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41° Cumpleaños: Decir sí a todo durante todo un día.

Chaeyoung

—¿Qué demonios?

Piso el freno con fuerza, apenas haciendo el giro en el estacionamiento donde una patrulla del departamento de policía de Bozeman estaba estacionada detrás de un Oldsmobile de los setenta verde menta. El agente tenía la libreta de multas en una mano, mientras con la otra le estaba haciendo gestos para que se calmara a una enfurecida mujer con cabello gris rizado. Su caftán turquesa estaba agitándose alrededor de sus tobillos y las mullidas pantuflas rosas mientras clavaba un esquelético dedo en el pecho del agente.

Cuando me detengo justo detrás del patrullero, puedo escucharla gritando
y maldiciendo sobre el sonido de mi motor diésel. Estacionando la camioneta, no me molesté en cerrarla mientras salía hacia la escena. Cinco largos pasos y me coloqué detrás del agente, el oficial Terrell Parnow. Estaba haciendo su mejor esfuerzo para mantenerse firme, pero la mujer no era pequeña y el dedo apuñalando pecho no paraba.

La mujer me miró pero siguió gritando:
—Voy a llamar a mi maldito abogado y tú, hijo de...

—¿Cuál es el problema? —Alcé la voz lo suficiente para cerrarle la boca a la loca mujer. Ella dirigió la mirada hacia mí mientras Terrell miraba sobre el hombro.

Se relajó mientras dejaba la mano caer a un costado.

—Detective Son. Solo estaba redactando una multa porque...

—Te diré cuál es el problema. —La mujer rodeó a Terrell y se colocó frente
a mí—. ¡Este niño está intentando ponerme una multa por velocidad cuando no iba rápido!

—Señora, iba a sesenta y cinco en una zona de cuarenta. —Me miró con ojos marrones suplicantes—. De verdad, detective. La detecté con el radar.

Se giró hacia Terrell, su caftán girando alrededor de sus pantorrillas, pero antes que pudiera lanzarse a despotricar de nuevo, me coloqué entre ellos. Me alcé en toda mi altura, mirando justo sobre mi nariz al pálido rostro de la mujer.

—Saltarse el límite de velocidad y asalto a un agente de la ley. Nada bueno.

Se tambaleó hacia atrás, llevándose una mano al pecho.

—¿Qué? —dijo jadeante—. ¿Asalto?

—Correcto.

—Pero...

—Oficial Parnow, ¿le importa si tomo sus esposas? Dejé las mías en la camioneta.

La mujer jadeó de nuevo.

—Detective, yo no, mmm... —Él se movió desde detrás de mí a mi lado, hablando entre dientes—: No creo que necesitemos acusarla de asalto.

—Aceptaré la multa por velocidad. —La mujer corrió al lado de Terrell como si ahora fuera su mejor amigo—. Por favor.

Contuve una sonrisa, luchando por mantener el ceño en mi rostro.

—No sé. Parecía bastante serio cuando me detuve.

—A veces me dejo llevar —me informó ella, luego miró hacia Terrell, asintiendo duramente—. Iba demasiado rápido. Tenía razón.

Terrell me miró y yo me encogí de hombros.

—Es su decisión, oficial.

Asintió, volviéndose hacia la mujer que ahora estaba aferrada a su brazo.

—Señora, si vuelve a su auto, terminaré de poner la multa. Luego puede seguir su camino.

—Oh, gracias. —Le apretó el brazo y luego lo soltó, mirándome de soslayo mientras volvía a su Olds. Cuando la puerta del conductor se cerró, me reí entre dientes.

—¿Habría presentado cargos contra ella? —preguntó Terrel.

—No. Solo quería que se callara.

Terrell sonrió.

—Inteligente.

Me encogí de hombros y señalé el Olds con la barbilla.

—Entrégale la multa y déjala seguir su camino.

—Sí, señora Son. —Llevó su libreta a su ventanilla, devolviéndole la licencia y registro. Luego arrancó la multa por velocidad y ella se marchó, saliendo del estacionamiento a una velocidad cautelosa.

