Señor Papa.
Capítulo III: Señor Papa.
¿Casandra? Todavía no podía quitarme ese nombre de la cabeza, estaba a nada de estrellar la frente contra la ventanilla, pero seguramente el taxista me cobraría extra el intento de estupicidio. Observé mi reflejo distorsionarse por el movimiento del carro, las lágrimas estaban ahí en mis ojos, no crean que no estaba llorando porque lo estaba haciendo. De una manera tan extrema que parecía que acababa de perder mi mano derecha, o a mi madre…no, sin duda la cuestión de la mano tendría un peso más emotivo. Era ridículo, me sentía ridícula. Pero no podía detenerme, mi cuerpo quería soltar todas esas lágrimas. Mis piernas querían soltarle una patada en la entrepierna a Eliot, pero en aquel instante lo máximo que pude hacer fue correr hacia la salida en busca de un taxi. Mi idea inicial era brincar debajo del mismo, pero cuando el hombre se detuvo frente a mis pies opté por sólo pedirle que me llevara a casa. El drama debía parar tarde o temprano.
Subí las escaleras arrastrando mi corazón y mi bolso, a esa hora pesaba mucho. No tengo recuerdos del momento de la transacción con el taxista, espero haberle pagado o sino siempre le podía decir que enviara la factura a nombre del cornudo, hijo de su mala madre de Eliot. Maldición, ¿por qué eso no se me ocurrió antes?
Al pasar delante de la puerta de Jace, noté que había un pequeño papel doblado pegado en la mirilla. Lo tomé, sabía que a mi vecino no le molestaba que hojeara su correspondencia legal o ilegal. Además me hacía falta la distracción.
“Pasé una noche estupenda, J. Espero para la próxima conseguir el resto de las letras. Tuya Flor.”
Flor siempre me sonó como nombre de zorrita barata, y a partir de ese momento comenzaría a asociarlo con mujeres tontas. Realmente no entendía cómo era que tantas chicas caían ante el encanto de Jace… ¡Y él ni siquiera se molestaba en decirle su nombre! Era de no creerse.
Abrí la puerta de mi departamento y solté el bolso sobre lo primero que se cruzó en mi camino; el espejo del recibidor quiso devolverme el reflejo pero rehuí de él como una vil rata herida. No soportaría ver como lucía en ese instante, el tiempo que mi vecino se había tomado para mejorarme había sido inútil. La triste realidad era simple, yo tenía mercadería de segunda para ofrecer y Eliot era de los que compraba sólo primera línea.
—¿Sam?—la voz que se proyectó desde la cima de la escalera me sacó de mi ensoñación.
—¿Sigues aquí?
Jace estiró los brazos hacía arriba, haciendo que su camisa de deslizara con el movimiento y parte de su vientre plano quedara a la vista. Apostaba que tenía todos esos numeritos ensayados; él desperezándose era una imagen por la que muchas pagarían. Podría tomarle una foto, seguramente la tal Flor me daría algo por ella.
—¿Por qué volviste tan temprano?—inquirió el “dueño y señor” de mi casa que al parecer pagaba mi renta, por lo tanto debía darle explicaciones—. Y… ¿por qué traes esa cara?
Así que lo había notado, entonces estaba peor de lo que la ventanilla del taxi me permitió contemplar. Me encogí de hombros arrastrando mi humanidad hasta la cocina, no tenía ni fuerzas ni voluntad como para poner a Jace en su lugar. Lo único que necesitaba era un pote de helado, una barra de Toblerone, la caja de clínex y mis Dvds de Bridget Jones.
—Sam, ¿qué mierda pasó?—Jace siempre tan políticamente correcto al expresarse, me dejaba sin habla.
—Nada.
Él llegó a la cocina justo en el instante en que yo rescataba a mis aliados para esa noche.
—¿Nada? ¿Y por qué el chocolate y el helado?
Lo miré frunciendo el ceño.
