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11. Cómo sentirse querida y no morir en el intento.

No recordaba cómo, pero estábamos en su sillón una vez más. No habíamos pasado a mucho en la sala de reuniones porque pasaban personas y nos preocupaba que entraran. Así que salimos al mismo tiempo, aunque obviamente nadie nos prestó atención salvo Susan, que había clavado su mirada en mí a cada paso. Le dije que Marcus me había dado el día libre y que tenía cosas que resolver. Por supuesto, tenía que resolver como quitarle la ropa más rápido.

Así que ahí estábamos, yo sentada encima de él una vez más y besándonos con una pasión que asustaba a cualquiera, o por lo menos a mi. Ver su casa de día me sorprendió, pero él bajó un poco las cortinas para que la luz no nos molestara tanto. Pronto iba a hacerse de noche y yo con eso estaba bien.

—¿Estás seguro que no te estoy aplastando? —le preguntó entre besos, con mis manos acariciando su pecho. Me puse a pensar cuánto tiempo hacía ejercicio para estar así de bueno o tal vez había nacido así y nadie había hecho nada para detenerlo. Marcus se rio al escucharme y llevó sus manos hacia mi trasero, pegando mi cuerpo contra el suyo haciendo que ambos tuviéramos una queja con respecto a eso.

—¿Me estoy quejando?

—No suenas muy quejón que digamos...

—Entonces cállate de una buena vez, maldita sea.

Me reí sobre su boca ante sus palabras, pero no pude decir nada más porque otra vez nos estábamos besando. Tuve el atrevimiento de moverme contra su cuerpo, mis caderas contra las de él y lo escuchó soltar una pequeña maldición que me hizo reír sobre sus labios una vez más. Nunca en mi vida me vi capaz de lograr ese tipo de cosas en hombres, pero ahí estaba mi jefe (¡mi jefe!) soltando pequeños quejidos por mis movimientos. Ya deseaba saber que más podía lograr si me animaba a más, tal vez necesitaba un poquito de alcohol para llenarme de valentía.

—¿No podemos tomar algo? —pregunté alejándome nuevamente y Marcus suspiró, mirándome con esos ojos claros que dejaban tonta a cualquiera. Levantó su mano para quitarme los cabellos locos que tenía, acomodandolos detrás de la oreja—. No... no sé si...

—Lizzie, no necesitas el alcohol para ser más valiente —me explicó y yo asentí, porque él sabía que estaba nerviosa en ese momento—. No tenemos que hacer nada que no quieras. Sé que suena cliché... pero es verdad.

Suspiré y apoyé mi frente sobre la de él, sintiéndome muy idiota. ¿Cuándo se iban a ir todas esas inseguridades que tanto tenía? No podía explicar que me pasaba, simplemente tenía miedo y una especie de ansiedad que no podía entender. Me ponía mal toda la situación y me nublaba mentalmente al punto de querer escapar. Parecía que Marcus lo entendía, porque acarició mi espalda mirando mis expresiones que seguramente eran de puro miedo.

—¿Quieres que veamos una película? ¿Comemos algo? —me preguntó y yo lo miré con una pequeña sonrisa. Me acarició la mejilla suavemente y me rendí ante su tacto, porque a veces con Marcus me pasaba eso—. Lizzie, no te encierres. Hablame.

Tomé aire y traté de pensar en las palabras que quería decir, aunque muchas me hacían daño. Marcus me miró con esa mirada comprensiva que él tenía y me volvía loca, pero no sabía que decir en ese momento. Me sentía asustada, nunca me había pasado algo así.

—Me da miedo no ser suficiente —dije finalmente con algo de angustia, haciendo que Marcus se mostrara realmente preocupado solo con su mirada. A veces era tan expresivo que podía ver a través de él—. Me da miedo que... la primera vez no sea buena, que no sea suficiente mujer para ti y que te canses. O que... no lo sé, te acuestes conmigo y me dejes sola.

—No voy a hacer eso, Lizzie.. ¿Tanto trabajo queriendo que te sientas segura para luego dejarte? ¿Qué te hace pensar algo así?

