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9

Lobería

Aldea de Mar Camping


Eros buscó durante tres horas a Nieves, si la perdía en verdad sus padres lo iban a golpear y él no se lo iba a perdonar jamás. Después de todo debía reconocer que las peleas y discusiones que tenían le gustaban y mucho. La encontró sentada a orillas de la playa que pertenecía al camping.

La vio cabizbaja y absorta en sus pensamientos.

¿Fifi? ―la nombró y ella levantó la cabeza.

Se puso de pie y él fue a su encuentro para abrazarla por los hombros.

―Qué bueno que te encontré. He estado buscándote por tres horas ―dijo contra su pelo y ella quedó con los ojos muy abiertos de la impresión―. Te pido disculpas si te hice sentir mal con lo que te dije dentro de la carpa, no lo expresé de mala manera pero tampoco debí besarte.

―Ya déjalo, no pasa nada ―admitió separándose de él y poniendo sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo inflable.

―¿Todo bien entonces? ―preguntó frente a ella.

―Sí, todo bien.

Él extendió la mano y ella la miró. La aceptó sin dudas.

―¿Amigos?

―Amigos ―habló la joven afirmando la nueva categoría.

―Me parece bien.

El mecánico se quedó a su lado y luego desapareció de su vista, cuando la muchacha se giró para mirar hacia atrás, lo vio mear en un árbol.

―¿Qué haces? ―se le desencajó la cara.

―No aguantaba más. Casi reviento ―la miró de reojo y estando de espaldas.

―Eres un puerco. Te tocas tu parte íntima y luego te pasas las manos por otros lugares. Que asco. Ni se te ocurra tocarme ―abrió más los ojos quedando estupefacta.

―Hay unos baños cerca de aquí.

―¿Y por qué no fuiste?

―¿Y que me meara encima? No. Iré ahora a lavarme las manos.

―Más te vale.

Por pocos minutos todo quedó en silencio hasta que ella escuchó pasos por detrás por las hojas y ramitas que crujían en el suelo.

―Listo, ya están bien lavaditas ―le acercó una mano a la cara femenina y con la otra la sujetó de la nuca para hacer presión con la que tenía sobre el rostro.

―Te pasas, Eros ―dijo ella refunfuñando y dándole un golpe en el brazo.

―No te enojes tanto, te había dicho que debías disfrutar de este fin de semana, ¿o me equivoco? ―la abrazó por los hombros para empezar a caminar de regreso a la carpa.

―No te equivocas. ¿Por qué tanta amabilidad de repente y tanto apego?

―Por nada en particular, aquí estamos iguales, no hay ninguna diferencia de clases que te puedas imaginar y como casi siempre lo sacas a relucir, acá solo somos Nieves y Eros ―confesó con una mano en el bolsillo de su pantalón de mezclilla y con el otro brazo manteniéndola cerca de él.

―Posiblemente tengas razón.

―A veces eres muy difícil fifi.

―Tú no te quedas atrás guarro.

―Lo sé pero tú tienes la culpa de ser así.

―Convengamos que los dos tenemos la culpa, no solo yo.

―Tú pinchas y tiras de la soga, no digas lo contrario ―emitió él.

―Puede que te lo acepte, pero no estoy convencida.

―Claro que nunca lo estarás ―rio por lo bajo.

Continuaron caminando en silencio y sin pelearse.

―¿Comiste?

―No, estamos juntos este fin de semana, creo que sería de egoísta comer solo.

―Bien porque tengo hambre.

―Apuremos la caminata entonces ―sonrió y ambos se miraron.


•••


Dos horas después de haber almorzado tarde, él se encontraba ajustando las clavijas de la guitarra y ella leyendo un libro.

―Esta noche podríamos hacer la fogata, ¿qué opinas?

―¿La estás ajustando por eso?

―No pero lo estaba pensando.

―Como quieras. No tenía idea que tocaras la guitarra.

―Tengo artes ocultos ―rio por lo bajo.

―No me pareces tan misterio, guarro.

―Temblabas cuando estabas en el colchón debajo de mí...

―No vayas por ahí ―contestó sin apartar la vista de la lectura.

―No te conviene, ¿verdad? ―volvió a reír.

―Diría que a ti no te conviene... ―acotó mordaz.

―Claro...

Fifi lo miró con los ojos entrecerrados mientras este continuaba con su guitarra y luego volvió a poner la vista en el párrafo que estaba leyendo.

De aquella manera estuvieron sin hablarse. Ya entrada la noche dejó el libro dentro del bolso y decidió preparar algo para que los dos comieran. Era corned beef cortado en trocitos con granos de choclo y tomate.