—Gracias. —Terrell se unió a mí junto a su patrulla y suspiró—. Eso se salió de control. Parece estar sucediéndome mucho últimamente.

—Desafortunadamente, es parte del trabajo.

—¿Todo el tiempo? No he detenido a nadie en un mes sin conseguir un montón de mierda. ¿Crees que estoy haciendo algo mal?

—Lo dudo. —Le palmeo el hombro—. Vamos. Saldré a patrullar contigo por un rato.

Se le iluminó el rostro.

—¿De verdad?

—De verdad. Déjame tomar mis llaves. —Volví a mi camioneta, inclinándome para apagar el motor. Luego saqué mis lentes de sol de la guantera y fui a la patrulla.

Deslizándome en el asiento del pasajero, sonreí ante el entusiasmo de Terrell. En su rostro oscuro se mostraba una amplia sonrisa, y estaba tamborileando los dedos en el volante.

—Entonces, ¿has estado teniendo algunas detenciones duras últimamente? —pregunté mientras salía del estacionamiento.

—Sí. —Su sonrisa se convirtió en una mueca—. No importa lo amable que
sea, todo el mundo pelea contra la multa. Pregunté a otros de los chicos de patrulla, pero ninguno parece tener el mismo problema.

No quería ser quien desilusionara al chico, pero su rostro era probablemente la razón por la que le costaba tanto últimamente. No a causa del color de su piel, sino porque a sus veintidós años, Terrell Parnow tenía un rostro de bebé si alguna vez había visto uno. Redondo, mejillas regordetas. Suaves ojos marrones. No había nada duro o anguloso en él. Añádele su baja estatura y su cuerpo delgado, y lo único intimidante en él era que el chico tenía un arma. Pero si nadie intervenía, su confianza seguiría menguando y solo empeoraría la situación. Dejaría el cuerpo o alguien pensaría que podía presionarlo demasiado.

—Mira, Terrell. Seré sincera contigo. —Me quité los lentes de sol, así podía verme los ojos—. Estás luchando una ardua batalla. Tienes la mitad de tamaño que la mayoría de los chicos de patrulla, y por defecto la gente no va a tomarte en serio. Tienes que averiguar una forma de ser firme, pero no convertirte en un imbécil. Encuentra el equilibrio entre pusilánime e imbécil. ¿Entiendes?

Terrell permaneció callado. La radio se encendía y apagaba mientras la central llamaba a otros autos, pero el chico no dijo una palabra.

Mierda. ¿Fue demasiado directo para él? ¿Lo había asustado? Tenía que saber que parecía un adolescente, ¿cierto? Abrí la boca para bajarle el tono un poco, pero habló primero.

—¿Y si me dejo crecer la barba?

Sonreí.

—Merece la pena intentarlo.

—Gracias, detective. Aprecio la honestidad.

—Sin problema. Y es Chaeyoung.

Asintió.

—Chaeyoung.

—Otra cosa —dije cuando pasábamos junto a otro auto patrulla yendo en la otra dirección—. Si los otros chicos de patrulla dicen que cada detención es buena, son unos mentirosos. Con cada cuatro buenas detenciones, tendrás una mala. Es normal para todo el mundo y todos hemos estado allí. Endurece la piel y no dejes que las malas te afecten.

—Está bien. —Asintió. Condujimos en silencios unos cuantos bloques hasta que Terrell habló de nuevo—: ¿Qué debería haber hecho diferente con esa mujer?

Me froté la barbilla.

—Si hoy estuviera en tu lugar, no la habría dejado salir del auto. No la habría dejado maldecirme, y muy seguramente no le habría permitido tocarme. ¿Pero cuando tenía tu edad? ¿Cuando era una novata? Probablemente habría hecho lo mismo que tú. Habría permanecido allí y aceptado su mierda hasta que se cansara. Luego le habría entregado la multa, habría vuelto a la patrulla y habría conseguido una cerveza cuando llegara a casa.

—¿De verdad? —Enderezó el cuerpo.

—De verdad.