—No lo sé, siempre veo a mis... ya sabes, a mis amigas decir eso y me pone muy mal porque no quiero que esto termine porque no soy suficiente para ti. No soy una de esas modelos con las que salías antes, ni socialmente aceptada, ni... ¿Que vas a hacer cuando nos inviten a un evento? Ni siquiera puedo meterme en uno de esos vestidos que tus parejas usaban. No... no soy suficiente para ti y cada vez que estamos juntos no puedo evitar pensar en eso. Me ciega totalmente, me da mucho miedo.

Marcus suspiró lentamente y me tocó las piernas suavemente, dándome un golpecito y yo comprendí que quería que me sentara. Estaba angustiada, mi pecho subía y bajaba y me recordaba a esos momentos que me peleaba con mi familia y no podía hacer nada. Él me regaló una sonrisa de esas preciosas que él tenía y dejó apoyada su mano en mi pierna.

—No voy a hacer tal cosa, te lo prometo —soltó con tanta honestidad que le creí. Me acerqué a él, ignorando que habíamos cambiado de posición en minutos y tomé su camisa para desabotonarla con un poco de dificultades. Me reí ante eso, pero sin embargo Marcus no lo hizo, su mirada estaba sobre mí y eso me ponía un poco más nerviosa. Cuando finalmente le quité la prenda y pude observarlo debajo de ella, me entró la risa fácil. Me llevé las manos a la boca y me miró totalmente confundido por mi ataque de risa—. Eso si es insultante...

—¡Lo siento, lo siento! —me apresure a decir, porque obviamente y ataque de risa tenía un motivo. Marcus me miró confundido, pero yo no podía parar—. ¡Es que parece que tengas photoshop!

—¡Elizabeth!

—Perdón, es que... no puedo creer que seas real —bromeé con total sinceridad estirando una de mis manos para tocar esos ravioles que tenía en el pecho. Y sí, eran bien reales y me entró la risa nuevamente—. ¿Estás seguro que no has jugado una apuesta con algún compañero para acostarte conmigo?

—Primero crees que soy un fuckboy, después que tengo photoshop y ahora que... ¡Juego apuestas con mis compañeros! Estoy ofendido.

Me volví a reír al darme cuenta que no lo estaba, solamente jugaba conmigo e hice un pequeño puchero para acercarme a él y dejarle un beso sobre los labios. Nunca entendería como un hombre como ese se había fijado en mí, pero en ese momento había que disfrutar de eso. Del pequeño bug en su cerebro que hacía que no le gusten las chicas de siempre y le guste yo. Tal vez estaba fallado de fábrica, sin embargo no pensaba devolverlo.

Marcus finalmente cedió ante mis besos y se fue acercando a mí mientras que yo me acomodaba en el sillón lentamente para quedar sobre él. Lo que más me gustaba de él (y me frustraba un poco a veces) era que se tomaba el tiempo para besarme, como si quisiera disfrutar de eso sin necesidad de tocarnos. Era yo la tonta que ya andaba pidiendo tener sus manos por todos lados, siempre ansiosa, nunca disfrutando. Esa vez fui yo la que me di el lujo (¡Y que lujo!) de tocarlo como había deseado desde el primer momento, acariciando su pecho y me animé a más. Porque así era yo. Un segundo tímida, otro santa y de la nada la diosa sexual que todos deseaban. Mi mano siguió bajando por su pecho hasta llegar a su entrepierna y me atreví a tocar su entrepierna por sobre la ropa. Además quería saber que tal estaba la cosa ahí abajo, no iba a hacer tanto escándalo y no llegaba a la medida media. Hay cosas que una tiene que saber.

Lo escuché contener la respiración ante mi tacto y se alejó para mirarme a los ojos. Ya no tenían ese color claro, sino más bien oscuro que volvía loca a cualquiera. Por más que yo creyera que no era bonita para él o deseable o incluso suficiente, en ese momento su mirada me decía algo totalmente diferente. Pensé en las novelas románticas y comprendí que todo aquello era real. Que existía la química de piel y en ese momento la estábamos teniendo.

—Te estás portando mal, Lizzie.

—Aprendo rápido.

Se rió sobre mi boca cuando volvió a besarme y movió su cuerpo sobre el mío, sin sentir su peso, pero sintiendo todo su cuerpo pegado al mío. Podía sentir su erección (¡lo dije) contra mi cuerpo y me hacía soltar pequeños sonidos cada vez que se acercaba a mi porque no quería eso, no quería que tuviéramos ropa, quería algo más. Sin embargo, el muy maldito parecía querer ir demasiado lento y me estaba volviendo loca. Por suerte sus manos se colaron por debajo de mi camiseta y las llevó hasta uno de mis pechos.

