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LA FUGA

LA FUGA

Desde que decidieron que debían organizar una fuga, los críos habían estado recopilando toda la información posible de lo ocurrido en los años de la Gran Transformación. Cada uno de los niños que vivía en aquel horrible, frío y desolado orfanato, les iba proporcionando información sobre el exterior, algo de lo que sus padres sabían. La que más información había conseguido en su corta pero intensa vida había sido María. Por eso, fue la líder de todos los niños hasta su atroz asesinato. Fue de ella el diseño de la fuga que ahora estos chicos estaban a punto de llevar a cabo. Sus padres le habían ido educando en cada uno de sus encuentros, todos los meses, año tras año, desde que tenía uso de razón. Educando en ser rebelde, en no conformarse con aquella vida que no era humana. ¡Pero María ya no estaba, la rebeldía de su padre le llevó a la muerte!

Así que sus compañeros recogieron el testigo.

Cada uno de los niños de la Institución de Crianza sabía algo importante, y con toda esta información, los tres fuguistas se habían hecho una idea muy clara de lo que tenían que hacer. El objetivo era encontrar la TierradelosGrandesÁrboles, donde existía un Manantial de aguas puras y cristalinas...Decían que el cielo se reflejaba de otra forma en sus aguas, y en esas aguas puras estaba la única posibilidad de escapar de su destino funesto: ser esclavos a partir de los catorce años, tanto hombres como mujeres, en las minas de oro de los Homcos.

Los Homcos habían escogido esa edad, los catorce años, porque consideraban suficientemente creciditos a los muchachos. Pero podría haber sido un año antes o uno después. Ahora, tan solo con doce años, estos chicos se sentían viejos. Sabían que otra vida era posible...o eso creían, por los "cuentos" que sus padres les habían contado miles de veces en los cuartos de visitas. El Manantial era la única solución, pero ni siquiera sabían cuál era su ubicación en el mundo. Y yo tampoco. Os explico:

Nunca volé por encima de los límites que nos impone al norte, el Río Lento. Mi coto de caza queda a este lado. La Tierra de los Grandes Árboles está mucho más allá del río. Además existe una razón fundamental para no adentrarse en aquellas tierras: nadie ha regresado nunca vivo de allí. O eso es, al menos, la Leyenda del Manantial Sagrado que se cuenta por ahí. ¿Es suficiente razón no?

Pero sigamos con la fuga.

Desde arriba, en los techos de cristal, yo observaba cada uno de sus movimientos pues quería saber sus planes, pero los Homcos nunca me hubieran dejado entrar, las alarmas saltaban si cualquier animal, hombre o cosa, traspasaba las ventanas de los altos techos.

A pesar de todas las dificultades, los niños habían conseguido un antiguo mapa de nuestra parte del mundo. Era un mapa que el padre de María le dio por si podía servirle algún día, y que tras su muerte, Gaspar recogió de dentro del colchón de la cama de la muchacha, donde lo guardaba con gran celo.

¿Os habéis preguntado ya el porqué del apodo a los Hombresopacos u "Homcos"?

¡Es muy sencillo!...Estos seres van siempre vestidos de oscuro, con túnicas que cubren sus cuerpos hasta los pies, con máscaras en los rostros, (pero no máscaras habituales o típicas de disfraz, sino como una segunda piel, negra como el carbón, implantada sobre sus verdaderos rostros, eliminando así cualquier expresividad), y con capuchas que cubren sus cabezas. Se diría que copiaron su atuendo de la mismísima muerte. En realidad, al principio de todo, cuando aparecieron en la Tierra, se les comenzó a llamar Hombres Opacos.

Opacos porque siempre visten de negro absoluto, la luz es absorbida por sus ropajes, oscureciéndose éstos cada vez más. Viven en la oscuridad absoluta, en sus grutas, pero las palabras hombres y opacos comenzaron a contraerse con el uso continuado, sobre todo por parte de los hombres y los niños humanos, y sin darse cuenta acabaron siendo "Homcos".

Quizá los Homcos son machos y hembras, pues los niños los distinguen por los distintos timbres de sus voces. Pero nadie sabe cómo se reproducen. Lo que sí sabemos los demás habitantes de este desgraciado planeta, es que todos ellos son inmunes a las súplicas de los humanos o de los animales. Ninguno, nunca que yo pueda recordar, se ablandó dándoles cariño a los críos de la Institución, o consejo o algo de comprensión.

Eran carceleros y nada más.

Los Homcos carceleros eran renovados continuamente, no pasaban más de una semana seguida en la Institución de Crianza, seguramente esto era una estrategia para que no se les ablandara el corazón (si es que tienen corazón) con aquellos pobres niños.

Los Homcos no soportan la luz del sol, son lo opuesto a los hombres. Todavía no se sabe qué comen, quizá minerales, quizá se alimenten directamente de la tierra, quizá se comen a los humanos... Oí una vez a un lobo hablar del tema con su manada. El gran lobo negro decía:

-"Los Seres Oscuros comen de todo. Animales, vegetales e incluso minerales. Pero no lo hacen como los demás...es extraño, pero una noche de invierno me acerqué, por casualidad, a una de las entradas de las minas de oro. Me llamó la atención un sonido hueco, como si alguna máquina estuviera absorbiendo o perforando la tierra. Me acerqué cautelosamente, y como la entrada estaba sin vigilancia, me atreví a dar unos pasos en la gruta renegrida. Vi, para mi asombro, a varios Homcos con su cara pegada a la tierra. De su cara, sobresalía una especie de gran boca que, pegada completamente al suelo, absorbía tierra tanto del suelo como de las paredes e incluso del techo. Los Seres Oscuros tragaban todo lo que había en la tierra incluidos gusanos, insectos, roedores, serpientes. ¡Fué terrible!-decía el gran depredador.

