MABAL, EL ESPÍA.
Durante el tiempo en el que se durmieron, y sin que pudieran hacer nada por evitarlo un zorro olió, a muchos metros de distancia, su nauseabundo olor. El animal pensó que quizá era alguna alimaña muerta, y como la escasez de comida era alarmante por aquellas tierras, el zorro se acercó sigilosamente y les observó unos minutos...Dio media vuelta y buscó rápidamente a su contacto, un pérfido búho, hermoso como un ángel nocturno y malvado como un demonio. Era, como yo, uno de los espías de los Homcos guardianes, y andaba por todas aquellas tierras en busca de información útil para nuestros amos. Pero la diferencia entre un búho y un halcón, como yo, es evidente. Las diferencias entre este búho, de nombre Mabal, y yo, se os revelarán enseguida. Jamás me gustó su soberbia, engreimiento y prepotencia; a él le agradaba ser espía de los viles Homcos, mientras que otros, como yo, no teníamos más remedio que serlo; en consecuencia, yo no ponía nada de entusiasmo en la tarea.
La conversación entre ambos animaluchos, se produjo como sigue:
-¡Hola Mabal! No te vas a creer lo que te tengo que decir-dijo el zorrito al búho, que se encontraba posado y medio dormido en un gran abedul.
-Dime, pequeña criatura-dijo Mabal, con carita de sueño-¿qué tienes para mí?
-Allí en el bosque pequeño hay, aunque no lo creas, tres niños durmiendo. Parece como si hubieran escapado de la Institución de los Homcos. Huelen a muerto, por lo que deduzco -dijo poniéndose muy interesante-, que han salido por las cloacas, a través de la Cascada Doliente, por el río de Acebos y el vertedero ¡A tus amos les han metido un gol Mabal! -decía riéndose el zorro.
-¡No creo que eso sea posible, la Institución es una fortaleza inexpugnable! No serán niños lo que viste, sino alguna especie de mono. Últimamente abundan por estas tierras desde que, más allá del Desierto Negro en la Selva sin Nombre, dejó de existir un extraño y valioso árbol del que se alimentaban.
-¡Bueno, si tú lo dices! A mí me parecen niños humanos, de los que esclavizan los Homcos cuando son adultos. Pero si no me crees, podrías ir a comprobarlo por ti mismo.
Sin escuchar lo último que le había dicho el zorro, Mabal fue volando como un rayo. Tan rápido era, que me costó seguirle a pesar de que los halcones somos muy veloces. Le costó encontrar el rastro pero pronto, a lo lejos, observó tres cabecitas peludas que sobresalían entre los arbustos. Se detuvo muy lejos, y con su aguda vista pudo corroborar lo que el zorro chivato le había dicho. Entonces, sin más tiempo que perder, fue volando hasta llegar a la zona de vigías de la Institución de Crianza, en un torreón que sobresalía del resto.
Era un torreón de color blanco purísimo, y los Homcos se veían como pequeños puntos negros desde la distancia a la que me encontraba. El búho entró por la ventana ovalada por la que los Homcos observaban los alrededores de la Institución. Un Homco le recibió con caricias. Yo les observaba a un kilómetro de allí, tengo la capacidad de ver nítidamente a mucha distancia. En realidad aquello me entristeció. ¡Ver a aquel pajaruco delatando a los chicos! Comenzaba a sentirme interesado por su aventura, sin embargo de alguna forma me sentía a la vez aliviado, pues era Mabal quien les delataba y no yo. Os parecerá ruin, pero me quitaba un peso de encima y me descargaba de toda responsabilidad sobre aquellos mocosos atrevidos.
Sin embargo, la situación giró inesperadamente para todos:
-¡Mabal, fiel amigo!, ¿qué nos traes esta vez?,-decía el decrépito Homco vigía, desde su máscara oscura y opaca.
-¡Alerta, alerta!,-dijo Mabal como poseído por el diablo-¡Se os han escapado tres niños, y van hacia el norte!
