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Capítulo 1

Trabajar nunca ha sido una de mis cosas favoritas, pero no siempre ha sido tan difícil como ahora. Las ojeras que tiene Steve bajo los ojos no hacen más que confirmarlo. Cuando entra, se coloca tras el mostrador y le da un sorbo al café que desde hace un tiempo parece que se ha convertido en una extensión de su mano.

—¿Pesadillas? —pregunto, aunque ya sé la respuesta. Steve se limita a asentir.

Antes de que pueda abrir la boca para decir algo, la puerta se abre dando paso al primer cliente de la tarde. De inmediato, Steve deja el vaso a un lado y esboza su mejor sonrisa. Su mejor sonrisa practicada en el espejo, claro, porque hace demasiado que no lo veo sonreír de verdad.

Al terminar la tarde y voltear el cartel a «cerrado», todo rastro de felicidad desparece de él y yo no puedo seguir manteniéndome callada:

—Por más que lo pienses, sabes que no fue tu culpa, ¿no?

—No quiero hablar de ello, Robin.

—Evitarlo no soluciona nada —insisto—. Todos hemos pasado por lo mismo, no estás solo. Podemos ayudarte.

—¿De la misma forma que yo ayudé a Eddie y Max?

—Eres el único que te culpa de eso. Nadie más lo hace.

—Quizás, pero no soy el único que se culpa por algo. ¿O me vas a decir que miento?

Boqueo varias veces sin palabras, porque soy incapaz de mentir a Steve en la cara.

—Siento que no merezco ser feliz. Que a partir de ahora todo va a tener que ser así siempre —me sincero. Steve suspira y se apoya sobre el mostrador.

—Max me dejó una carta... Ya sabes, por si ella no... Ya sabes a lo que me refiero —balbucea—. Me dijo que fui el hermano que Billy nunca fue. Y aún así yo no pude salvarla. —La voz de Steve comienza a quebrarse—. Eddie... Murió por una puta ciudad que sigue considerándolo un asesino. Y ni siquiera ha podido tener un funeral digno.

Steve rompe en llanto y yo necesito toda mi fuerza de voluntad para no acabar igual. Aunque no sé exactamente como actuar, sé que necesita un abrazo tanto como yo. Así que lo estrecho fuerte y le acaricio ese pelo tan perfecto que luce siempre.

Pierdo la noción del tiempo que pasamos abrazados. Steve se separa de mí y se suena la nariz.

—Lo siento, no quería que me vieras así. —Me encojo de hombros para restarle importancia.

—Yo también lo necesitaba.

—Creo que... Creo que deberíamos irnos —musita, rompiendo con el incómodo silencio que empieza a nacer—. Te llevo en coche.

El viaje se me hace más largo de lo habitual. Aunque Steve no abre la boca, al menos enciende la radio que empezaba a coger polvo para poner música. Para mí, eso ya cuenta como una victoria.

***

Al llegar a casa, me siento frente al teléfono, como he hecho todos los días desde que encontré a Vickie en el voluntariado. He marcado tantas veces su número que ya me lo sé de memoria, pero nunca me he atrevido a llamarla al final: El cadáver desfigurado de Eddie siempre se me aparece cuando acerco el dedo al botón de descolgar.

Esta vez no es diferente a las anteriores. Me obligo a tomar aire y calmarme. Tengo que seguir adelante, me repito. Y quizás así Steve empiece a dar pasos conmigo. Con ese pensamiento en la cabeza, aprieto el botón. 

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