3. Cómo hacer que tu jefe escuche One Direction y no morir en el intento
—¿Aquí? —pregunté mirando a las chicas a nuestro lado que nos miraban un poco con recelo. No las culpo, estábamos en su territorio, en su lugar seguro. Marcus me miró unos minutos sin comprender que estaba mal de todo eso y no supe cómo expresarle mi incomodidad—. Bueno, pero una cerveza, me pongo loca muy rápido.
Noté en su mirada algo especial, como un brillo que me hizo mirarlo como una tonta. Es decir, más de lo que ya estaba por él, pero incomprensible. Como si él fuera magia, como si sus ojos brillaran de un modo que hacía temblar todo mi cuerpo. Tragué saliva y me senté mientras trataba de meter mi culo en esas sillas altas de bar que estaban de moda. Me quedé en silencio pensando que me estaba metiendo en tierras inexploradas, que me asustaban y no quería hundirme en ellas.
—Trataré de no emborracharte.
Media hora después y dos cervezas ya estaba chillando como un cerdo cuando se revuelca en el lodo de felicidad y Marcus se reía conmigo. El hombre malhumorado, que siempre odiaba a todos con la mirada, me mostraba el sonido de su risa y las pequeñas arruguitas que se le hacían cuando se reía. Estaba como loca, feliz, contenta y todos los sinónimos que podía explicar.
—¡No sabía que Laura me odiaba! —exclamó sorprendido mientras él también tomaba un largo trago de cerveza. Yo movía los hombros de un lado al otro bailando con una canción de Pink que me gustaba mucho y él a veces chasqueaba los dedos para motivarme. ¿Cómo habíamos llegado a eso? Ni yo lo sabía. Bendita sea el alcohol.
—Sí, tiene un muñeco vudú tuyo. Cada vez que la envías a corregir el manuscrito por décima vez me muestra como lo acuchilla —exageré y seguí riéndome, porque claramente me resultaba algo demasiado gracioso.
—Estás bromeando...
—Un poco sí.
Él volvió a reírse y negó con la cabeza, sabiendo que yo era un caso imposible. En un acto que no me esperaba para nada, dejó caer su mano en mi rodilla y me congelé. Por un momento parecía que me hubiera hecho algo malo, porque me quedé petrificada al sentir el calor de su mano sobre mi piel. Bueno, técnicamente no era mi piel, tenía una media gruesa negra, pero cuando se estaba tan caliente como yo era tocarme con ganas.
Marcus pareció dudar cuando me comporté como una puberta y quitó la mano como si mi piel ardiera. Y bueno, casi que sí.
—Lo siento, no quería incomodarte.
Me quedé en silencio sin saber que decir, un poco incómoda. Ok, estaba siendo una dramática, pero me pasaban mil cosas por la cabeza. ¿Y si él era simpático conmigo porque quería acostarse conmigo? Es decir, lo entendía, yo le había ofrecido sexo gratis sin compromisos más que bañarse sus partes íntimas. Pero me agarró timidez. Yo, si, Lizzie, timidez. Eso me pasaba en momentos extraños de mi vida y tal vez tenía que hablarlo con un psicólogo, pero de la nada sentía tanta timidez que me encerraba en mi mundo y no quería salir.
Marcus volvió a mirarme ya con preocupación al darse cuenta que yo no hablaba y lo noté preocupado. Claro, podría denunciarlo por ser toqueteada por mi jefe. Como si quisiera, si fuera por mi subía su mano en mi culo a instagram con muchos emojis. Pero no iba a pasar eso.
—¿Estás bien, Elizabeth? Perdón, no sabía que... no estabas interesada. Creí que sí y que... no lo sé —me empezó a decir confuso y vi como se rascaba la nuca de manera exagerada cuando estaba nervioso. Nunca había notado eso pero me gustaba—. Mierda, Elizabeth, no entiendo nada.
—¿Nada sobre qué? —quise saber tratando de recomponerme y tomé todo el contenido de mi cerveza—. Lo siento yo... no pensé que... te interesaba.
Marcus alzó las cejas como si hubiera sido una palabra enorme y no supiera que decir. Obvio, estaba diciendo que le interesaba una empleada. Seguramente en su cerebro aquello era bastante para asumir.