-¿Por dónde dices que están exactamente?,-le susurró sin inmutarse el Homco con su voz de ultratumba.
-Están atravesando el pequeño bosque de arbustos, por detrás del vertedero. ¡Tendréis que ser rápidos si queréis alcanzarles, pues aunque son pequeños, no se toman muchos descansos!.
El Homco vigía al escuchar aquellos gritos, se enfureció con el búho,-los Homcos no soportan los gritos, pues tienen oído agudo-y con una afilada espada que tenía en el cinto (de esas que todo lo cortan), le segó la cabeza sin pestañear. Otro Homco que salió al escuchar la algarabía, le espetó a su compañero:
-¿Pero qué haces matando a nuestros espías?, ¡así luego ninguno confía en nosotros!, - le dijo desganado el otro, como si hablar fuera un suplicio para él.
-¡Déjame tranquilo! Ese búho estaba loco. Ha dicho que se nos han escapado tres niños de la Institución... ¡Loco de remate!
Entonces el compañero, le dijo con sorna:
-¡Sí que estaba como una cabra! Estas alimañas son capaces de inventarse cualquier cosa por un poquito de oro - y sonrió con malicia mostrando una mueca de boca en la máscara negra, y añadiendo: ¡la usura es un gran pecado, según dicen los humanos...Ha tenido su merecido!
De esta forma, los Homcos hicieron caso omiso de las advertencias de Mabal, y los niños obtuvieron un día más de ventaja.
Anduvieron hasta la noche siguiente, sin descanso, dejando a media tarde el anchísimo bosquecillo de arbustos que, por cierto, estaba lleno de hormigueros por todos lados. Eran grandísimos, y formaban montañas de arena por aquí y por allá, dándole un aspecto extraño al paisaje. Casi parecía un paisaje marciano. Amanda acabó con todo su desodorante en espray. Julián y Gaspar no habían cogido este tipo de artículo de aseo personal. Ya sabéis, los chicos piensan menos en esas cosas de la higiene y en aquello de los olores corporales. Gaspar había calculado cinco días para llegar al Río Lento, ya que, más o menos, preveía que podían andar entre siete y diez kilómetros al día. Pero en realidad es muy difícil mantener un ritmo regular, pues suceden multitud de circunstancias que te obligan a parar. El hambre y el cansancio son las principales, pero hacer tus necesidades, que te entren náuseas, sentirte con fiebre y tiritonas por todo el cuerpo, las ampollas en los pies o la rotura de las zapatillas...son inconvenientes que los caminantes deben tener en cuenta cuando planifican sus jornadas. El camino era más difícil de lo que esperaban.
Los tres niños se adentraron en unas montañas, no muy altas ni escarpadas, pero con pendientes considerables, que les obligaban a descansar más a menudo. Aquellas montañas eran tan lindas que Gaspar soñaba, mientras caminaba por ellas, en construir una casita por aquel lindo lugar: ¡Sería maravilloso vivir aquí para siempre! -se decía a sí mismo sublingualmente.
Los árboles eran de hojas como flechas puntiagudas y daban gran cantidad de sombra. Subieron a uno de ellos para descansar. Comieron solamente pan, latas de sardinas y atún con tomate...era lo más fácil. Además, todavía no estaban suficientemente lejos de la Institución, como para atreverse a encender un fuego. Los tres tenían un hambre colosal y comieron más de lo que les tocaba aquel día, pero si no hubiera sido así, hubieran desfallecido. Tenían la comida minuciosamente empaquetada. Cada paquetito para un día. Una lata, un trocito de pan tostado de larga duración...Un poco de chocolate...solo esto cada día. Y únicamente una comida.
-Se está muy bien en este árbol, ¿verdad chicos? -dijo Amanda con cara de alegría. Parecía la menos cansada de los tres, a pesar de todo.