Por la siguiente hora, condujimos por Bozeman, permaneciendo sobre todo en silencio. Había estado de camino al restaurante de Mina para un descanso temprano para cenar cuando había visto a Terrell, pero esta hora o dos eran importantes para el joven agente. Así que fui con él, maravillándome de cuánto había cambiado mi ciudad natal con los años.
Una vez Bozeman había sido una pequeña ciudad universitaria para esquiar, pero la población había crecido estos últimos diez años.

Grandes almacenes y cadenas de restaurantes habían llegado a este valle en la montaña. La construcción había aumentado mientras los constructores reemplazaban los campos de trigo con complejos de edificios y casas. Campos abiertos se habían llenado de centros tecnológicos y edificios de oficinas.

—¿Has vivido mucho aquí? —le pregunté a Terrell.

—Solo un par de años. Me mudé de Arizona a Montana por el esquí, luego decidí ir a la academia.

—Bozeman está cambiando rápido. Nada de esto estaba aquí cuando iba al instituto. —Señalé las nuevas urbanizaciones a ambos lados de la calle. Estábamos en el límite de la ciudad, a kilómetros de donde recordaba que estaba el último semáforo cuando era niña.

Terrell sonrió.

—Escuché que puede que tengamos un Best Buy.

Fruncí el ceño.

—Genial. —Podía vivir sin un Best Buy.

Echaba de menos la sensación de hogar que una vez tuvo Bozeman. Estos días me encontraba cada vez menos con rostros conocidos en el supermercado. Me quedaba atrapado en el tráfico casi cada mañana. Y caminar por Main Street, algo que recordaba con cariño de niña, ahora solo me enojaba. Las tiendas locales habían perdido mucha de su autenticidad, convirtiéndose en sofisticadas, en un esfuerzo de imitar las ciudades de esquiadores como Aspen o Breckenridge. Se desvaneció el encanto de pequeña ciudad y subieron los índices de criminalidad.

Bozeman estaba llegando a ser tan mala como una jodida gran ciudad.
Drogas. Asesinatos. Incluso estábamos viendo la influencia de fuertes bandas criminales.

—Vaya. ¿Qué demonios?

Fui sacada de mis pensamientos cuando Terrell giró la cabeza a un lado. Un Chevy Blazer naranja pasó volando a nuestro lado, acelerando en la dirección contraria. En un segundo, Terrell encendió la sirena y las luces, y realizó un giro completo en U. Clavó el pie en el acelerador mientras el motor de la patrulla resonaba. Alcanzamos el Blazer en poco tiempo, haciéndolo detenerse a un lado del camino.

—Ve primero —le dije a Terrell mientras me quitaba el cinturón.

Asintió y ambos salimos de la patrulla. Acercándonos con cuidado, siempre alerta como se nos había enseñado, Terrell se acercó al lado del conductor mientras yo iba al contrario.

—Buenas tardes —saludó Terrell al conductor—. Licencia, registro y seguro, por favor.

Me incliné para mirar por la ventanilla del pasajero. El conductor, un joven universitario, estaba rebuscando en su billetera. Tuvo que intentarlo tres veces con sus dedos temblorosos para sacar su licencia del bolsillo plástico.

—Aquí tiene. —Le temblaba la voz así como los dedos mientras le entregaba el documento a Terrell.

—¿Sabe por qué ha sido detenido —Terrel miro el documento—, ¿Quincy?

—¿Iba, mmm, demasiado rápido?

Terrell asintió.

—El límite de velocidad es de sesenta.

—Oh. ¿De verdad?

Vamos, Quincy no te hagas el idiota, ¿Por qué los jóvenes siempre intentan hacerse los tontos?

Terrell frunció el ceño.

—Ahora deme su registro y seguro.

