Capítulo 4
2 dias después de la fiesta
Amber
Me veo en el espejo, poniendome los últimos polvos.
"Fabulosa" Pienso. "97/100"
Llamé a mi chófer privado, porque, aunque papá me había cambiado a un instituto público, continuaba con la disponibilidad de alguna comodidad.
Papa estaba últimamente siempre en el trabajo desde que había perdido sus acciones de empresa y mamá, desde las malversaciones de papá, no salía de la cama. Entonces en el momento de mi vida que seguramente necesitaba más apoyo emocional, me habían dejado tirada.
Lo irónico, es que todas mis "amigas" de mi antiguo instituto se olvidaron de mi el segundo que aprendieron dónde estaba y los problemas económicos que sufría mi familia, y una parte de mi estaba agradecida de haber huido de Nueva York para poder comenzar una vida más tranquila, con menos dramas de ricos y con menos concursos.
Pero por otra parte, eso era imposible, ya que cada día en aquel instituto se convertía en una batalla cuesta arriba, una lucha constante contra todo lo que me rodeaba.
Apenas pasé las puertas de la entrada y una sencación de repulso se apoderó de todo mi cuerpo.
Odiaba el olor a desinfectante barato que impregnaba los pasillos, una mezcla penetrante de productos químicos que me recordaba constantemente mi falta de pertenencia en aquel lugar.
Y entonces estaban las personas, un conjunto heterogéneo de individuos que parecían estar en otra dimensión completamente distinta a la mía. Odiaba su indiferencia, su falta de ambición, su conformismo con una existencia mediocre. Me sentía como un extraterrestre en un mundo lleno de conformistas, una rareza que no encajaba en su esquema de vida monótona y predecible.
Los profesores no eran mejores. Odiaba su falta de pasión, su desinterés por enseñar más allá de lo estrictamente necesario. Para ellos, enseñar era simplemente un trabajo, una tarea tediosa que cumplían con la menor cantidad de esfuerzo posible. Me sentía insultada por su falta de compromiso, como si mi sed de conocimiento fuera una molestia para ellos.
Odiaba todo. Odiaba el color de los muros, la actitud de la gente, las clases ahí... Todo. Cada día en aquel instituto era un recordatorio constante de mi desdicha, una prisión de la que ansiaba escapar. Pero por ahora, estaba atrapada en aquel infierno, luchando cada día para mantener mi cordura y mi dignidad intactas en medio de la mediocridad que me rodeaba.
- ¿Amber? -Me despierta mi profesora de matemáticas de mis pensamientos. - Te llama el director a su despacho.
Y fue así que tras perderme 2 veces en esos pasillos color amarillo podrido encontré un pasillo con un papel mentenido por una espinilla escrito "DIRETOR THOMPSON".
La sala de espera era tan monótona como cabría esperar en una institución educativa, pero mi atención se desvió hacia otra figura sentada en una esquina.
- ¿Problemas ya, Amber? -me saludó con una sonrisa astuta que no reconocia.
Me quedé un momento sorprendida por la presencia de este desconocido. No lo conocia de nada, pero con su pelo y ojos azabaches despertaba mi curiosidad.
- ¿El director no está para recibirme y darme la bienvenida?
- Aquí las reglas son un poco distintas, princesa -respondió con una chispa de diversión en los ojos.
Asentí, comprendiendo que las cosas en este lugar podrían no ser tan convencionales como estaba acostumbrada.
Me quedé mirando al chico, que era más bien delgado, piel pálida y que no lo había visto ni en los pasillos ni en mi fiesta. No estaba mal, 84/100. Se dió cuenta de mi mirada y al sorprenderme sonrió con una sonrisa divertida.
- ¿Y tú qué has hecho para terminar aquí? -pregunté con curiosidad, intentando desviar la atención de mi propia situación.
El individuo se encogió de hombros con indiferencia.
- Pillaron mis habilidades artísticas mientras decoraba el techo de la escuela con un poco de graffiti -confesó con un dejo de orgullo y desafío en su tono.
- No es precisamente un acto de caballerosidad -comenté con una media sonrisa. - ¿Sabes? Digno de un príncipe.
Él simplemente respondió con una mirada traviesa y un gesto casual.
- Cuando quieras, puedo llevarte al techo, princesa -ofreció, sugiriendo una aventura en lugar de una visita al despacho del director.
La idea me hizo sonreír. Aunque acababa de llegar a este nuevo entorno, ya estaba empezando a descubrir que la vida en esta escuela sería todo menos aburrida.
La puerta del despacho se abrió repentinamente, revelando al director Thompson. Su mirada severa y autoritaria hizo que me enderezara en mi asiento, preparándome para lo que vendría a continuación.
- Nos vemos señor del graffiti - le dije con gracia al chico que aún no sabía su nombre.