-Sí- le dijo Gaspar devolviéndole la mirada y la sonrisa,-estos árboles son maravillosos. Además esta noche deberíamos subirnos a uno de ellos para dormir. ¡Sus ramas son tan anchas! Creo que podemos acostarnos perfectamente en ellas.
-Sí -contestó Amanda, - son perfectos para dormir.
Julián, que comía y asentía con la cabeza, de repente preguntó:
-¿Y tu cucaracha Amanda, dónde la llevas?, ¿sigue viva?
-¡Por Dios!,-contestó ella-¡se me había olvidado, por completo! ¿Tú qué dices Gaspar, la suelto? Ya no me da miedo, ¡mira!
Y cogiendo el botecito, la sacó del mismo y se la puso en la mano sin pestañear.
-¡Desde luego que sí! ¡Creo que estás preparada para enfrentarte a cualquier bichejo asqueroso del mundo -le contestó él con alegría.
Y Amanda sonriéndole, la posó en el árbol.
La cucarachilla gigante (pues más parecía escarabajo que cucaracha), miró a su alrededor y salió zumbando con sus alas marrón translúcido. Sin que los niños se percataran, una alegre y gritona golondrina la cazó al vuelo unos metros más adelante... se la tragó en un santiamén.
Como decía mi madre: "A veces es mejor estar preso, pues ser libre conlleva muchos riesgos, hijo". ¡Y mira si tenía razón!
Los chicos siguieron andando hasta la noche, y encontraron un gran árbol donde cobijarse. Dejaron en una gran rama las mochilas, y ellos se durmieron cada uno en una, ya que el vegetal era enorme. La verdad es que pasaron frío, y acabaron poniéndose los tres juntos y apretados en la misma rama. Yo les observaba con atención, y en aquel momento estuve a punto de ir a informar a los Homcos, pero la recompensa era muy pequeña, y la información que yo poseía era muy importante. Los usureros siempre pagan mal y creen que los demás no necesitan el oro tanto como ellos. A mí no me importaban aquellos críos, pero su aventura era interesante. Además, viendo lo que le habían hecho a Mabal, no me fiaba que yo no fuera a acabar como él, degollado por un Homco embrutecido. No, tenía que seguir espiándoles, y cuando en la Institución se dieran cuenta de que les faltaban tres niños, entonces iría y me creerían. Ganaría mucho oro por mi información.
Al día siguiente se despertaron con una desagradable sorpresa. ¡Habían desaparecido las mochilas! O mejor dicho: ¡estaban tiradas en el suelo, abiertas y desvalijadas! Pero, ¿quién había hecho algo así?, ¡y sin que los muchachos se dieran cuenta! La verdad es que podrían haberles matado sin casi esfuerzo. Todos somos mucho más vulnerables en pleno sueño.
Bajaron del árbol asustadísimos. Mientras Amanda y Gaspar recogían las cosas y las metían a toda prisa de nuevo en las mochilas, Julián, con un machete en sus manos, buscaba por los alrededores a los posibles culpables. No veían a nadie, pero ahora estaban seguros de que habían sido descubiertos y que pronto se enterarían en la Institución.
El miedo les hizo precipitarse en una especie de huida loca. Corrían hacia delante, sin haber comido, sin repasar lo que les faltaba en las mochilas. Corrieron durante al menos veinte minutos seguidos. Gaspar se asfixiaba, no podía más, y sus amigos tampoco. Paró de repente y les dijo:
-¿Pero qué estamos haciendo?
Entonces Julián mirándole con ojos muy pero que muy abiertos, como de espanto, le dijo:
-¡Correr de miedo, eso hacemos!,-contestó, sin respiración.
-¡Pero si no sabemos quién ha sido! Si hubieran sido los Homcos, nos hubieran detenido o asesinado mientras dormíamos. Tienen que haber sido animales, -dijo Gaspar.
Amanda sin poder casi ni hablar, y mirando hacia unas rocas que había en la ladera de la montaña más cercana, dijo susurrando:
-Chicos, allí está la respuesta, y creo que no os va a gustar nada de nada...