—De acuerdo. —Quincy alcanzó la guantera, apartando su mirada de la
mía. Con un pop, abrió la guantera y hubo una explosión de papeles. Recibos. Envoltorios de caramelos. Recibos de estacionamiento de la universidad. Todo salió de golpe, incluso una identificación que aterrizó justo en el asiento junto a mi ventanilla, bocarriba. Entrecerré los ojos ante la identificación de Colorado. La foto de Quincy estaba junto al nombre Jason Chen. Entrecerré los ojos y me fijé en la fecha de nacimiento. "Jason Chen" tenía veintisiete años. A la mierda. Si este niño tenía veintisiete, entonces yo estaba en los malditos cuarenta.

—Quincy, creo que será mejor que salgas del auto —intervine—. Y trae esa otra identificación contigo.

Diez minutos después, Quincy me estaba estrechando la mano y prometiendo nunca volver a comprar una identificación falsa.

—Gracias. Muchas gracias, oficial.

Solté su mano.

—No lo hagas de nuevo.

—No lo haré. —Negó—. Lo prometo. No lo haré. Fue estúpido por mi parte conseguir esa identificación en primer lugar.

—Esta es tu primera vez, Quincy. —Alcé un dedo frente a él—. Tu pase libre y tu única oportunidad para aprender de tu error. No lo tomes por sentado, porque no tendrás un segundo.

—Sí, señora. Gracias.

—Bien. —Moví la cabeza hacia el Blazer—. Ahora sal de aquí.

Asintió y se apresuró de vuelta a su auto, despidiéndose de Terrell y de mí
con la mano mientras volvía a la carretera.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Terrell—. ¿Por qué lo dejaste irse con una advertencia?

Me encogí de hombros.

—Tiempo atrás, alguien me dio esa misma oportunidad y cambió mi vida.
Lo devuelvo cuando puedo. Además, ese chico era inofensivo. Le quitamos su identificación falsa. Podíamos haberlo reportado, pero creo que realizamos una mejor impresión de este modo, ¿no crees?

—Seguro. Ese chico estaba a punto de orinarse encima. —Terrell asintió y comenzó a regresar a la patrulla—. Una oportunidad. Me gusta eso.

Sonreí, sabiendo que Terrell robaría el término que yo mismo robé.

—Simplemente úsalo con sabiduría.

...

Congelada en la puerta de The Suh Jar, observé mientras Mina sonreía y se reía con un hombre mayor sentado junto a la caja registradora.

Maldición, era hermosa.

Era unas horas más tarde de lo que había planeado estar en el restaurante. Terrel me había dejado junto a mi camioneta después del incidente de Quincy y había venido directamente aquí, tan ansiosa de ver a Mina que tuve un momento difícil obedeciendo yo misma el límite de velocidad. Pero ahora estaba aquí y no podía atravesar la maldita puerta.

—Disculpa.

Una mujer permanecía detrás de mí, esperando a que entrara.

—Lo siento. —Moví los pies y entré, sosteniendo la puerta abierta para
ella.

Mientras la señora se unía a una amiga en una mesa, permanecí en la pared opuesta, observando a Mina trabajar. Tenía el cabello recogido, en un moño asegurado con dos lápices. Tenía un delantal rosa atado alrededor de su pequeña cintura. Su camiseta de cuello en V con el logo del restaurante en el bolsillo bajaba perfectamente por sus pechos, mostrando un poco de clavícula mientras caía sobre su estómago plano.

Hermosa.

Su sonrisa era tan natural y carismática. Cautivaba a sus clientes, riendo y charlando mientras trabajaba.

Me fascinaba.

Así que permanecí en la parte trasera, haciendo mi mejor esfuerzo para mezclarme con la pared de ladrillo mientras observaba. Disfrutando de cada segundo de su sonrisa espontánea, porque en cuanto me viera, volvería a ponerse en alerta. Alzaría sus muros, justo como había hecho anoche cuando me había visto fuera del estudio de música de mamá.
Había sermoneado a Terrell sobre encontrar un equilibrio, pero que me
maldigan si no estaba teniendo un momento difícil encontrándolo con Mina.

¿La estaba presionando demasiado rápido? ¿Demasiado duro? ¿No lo suficiente?