—No es de tu incumbencia, vete a tu casa la intrusa ya se marchó—Pero él no movió ni un pie ante mi pedido, cubriéndome la única salida hasta mis películas de desahogo—. Déjame pasar.
—Cuéntame
Negué, había cosas que las chicas sólo debían hablar con chicas. La cuestión es que yo no era de hacer muchas amigas, claro las mujeres me hablaban, pero nunca al punto de simpatizar profundamente. No tenía hermanas del alma, o pulseras de la amistad, ni tampoco esos dijes que se partían a la mitad. No, yo no compartía mi vida con muchas personas. Extrañamente al único que le pregonaba esa familiaridad, estaba de pie frente a mí esperando una explicación. El mundo y sus frenéticas vueltas, nos dejaba en lugares inesperados.
—Simplemente no funcionó.
—¿Eliot y tú no bailaron?
Abrí el helado, veía que la conversación se iba para largo y necesitaba algo de valor dulce.
—Bailamos…—Una gran cucharada de jarabe de chocolate inundó mi boca. Dulce elixir de la salvación.
—¿Y?—me encogí de hombros —. ¿Otra vez no hizo nada?
—Hizo…—rompí mi Toblerone para hundirlo en el helado, luego me asesté un gran bocado.
—Pero…—Jace aguardó pacientemente hasta que terminase de mascar, había algo en su expresión de preocupación que pareció darle una patada a mi corazón maltrecho.
Lucía tan patética que hasta Jace sentía pena de mí, esto era el límite de humillación permitido para cualquiera en una vida. Definitivamente las cosas no podían ponerse peor, ¿verdad?
—Me pidió que le hiciera el puente con Casandra—Luego de esa valentía, me recompensé con otra cucharada de helado.
—¡Figlio di puttana!
No pude evitar reír al oírlo soltar una grosería en italiano. Jamás se me había ocurrido preguntarle a Jace de dónde era, a decir verdad hablaba perfectamente el idioma por lo que no aparentaba ser de otro lugar. Pero las pocas veces que su temperamento salía a flote, soltaba palabrotas en italiano que vaya mierda… lo hacían ver muy sexy. Quizás había aprendido el idioma para impresionar a las mujeres y debo admitir que era un buen recurso.
Entonces recapitulé la razón de su maldición y volví a desinflarme. Bajé la vista hacia mi helado a tiempo de ver como una lágrima aterrizaba entre el sabor cookie y el de arándanos.
—Oh venga, Sam, no llores.
¿Por qué las personas pedían a alguien que no llore cuando lloraba? ¿Acaso no notaban que eso provocaba el efecto contrario? Más lágrimas rodaron por mis mejillas, en tanto que escuchaba a Jace murmurar una serie de frases que para mí no tenían sentido.
—Vete a tu casa, Jace.
Él se detuvo para observarme y luego sacudió la cabeza en una negación.
—¿Qué me vaya dices?—asentí—. ¿Para que tú puedas echarte en el sofá a llorar por el tortugon? Sam, ten algo de amor propio por favor.
—Como si lo regalaran en las esquinas, es muy fácil para ti decirlo…eres así—Lo señalé y él se miró la camisa contrariado.
—No es cuestión de apariencia, ¿no dices eso todo el tiempo?
Le envié una envenenada mirada de advertencia.
—Pues al parecer estaba equivocada, todo es sobre la apariencia. Como no tengo un escote relleno con melones o un culo de pasarelas, no soy nadie.
Jace puso los ojos en blanco, tomándome de la muñeca para sacarme de la cocina. Lo seguí a regañadientes.
—Sam, tienes otros atributos.
Chasqueé la lengua, mi vecino parecía un padre diciendo que su hijo era la cosa más mona del mundo. Por supuesto, esa creencia es una obligación moral y no una aseveración fehaciente. Nadie puede fiarse de las palabras de un padre, de una madre (amorosa) o de un amigo.
