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Casa del mecánico...


Nieves había quedado un poco incómoda con la actitud que el guarro tuvo con ella, pero lo peor había sido que no le había disgustado, ni siquiera se sintió asqueada por su gesto. Frunció el ceño cuando él dejó su mano sobre la mesa. Había quedado de repente molesta porque dejó de tocarla así.

―Bueno, creo que me he quedado mucho aquí. Gracias por la merienda.

―¿No quieres quedarte un rato más?

―No... ¿Y Júpiter?

―En mi cuarto.

―Ah, en fin... volveré a mi casa.

―Gracias por el gesto de la tarta de limón, estuvo sabrosa.

―Me alegro ―se levantó de la silla y la acercó a la mesa.

―Antes que te vayas, creo que necesitas quitarte algo ―comentó levantándose él también y yendo al fregadero para mojar el trapo de la cocina.

―¿Qué cosa? ―preguntó abriendo más los ojos y sorprendida.

―Aparte de lo estirada que eres... ―acotó con un poco de gracia y acercándose a ella.

―¿Qué piensas hacerme? ―miró el trapo y lo miró a él.

―Nada... que no quieras ―volvió a guiñarle un ojo y sonrió de lado.

La muchacha caminó unos pasos hacia atrás, y terminó quedándose contra la pared. Eros levantó el brazo y acercó el trapo mojado sobre la piel de ella. Solo le había quitado el merengue de la tarta de la comisura del labio.

―Listo, ya estás limpita como una niña decente... aunque no tan buena ―casi se le carcajea en la cara.

―Soy buena. Y gracias ―tragó saliva con dificultad.

―¿Crees que eres buena? Pues comienza a ser ubicada cuando abres la boca.

―Si veo algo que no me gusta te lo haré saber.

―¿Y ahora lo que ves? ―cuestionó haciendo un gesto con su dedo alrededor de su propia cara―, ¿no te parece lindo?

―Eres un presumido, lo que te faltaba ―casi se rió.

―No lo soy, digo la verdad cada vez que me veo frente al espejo.

―Te llamaré Narciso.

―Y tú eres la hiedra venenosa.

Guarro, cretino. ―Entrecerró los ojos ofendida.

Fifi... si tú disparas, yo lo haré también, ¿por qué? Porque tú me ofendes también.

―Eres un irrespetuoso diciéndole esas cosas a una mujer.

―Te respetaría si tú no fueses tan asquerosa. Hace un rato atrás estábamos merendando tranquilos, parecía que nos habíamos dado una tregua pero parece que apareció de nuevo la estirada.

Un particular olor surgió debajo de la sutil grasa que le olía y Nieves quedó confundida.

―¿A qué hueles? ―formuló quedándose de piedra.

Eros entornó los ojos sin dejar de mirarla.

―¿Acaso te intriga saberlo? ―inquirió alzando una ceja y acercó su cabeza hacia el rostro de la joven―. Huéleme, te dejo que lo hagas ―expresó casi con un dejo de socarronería.

La muchacha abrió más los ojos quedándose petrificada, casi podía olerle el cuello porque su nariz había quedado a escasos centímetros de aquella zona.

―Cítricos ―fue lo único que dijo y no pudo evitar sentirse avergonzada y con las mejillas rojas.

―¿Te gustan los cítricos? ―clavó la mirada en sus ojos.

―No... debo irme ―lo empujó alejándose de él.

Casi escapó de allí porque ni siquiera miró atrás cuando salió desde el taller mecánico.


•••


Casa de la fifi...


La argentina llegó a su casa espantada y su padre la observó desde donde estaba sentado y leyendo un libro.

―¿Qué te ha sucedido?

―Hola, papá. Nada importante.

―Hola de nuevo... Tienes una cara como si te pasó algo.

―No me ha ocurrido nada, no te preocupes.

Su madre salió de la cocina casi contenta.

―¿Cómo te ha ido? ¿Le ha gustado?

―Sí...

―¿Adónde fuiste? ―preguntó su padre con curiosidad.

―A ver a su mecánico favorito ―admitió su madre con una gran sonrisa.

―No es mi mecánico y mucho menos mi favorito. Lamentablemente es el único del barrio ―ladró molesta.

―Merendaste con él parece ―dijo sin darle importancia al enojo injustificado de su hija.

―Sí mamá ―recalcó lo último con fastidio y revoleando los ojos.

―Qué bueno que de a poco se estén entendiendo.

―Con un guarro como él jamás...

―Del odio al amor hay una delgada línea ―contestó entre dientes su padre y sin mirarla.

―¿Crees que me gusta? ―interrogó a su padre estando indignada.

―Esas mejillitas delataron algo ―le tiró la indirecta su madre.

―Por favor... con un básico como él ni me arrimo.

―Compartiste la merienda con él, y vaya que te quedaste mucho tiempo, casi dos horas... eso me da a entender que solo les falta un acercamiento un poquitito más íntimo ―incluso le guiñó un ojo y le dio una sonrisita.

―Escucha a tu madre... ―casi estalla de risa.

