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30° Cumpleaños: Comprarle a Mina su restaurante.

Mina

Cinco años después...

—¿Estás lista para esto? —preguntó Nayeon.

Miré alrededor del espacio abierto y sonreí.

—Sí. Creo que sí.

Mi restaurante, The Suh Jar, abriría mañana.

El sueño que tuve desde que era niña, el sueño que Johnny compartió conmigo, en verdad se estaba haciendo realidad. Una vez el taller de un viejo mecánico, TheSuh Jar era ahora la más reciente cafetería de Bozeman, Montana.

Había tomado un deteriorado edificio abandonado y lo convertí en mi futuro.
Atrás quedaron los suelos de cemento manchados de aceite. En su lugar había un parqué de espiga de nogal. Las sucias puertas del garaje habían sido reemplazadas. Ahora los visitantes podían acercarse a una hilera de ventanas de paneles negros de piso a techo. Y décadas de mugre, suciedad y grasa habían desaparecido. Las paredes originales de ladrillo rojo se limpiaron a su esplendor de antaño, y los altos techos industriales fueron pintados en blanco.

Adiós, enchufes y llaves. Hola, cucharas y tenedores.

—Estaba pensando. —Nayeon enderezó las cartas del menú por cuarta vez—. Probablemente deberíamos llamar a la estación de radio y ver si hacen un aviso o algo para anunciar que has abierto. Tenemos ese anuncio en el periódico, pero la radio también vendría bien.

Reorganicé el recipiente de bolígrafos junto a la caja registradora.

—Está bien. Los llamaré mañana.

Estábamos hombro con hombro detrás del mostrador en la parte posterior de la sala. Las dos estábamos inquietas, tocando cosas que no necesitaban ser tocadas y organizando cosas que habían sido ya muy organizadas, hasta que admití lo que ambas estábamos pensando.

—Estoy nerviosa.

La mano de Nayeon se deslizó por el mostrador y tomó la mía.

—Estarás genial. Este lugar es un sueño, y estaré aquí contigo en cada paso del camino.

Apoyé mi hombro en el suyo.

—Gracias. Por todo. Por ayudarme a poner esto en marcha. Por aceptar ser mi gerente. No hubiera llegado tan lejos sin ti.

—Sí, lo hubieras hecho, pero estoy contenta de ser parte de esto. —Me apretó la mano antes de soltarme y pasó los dedos por el mostrador de mármol negro—. Estaba...

La puerta de entrada se abrió y un anciano llevando un bastón entró arrastrando los pies. Se detuvo en la entrada, su mirada recorriendo las mesas y sillas negras que llenaban el espacio abierto, hasta que nos vio a Nayeon y a mí en la parte posterior del lugar.

—Hola —dije—. ¿Puedo ayudarlo?

Se quitó la gorra de conducir gris y se la colocó debajo del brazo.

—Solo estoy mirando.

—Lo siento, señor —dijo Nayeon—, pero no abrimos al público hasta mañana.

Ignoró a Nayeon y comenzó a deambular por el pasillo central. Mi restaurante no era enorme. El taller solo tenía dos puestos de trabajo, y cruzar desde la puerta de entrada al mostrador me llevaba exactamente diecisiete pasos. Este hombre hizo que pareciera que estaba cruzando el Sahara. Cada paso era pequeño y se detuvo repetidamente para mirar alrededor suyo. Pero finalmente, llegó al mostrador y tomó un taburete de madera frente a Nayeon.

Cuando sus grandes ojos marrones se encontraron con los míos, solo me encogí de hombros. Había vertido todo lo que tenía en este restaurante: corazón, alma y billetera, y no podía darme el lujo de rechazar clientes potenciales, incluso si aún no habíamos abierto al público.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor?

Él se estiró por delante de Nayeon. Tomando un menú de su pila, revolviendo el montón entero mientras la deslizaba.

Sofoqué una risa ante el ceño fruncido de Nayeon. Tenía tantas ganas de arreglar esos menús que le picaban los dedos, pero se contuvo, decidiendo irse.

—Creo que voy a ir a terminar lo de atrás.

—Está bien.

Se giró y desapareció por la puerta oscilante hacia la cocina. Cuando se cerró detrás de ella, me concentré en el hombre que memorizaba mi menú.

—¿Jars? —preguntó.

Sonreí.

—Sí, frascos. Casi todo aquí suele hacerse en mason jars.