―Preparé la cena ―comentó cuando salió de la carpa y puso el bol sobre la pequeña mesa redonda y dos tenedores dentro del recipiente.

―¿Qué vamos a cenar, amorcito? ―preguntó con algo de burla en la última palabra.

―No te hagas el agradable... Picaremos en un bol, choclo, tomate y corned beef.

―¿Y para beber?

―No elegí de la valija.

―He traído botellitas de cerveza, algunas gaseosas y agua.

―Preferiría agua.

―Bueno ―dijo y entró a la carpa para buscar dos botellitas, una de agua y otra de cerveza.

Se sentó en la sillita y destapó ambas botellitas.

―Gracias. ¿Dónde quieres hacer la fogata?

―Podemos hacerla en donde te encontré, es un lugar alejado y apto para fogatas.

―De acuerdo.

―¿Por qué no pruebas un poco? ―le ofreció de su botella.

―No me gusta la cerveza, gracias igual.

―Esta es suave. Prueba.

―Como insistes eh ―le dijo resignada y tomó en una mano la botellita para llevarse el pico a la boca.

Dio el primer sorbo ahogándose y entre tos, y tos se la devolvió.

―Eres flojita ―rio por lo bajo.

―Y tú insistes.

―Solo para aflojar el ambiente.

―¿Cuál ambiente? ¿Por qué mejor no cenamos y listo? ―inquirió tajante y molesta.

―De acuerdo, fifi.


•••


La fogata desde hacía tiempo estaba encendida y daba calor al ambiente en donde se encontraban al aire libre y casi a orillas del mar. Eros tocaba la guitarra con una melodía suave y atrayente, Nieves se quedó absorta mirándolo casi a su lado.

Unas risitas se escucharon muy cerca de donde estaban y aparecieron las tres chicas que antes habían conocido.

El rostro de Nieves cambió completamente.

―Qué lindo tocas ―expresó una de ellas.

―Escuchamos una melodía y fuimos caminando hasta dar aquí ―dijo la morena.

―Qué casualidad ―acotó Fifi entre dientes.

Eros la miró y sonrió de lado.

―¿Has tocado siempre?

―Retomé la guitarra hace pocos meses.

―¿Qué más sabes hacer? ―preguntó la castaña ladeando la cabeza y en tono sugerente.

Fifi revoleó los ojos.

―Ya empezamos de nuevo ―susurró la argentina y Eros casi se carcajea al escucharla.

―Solo tocar la guitarra.

―Debes de tener algo más oculto. Esas manos no creo que solo sepan tocar una guitarra ―admitió la rubia platinada.

Las indirectas estaban flotando en el aire que respiraban, las tres chicas no querían saber nada con acordes de guitarra sino con el hombre.

―Nenas, ¿no tienen sueño? ―escupió ella.

―La noche es joven, a menos que tú seas una vieja aburrida ―acotó la rubia oxigenada con sorna.

Fifi casi se levanta de donde estaba sentada cuando la escuchó.

―Este que toca la guitarra les dobla la edad, no piensen lo contrario y tú seguro ni siquiera te debes saber limpiar el culo ―sonrió con burla sin mostrarle los dientes.

El mecánico giró la cabeza para mirarla con atención y se divirtió por dentro.

―Será mejor que me vaya a dormir, sino esto se pondrá peor, disfruten de la noche que es joven. La vieja aburrida se va a dormir ―anunció y se levantó al fin del tronco―, ahí te dejo el criadero de perritas.

Caminó pasando por el lado de las chicas sin mirarlas, se abrazó a sí misma tapándose más con el abrigo. Se lamentó cuando se dio cuenta que había actuado como una idiota, resentida y celosa. Ni siquiera era alguien de él como para haberles dicho aquello.

En la fogata, Eros les habló;

―Es mejor que todos nos vayamos a dormir.

―Queremos estar contigo ―fue muy directa la morena.

―Deberé negarme, no sé de qué manera quieren estar conmigo, y tampoco quiero saberlo la verdad.

―Puedes continuar tocando y después quien sabe... ―respondió la rubia con sugerencia.

―Gracias por la oferta pero no quiero nada con ustedes. Así que será mucho mejor si vuelven a su carpa y yo a la mía, no pretendo mezclarme con ninguna de ustedes.

El hombre se levantó y pasó por el lado de ellas también. Dejó a las tres sin saber qué hacer. Él continuó caminando en la misma dirección que había caminado Fifi. Cuando llegó, él entró a la carpa viéndola de espaldas a él y echa un bollito. Dejó la guitarra en un rincón y de a poco se fue desvistiendo para quedarse con una camiseta y el bóxer. Entró a la cama y la abrazó por la cintura para luego echar a un lado su cabello suelto y darle un beso en su mejilla.

