Capitulo 4- Vida de rico
Debía salir a la calle y fijarse en los autos, para ver cuál tenía las llaves puestas. Había memorizado las cosas que más le habían servido para mantener el control: mirar al piso, contar cualquier imperfección que viera, concentrarse en respirar, y correr como si lo persiguiera el diablo.
Solo tuvo que revisar tres autos: los dos primeros no tenían llave, pero el tercero sí. Entró, se acomodó en el asiento del conductor y cerró los ojos mientras abrazaba el volante. Cuando pudo abrirlos, más tranquilo, se fijó en su entorno. La calle, a través del parabrisas, se veía diferente: el pasto de las veredas estaba alto, y había basura por todos lados. Pero vio muchos autos en la calle, todos a su disposición:
«¿Quién podrá probar que los usé?», pensó. «Nadie. Voy a recorrer las calles a mi antojo, y hasta podré correr a alta velocidad, si quiero».
Demasiado satisfecho de sí mismo, encendió el auto sin darse cuenta de que la palanca de cambios estaba en primera. El vehículo dio un salto hacia delante y se apagó, y Luis volvió a ponerse nervioso:
—¡Ay! ¡Qué susto! ¡Soy un idiota! —se reprendió a sí mismo—. ¡Presta atención, Luis…! ¡No hagas estupideces!
***
Pasaron algunas semanas y la gente no volvió. Pero Luis estaba viviendo la vida que siempre había querido: manejó el auto que se había llevado desde el restaurante, hasta que llegó a una enorme casa en el barrio de los ricos de la ciudad. No le fue difícil ingresar: solo tenía que romper una ventana y desactivar la alarma sin apuro: nadie escucharía el sonido.
Revisando esas casas consiguió ropa moderna, costosos tenis de marca, lentes de sol que costaban varios de sus sueldos, refrigeradores llenos de comida, y bebidas de la mejor calidad, además de piscinas y jacuzzis para usar sin restricciones.
Durmió en camas king size, se emborrachó con whisky de etiqueta azul y vomitó sobre pisos de mármol. Un día, revisando uno de los garajes de aquellas casas, se encontró con un Lamborghini rojo al que transformó en su auto preferido.
Ni en sus más locos sueños había pensado disfrutar de esa fortuna. Recordó a su jefe, y su cara se transformó con un gesto desdeñoso: él vivía así, como rico, a costa del esfuerzo de los trabajadores como él, que vivían encerrados en lúgubres sucuchos.
—¡Tú también te mereces estar en la lista de los muertos, maldito chupasangre!
El Lamborghini salió disparado por la calle solitaria, produciendo un ruido delicioso, como el ronroneo de un gran tigre.
Luis pensó que ahora que era rico y tenía una gran máquina para pasear, solo le faltaba Carla, sentada en el asiento del acompañante, con su rubio y vaporoso cabello llevado hacia atrás por el viento, los ojos cerrados y una gran sonrisa en el rostro, disfrutando de la velocidad de su Lamborghini.
Seguro de que ahora se parecía a uno de esos ricos productores que siempre la rondaban, creyó que se enamoraría de él enseguida:
«¿Y si averiguo dónde vive?», pensó, ilusionado. «Puedo buscar la agencia que la representa, y entrar a sus oficinas para buscar su dirección… ¿Y si le pasó lo mismo que a mí, y aún está encerrada en su casa? Tal vez ella y yo seamos los últimos que quedamos en la ciudad…».
Sin darse cuenta, comenzó a hablar solo de nuevo:
—Te enamorarás de mí. Soy mejor que esos estúpidos que bailan contigo en tus videos. ¡Aprenderás a amarme, Carla! ¡¡Tendrás que hacerlo!!
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