—¿Por qué me enviaste ese mail? ¿Era para mi?
—No, lo siento —le expliqué finalmente y vi sorpresa nuevamente en su rostro, expresión que hacía seguido. Sus pobladas cejas subían demasiado ante cara expresión de asombro y era un poco mi culpa—. Era para mi amigo Matthew y me confundí de cuenta de mail. Jamás quise ser irrespetuosa, pero estaba aburrida en el trabajo y... bueno, en realidad no estaba aburrida, estaba trabajando como siempre. Pero lo que quiero decir es que le envié ese contrato porque estoy desesperada por perder mi virginidad.
Y mi dignidad claramente.
No podía dejar de hablar, me sentía intimidada y arrinconada. La cosa se había puesto seria y a mi no me gustaban los momentos así. Estaba atrapada entre el sexy de mi jefe y la verdad de un contrato que no era para él. No quería hacer eso. Quería olerle la camisa, sí, tenes sus manos en mi cuerpo y besar esa boca que casi gritaba 'lizzie besame'. De hecho, me acerqué un poco, como hipnotizada y Marcus siguió moverse.
—Pero... ¿tienes una relación con tu amigo?
—Somos amigos, nada más. Yo le conté borracha, como estoy ahora, que quería perder mi virginidad con alguien y él se propuso. ¿Por qué preguntas? ¿Qué importa una relación en todo esto? —quise saber. Una parte de mi cabeza decía que tenía que detenerme, dejar de hablar y correr, pero otra parte me decía que me quede.
—Elizabeth, el sexo es algo importante. Sobre todo la primera vez, no puede ser porque quieres quitártelo de encima con el primer tipo que acepta. Tienes que... tener una conexión.
Ay, me estaba mirando como muy profundo. Podía ver sus ojos ponerse oscuros y en modo Christian Grey. Pero nada pasó, simplemente se me quedó mirando como si esperara que dijera algo. ¿Quien en su sano juicio le habla sobre sexo con una relación amorosa cuando estaba borracha y casi entregada? (El casi era mucho). Solo Marcus, con esa carita de 'no entiendo qué carajo eres' y me cansé.
Me di cuenta que ahí no iba a conseguir nada, fácil. Sí, estaba loca y muy borracha. Lo siguiente, fue el caos. ¿Me persigue el caos o yo lo hago? Ambas, creo.
Me quise bajar del maldito taburete cuando mi peso no soportó la locura que estaba haciendo y caí al suelo. De culo, frente a miles de personas que se quedaron observando y algunas se rieron. Marcus quiso ayudarme a levantarme y yo me negué, caprichosa y testaruda. Me puse de pie de manera costosa, con la dignidad perdida y una nalga roja, para salir del bar.
Estaba dolida (por la caída), enojada (por haber creído que podría tener algo con mi jefe), decepcionada (por todo en general) y un poquito excitada (porque, vamos, ese cuerpo estuvo a mi lado y no pude contenerme a mirar de más). Cuando salí al exterior, el frío me atacó y me di cuenta que estaba vestida de verano en una noche helada. Bien. ¿Qué más quería el destino de mi? ¿Qué más iba a hacerme?
—¡Elizabeth!
Me di vuelta exagerada, moviendo mis cabellos al viento mientras me abrazaba los brazos y observaba a Marcus saliendo del bar.
—¿Qué? ¿Qué quieres ahora? ¿Humillarme más? Mañana tendremos que vernos las caras, Marcus. Y me recordarás como la chica que te burlaste —dije indignada, dolida y sintiéndome una niña tonta. Marcus abrió la boca para hablar, pero me negué a callarme—. Te burlaste de mi relación con un amigo, de quien elijo para tener sexo y si estás aquí es porque a fin de cuentas quieres hacer lo mismo.
—Elizabeth...
Me di cuenta que estaba hablando de más y que Marcus estaba usando su tono ofendido, como también su ceño fruncido. Me quedé en silencio como un perrito mojado, sintiendo que había hecho todo mal. ¿Se dan cuenta lo idiota que había sido? ¡Había perdido la oportunidad de mi vida porque me daba vergüenza que me tocaran! Ya lo sé, ya lo sé, yo misma quería que el jefecito me metiera mano. Pero me bloquee cuando me di cuenta que realmente estaba interesado. Vaya tarada. Quería ir a mi casa y llorar con mi gato.
