
Capítulo 1- Retraso
Luis se había levantado tarde: su despertador natural, la limpiadora, no había llegado en hora, y cuando se despertó y miró el reloj, vio que eran las nueve. Perder su rutina natural de las mañanas lo ponía de mal humor: debía apresurarse si no quería llegar tarde a la primera reunión de Zoom de su trabajo.
La ducha y el café de la mañana fueron, para variar, tranquilos, a pesar de que no pudo disfrutarlas, por estar pendiente del reloj. Detestaba entrar tarde al Zoom y llamar la atención; por eso procuraba ser de los primeros en conectarse. De paso se hacía el distraído y se ahorraba el tonto y obligado saludo de buenos días que se daban sus compañeros, cuando su único deseo era que todos tuvieran un día espantoso.
Pensó que, a pesar de ser una ventaja, era extraño que la limpiadora no hubiera llegado. Las pocas veces que faltaba, siempre le avisaba antes. Aunque a veces deseaba en serio que se fuera a la lista de los muertos, esperó que no se hubiera muerto en serio, porque era muy difícil encontrar personal doméstico.
Cuando quiso integrarse a la reunión de Zoom, vio que aún no se había iniciado. Suspiró, aliviado: por lo menos la normalidad de sus días parecía encauzarse de nuevo.
Para no aburrirse esperando, abrió otra página del navegador de internet y buscó un video: un baile de Carla, su artista preferida, su amor prohibido y la causa de que a veces deseara no estar tan solo. Tenía un poster de ella a los pies de su cama: con un traje blanco ceñido al cuerpo y un abanico en sus manos, Carla ejecutaba un bello paso de baile, incitándolo. Todo era su culpa: el enorme deseo y la sensación de soledad que lo embargaban cada vez que se acostaba en su cama para masturbarse mirando las bellas curvas de su figura, y su rostro enmarcado por una larga y lustrosa cabellera rubia. Era su culpa ser tan bella y deseable, y que él sintiera celos de solo pensar en que otros la miraran.
Soñó con tener esas bellas piernas enroscadas alrededor de sus caderas, y adentrarse en la chica con violencia; quería verla llorar y pedir que por favor no la lastimara, mientras él la atravesaba una y otra vez sin importarle sus gritos de dolor. Se rió, satisfecho por ese pensamiento.
Su erección dolía, apretada por sus pantalones. Pero no podía atenderla: eran pasadas las diez, y la reunión de zoom estaría por comenzar. «Ya deja de pensar en esa maldita, Luis», pensó. «Ese cuerpo seguramente le pertenece a otro».
La rabia le devolvió la cordura, y pensó en su jefe. «¿Qué demonios le está pasando hoy? ¡Seguro que se durmió, el muy imbécil!».
***
Había pasado toda la mañana, y el Zoom de su trabajo nunca inició. Tenía algo de trabajo pendiente, y lo hizo en silencio, disfrutando de la soledad de esa mañana atípica. Pensó en los tontos de sus compañeros, y su boca se torció en una sonrisa irónica: ese día iban a tener que guardarse la charla amistosa de la que él no participaba.
Tenía un trozo de pizza que le había sobrado del día anterior. Estaba un poco dura, y un golpe de microondas la dejó chiclosa pero comestible. No quería romper su perfecto día de soledad llamando al delivery, y tener que soportar su charla sobre el clima: que si hacía frío, calor, o si iba a llover. Nunca le daba tiempo a cerrarle la puerta en la cara, antes de darle uno de sus inútiles pronósticos meteorológicos.
***
Cuando llegó la noche tenía mucha hambre y, resignado, decidió alterar su perfecto día pidiendo algo para comer. Pero el teléfono del restaurante de la esquina sonó y sonó sin que nadie lo atendiera. Casi golpeó el suyo por la frustración: no le gustaba cocinar, pero iba a tener que recurrir a uno de los paquetes de comida para microondas que su limpiadora solía comprar para llenar su freezer, y que no le gustaban mucho.
«Estúpida limpiadora», pensó. «Me compras esta porquería aunque no me guste. Pero por lo menos hoy me serviste de algo».
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