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'El relojero de corazón de cristal'

Autora: Rebecca Piña

Usuario: BeatBlack18

Hubo alguna vez un relojero muy humilde, justo y honesto que solía habitar en una tierra dividida por dos reinos. Su taller era una vieja y confortable cabaña que se ubicaba en las afueras de la ciudad y de la provincia, entre un bosque oculto que era de naturaleza solitaria y fantástica. Dicho bosque tenía además, algo especial, y era que establecía el límite de ambos reinos separados, cuya relación era completamente nula y el conciliarse el uno con el otro, sería una tarea casi imposible, pues digamos que es justo ahí. Justo en ese lugar deshabitado, rencoroso y temible, habitaba el viejo relojero.

Justo en ese límite, en las fronteras del Reino Máquina y las del Reino Cristal.

El Reino Máquina era dominado por familias burguesas que explotaban a los hombres cuya labor fuese de artesano, los ponían a trabajar de sol a sol reparando cualquier artefacto que se encontrasen más allá de las fronteras del reino vecino: El Reino Cristal. Éste reino por otra parte, era dominado por reyes y familias de posiciones nobles, que esclavizaban huérfanos y a viudas para ponerlos al servicio de las minas de piedras preciosas que se extendían por todo el territorio. Quitándoles su libertad para picar, lavar y pulir piedras que valían fortunas. Pero luego estaba aquella frontera olvidada, aquella cuyos rumores decían que el bosque fronterizo estaba habitado por un relojero mágico. Otros decían que en realidad era un mago que reparaba los relojes de Su Majestad y por eso, ellos eran los únicos que podían visitar la frontera. Pero en realidad, la verdad era completamente distinta.

La razón por la cual le permitían al anciano habitar en aquella zona era bastante simple (e ingratamente egoísta): Él reparaba todos los relojes de ambos reinos divididos. Se decía que los relojes que reparaba nunca más volvían a fallar, ¡que sus mecanismos funcionaban eternamente sin parar! Pero claro, como las personas de aquel lugar no sabían cómo funcionaban los relojes, nunca se supo explicar con ciencia exacta su procedimiento. Después de todo, fue hace mucho tiempo atrás.

Un día, el relojero ya de avanzada edad, sin amigos ni familia a quién delegarle su oficio, se cansó de estar solo en su taller, así que fabricó una máquina cuyo corazón era un reloj de cristal, pero su aspecto era exactamente igual que el de un joven humano que rozaba apenas la segunda década de una larga vida. Tenía piel, pero debajo de ésta, yacía una compleja serie de pequeños mecanismos infinitos, pequeñas piezas que bailaban de un lado a otro sin parar, tenía la máquina aproximadamente 18 millones de piezas de reloj, fue fabricado con la virtud de ser hermoso y altruista, pero tal magnificencia tenía una condición: Si alguna pieza se salía de su lugar, el joven dejaría de funcionar, para siempre.

El relojero tardó 6 años construyendo su cuerpo, y al séptimo, lo puso a trabajar. Y así la vida de aquel anciano volvió a ser feliz, sus mejores días no fueron los de su juventud, sino el poco tiempo que permaneció entrenando a su joven creación. ¡Ya tenía a alguien a quién adiestrar para que heredase su taller!

El joven reloj copiaba con exactitud el comportamiento de su amo con total devoción, estaba atento a todas las exigencias del relojero, y él también era muy feliz junto a su amo; no existió jamás una relación tan hermosa entre un amo y su reloj. Porque muy en el fondo, el relojero anciano, sabía que su máquina era más como un hijo, y menos como una máquina configurada por secuencias mecánicas que tarareaba a la perfección el comportamiento de un humano reloj.

Cada día, las exigencias de los hombres nobles y sus amenazas formales hacia el relojero, no eran más que simples habladurías. El relojero había encontrado la felicidad adiestrando a su joven reloj. Éste era muy elegante, sus movimientos eran rítmicamente perfectos. Siempre vestía con una simple camisa blanca con los primeros botones desabrochados, un pantalón negro que parecía pertenecer a algún príncipe, sus zapatos de cuero oscuro y un par de guantes blancos. Tenía el reloj una simpática sonrisa que derretía hasta el corazón más frío, unos ojos azul oscuro, tal como el bosque durante las noches, y una piel pálida y suave que se extendía por todo su cuerpo —como un ser humano corriente—. El relojero se había encargado de forjarlo con sumo cuidado, asegurándose de que cada músculo metálico se estirase y contrajese de la manera más humana posible (y así sucedió). El joven de ojos profundos tenía el cabello negro azabache, con forma de mechones que cubrían su frente de manera alborotada. Él conocía los sentimientos humanos gracias a su amo, el cual se había encargado de enseñarle todos los comportamientos de una persona buena, justa y humilde de todo corazón.