No fue como mi experiencia con Matt, fue algo totalmente diferente y que me hizo sentir un pequeño hormigueo en el lugar donde tocaba, para luego viajar por todo mi cuerpo. No sabía que con un simple toque podía hacer tanto en mi, supuse nuevamente que se debía a nuestra química y todo lo que eso significaba. Sus besos bajaron por mi cuerpo y aprovechó que mi camiseta estaba subida para besar la piel de mi cuerpo ignorando todo lo que yo odiaba.

—Tengo muchas estrías... —comencé a decir tratando de no pensar en eso, pero obviamente fallando. ¿Qué iba a decir cuando se encontrara con mis marcas blancas y violetas? ¿O cuando me quitara el pantalón y viera que daño le hacía a mi piel por lo apretado que me quedaba? Me volví a poner nerviosa y lo miré sintiendo el miedo de vuelta.

—Tu y toda la población, Lizzie. No eres tan especial —me dijo con tono burlón, mirándome con una sonrisa divertida que me encendió aun más. ¿No era invierno? ¿Por qué hacía tanto calor? Se posicionó entre mis piernas e hizo algo que me causó mucha risa y no pude evitar reírme—. Yo también, en lugares que parece que tenía mucha grasa —me explicó y acto seguido se bajó un poco el pantalón para mostrarme que tenía estrías.

—Vaya, quien diría que Marcus Scott tiene estrías en el trasero.

—Es mi gran secreto, por favor no se lo cuentes a nadie. Perdería toda mi reputación como fuckboy —se burló de mí mientras volvía a mis labios y nos reímos los dos sin poder besarnos, porque había sido realmente gracioso en ese momento ver eso. Sentía una confianza a su lado que no había tenido con nadie y ni siquiera necesitaba alcohol para tenerla.

—¿Puedo ver más? Solo para comparar...

Marcus soltó una carcajada al escucharme y nos reímos juntos por unos segundos, sintiéndome tan bien junto a él que por momentos quería permanecer así. Mirándolo como una tonta enamorada y que él me contara porque tenía esas estrías. Marcus me observaba con tanto cariño que no sabía cómo manejarlo, simplemente mantuve su mirada mientras él acariciaba mi rostro.

—Me estás volviendo loco —soltó y creo que fueron sus mejores palabras desde que había empezado la noche. Además de segura, me hizo sentir sexy en ese momento, capaz de besar al chico con ravioles en vez de músculos—. Agradezco el día que te equivocaste de mail y me fijé en ti.

Sonreí enternecida al escucharlo y fui yo la que busqué su boca, queriendo dejar ese momento sellado con nuestros besos. Esos que podían durar largo rato como también segundos y en ese momento fue así, ya que ambos queríamos ponernos a hacer otras cosas. Sin embargo, Marcus se detuvo en seco por un momento al escuchar un ruido particular y al instante yo también lo reconocí.

—¿Dónde está tu perro?

—Con mi madre —susurró como si estuviera analizando las cosas y acto seguido, la señora Scott abrió la puerta de la casa como si nada.

¿Saben que quiero hacer? Un top de momentos vergonzosos que he pasado en mi vida. Tal vez y solo TAL VEZ sienta que no todo es tan terrible. Por ejemplo, en ese momento no iba a sentirme tan mal por estar queriendo tirarme al hijo de la señora que entró a la casa.

—¡Mamá! ¡Toca el timbre, maldita sea! —exclamó enfadado mientras la mujer comprendía que pasaba y se tapaba los ojos ante lo que estaba pasando. Me bajé la camiseta y me senté en el sillón mientras veía a Marcus ponerse la camisa con enojo. Entendía su sentimiento, por supuesto.

—¡Lo siento, lo siento! Pensé que estabas trabajando y vine a entregarte al perro. ¡Lo siento! —volvió a decir tapándose la cara con las manos y haciéndome reír un poco mientras me ponía de pie para caminar hacia la mujer—. ¿Están decentes ya? No quiero llevarme una imagen a casa.

—Sí, mamá...