Cuando estaba alrededor, ella libraba una batalla en su cabeza. Me miraba y veía el deseo brillar tras sus ojos. Pero luego lo borraba, dejando que su rostro se arrugara con culpa. Odiaba esa mirada. Odiaba ponerla en su rostro.
Si fuera una mujer más fuerte, habría permanecido alejada y le habría dado su tiempo. Pero aquí estaba, acechando en la parte trasera de su restaurante, tan embelesada en ella que apenas pestañeaba.

Como si supiera que estaba pensando en ella, Mina pasó la mirada por el restaurante. En el momento en que me vio, su cuerpo se tensó. Apartó la mirada, estudiando el mostrador por un momento mientras subía y bajaba los hombros con una respiración. Pero luego me sorprendió con una lenta y hermosa sonrisa.

Estaba jodidamente perdida.

Esa sonrisa, y el meneo de dedo que vino con ella, me habrían hecho tambalearme sobre mis pies si no fuera por la pared de ladrillos a mi espalda.

Un cliente llamó la atención de Mina y me llevó un momento tener el ritmo de mi corazón bajo control. Tres respiraciones profundas y estaba estable, caminando por el restaurante.

—¿Este asiento está tomado? —le pregunté al hombre mayor de la esquina.

—No —masculló.

—Gracias. —Me senté en el taburete, atrapando la atención de Mina mientras corría con el pedido de su cliente—. Hola.

—Hola. Dame un segundo.

—Tómate tu tiempo. —Volvió a recitar el pedido de un cliente y me giré hacia el señor mayor—. ¿Le importa si tomo un menú?

Masculló de nuevo mientras tomaba uno de la pila y lo deslizaba por el
mostrador.

Escaneé el menú, debatiéndome entre las opciones. Tal vez un día no necesitaría un menú. Tal vez estaría alrededor lo suficiente que tendría todas las opciones memorizadas. Y tal vez un día obtendría un saludo diferente de Mina.

Se me permitiría ir detrás de la barra así podría colocarla a mi lado y besar su cabello mientras la saludaba. O dios... algún día besar sus bonitos labios...

Algún día...

—Hay esperanza —murmuré.

—¿Qué fue eso? —preguntó el hombre mayor.

—Oh, eh, solo esperaba que tuvieran más de esos macarrones con queso.—Qué patético, Chaeyoung. Patético—. ¿Ha comido mucho aquí?

—Cada día. —Hinchó el pecho mientras hacía ese comentario—. Este es mi asiento.

—Un experto. Genial. ¿Alguna recomendación?

—Meh. Sus pasteles de carne están bien.

—¿Bien? —Mina se colocó frente al señor y se llevó las manos a las caderas—. Cielos. ¿Por eso hoy has comido cuatro? ¿Porque solo estaban bien?

El hombre miró furibundo hacia Mina mientras ella le fruncía el ceño.

¿Qué pasaba con este tipo? ¿Venía al restaurante y criticaba su comida todo el día? Abrí la boca para poner a este vejestorio en su lugar, nadie miraba mal a Mina, pero ella alzó una esquina de su boca.

—Oh, detente. —Desestimó la mirada de él con la mano y sonrió—. Randall Jhon. Conoce a la detective Son Chaeyoung.

Randall se giró para mirarme. Me miró de arriba abajo dos veces, cada vez su mirada quedándose un segundo de más en mi arma.

Tendí la mano primero y me sorprendió al estrechármela.

—Encantado de conocerte, Randall.

—Lo mismo digo.

—¿Quieres algo de cenar? —me preguntó Mina.

—Por favor. Sorpréndeme, pero no olvides mi postre esta vez.

—El pasado fin de semana hice un nuevo pastel de frutas por el Cuatro de
julio. Todavía no lo he añadido al menú, pero está disponible. ¿Quieres probar una de esas o una tarta de manzana?

—¡Qué! —Randall casi se cayó del taburete antes que pudiera responder.—: Antes dijiste que se te habían acabado esas tartas de frutas.

—No, a ti te dije que se habían acabado. —Le señaló el pecho—. Ya conoces las reglas. Cinco tartas es lo que obtienes en un periodo de veinticuatro horas.

