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12

Era el mes de junio cuando parecía que las cosas entre ellos se habían calmado y que de vez en cuando se mensajeaban porque él después de haberla visto por última vez fue cuando Morena le había dado un tortazo en su presencia por cómo actuaba con él. Habían hecho las paces y se convirtieron prácticamente en buenos vecinos y amigos.

La mujer gracias a que estaba bien con él y él con ella, aprovechó para verlo todas las noches desde el balcón de su cuarto a la casa del mecánico, no era la primera vez que lo observaba a través de los binoculares y con ellos tenía un perfecto acceso a la parte trasera de aquella casa, sobre todo en la terraza que daba al parecer al dormitorio del hombre. Nieves desde hacía tiempo se estaba recreando la vista.

Quedó anonadada el primer día que lo vio con un bóxer entrando a un jacuzzi y desde aquella vez no pudo evitar seguir viéndolo. Ese día no fue la excepción y lo peor, él se había dado cuenta de que lo estaba espiando y con más alevosía hizo lo que tuvo en mente.

Salió del jacuzzi, entró a la casa y luego salió con un refresco en una mano para dejarlo sobre el borde del artefacto. Se puso de espaldas a ella y se bajó el bóxer. A Nieves se le cayeron los binoculares al piso y cuando él entró al agua, le clavó la mirada desde lejos y la saludó con la mano.

Pronto recibió un mensaje de texto;


Eros: No disimulas para espiar. Si tú viste mis nalgas, yo quiero ver las tuyas. ;) [23:45]

Nieves: Puerco. Puedo denunciarte por mostrar partes íntimas a los vecinos. [23:45]

Eros: La única vecina curiosa eres tú. ¿Acaso soy tu objeto del deseo? [23:46]

Nieves: Ya quisieras tú. [23:46]

Eros: Somos amigos o quiero creer eso, y estamos tratando de llevarnos bien. Podríamos tener algo más. [23:46]

Nieves: En tus sueños, mecánico. [23:48]

Eros: Tengo algo que te pertenece... [23:48]

Nieves: No recuerdo haberme dejado nada en tu cueva. [23:48]

Eros: ¿No? Hace un mes atrás a ti se te cayó la cartera dentro de mi cueva, como la llamas. ¿Por casualidad no se te extravió algo? [23:49]

Nieves: :O [23:49]

Eros: Si quieres que te la devuelva, vas a aceptar sin chistar una salida conmigo. [23:50]

Nieves: Ni lo sueñes. No saldría contigo ni siquiera si me pagan. [23:50]

Eros: Piénsalo. Porque tu aceptación depende esa lista. Si dices que sí, te la devuelvo. Si dices que no, haré copias y se las entregaré a los vecinos, y la colgaré en internet. [23:51]

Nieves: No serías capaz. [23:51]

Eros: Lo haré, sabes que sí. Me he reído como no tienes idea con esa lista del hombre soñado. [23:51]

Nieves: ¿Y cuándo sería la supuesta cita? [23:52]

Eros: Mañana por la noche. [23:52]

Nieves: Apurado... [23:52]

Eros: ¿Para qué esperar? [23:53]

Nieves: Habría esperado más porque no tengo ganas de salir contigo. [23:55]

Eros: Claro, quieres al hombre soñado. No existe, Fifi. [23:55]

Nieves: Si eso es todo, me iré a dormir. Por cierto, lindas nalgas. ;) ... Buenas noches, Guarro. [23:56]

Eros: Buenas noches, me debes una muestra de las tuyas. ;) [23:56]

Nieves: No lo creo. Besitos. [23:57]


•••


Eros la pasó a buscar con su moto favorita, y cuando Nieves abrió la puerta encontrándose con aquel transporte quedó con la cara desencajada. Su madre rio y saludó con la mano al vecino.

―Creo que te espera.

―Hubiera asegurado que iríamos en su coche.

―Bueno, por lo menos tiene un vehículo con el que manejarse ―admitió con risitas entre dientes―. Pásalo lindo, cariño.

Ambas se dieron un beso en la mejilla y ella se acercó a él.

―Tengo vestido, ¿pretendes que suba abierta de piernas?

―Hay que sacrificarse un poco, Fifi. Tienes la falda amplia, no será un problema para subir a mi moto ―le guiñó un ojo―. Sujétate de mí para subir y acomodarte.

―¿Y los cascos?

―Iremos cerquita, hay un lindo lugar que frecuento.

―Eres un imprudente, puedes accidentarte sin casco y te multarían también.

―Es mi método para impresionar a las chicas.

―Si pretendes que yo me impresione con esto, es de espanto. Prefería un lindo cochecito.

―Ya has estado dentro de un coche pero no todos los príncipes azules conducen autos, reina. A algunos nos gustan las chaquetas de cuero y las motocicletas.

―¿Tú? ¿Un príncipe azul? ―cuestionó con burla y carcajeándose.

―Sujétate porque vas a volar.

