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Capítulo 7- Dolor

—¡Ay, dios! ¡Qué dolor! 

Cuando Luis se miró el pie, vio asomar por un costado de su tenis el fondo de un frasco roto, que aún conservaba parte de su contenido: una cosa negra que tal vez en otro tiempo había sido mermelada, y que ahora se mezclaba con su sangre. El piso del supermercado era un reguero de vidrios y latas rotas, y él trató de sujetarse de una de los anaqueles, para no caer sobre ellos. 

Se había distraído de la forma más estúpida. Siempre había sido muy cuidadoso, porque sabía que una herida o cualquier enfermedad podía complicarle la vida: era difícil encontrar antibióticos y analgésicos que no estuvieran vencidos.

Sujeto del anaquel, levantó el pie con la intención de quitarse el vidrio con un tirón firme, pero cuando vio la punta del frasco roto, que parecía un pequeño cuchillo, atravesando el tenis y su pie y saliendo por arriba, casi se desmayó de la impresión. No se atrevió a tocarlo.

Como pudo, saltando con el pie sano y sujetándose de lo que encontraba, logró salir del supermercado y llegar hasta su auto:

—Tengo que ir a casa. Allí podré curarme…

Manejar fue una tortura: se había lastimado el pie izquierdo, con el que intentaba manejar el embriague apretándolo con la punta de los dedos, casi desmayándose del dolor cada vez que tenía que hacer un cambio. En un momento de valentía detuvo el auto, levantó el pie y arrancó el vidrio de un tirón. Fue peor: además del dolor lacerante, comenzó a sangrar más.

Cuando llegó a su casa, se tiró sobre un sofá, exhausto. En la alfombra comenzó a formarse una mancha roja, cada vez más grande: Luis debía quitarse el tenis y el calcetín, desinfectarse y vendar su herida lo más rápido posible.

El corte le atravesaba el pie de lado a lado, un poco más abajo de su dedo mayor. Por arriba era un tajo pequeño, pero abajo la carne se había abierto como una boca, y se alcanzaban a ver unos hilos blancos, como tendones, rotos y sueltos.

—Agua oxigenada… Debo encontrar el agua oxigenada. —Por desgracia casi todas las cosas del botiquín que había en esa casa ya estaban vencidas. Luis miró el bar, bien surtido de whisky, vodka y ron—. Alcohol… Eso servirá como desinfectante.

Tenía que soportar el dolor, pero era peor que la herida se le infectara por la contaminación que tenía el vidrio. Temblando, tomó una botella de vodka y la abrió con lentitud, y después de un momento de dudas, la volcó sobre su herida. El alarido que salió de su garganta le habría helado la sangre a cualquiera, pero allí no había nadie para escucharlo.

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