El joven se sentía feliz, lleno de sentimientos y gozante paz. Amaba reparar los relojes de su amo —o como él solía llamarles—: Los medidores del tiempo.

Todo era perfecto, pero entonces, un día ocurrió lo que debía suceder, y el relojero murió de muchos años a causa de su vejez.

Entonces a la máquina le fue imposible recordar su labor, después de la pérdida de su amo, lo único que podía hacer era recordar los sentimientos más felices que le concebía su pasado. A su vez, el corazón de cristal que poseía el reloj, se comenzó a agrietar, fragmentando algunas piezas dentro de su duro mecanismo.

El joven relojero quedó en el total abandono, en una triste condena de olvido y soledad. Sumido en una dimensión de grande tristeza y neutralidad, pues su poca humanidad de sentimientos y emociones, parecía que cada segundo se echaba a dormir más profundo, y más oculto, de él mismo.

Pero pasado ya algunos meses, finalmente llegó la estación de primavera, y el joven recobró un pedazo de sus recuerdos, él recordó que su labor era reparar, pero exactamente ¿Qué era lo que reparaba? Pues eso no recordó.

Una tarde, al salir del taller sumido en su cabeza, paseaba él por el parque de la provincia del Reino Cristal cuando de pronto, una débil señora que pasó junto a él, cayó al suelo desplomada; en cuestiones de segundos todas las personas se amontonaron casi encima de ella, y la máquina no fue una excepción.

Muchos niños y señoras empezaron a preocuparse terriblemente porque aquella mujer era una de las señoras que pertenecía a la nobleza del reino, y eso significaba que si los nobles descubrían que ella había muerto, entonces mandarían a matar a todos los que presenciaron su muerte y serían tomados por responsables del acontecimiento para lavarse las manos.

Todos murmuraban que la mujer estaba en depresión, otros decían que se trataba de un infarto, el joven relojero no sabía a quién creer; así que la cargó en sus brazos y la llevó al taller, en donde le confeccionó un nuevo corazón de reloj, el cual no funcionó porque no palpitaba, él viendo esto, tomó un trozo agrietado de su corazón y lo colocó en el pecho de la mujer.

Ésta como por arte de magia, despertó.

Aquella señora se asombró al escuchar la historia del joven agraciado que se había compadecido de ella y entonces, le dio buena fama a su nombre a través de todo el Reino Cristal, así fue como a los días, el Reino Máquina también se enteró de los rumores que se escuchaban por toda la frontera del bosque, en donde los hombres creían escuchar bullicios de personas adentrándose al taller encantado.

Así pues, el joven reloj supuso entonces que tal vez debía reparar todos aquellos corazones que estaban dañados. Cada día su tienda se llenaba de gente muy triste, deprimida, rota, vacía, con corazones muy heridos, y él, entregaba lo mejor de sí mismo.

Un fragmento de su corazón para sanar todos los males de los seres humanos.

Tanto el Reino Máquina como el Reino Cristal, fueron conociéndose y tratándose más con el pasar de los meses. Algunas mujeres conocían a varones herreros que resultaban ser familia lejana, otros niños creían ver uno que otro adulto con rasgos bastantes similares, con el anhelo de encontrarse algún día con sus padres o tíos... pero lo cierto, es que ambos reinos tenían algo en común: Tenían corazones podridos. Y tanto los de clase baja como los de clase alta, ambos eran de actitudes incorrectas y erróneas que agotaban la buena caridad del joven relojero.

Cuyo corazón cada vez se volvía más lento, pesado y débil, y su clientela se volvía más egoísta, cruel y malagradecida, el joven decidió entonces, cerrar su tienda. Además, él sabía muy bien las condiciones de su existencia y no quería decepcionar a su amo, pues a su corazón cristalino solamente le quedaba una pieza, que si era removida, entonces dejaría de funcionar.

Así pasó el tiempo del relojero encerrado en su taller; se dedicaba a observar la ciencia de los aparatos que canturreaban al son del ritmo del tiempo, pero cada vez parecía perderse mucho más en el olvido. Sus recuerdos se oxidaban, y cuando eso sucedía, su mente quedaba en el aire de un fragmento retorcido. Y al retorcerse, ocasionaba la pérdida de las emociones humanas.

Los dos reinos lo habían dejado en paz, o al menos eso creía él. Al ver que el joven tenía el pecho casi sin corazón, decidieron dejarlo en paz debido a que se había vuelto un ser inservible para la sociedad.