Fifi... no te pongas así ―acarició su oreja con la punta de su nariz.

―No estoy enojada, creo que he sido una tonta por haberme puesto así.

―¿Celosa? ―sonrió sugerente.

―No... Bueno, lo parecía y soy una estúpida porque no somos nada, solo vecinos.

―Porque tú lo quieres ser ―dijo por lo bajo.

―No seas tonto... ―se giró para mirarlo casi a oscuras.

«Qué ganas tengo de darle un beso...», pensó ella.

―Yo no tenía ganas de pasar la noche con ellas, solitas se han creado la película en sus cabezas.

―Soy la vieja aburrida, la celadora como me llamaste ―rio antes sus palabras.

En las risitas de ella, él la besó de nuevo, él se separó de ella y Nieves lo sujetó de las mejillas para besarlo otra vez. Pero cuando siguieron con el beso, decidió frenarlo y se sentó en el colchón.

―¿Qué te pasa? ―quiso saber sentándose a su lado también.

―Nada, estoy muy confundida.

―No debes sentirte confundida por los besos que nos damos.

―No es nada normal besarse porque sí ―le dijo y sin querer su pierna rozó la suya―, ¿tienes short?

Él frunció el ceño.

―No, el bóxer.

―¿No podías ponerte algún pantalón deportivo?

―No... Quiero torturarte ―expresó entre susurros y besándola de nuevo.

―Ya basta... No me está haciendo nada bien que me beses como si sería alguien para el descarte ―contestó incómoda.

―Te recuerdo que tú eres la estrecha conmigo. La estiradita, no yo ―comentó petulante.

―Buenas noches ―acotó volviendo a acostarse de costado.

El mecánico revoleó los ojos y agachó la cabeza resignado. Se acostó también y la abrazó otra vez, ella forcejeó para soltarse pero él insistió y la afirmó más cuando pasó una de sus piernas sobre las de la joven.

―Te quedas quieta, te vas a congelar si no dejas que te abrace.

―No me importa.

―¿Segura? ―cuestionó con burla y risitas―. No lo creo, puede que si no te abrazo para mantenerte caliente durante la noche, tirites de frío y no puedas dormir.

―A ti te encanta arrimarte.

―No con cualquiera. Y estaba más que claro que no con esas tres.

―Estaban tan animados que pensé que era necesario irme.

―Las hubieras sacado tú con esa lengua que tienes y nos habríamos quedado los dos solos por más tiempo.

―¿Y empezar una pelea? No, gracias. Ya me sobra con tener una guerra contigo.

―Podemos hacer el amor y no la guerra ―su voz melodiosa y sarcástica hizo reír a Nieves.

―Tú deliras... Buenas noches, guarro.

―Buenas noches, fifi ―le dio un beso en la mejilla.

No pasó mucho tiempo en donde empezó a sentirse un olor particular.

―¡Noooooooooooo! ¡Eres un puerco! ―gritó asqueada golpeándole los brazos.

Eros comenzó a reírse a carcajadas y echó el cobertor hasta arriba de la cabeza para ahogarla.

―¡Asco daaaas! Deja que respire... puercooo, guarro e insolente ―escupió muy enojada―. Ni respeto me tienes.

―Un pedo no hace mal a nadie y era mejor echarlo que reventar.

―No seas un imbécil... asqueroso ―emitió molesta.

―Ya que estamos en confianza, tú te puedes echar uno también.

―Ni lo sueñes.

En el forcejeo, él volvió a besarla.

―Ya que no puedo hacer el amor contigo, pues hagamos la guerra, te eché una bomba de olor. ¿Piensas defenderte o cantaré victoria? ―rio mientras se lo preguntaba.

Nieves intentó estirar la mano hacia el borde del cobertor para sacar la cabeza afuera pero él se lo impidió sujetándola sin hacerle presión la muñeca.

―No chiquita, las manitos dentro también.

―No seas así, quiero dormir, Eros.

―De acuerdo... Vamos a dormir ―admitió y finalizó con un beso.

―Ya deja de besarme... por favor ―casi lo dijo sollozando.

El mecánico escuchó el tono de su voz pero no le respondió más nada. Echó hacia abajo el cobertor y la sábana, y la abrazó de nuevo para dormir por definitiva.

―Buenas noches Nieves.

―Buenas noches Eros.

Él no pudo evitar besarla detrás de la oreja y ella se durmió abrazada al hombre que tenía a sus espaldas y con la respiración lenta que sentía en su cuello.

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