus manos fueron a mi trasero, ese que eran dos bolas de boliche y me apretó hacia él, logrando que yo soltara una mezcla de quejido con jadeo, pero deseando mucho más.
—Estamos en la sala de reuniones —le recordé cuando soltó mi boca y comenzó a besar mi cuello. Lo escuché resoplar al comprender que no estaba del todo bien y de la nada me alejé de él—. Hay cámaras, Marcus.
—Mierda.
Se alejó de mí al darse cuenta que error habíamos cometido y buscó con la mirada las cámaras de seguridad hasta encontrar a lo lejos un aparatito blanco que nos estaba mirando. ¡Hola! ¿Qué tal el porno que estaba mostrando, señor de seguridad?
—No te preocupes... yo... buscaré la grabación y la quemaré —me dijo con la respiración agitada mientras volvía a mi boca y yo me alejé un poco porque solo besarlo me ponía así de loca, no sabía qué más podía pasar.
—No voy a perder mi virginidad en la sala de reuniones —le expresé horrorizada y él se rio para luego asentir, porque parecía que estaba planeando eso en aquel momento.
—No siempre todo es sexo, Lizzie —me dijo y yo alcé una de mis cejas para dirigir mi mirada hacia sus manos perdidas en mi trasero. Marcus se rió y me soltó, dándome unos golpecitos suaves en las piernas para que me levantara y volviera a mi lugar—. No siempre un par de besos llevan al coito, eso quería decirte.
—¿Y qué estabas pensando hacer conmigo ahora entonces? —quise saber con mi ceja levantada porque había una realidad, no pareciera que estábamos hablando de las nuevas promesas de la literatura juvenil. Más bien estábamos por volvernos parte de las novelas tan populares de Wattpad. Enamorada de mi jefe o algo así.
—A eso quería ir antes de que me volvieras lo suficientemente loco para olvidarme de las cámaras —se apresuró a decir mientras se acomodaba el cabello hacia atrás, que yo me había encargado muy bien de revolverselo—. Acepté tu mail y tus reglas, pero no puedes poner todas las reglas tú en esto.
—Soy yo la que está perdiendo cosas aquí, Marcus.
—No eres un sacrificio, el sexo no es un trámite en el que ganas y pierdes, Lizzie —se exasperó y luego resopló, porque parecía que yo no estaba entendiendo. La realidad era que no, pensaba que el sexo era algo rutinario que se hacía con tu pareja para que no te dejara. ¿No era así? No lo sabía, como todo—. Yo te dije que el sexo era una conexión, ¿recuerdas? Y lo es. Pero también es placer, entendimiento mutuo, descubrimiento y miles de cosas más. No quiero ser el tipo con el que pierdes la virginidad y que en el futuro te preguntes quién fue el primero y tengas una imagen borrosa, bochornosa y algo vergonzante. Quiero que descubras el sexo conmigo, no quiero que sea un acto de una sola vez sino muchas, pero no solamente quiero que pierdas tu virginidad conmigo, que logres tu trámite, sino que entiendas que el mundo en este mundo hay muchas más maneras de darte placer.
Me quedé en silencio, con los labios secos sin saber que decirle y qué pensar. Yo había ido a buscar sexo nada más, no una conexión. ¿La quería? Seguramente. Pero ni siquiera lo conocía y todavía tenía mis inseguridades. Todo eso que me proponía me gustaba pero al mismo tiempo me daba mucho miedo. ¿Y si no había placer para mi en las cosas que a otros si les gustaban? ¿Y si lo que a él le parecía descubrimiento para mi era aburrimiento?
—¿Tu silencio es un no? —me preguntó con el rostro afligido, notando que yo tenía mil dudas en la cabeza en ese momento—. Te juro que mis intenciones son buenas, las mejores.
—Me imagino, quieres educar a la virgen. Seguro luego te pones una estrellita por eso.
—No, Lizzie, no. ¿Sabes que sucede y que nadie puede entender? El sexo para algunos es un trámite, eso me demostraste tú el día que me llegó tu mail. ¿Luces apagadas? ¿Sin sonido? ¿Sin comunicación? El sexo no es como lo ves en las películas, que todo sucede rápido, la ropa vuela y misteriosamente se quedan con las sábanas encima. No quiero ni educarte ni enseñarte, quiero compartirlo contigo. Todo lo que yo sé, lo sabrás y vivirás tú.
La oferta era buena, no voy a negarlo y me mantuvo en silencio unos minutos pensando que iba a decirle. Había comprobado con Matthew que el sexo rápido y casual no era lo que yo buscaba y que no me pasaba nada si no había un incentivo. Cuando Marcus me besó, mi mundo explotó y logré hasta subirme a su regazo, cosa que no haría jamás en la vida. Él lograba cosas en mi que nadie más había logrado, tal vez tenía que darle su oportunidad.
—Déjame hacer una lista de las cosas que pido yo para todo esto. Me hiciste aceptar un contrato, yo te haré una lista. Cuando la leas, piensalo y luego me respondes, ¿de acuerdo?
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