Me reí al escuchar la voz de Marcus sonando como un niño enfadado y la mujer finalmente se destapó los ojos para observarnos. Era una mujer preciosa, no podía entender porque un idiota como el padre de Marcus la engañara. Con un cabello rubio ceniza, perfectamente arreglado y brilloso, unos ojos azules como los de su hijo, me miró de arriba a abajo, haciéndome sentir intimidada. Mis mejillas se sonrojaron al instante y me sentí pequeña al instante, o muy grande mejor dicho.

—Vaya, esto es un cambio.

—Y eso fue grosero —dijo Marcus acercándose a su madre y, al parecer, intercambiando miradas porque noté que ella lo observaba de un modo raro. Me reí sin poder evitarlo y me distraje jugando con el perro de Marcus que vino a saludarme contento de tenerme. Le di un par de besos a modo de saludo mientras el dueño de la casa y la mujer hablaban en susurros.

—¡Oh, lo siento! —exclamó al instante y se rió la mujer sin poder evitarlo—. ¿Eres Lizzie, no? Lo siento, no quiero ser la madre pesada que cae en la casa del crush.

—Soy más que un crush, mamá.

—Ya deja de corregirme —pidió ella y se acercó para extender su mano hacia mi. La tomé con una sonrisa, porque realmente no tenía ningún tipo de miedo o resentimiento. Me parecía una mujer muy bella y había escuchado cosas buenas de ella—. Soy Lisa Scott, mi hijo me ha hablado mucho de su empleada y de lo bonita que era. En persona es mucho más notorio. Que bonito cabello tienes.

Me toqué el cabello rojo despeinado por su hijo con vergüenza y le agradecí con una sonrisa. Bueno, parecía que no podía soltar una palabra. Es que tenía miedo de cagarla, como siempre.

—Bueno, claramente te has comido la lengua de la chica y eso significa una sola cosa. Debo marcharme.

—No, no, lo siento —me atreví a decir sincera, porque estaba un poco abrumada—. Solo estoy un poco sorprendida por toda. Soy Lizzie, Marcus me contó cosas lindas sobre usted. Sobre su profesión...

La mirada de la madre fue acusadora y Marcus se rio cuando se la dedicó, encogiéndose de hombros. Me gustaba la sonrisa que tenía en ese momento, era como un nene feliz por el encuentro a pesar de lo desastroso que había sido. Me miró con una sonrisa y yo se la devolví sintiéndome una tonta enamorada. Cuando volví la vista a la mujer la noté cómplice de nuestras miraditas y casi parecía contenta por aquello.

—¿Quieres quedarte a comer? —preguntó Marcus a su madre y yo lo miré, aunque tratando de entender qué estaba pasando.

Pero, señor, estábamos por hacer el delicioso. ¿Que hace?

Obviamente para él era importante, porque se lo notaba nervioso y algo entusiasmado, así que decidí no decir nada. Sabía que los hombres tenían una relación con las madres que a veces daba miedo, por eso asentí dispuesta a eso, porque realmente quería conocer a la mujer.



—¡Y ahí descubrí que Marcus tiene un ojo vago!

Me empecé a reír como cerdito otra vez, llevando la mano a la boca al darme cuenta que siempre había notado que sus ojos a veces eran raros. Marcus estaba rojo como la salsa de los fideos que había hecho y yo me encontraba en mi mejor momento. Al fin encontraba de que burlarme de él y que no fueran por estrías en el culo. Me miró divertido y tragó su fideo para mostrarme cómo hacía eso.

—Siempre lo he tenido, supongo que de chico nadie se dio cuenta que me estaba desviando el ojo solo —comentó en voz alta haciendo reír a su madre. Llevó un dedo delante de sus ojos y al moverlo un poco el ojo, que decía ser vago, lo siguió quedando casi bizco. Me entré a reír más sin poder evitarlo porque aquello era una locura.

—¡Ja! Ya decía yo que tenías que tener un defecto.

Él negó con la cabeza al escucharme decir eso y su madre nos miró casi enternecida, mientras que Marcus dejaba una mano en mi rodilla. Quería morirme de amor en ese momento, porque me encantaba que hiciera eso. Me ponía muy nerviosa, pero sentía que estaba dándome cariño frente a una persona que quería y sin ningún tipo de timidez. Estaba enloquecida por él, con los ojos brillando y contenta de tenerlo en la vida.