El joven se sentía eso. Como un inservible trozo de metal. Se había vuelto apático y desinteresado, de manera que, durante las noches más sombrías del bosque, sus recuerdos iban y venían, como si las piezas de su cuerpo hubiesen empezado a fallar. ¿Tenía miedo? Por supuesto, porque no podía recordar su labor, y eso significaba que si el mecanismo se detenía, nunca habría cumplido con el propósito con el cual había sido fabricado.

Los días pasaban y pasaban, pero entonces, una noche cuando caminaba directo a su habitación, el joven tropezó con un librero de madera oscura, el cual desprendió uno de sus libros a causa del fuerte impacto que contra él fue hostigado. Se habría detenido solamente para levantar el libro e irse a la cama, de no ser porque el libro guardaba una foto de su amo, entonces le echó un vistazo por curiosidad.

Descubrió que su dueño guardaba un libro de tapa de cuero lleno de anotaciones acerca de lo que parecía ser el mecanismo de los relojes. O como él lo llamaba "La lógica del medidor del tiempo".

Tenía un aspecto bastante retrógrado, viejo, descuidado. Pero lo que parecía ser a simple vista un simple manual, se convirtió entonces en un libro de respuestas ocultas para el joven reparador, era en realidad, un diario que le pertenecía a su creador:

"Parece ser, que a simple vista, el medidor del tiempo es un dispositivo cruel e irrespetuoso con la vida que se rige con sus leyes. Pero en realidad, se mueve gracias a ello. El tiempo se mueve a favor de la vida, otorgándole un pedazo de sí, para que la vida pueda funcionar; y ésta a cambio, le obsequia una garantía de inmunidad ante la muerte"...

..."La vida no se deja engañar por la detención de uno de estos relojes, el Sol seguirá ocultándose a su debido momento, y la Tierra, nunca abandonará su órbita en el universo sólo porque un medidor detuvo su curso; por lo contrario, siempre le mostrará al tiempo, el norte que debe continuar siguiendo".

"Por lo tanto, el secreto de los corazones de mecanismos inmortales, no se encuentra en el beneficio de funcionar correctamente por muchas décadas, sino el vivir conforme a un propósito que marque al destino mismo. Entonces así, la máquina podrá denominarse como de utilidad y no será necesario desecharlo con anticipación, como la gente que carece de conocimiento, suele hacerle a sus relojes dañados".

"Esos relojes dañados, inundaron todo mi taller con el pasar de mis años de experiencia. Entonces un día, comprendí que podría fabricar algo útil y necesario para mí a base de dichos relojes".

"Quizás en el futuro, el amor pierda su verdadero significado. Pero lo que no se puede perdonar jamás, sería olvidarlo; porque mientras pueda ser recordado, habrá alguien que sepa devolverle su valor".

"Por eso, el gran desdén de acomodar las piezas en orden tiene un alto costo. Pero se podría reducir si tan solo alguien impartiese su conocimiento acerca de éstas cosas con actos de bondad y amor"

"Nosotros, los seres comunes, llenos de heridas y defectos, nos despreciamos los unos a otros; la única manera de revertir el efecto, sería causando otro aún mayor"

"Pero me temo que soy viejo, y ya de avanzada edad. Los jóvenes clientes pueblerinos me repiten una y otra vez que estoy loco, que no tengo cura. Mientras que los más nobles, me exigen espantosamente desde sus trajes de gala y sus accesorios extravagantes, que cumpla con mi deber para no terminar en un lugar peor; por lo tanto, ya no me permito sentir ningún rencor o rechazo hacia ellos, porque yo soy como uno más. Así que mi labor no es reparar relojes, mi verdadera labor, se encuentra en los corazones perdidos. Aquellos que aún laten y que aún pueden amar, que se esconden y permanecen en las sombras para no llamar la atención, aquella labor que tanto costó en mi corta y simple existencia"

"Mi verdadera labor, está en buscar un corazón que aún pueda ser reparado".

El relojero de corazón de cristal cerró el libro, con sumo cuidado de no dañarlo.

Él comprendió entonces, su valioso corazón puro.

Un complejo mecanismo de millones de piezas que latían en su interior.

Un vals infinito, colmado de limitaciones cronográmicas del mismo. Tic – Tac... Tic – Tac

Un espacio colmado de estrellas. Tic – Tac... Tic – Tac

Un número de horas que se transformaban en minúsculas raciones de tiempo.

Un espacio vacío pero con la presencia de algo aún más crudo y honesto.