—Lo que sea, Jace…—me liberé de su amarre. Era suficiente de mi triste actuación; debía calmarme, centrarme y llevar las cosas al terreno de lo coherente. Si lo veía de un modo pragmático, no había perdido nada realmente. Así que basta de hacer el ridículo frente a mi vecino, era hora de moquear en la soledad de mi habitación—. Márchate, por favor.
—Y entonces deberé regresar a las tres de la mañana, mientras cantas All by myself e intentas atragantarte con el helado de limón.
Eso había pasado una vez y él nunca me lo iba a dejar olvidar. Fue durante la época en la que Eliot se había conseguido una novia, no pasaba noche en que no me hundiera en helado y canciones de romance sobre corazones rotos.
—No tengo helado de limón, así que puedes ir en paz.
Él observó el pote en mis manos y luego mi rostro, se quedó en un silencio analizador por largo rato hasta que de súbito tronó los dedos.
—¡Tengo lo que necesitas!
Sacudí la cabeza, yo ya tenía lo que necesitaba y si continuaba con esa conversación, mi necesidad terminaría como un pegote en el piso de cerámicos.
—Jace, agradezco que intentes ser amable conmigo, sé que eso está requiriendo mucho de tu concentración. Pero por ahora, sólo deseo estar sola.
—Voy a mi departamento—«¡Al fin!»—. No te muevas de aquí—Lo vi marcharse a paso rápido y me detuve a pensar, ¿qué no me moviera? ¿Por qué no me movería? ¿Acaso planeaba…?—. ¡Regreso!—exclamó desde la puerta respondiendo mi pregunta no formulada.
Una mujer inteligente habría aprovechado ese momento para cerrar con llave, colocar una escoba trancando la entrada y echar una línea de sal que lo mantuviera lejos de mi morada. Eso habría hecho una mujer inteligente, en cambio yo fui hasta mi sofá y me hundí en mi miseria, medio kilo de helado y un cuarto de Toblerone. Jace regresó al cabo de unos minutos, cargado de botellas de alcohol, cervezas y petacas de licores.
—¿Qué carajos…?—inquirí mirándolo con la boca abierta, él me sonrió encantadoramente. Él siempre se veía encantador, era el modo en que el karma y Dios me recordaban que yo no les agradaba ni un poquito.
—Si te vas a poner triste, sólo será una noche y al estilo de los hombres—me arrebató mi helado y yo gemí de frustración, pero no hice esfuerzos por recuperarlo tampoco—. Toma esto.
Cogí la bebida que me pasaba y le envié una mirada especulativa a mi vecino. No tenía ni idea qué era el contenido medio marrón oscuro que guardaba la botella, pero al ver que Jace esperaba por un movimiento mío, hice lo más lógico. Le empiné un trago largo y revitalizador. A decir verdad era delicioso, sabía a café.
—¿Qué es?
—No tengo idea…—me dio otra botella, la cual acepté de buen grado. Ésta era azul al igual que el líquido en su interior, su sabor fue difícil de definir pero no estaba mal. Extendí una mano pidiéndole otra y él obedientemente me pasó una tercera botella, por supuesto que tomándose un trago de prueba antes—. Así se hace, Sam. Al terminar no recordarás ni tu nombre mucho menos el del tortugon.
—No le digas…—respondí entre sorbos, pero me detuve abruptamente —. Al demonio es un marica cara de mierda—Le di otro trago a la cuarta botella, para luego mezclar el contenido con el de la primera.
—¿Eso es lo mejor que tienes?—Jace se acercó a mí, colocó su mano en mi garganta e inclinó mi cabeza hasta que mis ojos se toparon con el cielo raso. Repentinamente sentí que colocaba el pico de otra botella en mis labios y comencé a beber, pero cuando mis pulmones hicieron amago de reclamar oxigeno Jace no me liberó. Le golpeé para que soltara, y él me hizo señas de que tomara. Lo hice, y continué haciéndolo hasta que el oxigeno fue lo último que me importó.
¿Respiraba antes yo? ¿A quién mierda le importa?
