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Capítulo 2

Al bajar del coche, un escalofrío me recorre la espalda. Desde hace días, siento que una presencia extraña me vigila. Pero no debería ser real. No quiero que sea real.

Aprieto con más fuerza el cuchillo que siempre llevo escondido en el pantalón. Ir por ahí con un bate lleno de clavos sería demasiado llamativo. Y mamá se desmayaría si me viera pasear con un arma.

A mi derecha, donde percibo a mi supuesto vigilante, unos arbustos se agitan. Quizás solo sea el viento. Quizás solo debería entrar en casa y tomarme un té para los nervios. Y quizás solo me esté volviendo loco.

Pero nada de eso me importa de verdad. Me preparo para sacar el cuchillo y con la otra mano enciendo la linterna y apunto hacia esa zona. Me acerco lentamente intentando encontrar a lo que sea que me esté siguiendo.

Cuando consigo convencerme de que no ha ocurrido nada que no sea normal, la luz de la linterna cae sobre una figura humanoide con sus ojos, rojos como la sangre, clavados en mí.

De la impresión doy un paso hacia atrás. Por accidente, tropiezo con los adoquines y caigo de espaldas. La linterna recibe un golpe y las pilas salen disparadas.

—Mierda —susurro—. Mierda, mierda.

De la adrenalina, puedo ponerme de pie de un salto sin soltar un quejido. Desenvaino por completo el cuchillo. Escudriño los árboles, buscando a la criatura, pero ha desaparecido. Puede que sí que me esté volviendo loco.

—¿Steven? —La luz del porche se enciende y no puedo más que maldecir otra vez. Intento esconder el cuchillo, aunque ya es demasiado tarde—. ¡Oh, por Dios, Steve! ¿Eso es un cuchillo?

Mi madre corre hacia mí y me agarra de los hombros horrorizada.

—¿Por qué llevas un cuchillo? ¿Qué ha ocurrido? ¿Te han atacado?

—Estoy bien. —Salvo que no lo estoy—. Me pareció que había un animal en los arbustos. —Salvo que no era un animal—. No quería que se acercara a la casa. —Salvo que ya lo ha hecho, porque lleva días acechándome.

Ella me aprieta las mejillas para comprobar que estoy bien. Sus ojos están cristalizados.

—Venga, vamos adentro, mamá —digo, mientras esbozo una de esas falsas sonrisas que a Robin tanto le molestan. Guardo la linterna para que no note que perdí las pilas y la agarro de la cintura. Ahora la que necesita un té con urgencia es ella.

***

Con una taza caliente entre las manos y una manta sobre sus hombros, la preocupación de mi madre cambia por enojo.

—¿Cómo se te ocurre? —chilla. Agita tanto la mano con la que coge la taza que algunas gotas de té salpican el suelo. Con dramatismo, apoya la frente sobre su otra mano y sacude la cabeza—. ¿De dónde has sacado esa arma?

—La compré cuando... Lo de los asesinatos. Cuando vi a ese... Ese animal, me acordé de que la dejé en el coche —miento—. Nunca he tenido que usarla, te lo prometo. Era solo por seguridad.

Últimamente miento mucho a todos.

—Steven, entiendo que estés asustado —empieza a decir en tono dulce—. Pero el peligro ya pasó, ese Eddie Munson murió en el terremoto. No hay de que preocuparse. Ya no hay peligro —repite, dejando el té sobre la mesita y levantándose para abrazarme.

Parpadeo con fuerza varias veces, atónito, y me separo de ella con algo de brusquedad.

—Eddie no mató a nadie —explico—. Hopper ya hizo un anuncio oficial sobre su inocencia. Era mi amigo. No quiero que hables así de él.

Mamá clava sus ojos en mí y siento que me examina hasta el alma, que descubrirá todas las cosas horrorosas contra las que he tenido que luchar. Pero solo suspira y me peina el pelo como a ella le gusta.

—Podrías recibir atención psiquiátrica, para superar todo lo que ha ocurrido.

Si se pone así solo por verme con un cuchillo no quiero ni imaginar cómo se pondría si descubriera el resto.

—Sí —asiento—. Creo que sería lo mejor...

Y esta vez no miento.

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