Quizás el secreto no era el reparar relojes; quizás el secreto estaba en reparar los corazones, después de todo... ellos son los que emanan vida.

"Vida".

El joven parecía atónito ante tal descubrimiento, pero se resignaba a volver a ayudar a los seres humanos. Personas crueles y dañadas por su propia moral.

Entonces, si seguía a ese paso, todo el trabajo de su amo también quedaría en el olvido. Los únicos relojeros que quedaban en aquel pueblo habían muerto, y los más jóvenes habían huido ante las amenazas de esclavitud que les lanzaban los hombres de puestos nobles y burgueses. El joven relojero pensó en hacer lo mismo, iba a huir del pueblo a un lugar lejano.

Hasta que, en una noche muy sombría, alguien tocó la puerta con desesperación, éste muy cauteloso, entreabrió la puerta y se encontró con una joven cuyo corazón estaba gravemente dañado; la muchacha le rogó que hiciese algo, el dolor que ella sentía era cada segundo menos humano, así que el joven alarmado le permitió entrar a su taller.

La jovencita tenía rizos anaranjados que parecían perder su color a causa del sufrimiento, sus ojos eran verdosos y su tamaño era de muy baja estatura. El joven relojero sintió aún más curiosidad por ella, porque parecía tener un problema muy distinto al de los demás.

Él pensó que aún podía dar un fragmento más de su corazón y quedarse así, con el resto. Pero prosiguió a revisar el corazón de la joven, y dentro del mismo, encontró demasiado dolor, desamor, traición, odio, maldad, sufrimiento, y una infinidad de cosas más; pero no le pertenecían a ella, eran sentimientos que alguien más le había hecho padecer, se acumularon, y la torturaron lentamente.

El relojero palideció al ver que ella no tenía remedio, iba a morir, así que se lo hizo saber enseguida, pero ella se negaba una y otra vez porque todas las personas le decían lo mismo, que ella moriría. Debía existir una solución, pero el joven volvió a negar, pues lo que quedaba de su corazón no era suficiente como para salvarla.

Ella soltó el llanto mientras que su corazón se apagaba, ocasionando que cayera en un profundo sueño. El relojero sabía que su corazón no sería suficiente. La niña había sido víctima de muchos sacrilegios que no merecía. Entonces; después de revisar su corazón, supo cuál era el verdadero problema: "Los Recuerdos", eso era lo que más dañaba a los seres humanos, el pasado.

Así que el relojero tomó mucho aire y recordó a su amo, un ser maravilloso, ilustre y sobre todo: lleno de algo que aquella joven no conocía aún, el amor.

"Quizás en el futuro, el amor pierda su verdadero significado. Pero lo que no se puede perdonar jamás, sería olvidarlo; porque mientras pueda ser recordado, habrá alguien que sepa devolverle su valor".

Él tenía el mejor concepto de amor de todos, no había dolor ni sufrimiento en aquellos días pasados, eran recuerdos puros. Entonces, el relojero supo qué hacer, tomó el último trozo de su corazón con una mano, y con la otra, desprendió de sí mismo, su memoria, una pieza única y muy valiosa, y la incrustó en el corazón dañado de la joven.

La memoria del relojero, era la pieza vital que permitía que su aguja se moviese en el sentido que debía, pero ahora sin ella, el rumbo de su corazón, se invertiría, dejándolo correr en dirección contraria. Eso lo mataría al instante. Pero a él no le importó tanto como salvar a aquella joven tan dañada.

Fue un instinto, fue como una acción que no necesitaba ser consultada consigo mismo. Ahora el joven reparador debía cumplir con su única función.

"Por eso, el gran desdén de acomodar las piezas en orden tiene un alto costo. Pero se podría reducir si tan solo alguien impartiese su conocimiento acerca de éstas cosas con actos de bondad y amor".

El joven sintió su mecanismo detenerse, entonces sonrió. La memoria que había perdido, logró incrustarse en otra pieza de valor aún mayor, como lo era su alma.

La máquina que fue creada, tenía alma. La había ganado y ahora debía despedirse de ella, por siempre. Pero al menos, moriría aferrado a sus recuerdos. Felices y puros.

Quizás no iba a volver a estar cara a cara con su amo, no.

Pero por lo menos, se reencontraría con él, en sus recuerdos.

Y eso valía más.

— "Los seres comunes, llenos de heridas y defectos, se desprecian los unos a otros; la única manera de revertir el efecto, sería causando otro aún mayor"

Entonces, suspiró y finalmente su reloj se detuvo.