—No pagaste la cuenta.
Encima de mamona era la cenicienta del dinero. Marcus se rio luego de aquello, mostrándome el ticket y su risa me contagió y empecé a reírme junto a él sin poder evitarlo. Que idiota era, pensé que iba a decirme que era el amor de su vida y que quería hacerlo en el callejón.
—Es que se hacen las doce —bromeé un poco volviendo al tono de coqueteo, ese que a Marcus le hacía brillar los ojitos y me daba ganas de saltarle cual gato. Me repetí que las cosas con él no eran rápidas y que tenía que esperar a ver sus movimientos. Sí, claro, eso pensé mientras me acercaba a su cuerpo buscando calor—. Hace frío.
—¿Y por eso estás a punto de frotarte contra mi?
Volví a reírme al darme cuenta que estaba a punto de hacer eso. La señorita necesitada, eso era. Marcus se rió una vez más y se quitó la chaqueta para dejarla sobre mis hombros, como buen caballero que era.
—Por más que vayas a convertirte en doncella, no puedo dejarte ir así de borracha. Te invito a tomar agua y un café en mi departamento, está a dos cuadras.
—Creo que te he dicho que el tema del contrato lo he enviado por error.
—Lo sé, pero me ha llegado a fin de cuentas y tal vez haya decidido responder.
Me quedé en silencio mientras él comenzaba a caminar hacia una dirección que no conocía y la vibración de mi teléfono celular me distrajo porque sabía que se trataba de un mail. Era de Marcus y sonreí de lado al abrirlo para descubrir que me había respondido. El contenido del mail solo decía "acepto".
Estaba nerviosa, mi pie golpeaba el suelo con fuerza mientras entraba al departamento de mi jefe. De Marcus, el hombre por el que babeaba todo mi horario laboral y con el que solía soñar húmedo cuando me miraba un par de veces más de lo deseado. Deliraba en sueños, como si tuviera fiebre y al día siguiente no podía estar en una reunión al recordar lo que habíamos hecho en esa mesa llena de papeles. En ese momento, todo se volvía real y estaba muy nerviosa. Sin contar que parecía que íbamos a hacer algo que yo no sabía si estaba preparada. ¡No! Lo estaba, tenía que dejar de pensar en eso y empezar a creer que era una bomba sexual. Nada más lejano.
El lugar parecía demasiado frío, sin vida, sin animales y sin imágenes o cuadros de familiares. Lo miré confusa mientras caminaba y veía como él prendía la calefacción, sin embargo no encendía las luces por completo, sino que las dejaba bajas, casi tenues. ¿Estaba pensando en lo que decía el contrato?
Me temblaba el cuerpo, pero caminé por la casa descalza, pisando su alfombra impecable y observando cada lugar. Ese era el típico lugar de una persona que no la usaba para vivir, sino para dormir y nada más. Me preguntó si quería tomar agua y le respondí que sí mientras seguía buscando algún tipo de información de Marcus. ¿Que le gustaba hacer cuando estaba aburrido? ¿Qué libros leía? Nada.
Se acercó a mí y tocó con sus dedos la piel de mi brazo, descubierta por completo. Di un pequeño saltito y se rio junto a mí mientras tomaba el vaso que me traía con un contenido transparente.
Me di cuenta que me iba a besar. Ay, ay, ay. Se acercó a mí con determinación, con los ojos tan oscuros que me dejaron las bragas húmedas en segundos. Les juro que me temblaba el cuerpo del miedo y de la emoción. Él lo notó, seguramente porque lo estaba mirando con carita de virgen muerta de miedo. Cuando dio un paso más, levanté el vaso y tomé el agua que me había dado, nerviosa me ahogué y empecé a escupir.
Muy sexy todo.
—Ahora es el momento que lames lo que se derramó —bromeé mientras tosía y reía al mismo tiempo, muriendo de vergüenza porque seguramente era lo menos sexy que había visto en su vida. Sin embargo, su mirada me decía lo mismo y no había agua que detuviera ese incendio.