—Cuando era chico tenía sobrepeso —comentó su madre al pasar y los dos nos tensamos, porque era un tema que a mi me incomodaba. Marcus lo sabía y quiso hablar, pero su madre comenzó a hablar—. Su padre se indignó y dijo, muy enojado: "no puedo tener un hijo gordo". Tiene que ser perfecto. Se enojó conmigo por ser nutricionista y no darle la alimentación correcta, según él. Pero déjame contarte un secreto, Lizzie, mi hijo era el chico más sano de la clase.

—Mamá...

—No, no, Marcus. Déjame hablar porque Lizzie merece saberlo —empezó y yo cada vez me iba haciendo más chiquita ante una mujer como ella—. En el colegio un idiota empezó a decirle gordo y luego siguieron uno tras otro, chillando ruidos de cerdo cuando pasaba. Mi hijo, uno de los niños más buenos que conocí en mi vida, recibió miles de burlas. Llegaba llorando diciéndome que era feo, gordo y que nunca tendría futuro por su peso. Ahí le enseñé algo y quiero que también te quede a ti porque no te conozco, pero eres lo suficientemente transparente para entenderte. Marcus tenía diez años cuando lo obligué a someterse a dietas que a un niño de su edad no debían ser ni siquiera pensadas... sufrió por años y ¿sabes qué pasó? Jamás dejaron de burlarse de él.

Lo miré sin poder creer que alguien pudiera haberse reído de él, porque no podía creerlo. No solamente era exageradamente guapo, sino también un gran profesional, buena persona y lo suficientemente capaz para mover una empresa con la edad que tenía. Estaba enfadada con gente que ni conocía y eso era aún peor. O no, estaba enojada con la sociedad que catalogaban gordo a un niño.

—¿Qué terminó pasando? Sometí a mi hijo a miles de dietas y la sociedad lo siguió condenando. Cuando él solo siguió su vida se convirtió en este hombre precioso, capaz de entender que nadie tiene etiquetas y espero que lo cuides, Elizabeth, porque vale la pena.

—Me siento muy avergonzado ahora mismo, por favor...

—Y luego me hice nutricionista profesional porque no iba a dejar que nadie le dijera a otros niños que eran gordos.

Sonreí sorprendida por su historia y me quedé en silencio tomando la mano de Marcus entre las mías. Se lo notaba avergonzado, pero también dolido por lo que había pasado antes. Por lo que había sufrido y comprendía porque me entendía. Me gustaba entenderlo, me gustaba conocer a esa persona que tanto me gustaba.

—Que nunca nadie te diga quien y que eres, Lizzie. Jamás.



—¿Quieres quedarte? —me preguntó Marcus cuando notó que me estaba poniendo la chaqueta y buscando mi bufanda en algún lado de la casa, seguramente en el suelo. Su madre se había ido y no me había molestado en ningún momento su presencia. Más bien había disfrutado de escucharla hablar de ella, de Marcus, de cosas bonitas. Necesitaba un poco de ella, necesitaba de alguien que no me viera como una pelota.

—Creo que tuvimos un día muy largo —admití porque estaba un poco agotada para cualquier cosa.

—No tenemos que hacer nada, te puedes quedar a dormir...

—Creo que estoy un poco cansada de ti y necesito volver con mi gato.

—Vaya, ahora que sabes mi futuro y conoces a mi madre ya no me quieres.

—Me descubriste.

Se rió negando con la cabeza y me envolvió con sus brazos, haciéndome sentir cómoda, abrigada por su calor y querida. Esas cosas que no tenía juntas en ninguna oportunidad. Tenía suerte, no lo dudaba y con eso era muy feliz.

—Tengo un evento editorial el fin de semana —me empezó a contar, midiendo lo que decía mientras lo hacía. Yo escuchaba sabiendo que se venía lo peor. Seguramente iba a ir con alguna modelito y yo tenía que verlo por redes—. ¿Quieres venir conmigo?

Me sorprendí sin poder evitarlo y me quedé mirándolo comprendiendo que teníamos una relación. Que iba a invitarme a eventos y yo iría de su mano sintiéndome una diosa. O por lo menos él me hacía sentir como tal. Le deseaba eso a cualquiera: sentirse querida. Me había costado encontrarlo, pero me gustaba finalmente creer que había encontrado a esa persona capaz de hacerme sentir querida.

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