Aparte de algunos sándwiches y pasteles para el desayuno, había compilado un menú centrado en torno a los mason jars. En realidad, fue la idea de Johnny usar frascos. No mucho después de casarnos, había estado experimentando con recetas. Aunque siempre había sido mi sueño abrir un restaurante, nunca había sabido exactamente lo que quería preparar. Eso fue hasta que una noche, cuando estaba experimentando con ideas que había encontrado en Pinterest. Hice estas delicadas tartas de manzana en pequeños tarros y Johnny se volvió loco con ellas. Pasamos el resto de la noche
intercambiando ideas para un restaurante temático.

Johnny, estarías muy orgulloso de ver este lugar.

Una picazón demasiado familiar me asaltó la nariz, pero la ignoré, centrándome en mi primer cliente en lugar de pensar en el pasado.

—¿Le gustaría probar algo?

No respondió. Simplemente dejó el menú y se quedó mirando, inspeccionando la pizarra y los estantes detrás de mí.

—Lo deletreaste mal.

—En realidad, mi apellido es Suh, escrito de la misma manera que el restaurante.

—Mmm —murmuró, claramente no muy impresionado con mi astucia.

—No abrimos hasta mañana, pero ¿qué tal una muestra? ¿Cortesía de la casa?

Se encogió de hombros.

No dejé que su falta de entusiasmo y su actitud gruñona en general me desmoralizará, me dirigí a la vitrina refrigerada junto a la caja registradora y elegí el favorito de Johnny. Lo metí en el horno tostador y luego puse una cuchara y una servilleta frente al hombre mientras él seguía escudriñando el espacio.

Ignorando el ceño fruncido en su rostro, esperé el horno y dejé que mis ojos vagaran. Mientras lo hacían, mi pecho se hinchó de orgullo. Justo esta mañana, había aplicado los últimos toques. Colgué la última pintura y puse una flor fresca en cada mesa. Era difícil de creer que este era el mismo taller en el que había entrado hace un año. Que finalmente pude eliminar el olor a gasolina a cambio del de azúcar y especias.

No importaba lo que sucediera con The Suh Jar, si fracasaba miserablemente o tenía éxito más allá de mis sueños más descabellados, siempre estaría orgullosa de lo que había logrado aquí.

Orgullosa y agradecida.

Me había llevado casi cuatro años salir a rastras de abajo del peso de la muerte de Johnny. Cuatro años para que la niebla negra del dolor y la pérdida se difuminara en gris. The Suh Jar, me había dado un propósito el año pasado.

Aquí, no era solamente la viuda de veintiocho años que luchaba por sobrevivir todos los días. Aquí, era una empresaria y la dueña de un negocio.

Estaba en control de mi vida y mi propio destino.

El pitido del horno me sacó de mi ensoñación. Me puse una manopla y saqué el pequeño frasco, dejando que el olor a manzanas, mantequilla y canela flotara hasta mi nariz. Luego fui al congelador, saqué mi helado favorito de vainilla y coloqué una cucharada encima de la corteza entretejida de la tarta. Envolví el tarro caliente en una servilleta de tela negra y deslicé la tarta enfrente del malhumorado anciano.

—Disfrute. —Contuve una sonrisa petulante.

Una vez que cavara en ese pastel, me lo ganaría.

Lo miró durante un largo minuto, inclinándose para inspeccionar todos los lados del recipiente antes de recoger su cuchara. Pero con ese primer bocado, un involuntario ronroneo de placer escapó de su garganta.

—Escuché eso —bromeé.

Refunfuñó algo por lo bajo antes de tomar otro humeante bocado. Luego otro. El pastel no duró mucho; lo devoró mientras yo pretendía limpiar.

—Gracias —dijo en voz baja.

—De nada. —Tomé el recipiente vacío y los puse en una cubeta de plástico—. ¿Quiere uno para llevar? ¿Tal vez para postre después de cenar?

Se encogió de hombros.

Lo tomé como un sí y preparé una bolsa para llevar con tarta de arándanos en vez de tarta de manzana. Metiendo dentro un menú y las instrucciones de recalentamiento, coloqué la bolsa artesanal marrón junto a él en el mostrador.

—¿Cuánto? —Sacó su billetera.

Le hice un gesto para que se fuera.

—Invita la casa. Un regalo de mi parte como mi primer cliente, señor...

— Jhon. Randall Jhon.