Su boca fue hacia mi barbilla, en donde estaba la gota que había caído de mis labios al derramar todo y me di cuenta que iba a hacer lo que yo le pedí. Ay. Dejó un beso suave, casi quitando el agua y siguió su camino de besos hasta llegar a mi boca. Sus ojos me buscaron, como si me estuvieran pidiendo permiso para besarme, como si fuéramos niños y cerré mis ojos porque no podía soportar al semejante papito que me estaba pidiendo un beso.
Al principio su beso fue suave, como si estuviera tentándome con solo rozarme los labios con los suyos. Yo sentía que se me caía el vaso de agua, que mis piernas se derretían y las medias caían solitas por arte de magia. Fue uno de esos besos suaves que daba en la secundaria, cuando no me animaba a más (siempre tan virgen yo) y duró unos segundos largos que me dejaron más loca de lo que ya estaba. Se alejó cuando hizo eso y me miró como si estuviera pidiendo permiso de vuelta.
¿Permiso de qué? Yo estaba bastante entregada. Pero si quería pedirme permiso para sacarme las bragas, solita yo lo hacía. O se caían solas.
Sin embargo, me sacó de las manos el vaso y lo dejó en la repisa a nuestro lado. Su mano tomó la mina y caminamos hasta el sillón gris y eternamente largo que tenía su salón. Cuando nos sentamos, me reí nerviosa y no supe qué hacer, tan virgen que dolía. Es decir, había besado algunas veces, pero había pasado tanto tiempo que sentía que no sabía qué hacer. Además él se manejaba tan bien que sentía que estaba frente a un experto y en unos minutos iba a dejarle unas 5 estrellas por su buen servicio. Y una reseña que dijera "seguiré usando sus servicios".
Esta vez su mano fue hasta mi mejilla, en donde me quitó algunos mechones pelirrojos rebeldes y los colocó detrás de mi oreja. Ay. Me derretía, pero sinceramente no quería ternura. Quería sexo duro contra la pared, no sexo virginal en el sillón. Así que yo, Lizzie, hice una locura. Me acuerdo y me averguenzo.
Me quité el vestido. Así como me ven, esta señorita se quitó el vestido negro frente a mi jefe. Me quedé frente a él en medias negras, ropa interior y un mar de rizos rojos. Llevé mis manos a su camisa y lo vi reírse, porque sabía que estaba haciendo todo demasiado rápido. Tal vez porque quería que eso fuera rápido, que se acabara y me quitara el problema de encima. Como había prometido con Matthew.
—Deja de querer ir tan rápido, Lizzie.
—Deja de querer ir tan lento, Marcus.
Iba a besarlo, pero esta vez él fue más rápido. Y me besó como había fantaseado toda mi vida. Bueno, no toda mi vida que exagerada, pero si en mis mejores sueños. Su boca fue directo a la mía, buscando poder, buscando territorio que no conocía y quería dominar. Yo seguí aquella guerra no anunciada, queriendo estar a su nivel, queriendo causar lo mismo que a mi me causaba. Me dio un pequeño empujoncito para hacerme caer sobre el sofá y me reí al instante por esa tontería, pero dejando que él quedara sobre mi y buscara mi boca una vez más.
Pensé que íbamos a estar ahí un tiempo, como había hecho con otras parejas en donde no había llegado a nada. Sin embargo, parecía que Marcus conocía otras cosas para hacer en vez de besarnos por horas, y me di cuenta cuando sentí que su boca bajaba por mi cuello. Solté un pequeño quejido cuando me besó la piel sensible del juego, algo sorprendida por haber hecho aquello, pero sin quejarme. ¿Ya tenía que ponerme a gemir? ¿Eso se hacía de verdad o era todo falso?
Su boca siguió su camino al descenso con experiencia, casi siempre esperando algún tipo de estímulo de mi parte y haciendo todo con una dedicación asesina, por un momento quise pegarle y que ya pasaramos a la acción. Cuando me di cuenta que estaba por hacer. Y me anulé.
Ahora. ¿Recuerdan cuando les dije que no se rieran? Espero que esa promesa siga presente, porque lo que voy a contarles es terrible. Uno de los momentos más avergonzantes de mi vida. Al día de hoy lo recuerdo con mucho odio y no quiero que me vuelva a pasar nunca más.
—¿Me está mirando Harry Styles en tus bragas?
F U C K.