Entonces echaron la vista hacia donde Amanda tenía puesta su mirada, y vieron una pandilla de monos grandísimos encima de una roca. ¡Les habían seguido!, estaban acechándoles para ver hacia dónde huían, y seguirles de nuevo. Eran cinco monos grandes y muy peludos. Pero aquellos pobres muchachos no sabían a qué especie pertenecían aquellas bestias. Los semimonos tenían mucho pelo marrón oscuro, cuerpo parecido al de los humanos aunque mucho más robusto. Su rostro era algo extraño, pues la frente tremendamente prominente, les daba un aspecto primitivo y poco inteligente. Aquellos monos-hombre miraban amenazantes a sus víctimas, y comenzaron a sacarles unos colmillos afilados en señal de ataque inminente. Entonces los chicos comenzaron a correr de nuevo perdiendo el rumbo... adentrándose en un bosque muy oscuro, tan oscuro que parecía de noche en pleno día. A mí me costaba volar entre las copas de los árboles, pues sus ramas estaban conectadas unas con otras, y era más fácil saltar entre ellas que volar. En un momento dado creí que les iba a perder pero, de repente, pararon su enloquecida huida y pude localizarlos en la oscuridad moribunda de aquel lugar. Mis alas, en alguna ocasión, se enredaron en aquellas ramas, e incluso llegué a herirme levemente una pata al posarme en uno de aquellos malvados árboles sombríos, pues estaban repletos de espinas.
Los niños se volvieron varias veces para ver dónde se encontraban los monos, pero en ningún momento volvieron a verlos. Y yo tampoco, a pesar de mi agudeza visual. Parecía que aquel lugar les había ahuyentado y que habían dejado definitivamente de perseguirles.
Amanda se paró en seco y dijo, mirando a su alrededor:
- ¿Dónde estamos, muchachos?
-No sé... - le dijo Gaspar sacando el mapa- Nos hemos perdido. Este bosque no sale en el mapa que tengo. ¡Esperad, vamos a comprobarlo!,-le dijo mirando el mapa.
Efectivamente, como Gaspar recordaba, aquel lugar oscuro no aparecía en el mapa. Parecía que las montañas habían terminado justamente en la entrada del frondoso bosque, pero el terreno seguía siendo escarpado y difícil. El chico se sentó en una roca de color verdoso, y se detuvo a examinar el mapa mientras sus compañeros miraban por los alrededores. Los tres estaban muy asustados. La luz era mortecina, se encontraban en semisombra, como cuando hay niebla en un lugar y no deja pasar la luz del sol.
- ¡Aquí no aparece este lugar! No aparece nada parecido, y mi brújula señala que el norte está en aquella dirección. ¿Seguimos?
Entonces, Julián dijo:
-Sigamos, pero yo descansaría un poco. Estoy extenuado. Por aquí crecen algunas lechugas silvestres, y también tubérculos -dijo agachándose y tocando el suelo del bosque- Podemos recoger algunas y comerlas, al menos probaremos bocado, ya que los monos asquerosos nos han quitado la comida.
-De acuerdo. Comamos algo, -le dijo Gaspar sin estar convencido de que fuera lo mejor, pues él quería dejar atrás aquel lugar tenebroso. Le daba auténtica grima.
Cogieron un par de lo que parecían lechugas, y sacaron unas plantas que tenían unas raíces gordas y jugosas de color anaranjado, como si fueran boniatos o patatas carnosas. Estaba todo bastante bueno, al menos eso les pareció. Pero no se sentaron ni un minuto. A ninguno les apetecía quedarse más tiempo por allí. Comían andando y charlando como lo hacen los niños cuando ya no sienten miedo o hambre.
De repente, vi como Amanda se caía redonda al suelo. Luego Julián se desplomó delante de Gaspar y un segundo después, él mismo chocaba contra el suelo, sumiéndose en un placentero y profundo sueño....
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