Me tensé al oír el nombre, como siempre hacía cuando oía decir Johnny o una versión parecida, pero no dejé que me afectara, contenta porque las cosas estuvieran mejorando. Hace cinco años, hubiera estallado en lágrimas. Ahora, esa punzada era manejable.

Randall abrió la bolsa y miró dentro.

—¿Vendes productos para llevar en los frascos?

—Sí, el frasco va incluido. Si lo devuelve, le doy un descuento en su próxima compra.

Cerró la bolsa y murmuró: —Mmm.

Nos miramos el uno al otro en silencio durante algunos segundos, cada uno se volvió cada vez más incómodo, pero no dejé de sonreír.

—¿Eres de aquí? —preguntó finalmente.

—He vivido en Bozeman desde la universidad, pero no, crecí en Alaska.

—¿Tienen estos lujosos restaurantes de frascos en el norte?

Me reí.

—No que yo sepa, pero hace tiempo que no estoy en casa.

—Mmm.

Mmm. Hice una nota mental de no responder nunca más a una pregunta con "mmm" Hasta que conocí a Randall Jhon, jamás me había dado cuenta de lo molesto que era.

El silencio entre nosotros regresó. Nayeon estaba dando vueltas en la cocina, probablemente descargando los platos limpios del lavaplatos, pero por mucho que quisiera estar ahí para ayudarla, no podía dejar a Randall aquí solo.

Eché un vistazo a mi reloj. Tenía planes esta noche y necesitaba preparar los quiches del desayuno antes de irme. Aquí de pie mientras Randall reflexionaba sobre mi restaurante no era algo que había figurado en mis planes.

—Yo, mmm...

—Construí este lugar.

Su interrupción me sorprendió.

—¿El taller?

Asintió.

—Trabajé para la empresa de construcción que lo construyó en los años sesenta.

Ahora su inspección tenía sentido.

—¿Qué le parece?

Normalmente no me importaban demasiado las opiniones de los demás, especialmente de un extraño cascarrabias, pero por alguna razón, quería la aprobación de Randall. Él era la primera persona en entrar a este lugar que no era miembro de la familia ni parte de mi equipo de construcción. Una opinión favorable de un extraño me animaría enormemente cuando llegara el día de la inauguración.

Pero los ánimos bajaron cuando, sin mediar palabra, Randall se puso la gorra y se bajó del taburete. Se pasó la bolsa para llevar alrededor de una muñeca mientras agarraba su bastón con la otra mano. Luego emprendió su lento camino hacia la puerta.

Tal vez mi tarta de manzana no era tan mágica como lo había pensado Johnny.

Cuando Randall se detuvo en la puerta, me animé, esperando cualquier señal de que hubiera disfrutado de su rato aquí. Miró por encima del hombro y me guiñó un ojo.

—Buena suerte, señora Suh.

—Gracias, señor Jhon. —Mantuve mis brazos quietos a los lados hasta que se dio la vuelta y empujó la puerta. Tan pronto como estuvo fuera de la vista, lancé los brazos al aire, articulando:¡Sí!
No estaba segura si iba a volver a ver a Randall Jhon otra vez, pero tomaba su despedida como la bendición que estaba anhelando.

Esto iba a funcionar. The Suh Jar iba a ser un éxito. Podía sentirlo en lo profundo de mis huesos.

Ni treinta segundos después que Randall desapareció por la acera, la puerta se abrió de nuevo. Esta vez, una niña pequeña recorrió a gran velocidad
el pasillo central.

—¡Tía Mina!

Me apresuré a dar la vuelta al mostrador y me arrodillé, lista para el impacto.

—¡Bichito Jenn! ¿Dónde está mi abrazo?

Jennie, mi sobrina de cuatro años, soltó una risita. Su vestido color rosa de verano se movía detrás de ella mientras corría hacia mí. Sus rizos castaños, rizos que combinaban con los de Nayeon, rebotaban sobre sus hombros mientras volaba a mis brazos. Besé su mejilla y le hice cosquillas en los costados, pero rápidamente la dejé ir, sabiendo que no estaba aquí por mí.

—¿Dónde está mami?

Asentí hacia la parte trasera.

—En la cocina.

—¡Mami! —gritó mientras corría en busca de Nayeon.

Me puse de pie justo cuando la puerta tintineó otra vez y mi hermano, Jaehyun, entró con Jungwon, de dos años, en sus brazos.