***
Debía de parecer una idiota mirando fijamente ese punto en la alfombra, pero no tenía fuerzas para despegar mi barbilla del suelo. La posición hasta comenzaba a parecerme la más cómoda que jamás hubiese encontrado, por alguna razón estando así el mundo se quedaba quieto. Y mientras eso ocurriera, no habría fuerza humana que me levantara del piso.
—Tengo…—escuché la voz de Jace llegar a mis oídos, pero no pude determinar dónde estaba, ¿estaba siquiera? Quizás sólo era mi subconsciente que repentinamente comenzaba a sonar como un hombre, sí, sin duda debía de ser eso —. Tengo… sangre en mis manos.
Así que mi subconsciente había matado a alguien, bien. Mejor él y no yo, lo acusaría ante la primera oportunidad.
—¿De… qué?—Tuve que rotarme hacia la derecha para hablar y ese minúsculo movimiento puso el cielo en el piso, ¿o sería el piso en el cielo?
—No lo sé…es una forma de… de decir.
—¿De—de decir qué?—tartamudeé imitando su ritmo, pero creo que él ni lo notó.
—¿Por qué…? ¿Por qué me haces tantas preguntas? ¡¿De qué me acusas?! ¡Yo no he hecho nada!
Entonces una de mis neuronas chocó contra otra y se produjo lo que la gente común conoce como un pensamiento. Estaba hablando con Jace, sobre algún tema que involucraba culpas, rencores, recelos...¡mierda! hablábamos de antiguos amores.
—Estás ebrio, y cuando estás ebrio dices idioteces…cuando no lo estás también pero más cuando lo estás que cuando no lo estás—sentí movimiento a mi lado y el mundo se inclinó peligrosamente hacia la izquierda. ¡Oh no! Los chinos se caerían con esa sacudida…—. ¡Sujétense voy por ustedes!
Y tuve la magnifica idea de ponerme de pie…desde allí el piso se veía muy lejos y Jace muy desalineado.
—¿Vas… a ir por quién?—preguntó observándome con ojos vidriosos—. ¡¿Vas a ir por quién?!
—¡Por los chinos!
Él asintió solemnemente e hizo amago de ponerse de pie también, pero tras pestañar con fuerza se dejó caer nuevamente al piso.
—Vayamos por ellos, los viernes tienen la carne a mitad de precio—espetó alzando una mano en el aire. Asentí, ese local en más de una ocasión nos había salvado, se lo debíamos como los ciudadanos agradecidos y aguerridos que éramos.
—Bien, necesito un trago antes de salir…
—Se acabo.
—¡Pues vayamos por más!—exclamé acongojada—. ¿Acaso esto no era para olvidar? Porque yo todavía recuerdo…—mi voz comenzó a vibrar con el inconfundible tono de las lágrimas; allí iba de nuevo—. La primera vez que lo vi estaba sacando copias en una maquina…
—¡Shh! ¡Silencio, silencio!—Jace se abalanzó sobre mí para cubrirme la boca, a pesar de que yo sólo quería acabar mi discurso de “cómo ser patético y sentirse orgulloso”—. Lo harás llorar…
Me encogí de hombros sin comprender y él lentamente levantó su mano.
—¿A quién?—dije con la voz en un susurro.
—Al señor.
—¿Dios?
—No, al señor del piso de enfrente… nos está observando hace un largo rato…—llevó su vista hacia la ventana—, comienza a ponerme nervioso.
También miré corroborando que como bien decía Jace, un par de ojos destellaban en el balcón del edificio que nos enfrentaba. Y hasta ese instante, me percaté de que mis ventanas parecían un escenario directo a todas nuestras idioteces diarias. Quien fuera el que nos observaba, se las pasaba en grande y completamente gratis. Desgraciado él y toda su progenie.
—¿Crees que nos quiera secuestrar?—Jace se volvió como si estuviese por decir algo, pero luego simplemente encogió un hombro—. Tal vez para meternos en una red de trata de blancas, he oído que eso está de moda.
—¿No secuestran vírgenes?—inquirió completamente serio.