Cuando entré en el despacho del director Thompson, me encontré con su mirada seria y autoritaria clavada en mí. Él cerró la puerta detrás de mí, dejándome a solas con el director en la atmósfera tensa de la habitación.
- Amber, siéntate, por favor-, dijo el director Thompson con voz firme, señalando hacia una silla frente a su escritorio.
Tomé asiento, tratando de mantener la compostura a pesar del creciente nerviosismo que sentía en mi interior.
-He recibido algunas quejas sobre tu atuendo hoy, Amber-, continuó el director, su mirada penetrante analizando cada detalle de mi apariencia.
Tragué saliva, llevaba faltas más cortas de las del uniforme, pero era algo completamente normal en Nueva York.
- Y también me enteré de la fiesta que organizaste anoche sin autorización-, agregó, su tono indicando claramente su desaprobación.
Mi corazón dio un vuelco mientras recordaba la fiesta. Ni siquiera sabia sobre esa regla, pero en lugar de sentirme arrepentida, una chispa de ira se encendió dentro de mí.
-Lo siento, señor Thompson-, comencé, tratando de mantener mi tono lo más respetuoso posible. -Entiendo que el código de vestimenta y las reglas escolares son importantes, pero a veces siento que son un poco... restrictivas.
El director Thompson frunció el ceño, claramente molestó por mi actitud.
-Amber, estas reglas existen por una razón. No es solo una cuestión de restricción, sino de respeto y disciplina-, respondió con firmeza.
-Pero a veces siento que estas reglas sofocan nuestra creatividad y nuestra libertad de expresión-, argumenté, luchando por hacerme escuchar.
El director Thompson suspiró, claramente frustrado por mi actitud desafiante.
-Amber, entiendo tus preocupaciones, pero necesitas entender que las reglas existen para mantener el orden y el respeto en nuestra institución. Y cuando se rompen esas reglas, hay consecuencias-, dijo con severidad. - La ultima fiesta sin autorización hubo... ehmm, una estudiante que sufrió mucho.
Espera... Esa era Abigail?
El tono de su voz dejó claro que no habría margen para el debate. Antes de que pudiera decir algo más, anunció su decisión.
-Por tus acciones, Amber, serás castigada. Te pasarás el resto del semestre en la sala de detención, hasta diciembre-, sentenció, su tono final y sin lugar a discusión.
-¡¿Qué?! ¡Esto es ridículo!- exclamé, mi voz temblorosa pero llena de ira contenida. -¿En la sala de detención hasta diciembre? ¡No puede hacer esto!
Me recordaba del olor asqueroso de la sala, de las paredes sucias...
El director Thompson mantuvo su expresión impasible, su mirada firme y decidida.
-Amber, entiendo que estés molesta, pero tus acciones tienen consecuencias-, respondió con calma, aunque podía notar un ligero rastro de irritación en su tono.
-¡Pero es injusto! No hice nada tan grave como para ser castigada de esta manera, - protesté, sintiendo que la injusticia de la situación me oprimía el pecho.
El director Thompson se puso de pie detrás de su escritorio, enfrentándome con autoridad.
-Amber, debes aprender que las reglas están aquí por una razón. Tu desobediencia y falta de respeto hacia ellas no serán toleradas-, dijo con firmeza, su voz resonando en la habitación.
Sentí que mi rabia aumentaba ante su aparente falta de comprensión. Me puse de pie, enfrentándolo con igual determinación.
-Pero tú... ¡tú tampoco estás entendiendo! ¡Estás castigándome injustamente! ¡Lo diré a mi padre!- grité, luchando por hacerle ver mi punto de vista.
El director Thompson me miró con una mezcla de frustración y compasión, como si entendiera mi enojo pero estuviera decidido a mantener su decisión. No pareció inquietado por mi padre. Supongo que era eso ya no tener privilegios.
-Amber, comprendo que estés molesta, pero esta es mi decisión final. Espero que esta experiencia te ayude a reflexionar sobre tus acciones y a tomar decisiones más responsables en el futuro-, dijo, su tono indicando que no habría más debate sobre el asunto.
Una mezcla de impotencia y frustración llenó mi pecho mientras asimilaba la firmeza del director. Sabía que no había forma de cambiar su decisión, pero eso no disminuía mi furia por lo que consideraba una injusticia. Me sentía como una persona normal, por una de las primeras veces de mi vida.
Con un suspiro de rendición, me di la vuelta y salí del despacho del director, con la determinación de enfrentar mi castigo con la cabeza en alto, pero con el corazón lleno de resentimiento hacia una autoridad que no había entendido mi punto de vista.
Con unos minutos tarde, llego a la sala que me toca, la profesora aún no hallegado y por tanto todo el mundo está fuera de sus asientos charlando.
Me siento en uno de los últimos asientos libres de la clase de matemáticas, todo el mundo se gira tras verme entrar en clase, decisivamente realmente era todo un espectáculo desde lo que había sucedido en la fiesta.