—Hola. —Cruzó la habitación y me envolvió contra su costado para un
abrazo—. ¿Cómo estás?

—Bien. —Apreté su cintura, luego me puse de puntillas para besar la mejilla de mi sobrino—. ¿Cómo estás?

—Bien.

Jaehyun estaba lejos de estar bien, pero no hice ningún comentario.

—¿Quieres algo de beber? Te prepararé tu café con leche y caramelo favorito.

—Claro. —Asintió y puso a Jungwon en el suelo cuando Nayeon y Jennie salieron de la cocina.

—¡Mamá! —Todo el rostro de Jungwon se iluminó mientras se dirigía hacia su
madre.

—¡Wonnie! —Ella lo levantó, besando sus mejillas regordetas y abrazándolo fuerte—. Oh, te extrañé, cariño. ¿Pasaste un rato divertido en casa de papá?

Jungwon solo la abrazó mientras Jennie se agarraba a su pierna.

El divorcio de Jaehyun y Nayeon había sido duro para los niños. Ver a sus padres desdichados y dividir el tiempo entre dos hogares había pasado factura.

—Hola, Jaehyun. ¿Cómo estás? —La voz de Nayeon estaba llena de esperanza porque le dijera algo amable.

—Bien —le dijo cortante.

La sonrisa en su rostro desapareció cuando se negó a mirarla, pero se recuperó rápidamente, concentrándose en sus hijos.

—Tomemos mis cosas de la oficina y luego podremos ir a casa y jugar antes de la cena.

Me despedí con un gesto de mi mano.

—Te veo mañana.

Asintió y me dio su sonrisa más grande.

—No puedo esperar. Esto va a ser maravilloso, Minari. Simplemente, lo sé.

—Gracias. —Sonreí despidiéndome de mi mejor amiga y ex cuñada.

Nayeon miró a Jaehyun, esperando que le dijera algo, pero no lo hizo. Besó a sus hijos en despedida y luego le dio la espalda a su ex esposa, tomando el taburete que Randall había dejado vacante.

—Adiós, Jaehyun —susurró Nayeon, y luego llevó a los niños de regreso a la pequeña oficina pasando por la cocina.

En el momento en que oímos cerrarse la puerta de atrás, Jaehyun gimió y se frotó el rostro con las manos.

—Esta mierda apesta.

—Lo siento. —Le di una palmadita en el brazo y luego fui detrás del mostrador para preparar su café con leche.

El divorcio fue solo hace cuatro meses y ambos luchaban por adaptarse a la nueva normalidad de las diferentes casas, los horarios de custodia y los incómodos encuentros. La peor parte de todo era que todavía se amaban. Nayeon estaba haciendo todo lo posible para conseguir solo una fracción del perdón de Jaehyun. Jaehyun estaba haciendo todo lo posible por obligarla a pagar. Y como la mejor amiga de Nayeon y la hermana de Jaehyun, estaba atrapada en el medio, tratando de darles el mismo amor y apoyo.

—¿Todo está listo para mañana? —Jaehyun apoyó los codos en el mostrador y me observó mientras preparaba su café con leche.

—Sí. Necesito hacer un par de cosas para el menú del desayuno, pero luego ya lo tengo todo listo.

—¿Quieres cenar conmigo esta noche? Puedo esperar a que termines.

Mis hombros se pusieron rígidos y no dejé de mirar el goteo del espresso.

—Mmm, de hecho, tengo planes esta noche.

—¿Planes? ¿Qué planes?

La sorpresa en su voz no fue chocante. En los cinco años transcurridos desde la muerte de Johnny, rara vez había hecho planes que no lo hubieran incluido a él o a Nayeon. Casi había perdido contacto con los amigos que Johnny y yo tuvimos en la universidad. La única amiga con la que aún hablaba era Nayeon. Y últimamente, lo más cerca que estuve de hacerme un nuevo amigo había sido mi conversación anterior con Randall.

Jaehyun probablemente estaba emocionado, pensando que estaba de algún modo sociabilizando y diversificándome, lo cual no era del todo falso. Pero a mi hermano no le iban a gustar los planes que había hecho.

—Voy a una clase de karate —espeté y comencé a calentar la leche. Podía sentir su ceño fruncido en mi espalda, y efectivamente, todavía estaba allí cuando le entregué su café con leche terminado.

—Mina, no. Pensé que hablamos de abandonar esta cosa de la lista.

—Hablamos de eso, pero no recuerdo haber estado de acuerdo contigo.