El ronroneo del motor tensó a Nieves y se aferró a la cintura de Eros. No tenía un gramo de panza y lo sentía tan macizo que creyó estar tocando una roca. Una cálida roca que desprendía calor a través de su camiseta.

Arribaron al poco tiempo de haberse subido y ella bajó de la moto con su ayuda. A la joven le cambió la cara cuando se enfrentó a la fachada del bar. No era lo que esperaba y tragó saliva con dificultad cuando supo que no era su estilo.

―Creí que sería otra clase de lugar.

―Conocerás uno de los lugares a los que suelo venir, Fifi ―la sujetó de la mano y la acercó a él para que caminara a su lado.

El lugar estaba atestado de gente, las botellas de cerveza iban con constancia desde la barra hasta las mesas, los chops eran vaciados al instante, el humo de cigarrillos en la atmósfera dejaba una nebulosa en el aire y las luces tenues dificultaban la visión.

El vestidito rojo llamó la atención de la mayoría de los clientes, y tampoco les pasó desapercibidos los tacones asesinos de su dueña.

―Creo que no ha sido buena idea venir aquí ―acotó en susurros la muchacha.

―No te va a pasar nada. Si tú no levantas la falda, todo irá bien.

―¿Por quién me tomas? No soy ninguna de las mujeres ligeritas de ropa que frecuentan tu taller.

―Eres peor que ellas y encima llevas ropa ―la miró de reojo con picardía.

―¿Me consideras peor que ellas? ―preguntó quedándose estupefacta.

―Sí.

―¿Cómo me consideras entonces?

Fifi, eso lo sabes.

―¿Que sea Fifi es un problema para ti?

―Es un problema para ti, te amargas la vida sin tener un porqué. Eres joven y deberías disfrutar y tener una sonrisa en tu rostro siempre ―admitió poniéndose frente a ella y con sus dedos índices estiró los labios femeninos para enmarcarle una sonrisa.

Quedaron mirándose bajo las luces de color ámbar y el humo viciado del cigarrillo. Nieves quedó desconcertada con el cambio que había surgido de repente entre ellos y tuvo miedo.

―¿Hay comida aquí? Porque tengo hambre ―manifestó.

El hombre se rio y caminaron hacia una de las mesas para dos personas sujetados de la mano. Apenas se sentaron, una mesera los atendió con amabilidad.

―¿Lo de siempre para ti, Eros?

―Sí.

―¿Y para ti? ―se dirigió a la chica.

―Agua mineral ―dijo y la mesera rio por lo bajo―. ¿Tienes una carta de comidas?

―Lo único que aquí se sirven son snacks, y mucha comida rápida. Si quieres algo, puedo traerte la hamburguesa de la casa.

―¿Me la recomiendas?

―Sí, es sabrosa.

―Bueno, entonces una hamburguesa de la casa ―respondió con una sonrisa.

―¿La comparten?

―No ―acotó ella.

―Sí ―afirmó él―. Es demasiado grande para ti, créeme, es grande ―la miró fijamente a los ojos.

―De acuerdo, una para dos.

A medida que pasaba el tiempo y que estaban en el medio de la comida, a Eros solo se le ocurrió eructar fuerte y dejó a Nieves espantada.

―Eres un bruto y básico ―dijo indignada―, cualquier chica se sentirá asqueada contigo, incluso yo. Ya tuve que aguantarme tu pedo en la carpa, con esto la terminaste por completar.

Fifi ―la nombró mirándola con atención―, ¿acaso crees que un hombre de traje, bien educado y todo lo que esa lista dice, no eructa y tampoco se tira pedos? Reina, que no lo haga en público no quiere decir que no lo haga nunca. Las apariencias engañan ―respondió guiñándole un ojo.

―Lo único que te falta es que te tires una flatulencia.

El mecánico solo estalló en risas.

―Sé ubicarme, Fifi, así que no llego lejos. Solo fue en la carpa.

―Por lo menos me dejas saber que tienes ubicación y que solo lo tuve que olfatear yo.

Eros volvió a estallar de la risa pero abordó otro tema.

―¿Te ha gustado la hamburguesa?

―Muy buena.

Eros se levantó de la silla para alejarse de ella.

―¿Dónde vas? No me dejes sola con estos monos ―admitió preocupada.

―No me iré a ninguna parte, solo allí ―señaló con el índice la rocola.

Nieves quedó nerviosa estando sola en aquel lugar y solo esperaba que pronto volviera el hombre.

Frente al aparato de música, Eros dio con la canción que estaba buscando y dejó que la pista comenzara. Ambos se miraron cuando escucharon la melodía y él se acercó a ella para sacarla a bailar.

―Estás demente si piensas que bailaré contigo ―dejó el vaso de agua sobre la mesa y no lo miró.

El hombre la sujetó de la mano que tenía más cerca y con un suave tirón la puso de pie. A pesar de sus tacones asesinos, Nieves aún llegaba a duras penas hasta el filo de los hombros masculinos. Brazos y manos de ambos se ubicaron donde correspondían y bailaron con lentitud al ritmo de la canción.