Fue como un golpe de lleno en la casa, alguien me había lanzado agua fría y caía sobre mí aunque nada era real. Solamente Marcus mirando mis bragas más horribles y de one direction. Me había olvidado por completo que las había usado esa tarde porque quería que se me ocultara la panza.
El tipo con el que estaba por perder mi virginidad estaba viendo mis bragas de Harry Styles. ¿Cómo me había olvidado de ese pequeño detalle? En un momento recordé estar depilada... ¿CÓMO PUEDE SER QUE OLVIDE ALGO ASÍ?
—Maldición... —susurré y me incorporé, viendo todo con el doble de luz. No, no era mi mente, la luz ya no era tenue y ahora me podía ver semidesnuda en el sillón de mi jefe.
—Mierda, estas luces andan mal. Cuando hay vibración de los autos de afuera se prenden nuevamente —me explicó mientras que se ponía de pie rápidamente y me dio vergüenza que me viera así. Me latía el corazón enloquecido y me di cuenta que eso era un delirio, que todo estaba mal y que tenía que salir de ese lugar.
Me senté y me puse el vestido al revés, sin importarme mucho que estuviera así y me levanté mientras tomaba mi bolso de manera muy torpe. Marcus volvió a poner las luces tenues y volvió a mí con sorpresa al darse cuenta que claramente no iba a quedarme.
—¿Qué sucede? ¿qué pasó? ¿quieres ir al baño?
—No... Sí, es decir no al tuyo —empecé a balbucear. Quería ir al mío y ahogarme en mi propio vómito. Bueno, tal vez no algo tan asqueroso—. Yo... yo acabo de recordar que dejé a mi perro en la terraza.
No tengo perro.
Muchos menos terraza.
—¿No puedes llamar a nadie que pase por ti? —me preguntó y me sentí peor, porque lo único que quería hacer era escapar. Escapar de su cuerpo perfecto, de mis miedos y mis vergüenzas—. ¿Dije algo malo? Hablame, Lizzie.
Mi apodo en sus labios casi me hace caer nuevamente en su trampa y perderme por completo en él. Pero no, no podía quedarme ahí. No era lo suficientemente perfecta, ni delgada, ni linda para un tipo como él. Estaba mejor sola con mis gatos.
—También dejé el horno prendido.
—La casa debería estar en llamas si fuera así, Elizabeth —me dijo con tono algo enojado, comprendiendo que estaba mintiendo y diciendo tonterías.
—Entonces debo apurarme. Buenas noches, nos vemos mañana.
Aquellas palabras fueron crudas para nosotros y ambos nos dimos cuenta que mañana íbamos a vernos. Que todo volvería a la normalidad y ninguno de los dos tendría que haber hecho todo eso. Ni besarnos, ni toquetearnos, ni reírnos. Marcus no dijo nada, sino que abrió la puerta de su departamento y salí casi volando. ¿Mi dignidad? Seguramente la zorra se quedó en ese sillón.
Había una regla muy firme en la oficina y es que los viernes la música estaba permitida. Había un altavoz colocado entre los escritorios y poníamos música para que el día fuera rápido. Esa mañana cuando llegué no pude poner música porque ya lo había hecho alguien, el dispositivo no me dejaba cambiar de usuario y me rendí.
Estaba en negación y no quería pensar. No quería hacer nada más que enviarle un mensaje a Matthew y pedirle que cumpliera mi contrato. Comencé a escribirle y le expliqué todo lo que había pasado. Le dije que teníamos que encontrarnos en el bar de siempre, que necesitaba que habláramos sobre la lista de cosas que quería para nuestra noche.
—¿Quien puso One Direction? —quiso saber mi supervisora cuando finalmente llegó esa mañana.
Al instante que dijo eso alejé la vista del ordenador y observó el parlante en el que sonaba "What Makes You Beautiful" a todo volumen. Me temblaron las piernas una vez más y miré al despacho de Marcus con miedo de lo que iba a ver. Lo vi con el control remoto del parlante y subiendo el volumen cuando normalmente él usaba ese control para bajarle. Me quedé muda, sin poder decir nada y mientras lo veía dedicarme su mejor sonrisa, hice lo mismo y me puse a trabajar. Tal vez tenía que decirle a Marcus que ya tenía otro candidato con más experiencia en el puesto.
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