—No lo sé, quizás… quizás deba hacerme monja…—reflexioné “coherentemente”, mientras me dejaba caer en mi sofá que rechinó bajo mi peso de modelo esquelética.
—¡Para eso definitivamente debes ser virgen!
Solté un bufido al oír aquella ridiculez.
—¿Y quién lo dice?
—Am… todo el mundo lo sabe.
—¡Patrañas! ¿Cómo verifican… cuál monja es virgen y cuál no?
Jace guardó silencio por varios segundos, llegué a pensar que se había dormido o muerto de pie. Ambas teorías eran muy posibles.
—Pues…debe haber algún modo de averiguarlo
Maldije entre dientes, yo era vecina de ese hombre, ¡qué Dios se apiadara de mí!
—¡Qué modo, ni que ocho cuartos! No hay modo, no se puede saber… fin de la discusión. Seré monja.
Él fue hasta mi lado y también se sentó en el sofá; parecía bastante ensimismado en sus pensamientos. Era eso, o estaba a punto de perder la consciencia; entonces me percaté sorpresivamente que esa noche estaba particularmente especulativa y me agradaba. ¿Sería ésta la etapa intelectual del ebrio? ¿Tendría una parte intelectual alguna vez en mi vida? ¿Debía estar ebria para conseguir tal grado de luminosidad? No, definitivamente pensar estaba sobrevalorado.
—Deberíamos preguntar antes, porque sería muy triste que te rechazaran por haber… dejado que el pájaro comiera y volara.
Ambos nos miramos seriamente, para luego romper en fuertes carcajadas sin sentido ni propósito, se sentía tan bien ese momento. No había malos pensamientos ni otra cosa que oscureciera mi mente, mi problema más inmediato era saber si podía o no ser monja. La vida estaba bien así, en ese instante deseé poder congelar el tiempo.
—Y, ¿a quién le preguntamos?
Jace brincó en su lugar y con movimientos demasiados fluidos, para alguien que había ingerido tanto alcohol, se dirigió hasta mi ordenador.
—El Papa seguro que sabe…—Pude ver sus acciones sin necesidad de despegar mi trasero del sofá, Jace abrió el navegador y luego la casilla de email.
—No uses mi casilla, no quiero que me encuentren aún…—Era de vital importancia para mí no ser localizada por el Vaticano, hasta no estar cien por ciento segura que me aceptarían en su orden.
—Ok…—murmuró tras unos minutos de golpear teclas sin ton ni son—. Creo que ya está.
—Léelo.
—“Querido señor Papa…”
—¿No crees que ese “querido” es muy… informal?
Él se volvió para mirarme sobre el hombro, su gesto claramente indignado.
—Es el Papa, Sam, él es querido por todos—No supe cómo responder a esa afirmación, así que le hice una seña para que continuara—. “Querido señor Papa, mi amiga y io querremos…en raelidadad precisamos sber con Urgencia…¿las monajas deben ser vírgeneses? Es—peramos que nos pueda responder cuantoss anets. Sus fiel ateo, Jace.”
Fruncí el ceño tratando de interpretar sus palabras encriptadas, luego me golpeé los oídos pensando que comenzaba a oír mal. Todo era posible, tanto como que Jace hubiese leído fielmente lo que sus dedos alcoholizados hubiesen tecleado.
—¿Dónde diablos aprendiste a leer? ¡No se te entiende nada!
Él no respondió pues se veía bastante enfrascado en el asunto de su carta al Papa y yo decidí no molestarlo, era un tema importante el suyo. Además yo sabía que la solución no era hacerme monja, no necesitaba ser monja para no tener contacto con los hombres, simplemente debía de dejar de importarme por ellos.
Los hombres y yo teníamos un largo prontuario de malos entendidos, era obvio que el universo quería que llegase a mis treinta poseyendo un gato por cada año de vida de solterona. Si empezaba a juntar mininos, en cinco años tendría los suficientes para consagrarme como una solitaria, destinada a alimentar bolas de pelos maulladoras por el resto de mis días. Ni siquiera me gustaban los gatos, pero por el bien de los estereotipos haría el esfuerzo.