Jaehyun pensaba que mi deseo de completar la lista de cumpleaños de Johnny no era saludable.

Yo pensaba que era necesario. Porque tal vez si terminara la lista de Johnny, podría encontrar una manera de dejarlo ir.

Jaehyun resopló y se lanzó sin preámbulos a nuestra discusión de siempre.

—Podría llevarte años acabar esa lista.

—¿Y qué si lo hace?

—Terminar su lista no lo traerá de regreso. Es solo tu manera de aferrarte al pasado. Nunca vas a seguir adelante si no puedes dejarlo ir. Se ha ido, Mina.

—Ya sé que se ha ido —espeté, la amenaza de las lágrimas me quemaba la garganta—. Soy muy consciente que Johnny no volverá, pero esta es mi elección. Quiero terminar su lista y lo menos que puedes hacer es ser solidario. Además, miren quien habla de seguir adelante.

—Eso es diferente —replicó.

—¿Lo es?

Entramos en un duelo de miradas, mi pecho subía y bajaba mientras me negaba a parpadear.

Jaehyun se quebró primero y se desplomó hacia adelante.

—Lo siento. Solo quiero que seas feliz.

Di un paso hacia el mostrador y coloqué mi mano sobre la suya.

—Lo sé, pero por favor, trata de entender por qué tengo que hacer esto.

Negó.

—No lo entiendo. No sé por qué te sometes a todo eso. Pero eres mi hermana y te amo, así que lo intentaré.

—Gracias. —Le apreté la mano—. Yo también quiero que seas feliz. ¿Quizás en vez de cenar conmigo, deberías ir a la casa de Nayeon? Podrían tratar de hablar después que los niños se vayan a la cama.

Negó, un mechón de su cabello color castaño cayendo fuera su sitio mientras hablaba mirando al mostrador.

—La amo. Siempre lo haré, pero no puedo perdonarle lo que hizo. Simplemente... no puedo.

Ojalá lo intentara más. Odiaba ver a mi hermano tan desconsolado. Nayeon también. Yo saltaría ante la oportunidad de recuperar a Johnny, sin importar los errores que haya cometido.

—Entonces, ¿karate? —preguntó Jaehyun, cambiando de tema. Él podía desaprobar mi elección de terminar la lista de Johnny, pero preferiría hablar de eso que de su matrimonio fallido.

—Karate. Hice una cita para una clase de prueba esta noche. — Probablemente era un error, hacer ejercicio físico extenuante la noche anterior a la gran inauguración, pero quería hacerlo antes que el restaurante abriera y estuviera demasiado ocupada; o me acobardara.

—Entonces, supongo que, mañana podrás tachar dos cosas de la lista. Abrir este restaurante e ir a una clase de karate.

—En realidad. —Levanté un dedo, luego fui a la caja registradora por mi bolsa. Saqué mi bolso de gran tamaño y hurgué hasta que mis dedos tocaron el diario de cuero de Johnny—. Voy a tachar el del restaurante hoy.

No había completado muchos elementos en la lista de Johnny, pero cada vez que lo hacía, lloraba. La apertura del restaurante de mañana iba a ser uno de mis momentos de mayor orgullo y no quería que se inundara de lágrimas.

—¿Lo harías conmigo? —le pregunté.

Sonrió.

—Sabes que siempre estaré aquí para lo que necesites.

Lo sabía.

Jaehyun me había mantenido en pie estos últimos cinco años. Sin él, no creo que hubiera sobrevivido a la muerte de Johnny.

—De acuerdo. —Inhalé temblorosamente, luego tomé un bolígrafo del frasco junto a la caja registradora. Dando vuelta a la página del trigésimo cumpleaños, revisé cuidadosamente la pequeña casilla en la esquina superior derecha.

Johnny le había dado a cada cumpleaños una página en el diario. Quería algo de espacio para tomar notas sobre su experiencia o pegar fotos. Nunca llegaría a llenar estas páginas, y aunque estaba haciendo su lista, no podía forzarme a hacerlo tampoco. Entonces, cuando terminaba uno de los puntos, simplemente marcaba la casilla e ignoraba las líneas que siempre permanecerían vacías.

Como era de esperarse, en el momento en que cerré el diario, un sollozo escapó. Antes que la primera lágrima cayera, Jaehyun había doblado la esquina y me había tomado en sus brazos.

Te extraño, Johnny.