―No sabía que aún cuando tuvieras tacones asesinos, seguirías siendo relativamente baja de estatura ―sonrió sin mostrar sus dientes―. Eres como el veneno, pequeño y bajito.

―Tengo estatura promedio, tu altura es la errónea, grandulón. Y tampoco me considero un veneno.

―No en el mal sentido, pero lo eres ―sonrió de lado y le dio una vuelta para apretarla más contra su cuerpo.

Por inercia la joven se acurrucó en su pecho y se sintió reconfortada. No olía nada mal, era tan cómodo estar así con él que por un instante quiso ser su novia. Abrió los ojos de inmediato cayendo en el planteo que había pensado. Era imposible pensar en él de aquel modo y por un instante se lo quedó mirando.

―¿Qué sucede? ―preguntó levantando las cejas.

―Nada.

―¿Quieres dar un paseo en moto?

―No tenemos cascos.

―Podemos ir a buscarlos y pasear.

Aunque a Nieves le aterró ir con él, se armó de valor y aceptó.

―¿No crees que hemos pasado mucho tiempo juntos?

Fifi, ¿qué edad tienes?

―Treinta.

―Tienes una edad para disfrutar de la vida y no para estar siempre amargada, y con cara de apretada. Siempre tienes los labios y el rostro como si hubieras olido mierda.

Fue ella quien se rio con modales y tapándose la boca.

―Eres un cochino, Eros.

―¿Esa es tu verdadera risa? Parece actuada ―quedó perplejo―, ¿nunca te echaste una buena risa? ¿Así del tipo trueno?

―Nunca, tengo modales, querido... No como tú ―levantó la barbilla con insolencia.

―Que te rías fuerte no te hace menos femenina. A no ser que tu círculo de amistades sean graduadas del club de señoritas, y tú también.

―No tengo amigas, y tampoco fui al club de señoritas para tener modales.

―¿Por qué no las tienes?

―Se cansaron de mí. En lo que duró mi carrera siempre me dijeron que no encajaba mi edad con mi carácter y personalidad.

―Eres demasiado estricta conmigo misma y la vida se creó para disfrutarla, hacer el ridículo, cometer errores y aprender de ellos, y sobre todo ser feliz, no perfecto. Buscas la perfección cuando no existe ―declaró mirándose a los ojos.

Directo, desfachatado, insolente, cretino, bruto, básico, guarro, sexy y condenadamente hermoso era Eros, y lo peor era que le estaba empezando a gustar. Y aparte de todos esos calificativos que tenía de él, era atento con ella. El primer hombre de su clase que era atento con ella, porque siempre creía que alguien con una posición más baja que la suya, no podía albergar características de tal magnitud. Era lo que le faltaba a ella y se sintió incómoda.

―¿Te pusiste a filosofar? ―cuestionó alzando una ceja sorprendida.

―No soy el hueco que crees que soy, si de huecos hablamos, yo podría decirte eso a ti, que eres rubia.

―Cretino ―dijo ofendida y casi se le asoma una risita.

―¿Acaso he visto una risita en tus labios o fue un espejismo? ―preguntó desconcertado y divertido.

―Ya quisieras, Guarro.

El giro que le había dado él, dejó a la joven con la espalda contra su pecho, y él aprovechó para hablarle al oído.

―Efectivamente es una risita tuya. No me vas a engañar y tu cuerpo responde al mío ―sonrió de lado al tiempo que la miraba a los ojos.

Nieves quedó con la boca seca y unos nervios que se le instalaron en la boca de su estómago. Poniéndola frente a él de nuevo, le habló;

―Vayamos a dar un paseo ―le regaló una enorme sonrisa dejando a la muchacha más nerviosa que antes.

Eros pagó la cuenta en la barra de lo que habían consumido como un completo caballero y más extrañada se quedó Nieves. Parecía que habían cambiado al mecánico por otro mejor, pero no, era el mismito hombre que solía estar casi veinticuatro horas desprolijo, grasiento y sudado.

―No tienes olor a grasitud ni mucho menos a sudor. ¿Dónde se encuentra el otro? ―formuló con ironía.

―Sudada quedarás tú debajo de mí, Fifi ―respondió guiñándole un ojo―. Esa noche en la carpa estuvimos a punto de hacerlo pero tú frenaste todo porque no soportas que un mecánico te toque.

La joven sin poder evitarlo quedó roja como una grana y sintió que sus orejas iban a incinerarse.

―Si no te importa, me gustaría salir de aquí.

―Sí, reina ―sonrió con malicia extendiendo la mano para que pasara primero hacia la salida.

―Te comportas como un cretino muchas veces, Eros ―dio palmaditas a su áspera mejilla.

―Y tú como una estirada ―rio por lo bajo.

―Eres un sinvergüenza, ¿lo sabías?

―Ese es mi segundo nombre, Fifi.

Ambos salieron del lugar tomados de la mano, y por miedo a que ella se cayera de los pocos escalones que tenía el bar, la sujetó fuerte de la mano para ayudarla a bajar.

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