—Debería…sólo dejar de intentarlo—mascullé a nadie en particular.
—¿Intentar qué?
—Buscar hombres, obviamente eso no me funciona.
Jace dio un cabezazo con lo que supuse me otorgaba la razón.
—Podrías hacer eso, o también podrías escribir una lista de lo que quieres. Si… el hombre no cumple con los requisitos, entonces lo botas…incluso antes de la primera cita.
Una luz parpadeó en mi cerebro y una pequeña sonrisa tiró de la comisura de mis labios, eso era una idea…
—¡…completamente estúpida! Buscar a un hombre, no es como ir al mercado por la comida del mes—me silencié un instante, Jace continuó haciéndole retoques a su carta completamente ajeno a mis cavilaciones—. Aunque sí ahorraría tiempo… pero no, no quiero seguir involucrándome con nadie.
—No te has involucrado con nadie, te dieron el plantón antes—Él comenzó a reír fuertemente por su propio comentario, pero yo no hice amago de sonreír siquiera. Jace al no oírme seguirlo, se volteó para mirarme y la sonrisa lentamente se disolvió de sus perfectos labios de Dios griego, él realmente debería plantearse una carrera en el modelaje. Hasta haciendo puchero se veía bien el condenado—. Bien, lo siento… lo primero sería que no fuese un idiota, ¿verdad?
—Que no fuese un idiota como tú, dirás.
Jace tipió algo en el ordenador y volvió a mirarme, la sombra de una idea se dibujó en sus rasgos.
—¿Qué más?
Vi cierto brillo infantil en sus ojos y mientras me hacía de una copa de “algo” abandonada en la mesita de café, me dirigí junto a mi vecino.
—¿Qué se supone que debo decirte?—inquirí dándole un trago largo a la copa.
—Lo que quieres en un hombre, los atributos que consideres dignos de tu pareja perfecta.
Con esa aclaración expuesta, comenzó el juego de soltar adjetivos para mi hombre ideal. En aquel momento de ebriedad poco me importaba lo que decía y me reía a mandíbula batiente frente a las acotaciones de Jace. Prever lo que se avecinaba con toda ese juego, nunca siquiera hizo amago de cruzar por mi mente. Y mientras remarcaba en el punto siete que mi hombre perfecto, NO debía llamarse Eliot por ninguna razón, comencé a tomarle cierto gustillo de desahogo a esa lista infernal. Donde había tanta estupidez acumulada, que sería un milagro que un ser humano pudiese juntar tantos atributos en una sola vida.
—¿Alguno más?
Solté un suave suspiro.
—Que me ame.
—Ese me gusta…—susurró Jace, escribiendo el nuevo ítem—. ¿Se te quedó algo?
—Sí…—espeté resuelta—, y será lo último—mi vecino clavó su mirada gris en mis ojos y yo le sonreí antes de agregar en un murmullo de voz—: Que sea real.
Él asintió a mi pedido y tras sellar aquella lista con un roce casual de mi dedo sobre la última palabra, me arrastré hasta mi sofá satisfecha conmigo misma. Clavé la cabeza en el almohadón más cercando y luego me entregué voluntariosamente a las sombras del inconsciente. Por esa noche, no habría más pensamientos que la simple necesidad de no ahogarme con mi vomito en plena madrugada.
Y claro, esperar la respuesta del Papa, ese era un pensamiento que me tendría en vilo por largo tiempo…
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Por ahora dejamos acá, este cap era un poquito más largo que el anterior. Pronto voy a traer el cuarto.
Como nota el pie digamos que no tengo nada en contra de las personas cuyo nombre sea Flor, ese comentario es más bien una broma hacia mí misma, porque ese es mi segundo nombre. Lo aclaro, para no ofender a ninguna Flor. xD
En fin, espero que les haya gustado y bueno ya me dirán...acepto comentarios, votos o dinero ¿? Nah es broma... bye ^_^
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