Vi entre las miradas de mi compañeros la de Austin, que me miró con odio.
Kara se sentaba en el asiento de atrás, hoy llevaba una corbata holgada del uniforme de la escuela con unos vaqueros apretados. Lo que, a mis ojos era un verdadero crimen de la moda, para ella y sus compañeros de clase era algo normal.
Kara se sentó en su asiento y depositó su falso bolso Michael Kors en el suelo.
" 97/100" pensé. La costumbre a notar gente en mi cabeza se había vuelto como un tic, un tic que no podía impedir y que gritaba por salir siempre que veía una persona nueva.
Por su morfologia y sus caderas le irían mejor las faldas de volantes con unos calcetines altos y pequeños tacones, ya que seguramente no sabía andar con tacones de más de 4 centímetros de alto.
Observaba a Kara con atención mientras ella se acercaba hacia mi, con una mirada centillosa. Suspiro internamente, preguntándome qué estará tramando ahora.
- Amber, sé que nuestra relación ha sido difícil-, comienza Kara, su voz decidida pero con un deje de cautela.
Frunzo ligeramente el ceño, esperando escuchar qué idea tiene en mente esta vez.
- Sí, sobretodo cuando querías echar todo el mundo de mi fiesta creando un falso incendio. - digo molesta, pero con un tono lleno de ironia, sin mirarle a la cara.
-Estaba pensando en un pacto-, continúa Kara, ignorando lo que le he dicho, y siento una mezcla de curiosidad y desconfianza. ¿Qué estará planeando ahora?
La miro fijamente, tratando de descifrar sus verdaderas intenciones.
-¿A qué te refieres, Kara?-, pregunto, intentando mantener mi voz lo más neutral posible.
-¿Qué te parece si hacemos una competencia? La primera de nosotras en besar a todos los chicos de la lista de besos se convertirá en la Reina de la Escuela-, propone Kara, y no puedo evitar sentir un escalofrío de emoción y desafío.
- ¿Qué es la lista de besos? - pregunté, incluso si en el fondo ya suponía lo que era.
- La lista de los 10 chicos más buenos de la escuela. - Dijo, sin pensar.
¿Qué estará pensando Kara? ¿Por qué de repente quiere competir conmigo de esta manera? Pero por otro lado, la idea de una competencia me intriga. Quizás esta sea una oportunidad para mostrarle quién manda de verdad en esta escuela.
- ¿Entonces me estás pidiendo de determinar quién tiene el poder de esta escuela según la cantidad de chicos que hemos besado? - pregunto, incrédula.
- Si.
Aunque no me consideraba como la reincarnación de Madre Teresa de Calcuta, sabía que lo que estaba haciendo estaba mal, es más, sentí un pellizco en el estómago con la idea de besar chicos por ascendenter en la escalera social de instituto.
En mi antiguo instituto, al ser la chica con una de las familias mejor plazadas economicamente y con una bonita cara fui directamente incluida en la pandilla de las populares. Era como una obviedad, pero ahora, en ese establecimiento público, todo me parecía más confuso: El director no le importaba quién era mi padre, los compañeros de clase no le sorprendian verme con el nuevo abrigo de la colección de invierno de Dior, y para ser la reina de este establecimiento no bastaba con lo que ya tenía: tenia que luchar por el título.
Pero luego me recordé al asunto de Abigail Manson, y su repentina muerte, los rumores que circulaban sobre ella y los secretos que quedaban por descubrir. Necesitaba ese puesto.
-¿Y qué ganas tú con esto?-, pregunto con cautela, queriendo entender sus motivaciones detrás de esta propuesta aparentemente repentina.
Kara me mira directamente a los ojos, su determinación palpable en cada palabra que pronuncia.
-No se trata de lo que gane yo, Amber. Se trata de demostrar quién tiene el control-, responde con firmeza.
Sus palabras me hacen reflexionar, y casi reir. ¿Será cierto lo que dice? ¿Podría esta competencia ser una oportunidad para mostrarle a Kara que no puede tomarme por sorpresa tan fácilmente?
He estado en suficientes lugares de prestigio para saber lo que se necesita para ser exitoso. Y este instituto, con todo su potencial desperdiciado, es un desafío que estoy dispuesta a asumir.
-Está bien, Kara. Estoy dispuesta a aceptar tu desafío-, respondo finalmente, una sonrisa desafiante curvando mis labios.
Si Kara quiere una competencia, entonces se la voy a dar.
Y estoy segura de que voy a ganar.
Y fue así, que el 5 de septiembre 2024 comenzó el concurso de la lista de besos.
Iba a haber amor. Iba a haber odio. Iba a haber sorpresas. Iba a haber lloros.
El amor y la misión de completar la lista se verrán varias veces entrometidos y confundidos.
¿Pero el objetivo era simple no?
Besar a 10 chicos.
¿Qué podría salir mal?
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