―Qué puerca. Otra más... ―abrió más los ojos y se dirigió a su cuarto―. Ni de broma tendría un encuentro íntimo como dices con él, ante todo tengo dignidad ―respondió subiendo las escaleras.

―Nena... de tanto que pretendes que te quedarás solterona.

―Deberías escuchar a tu madre un poco, cariño. Tienes treinta y cuanto más pretendes más lejos parece que está el que en verdad sería para ti.

―Yo no quiero a cualquier hombre, ningún tirado, ni nada. Quiero un hombre bien parecido y que huela bien.

―¿Sigues con esa lista? ―frunció el ceño su madre.

―Claro que sí, y no pediré menos que ese listado.

―Creo que estás perdiendo demasiado el tiempo ―replicó Morena sentándose al lado de su esposo.

―Yo sé lo que hago, así que no se preocupen por mí ―sonrió sin mostrar los dientes y terminó subiendo a la planta alta.

Nieves entró a su dormitorio para quitarse el calzado y echarse sobre su cama, Luna se acurrucó contra ella y le lamió los dedos de las manos por el dulce de la tarta de limón. La joven mujer recordó no solo la merienda sino también lo que pasó después de eso, y sintió el aroma del perfume del hombre en su nariz. Con hastío se quejó y se dio la vuelta dándole la espalda a su pequeña perra. Luna solo quería jugar con ella y le rascó con delicadeza la espalda y luego se trepó sobre ella para ponerse de su lado y lamerle con cariño la barbilla.

―¿Qué pasa Luna? ―cuestionó mirándola y acariciándole la cabeza.

Su perrita movió el corto rabo y lloriqueó por atención de su dueña.

―¿Qué quieres sinvergüenza? ¿Mimos? ―volvió a preguntarle con una sonrisa y la estrechó contra su cuerpo.

Nieves terminó por quedarse dormida con el sutil perfume cítrico del mecánico en su nariz.


•••


Su madre entró durante la noche pero comprobó que se había quedado dormida junto con Luna y la dejó tranquila. Cuando bajó, entró a la cocina donde estaba Amador.

―¿Se durmió?

―Sí, creo que merendar con el mecánico la dejó abrumada ―rió con diversión.

―¿Lo conoces?

―No en persona, pero es el vecino de la manzana siguiente a nuestra casa. Nieves prácticamente escupe su nombre, pero no sé... algo me dice que no es tanto como lo pinta nuestra hija. Tiende a exagerar las cosas y siempre piensa en conocer a alguien acorde a su estilo de vida.

―Podría presentarle a alguien si ella quiere, hay un hombre con el que me comuniqué por teléfono hace dos días atrás y que tengo que reunirme con él en algún momento. Siendo así, podría averiguar un poco más para ver si él quiere conocer a Nieves.

―Amador, sabes bien lo que pienso, no quiero que se ate a una vida aburrida.

―¿Conmigo la tienes? ―cuestionó asombrado.

―Claro que no, pero tú bien sabes que los tiempos cambiaron y que los empresarios no son los mismos de antes.

―Eso es verdad, ¿y crees que ese mecánico sería un buen hombre para ella?

―Pues no lo sé, pero no habiéndole cobrado la revisión del coche habla bien de él, ¿no te parece?

―Supongo que sí.

―¿Te molestaría si tu hija hablara seguido con el mecánico?

―Para nada, sabes que eso no me importa. Tiene una edad que no puede pretender tanto tampoco, y sinceramente quiero que la quieran bien, y que no la tenga cualquier pela-gato sin sentimientos que solo la quiera como adorno.

―Bueno, ya que los dos pensamos lo mismo, creo que le vendrá muy bien juntarse más seguido con el mecánico de al lado ―rió con entusiasmo.

―Quizá sí. Todo de a poco Morena.

―Lo sé, pero en verdad me gustaría que abriera más los ojos para darse cuenta que no todo lo que brilla es oro y que el mundo no es todo rosa como ella cree.

―Nieves no es ninguna tonta, sabrá bien quien le conviene y quien vale como persona.

―Espero que no sea demasiado tarde ―terminó por decir su madre.

Mientras que ellos continuaban conversando, en el cuarto de la argentina, ella se estaba despertando de su larga siesta. Se puso una manta sobre el cuerpo porque tenía un poco de frío y salió al balcón que daba al jardín trasero. Zona donde se podía ver bastante bien el patio trasero de su famoso vecino. A fifi no le importó demasiado la manera en cómo tenía su cabello, y al tiempo que bostezó, escuchó una melodía de guitarra y la voz suave de un hombre cantando.

Giró la cabeza encontrándose con el guarro sentado en su balcón y con una guitarra en las manos mientras tocaba los acordes de una de sus canciones favoritas. Apretó la boca solo reconociendo que cantaba bonito y que la melodía la invitaba a quedarse allí para escucharlo. En la oscuridad se sentó en la silla con almohadones acurrucándose y tapándose mejor para continuar escuchándolo cantar. Luna aulló para dejarse escuchar y ella le chistó, Júpiter aulló también dejándole saber a su compañerita que la había escuchado... una risita masculina, divertida y sugerente le llegó a los oídos de Nieves.

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