Lo extrañaba tanto que dolía. No era justo que no pudiera hacer su propia lista. No era justo que su vida se hubiera visto interrumpida porque le pedí que hiciera un estúpido recado. No era justo que la persona responsable de su muerte todavía viviera libre.

No era justo.

El torrente de emoción me consumió y dejé salir todo contra la camisa azul marino de mi hermano.

—Por favor, Mina —susurró Jaehyun en mi cabello—. Por favor, piensa en detener esta cosa de la lista. Odio que te haga llorar.

Sollocé y me sequé los ojos, luchando con todas mis fuerzas para dejar de llorar.

—Tengo que hacerlo —solté un hipo—. Tengo que hacer esto. Incluso si me lleva años.

Jaehyun no respondió; solo me apretó más fuerte.

Nos abrazamos unos minutos hasta que me recompuse y di un paso atrás. No queriendo ver la empatía en sus ojos, miré alrededor del restaurante. El restaurante que solo pude comprar con el dinero del seguro de vida de Johnny.

—¿Crees que le hubiera gustado?

Jaehyun echo un brazo por encima de mis hombros.

—A él le hubiera encantado. Y estaría muy orgulloso de ti.

—Este fue el único elemento en su lista que no era únicamente para él.

—Creo que estás equivocada en cuanto a eso. Creo que esto era para él. Hacer realidad tus sueños era la mayor alegría de Johnny.

Sonreí. Jaehyun tenía razón. Johnny habría estado tan entusiasmado con este lugar. Sí, era mi sueño, pero también hubiera sido suyo. Limpiándome los ojos por última vez, guardé el diario.

—Será mejor que haga mi trabajo para poder llegar a esa clase.

—Llámame después si es necesario. Estaré en casa. Solo.

—Como dije, siempre puedes ir a cenar con tu familia. —Me fulminó con la mirada y levanté las manos—. Es solo una idea.

Jaehyun me besó en la mejilla y tomó otro largo trago de su café con leche.

—Me voy a ir.

—¿Pero vendrás mañana?

—No me lo perdería por nada en el mundo. Estoy orgulloso de ti, hermanita.

Yo también estaba orgullosa de mí.

—Gracias.

Caminamos juntos hasta la puerta, luego la cerré con llave detrás de él antes de regresar corriendo a la cocina. Me sumergí en lo que estaba haciendo y preparé una bandeja de quiches que pasarían toda la noche en el refrigerador y se hornearían frescas por la mañana. Cuando mi reloj sonó un minuto después de deslizar la bandeja en la nevera, respiré hondo.

Karate.

Iba hacer karate esta noche. No tenía ganas de probar artes marciales, pero lo haría. Por Johnny.

Así que me apresuré al baño, cambiando mis vaqueros y mi top blanco por unos leggins negros y una camiseta deportiva sin mangas de color granate. Me até la larga melena castaña en una cola de caballo que colgaba más abajo de mi sujetador deportivo antes de ponerme mis zapatillas deportivas de color negro y salir por la parte de atrás.

No me tomó mucho tiempo conducir mi sedán verde a la escuela de karate. Bozeman era la ciudad de más rápido crecimiento en Montana y había cambiado mucho desde que me mudé aquí para la universidad, pero aun así, no tomaba más de veinte minutos llegar de un extremo al otro, especialmente en junio, cuando los estudiantes se habían ido por el verano. Cuando entré en el estacionamiento, mi estómago estaba hecho un nudo. Con manos temblorosas, salí de mi automóvil y entré al edificio hecho de ladrillos grises.

—¡Hola! —Una adolescente rubia me saludó desde atrás del mostrador de la recepción. No podía tener más de dieciséis años y tenía un cinturón negro atado en la cintura de su uniforme blanco.

—Hola —dije tomando aire.

—¿Estás aquí para tomar una clase?

Asentí y encontré mi voz.

—Sí, llamé a principios de esta semana. No recuerdo con quién hablé, pero él me dijo que podía venir esta noche y hacer un intento.

—¡Increíble! Déjame traerte un formulario. Un segundo. —Desapareció en la oficina detrás de la recepción.

Aproveché el momento libre para mirar a mi alrededor. Los trofeos llenaban las estanterías detrás del mostrador. Los diplomas enmarcados escritos en español y japonés colgaban en las paredes en columnas ordenadas. Fotos de estudiantes felices estaban dispersas por el resto del vestíbulo.