Ella sintió una gran punzada de fuego en su pecho, una brusca presión de aire ardiente que invadió sus pulmones con agresividad; y así finalmente, fue como la adolescente se dio cuenta, de que había despertado en un lugar totalmente distinto. Mientras su vista se iba acostumbrando a la claridad de la luz, se dio cuenta de que ya no se encontraba en el taller del muchacho con corazón de reloj, sino que esta vez, había despertado en otro mundo. Donde cables extraños estaban incrustados en sus muñecas y brazos y donde un objeto metálico llevaba el conteo del ritmo de su corazón. Las paredes eran estrechas y blancas y ella se encontraba en una especie de cama con barandas de metal.

"El Reino Máquina" pensó casi de inmediato, pero descartó la teoría al ver que, a través de una ventanilla que permitía la vista hacia el exterior, se podía apreciar a muchos hombres uniformados con túnicas blancas abiertas a la mitad, otros con uniformes azules de los pies hasta la cabeza y otros simplemente vestidos con simpleza. Todos estos se paseaban en las afueras de lo que parecía ser un enorme castillo lleno de gente con problemas de salud.

Con el pasar de los minutos, la joven pelirroja pudo reincorporarse en la camilla, justo en ese momento, entró un hombre de túnica abierta a la pequeña habitación.

—Buenos días. ¿Cómo se siente? —Preguntó aquel hombre de alta estatura y cabellos grises.

Ella no respondió. Aún trataba de digerir toda la información, así que el hombre prosiguió a seguir hablando: —Soy tu doctor, Jason Ingary. ¿Recuerdas algo de lo que sucedió ayer?

La pelirroja negó con la cabeza, no entendía absolutamente nada. ¿Qué era un doctor? Y ¿Qué se supone que ocurrió ayer?

El hombre doctor se sentó en una silla, justo al lado de la camilla donde se encontraba aquella muchacha confundida.

—Hace un mes te encontramos en la salida de emergencias. Estabas inconsciente. Los enfermeros tomaron tu pulso, y éste era demasiado débil para seguir trabajando por cuenta propia. Hicimos todo lo que pudimos, pero tu corazón había sufrido un desgarre terrible, necesitabas uno nuevo.

De pronto, la joven recordó lo que había sucedido en el taller. Imágenes aparecían en su cabeza en forma de recuerdos fugaces. El joven hecho de máquina y cristal. El dolor que ardía en cada parte de su pecho. La tragedia de su vida en el Reino Cristal. La huida en busca de aquel que podía arremedar los corazones. Y la cálida sonrisa de una máquina que se detuvo por salvar su vida.

Ése era el relojero, suspirando sus últimas palabras.

— "Los seres comunes, llenos de heridas y defectos, se desprecian los unos a otros; la única manera de revertir el efecto, sería causando otro aún mayor"

—Normalmente, para conseguir un donante, debes esperar en una larga e interminable lista de espera, pero lo menos que teníamos era tiempo. Pronto, nuestras máquinas ya no te servirían para continuar respirando y así perderías la vida.

La muchacha abrió mucho los ojos, asombrada. Entonces ¿Cómo era que seguía con vida?

—Milagrosamente— continuó el doctor, sacándola de sus pensamientos confusos—. Un muchacho apareció hace dos días y se ofreció como donante.

"El relojero" dijo la pelirroja en acierto.

—Pagó todo el papeleo legal y la cirugía. Canceló toda la cuenta y te donó su corazón. Pero desafortunadamente, el joven falleció inesperadamente después del procedimiento.

Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas pálidas, entonces así era como lo había conseguido. Así fue como él le había salvado la vida. Le había dado un corazón nuevo.

—El joven te dejó un pequeño objeto con la recepcionista, supongo que debe estar en la mesa de noche. La dejaré descansar para que se recupere. Por favor, trate de dormir todo lo que pueda.

Y así salió de la habitación.

La muchacha respiraba pesadamente y cuando logró sentarse en el borde de la cama, después de un largo tiempo, visualizó un libro de tapa de cuero junto a un pequeñísimo trozo de papel amarillento en la mesita ubicada al lado de su camilla. Ella tomó el libro entre sus manos temblorosas, era en realidad, un diario. Uno que incluía mucho amor, medidores del tiempo, y mapas con instrucciones para construir a un hombre de reloj. La última página del libro, tenía un objeto plano con forma de memoria, un pequeño y grueso chip que parecía contener los recuerdos de algo —o alguien—. Por otro lado, al terminar de ojear el diario, tomó el pequeñísimo trozo de papel, que contenía un escrito de tinta negra y letra bastante elegante.

"Mi verdadera labor, está en buscar un corazón que aún pueda ser reparado".

-El Relojero de Corazón de Cristal.

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