—No sé por qué sigo viniendo aquí y aguantando esta mierda. —Randall se giró en su taburete—. Me voy de aquí. No esperes que vuelva.

Su amenaza no impresionó a Mina.

—No olvides tu café. —Se giró y tomó una taza para llevar y la llenó con la cafetera de la pared posterior.

Randall masculló mientras se ponía la gorra y tomaba su bastón. Luego tomó la taza de manos de Mina y se dirigió hacia la puerta.

—Te veo mañana —gritó Mina a sus espaldas.

Randall simplemente negó y siguió caminando.

—Un tipo amigable —bromeé.

Mina se rió.

—Y lo atrapaste en un buen día. Ayer amenazó con dejarme una mala reseña en Yelp porque no le permití beber seis expresos. Pero volverá mañana para hacernos compañía a mí y a Nayeon.

—¿Un exterior gruñón, un corazón de oro? —supuse.

—Exacto. —Sonrió—. Espera. Te traeré tu comida. ¿Quieres sentarte aquí o en una mesa?

—¿Te sentarías...?

—Minari... —Nayeon salió apresuradamente de la cocina, interrumpiendo mi invitación a cenar, pero se detuvo cuando me vio—. Oh, hola, Chae. ¿Cómo estás?

—Bien. —Le devolví la sonrisa—. Solo consiguiendo algo de cenar.

—¡Justo a tiempo! Mina también iba a tomar su descanso para cenar. Pueden hacerse compañía la una a la otra.

Supongo que, después de todo, no tenía que pedirle a Mina que comiera conmigo. Gracias, Nayeon.

—Nunca debería habértelo dicho —murmuró Mina.

¿Decirle qué?

—¿Vas a comer con Chaeyoung? —La sonrisa de Nayeon se hizo más grande mientras miraba entre ella y Mina—. ¿Sí o no, Pingüino?

—Sí.

—¿Y mañana vas a tomarte la mañana libre? ¿Sí o no?

Mina apretó los dientes.

—Sí.

—¿Y vas a dejar que contrate otro trabajador a tiempo parcial así no te agotas?

—Esto es ridículo.

—Responde la pregunta —insistió Nayeon—. ¿Sí o no? ¿Vas a dejas que contrate a otra persona?

—Sí —siseó Mina.

¿Qué demonios? Definitivamente estaba pasando algo aquí, pero antes que pudiera preguntar, Mina alzó las manos al aire y volvió pisoteando a la cocina mientras Nayeon estallaba en risas. Cuando se había quedado sin aliento, Nayeon se limpió las lágrimas de las esquinas de sus ojos y apoyó la cadera en el mostrador.

—Hoy tiene que decir a todo que sí, y estoy tomando ventaja porque es por su propio bien.

—Ah. —Asentí—. Déjame adivinar. ¿Otro punto de la lista?

Nayeon se enderezó.

—¿Te habló de la lista?

—Sí. La última vez que estuve aquí. —. Mierda—. ¿Debería haberlo mantenido en secreto?

—No, pero es interesante. —Nayeon me estudió por un largo momento, luego sonrió—. Me gustas, Chae. A Mina también, incluso si no lo admite. Tómalo con calma, amiga mía. Tómalo con calma. Estoy segura que pronto las vere sin poder quitarse las manos de encima de la otra.

—No te andas con rodeos, ¿no es así?

Se encogió de hombros.

—Toma demasiado tiempo.

—Coincido. —Sonreí, luego me bajé del taburete y me fui a una mesa vacía en la pared más lejana.

El restaurante estaba lleno esta noche, pero no abarrotado. Todo el mundo sentado ya había conseguido sus comidas, así que me senté y observé a la gente hasta que Mina salió de la cocina con una bandeja de comida y aguas. Dejó dos frascos humeantes llenos de macarrones con queso.

Inhalé el olor a queso.

—Esto huele genial.