Más allá del área de recepción había una gran plataforma atestada de familiares sentados en sillas plegables. Orgullosos padres y madres se encontraban frente a una larga ventana de vidrio que daba a una clase para niños. Más allá del cristal, pequeños con uniformes blancos y cinturones amarillos practicaban puñetazos y patadas, algunos más coordinados que otros, pero todos bastante adorables.

—Aquí tienes. —La adolescente rubia regresó con una pila pequeña de papeles y un bolígrafo.

—Gracias. —Me puse a trabajar, rellenando con mi nombre y firmando las dispensas necesarias, luego se las volví a entregar—. ¿Necesito, eh, cambiarme?

Miré hacia abajo a mi ropa de gimnasia, sintiéndome fuera de lugar al lado de los uniformes blancos.

—Estás bien por esta noche. Puedes usar eso, y si decides registrarte para más clases, podemos conseguirte un gi. —Ella tiró de la solapa de su uniforme—. Déjame mostrarte el lugar.

Tomé una respiración profunda, sonriendo a algunos de los padres cuando se giraron y me notaron. Luego me encontré con la chica del otro lado del mostrador de recepción y la seguí por un arco hacia una sala de espera. Caminó directamente más allá del área abierta y a través de la puerta que decía Damas.

—Puedes usar cualquiera de los ganchos y perchas. No usamos zapatos en el dojo, así que puedes dejarlos en un cubículo con tus llaves. No hay casilleros, como puedes ver —se rio—, pero nadie te robará nada. Aquí no.

—De acuerdo. —Me quité los zapatos y los puse en un cubículo libre con las llaves de mi auto.

Maldición. Debería haberme pintado las uñas de los pies. El rojo que había elegido semanas atrás ahora estaba apagado y astillado.

—Por cierto, soy Dahyun. —Se inclinó para susurrar—: Cuando estamos aquí, puedes llamarme Dahyun, pero cuando estamos en el área de espera o dojo, siempre debes llamarme Dahyun sensei.

—Entendido. Gracias.

—Solo serán unos minutos más antes que la clase de los niños termine. — Dahyun me guio de vuelta a la sala de espera—. Puedes quedarte aquí y luego comenzaremos.

—Está bien. Gracias de nuevo.

Sonrió y desapareció volviendo a la zona de recepción.

Me quedé en silencio en la sala de espera, tratando de fundirme con las paredes blancas mientras miraba hacia el dojo. La clase había terminado y los niños estaban haciendo una hilera para inclinarse ante sus profesores. Senseis. Un niño pequeño movía los dedos de los pies sobre una de las esteras azules que cubrían el piso. Dos niñas pequeñas susurraban y reían.

Un instructor llamó la atención y las espaldas de todos los niños se enderezaron repentinamente. Luego se doblaron por la cintura, haciendo una reverencia a los senseis y a una hilera de espejos que abarcaba la parte posterior de la habitación. La sala estalló en risas y aplausos cuando los niños fueron despedidos de la hilera y salieron por la puerta. La mayoría me pasaron sin mirarme mientras buscaban a sus padres o iban a cambiarse en los vestuarios.

Mis nervios aumentaron con rapidez cuando los niños despejaron la sala de ejercicios, sabiendo que ya era hora de entrar allí. Otros estudiantes adultos
entraban y salían de los vestuarios, y ahora estaba aún más consciente que esta noche sería la única persona que no vistiera de blanco.

Odiaba ser la nueva.

Algunas personas disfrutaban la emoción del primer día de clases o un nuevo trabajo, pero yo no. No me gustaba la energía nerviosa en mis dedos. Y realmente no quería hacer el ridículo esta noche.

Solo no te caigas de bruces.

Ese era uno de los dos objetivos de esta noche: sobrevivir y mantenerse en pie.

Le sonreí a otra estudiante cuando salió del vestuario. Saludó con la mano, pero se unió a un grupo de hombres apiñados contra la pared opuesta.
No queriendo espiar a los adultos, estudié a los niños mientras iban de un lado para otro hasta que un gran alboroto estalló en el vestíbulo.

Decidida a no mostrarle miedo a quien viniera en mi dirección, forcé las comisuras de mi boca a levantarse. Cayeron cuando una mujer entró en la sala de espera.

Cuando una mujer que no había visto en cinco años, un mes y tres días, apareció en la habitación.

La policía que me había dicho que mi esposo había sido asesinado.

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