—Gracias. —Me entregó una jarra de ensalada sin revolver—. Sacúdela y yo volveré enseguida a comer contigo

Hice lo que me dijo, mezclándola mientras ella iba detrás del mostrador por platos y cubiertos. Volvió y colocó la mesa, dejando la ensalada entre nosotras.

—Compartiré la ensalada, pero será mejor que no toques mi tarta. Se me ha prometido postre y me niego a compartir.

Se rio e hizo un saludo burlón.

—Entendido, detective.

Comimos en silencio, cada una comiendo nuestra ensalada y pasta. El
suave murmullo de otras conversaciones llenaba la habitación hasta que Mina rompió el silencio.

—¿Puedo preguntarte algo?

Asentí mientras masticaba los macarrones.

—Dispara.

Esperó un segundo antes de hablar suavemente: —¿Por qué te quedaste esa noche? Te sentaste conmigo durante horas, incluso después que mi hermano llegó. Me viste miserable.

Pestañeé sorprendida por la pregunta seria, luego dejé mi tenedor y me incliné más cerca.

—Me quedé porque no quería que estuvieras sola. Tu hermano estaba al
teléfono y lidiando con cosas. Solo... no quería que estuvieras sola en ese sofá. Me rompía el corazón verte en ese sofá tan destrozada creeme.

Bajó la mirada a su plato, removiendo su ensalada.

—Gracias.

—No tienes que darme las gracias. Solo estaba haciendo mi trabajo.

Era más que eso, pero mis verdaderos motivos eran muy difíciles de explicar. Dar la noticia de la muerte de Johnny Suh había sido jodidamente extremo, algo que nunca había hecho. En ese momento, había atribuidomi larga vigilia a la difícil situación. Pero ahora, ahora que había estado a su alrededor de nuevo, sabía que no fueron solo las circunstancias las que me hicieron quedarme.

Fue Mina.

No había sido capaz de dejarla sola hasta saber que estaba en buenas
manos. Así que permanecí a su lado hasta que se había quedado dormida en el sofá y su hermano había tomado mi lugar. Aún me duele el corazón recordar como se sacudía su pequeño cuerpo por los sollozos, su mirada apagada.

—¿Qué te hizo preguntar?

Se encogió de hombros y separó un trozo de lechuga.

—Simple curiosidad.

Bien podía haber dicho "Fin de la discusión". No es que de todos modos hubiera presionado. No podía imaginar lo difícil que sería para ella pensar en esa noche, mucho menos hablar de ello. Y con un restaurante lleno de gente, esta noche no era el momento para rememorarlo.

Si alguna vez quería hablar de esa noche, sería todo oídos. Si nunca quería hablar de eso otra vez, también estaba bien.

—¿Escuché que hoy estás diciendo sí a todo? —Tragué un bocado de macarrones con un poco de agua.

Asintió, sonriendo de nuevo mientras masticaba.

—Un tipo podría tomar ventaja de eso.

Dejó de masticar y dirigió sus ojos castaños a los míos.

—Yo, por ejemplo. Podría usarlo para conseguir exactamente lo que quiero.

No me perdí la forma en que brillaron sus ojos, y maldición, era sexy. Si las
cosas estuvieran más avanzadas, si esto fuera un año más adelante y estuviéramos en otro lugar, podría haber usado este juego para tenerla gimiendo sí toda la noche. Pero no estábamos ahí, y no era una completa imbécil Pero me encantaba provocar.

—Mina—susurré, inclinándome más cerca.

Sus respiraciones eran superficiales mientras esperaba.

—¿Me traerías la tarta de frutas y la de manzana?

Pestañeó dos veces, luego se llevó una mano a la boca, todavía llena de ensalada, cubriendo su risa.

—Sí.

Sonreí reclinándome en mi silla y comiendo mi cena.

—¿Tal vez también puedas decirme más sobre esta lista? Parece que cada vez que te veo estás con algo nuevo.

Bajó la mano.

—¿Realmente quieres saberlo?

—Realmente quiero saberlo.

Su sonrisa se hizo tan grande y sus ojos se iluminaron solo un poco.




...

Intentaré actualizar más seguido :)

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