Los Humanos necesitan luz para vivir, los Homcos huyen de la luz: Sombríos, huraños, avariciosos...basan toda su economía en el oro y los metales preciosos. Cavando galerías interminables, pozos sin fin. Se adentran en la tierra y viven dentro de ella. Hay quién sospecha que extraen todo tipo de minerales. El oro es su moneda de cambio, pero, ¿y los otros minerales, serán su alimento? ¡No tengo ni idea!No cultivan la tierra, ni crían ganado, como lo hacían antes de su extraña invasión, los humanos. Las especies de animales domésticos se asalvajaron y perdieron en el olvido de la naturaleza. Además, al vivir en cavernas, bajo montañas, en minas oscuras, ningún animal conoce sus costumbres, su cultura...no sabemos nada de esta nueva civilización. Son doscientos años de esclavitud total, porque por mucho que ahora los animales podamos articular palabras, solamente somos útiles en la medida en que somos espías, en cuanto un animal deja de dar información, es animal muerto.

Pero a lo que iba:

A las cuatro de la mañana, todos los chavales estaban alerta. Ninguno de ellos había pegado ojo. Tampoco ninguno de sus compañeros de cuarto. Todos estaban pendientes de la fuga. Y todos iban a colaborar, pues los tres niños habían sido elegidos entre los demás. Sobre todo por sus cualidades. Los tres eran un poco líderes de sus cuartos. En realidad, esto no es importante. Quizá lo que los demás hicieron fue quitarse el muerto de encima, ya que de la misión que tenían entre manos, era difícil que volvieran vivos. Y casi peor si volvían, pues sus carceleros, los matarían sin dudarlo ni un segundo (ya no servirían nunca para sacar oro de las minas, pues la condición imprescindible para ser un esclavo era no haber tenido nunca jamás, contacto alguno con el mundo exterior) Los niños eran conscientes de ello, y aun así les merecía la pena intentarlo. Y yo, pobre de mí, cada vez me sentía más atraído por los críos. Me comenzaron a dar verdadera lástima. He sido padre en cinco ocasiones. He criado a mis polluelos y me entristece ver cómo estos niños se crían sin familia. El futuro que les espera, no es un futuro... ¡En fin, como espía soy un desastre! A pesar de que necesito el oro, quise esperar otro poco más antes de dar la voz de alarma a los despiadados Homcos.

Los tres fuguistas bajaron hasta el sótano número uno, donde se encontraban las cocinas. Allí, por turnos, había muchachos limpiando las cocinas y los retretes (que se encuentran en el sótano número dos). Allí estaban las salidas a las cloacas, y por allí escaparían. Los niños con turno de trabajo nocturno dormían todo el día siguiente. Nuestros tres héroes tenían el turno de las cuatro de la mañana. De esta forma, los Homcos no se extrañaron en absoluto al verles llegar. Fueron muy listos, cosa difícil para ellos, pues tres compañeros de características físicas similares, esperaban desde el turno anterior, escondidos en los grandes armarios metálicos de las cocinas. A los fuguistas les tocaba limpieza de baños. Era perfecto. Clara sustituyó a Amanda, Eduardo a Julián y Cristóbal a Gaspar. Estos tres niños hicieron doble turno para que sus tres compañeros pudieran escapar. Turnos de doce horas de trabajo desagradable y duro, pero todos ellos estaban acostumbrados al trabajo duro a diario.

Cuando se produjo el cambio de turno, Clara, Eduardo y Cristóbal se pusieron a trabajar en los turnos de los tres niños que se iban a escapar. Los carceleros podían darse cuenta, pero los críos sabían que los Homcos no miraban nunca, por costumbre, los nombres de los niños a los que les tocaba el turno de trabajo. Lo que les importaba a los guardianes no era quien lo hacía, sino si el trabajo se hacía a su hora. Los carceleros estaban tranquilos, hacía mucho tiempo que ningún niño intentaba escapar. Esta dejadez, corría en favor de los rebeldes, pues con la ayuda de Carlos, (el chico más fuerte de toda la institución, que estuvo escondido en el sótano toda la noche), que dejó la trampilla más grande que daba a las cloacas, abierta, intentarían salir al mundo exterior. Aquél era un inmundo lugar, con malos olores, mala luz, y mal terreno que pisar...

- ¡Carlos, Carlos!, ¡Ya estamos aquí!, -dijo Gaspar susurrando muy bajito tras haber recorrido unas enormes escaleras de caracol, mugrientas y resbaladizas, que desde los baños de la planta inferior, daban al sótano tres. Carlos, con ojos de gato, salió de la oscuridad. Se les acercó a milímetros y con los ojos bañados en lágrimas y la cara envuelta en sudor nervioso, les dijo (levantando con su mano derecha fácilmente la trampilla de las cloacas):

- ¡Amigos míos, suerte! Todos necesitamos que volváis con esa agua. A mí no me quedan más que seis meses para que me manden a Las Minas. Espero que estéis de regreso antes. De todas formas, ¡gracias de antemano por intentarlo! Sois nuestra única esperanza.

Los tres protagonistas no dijeron nada, pues no sabían cuál de las dos situaciones era peor, si la de ellos o la del pobre Carlos.

- ¡Ahora escuchadme!, - prosiguió Carlos. Hay una caída de al menos metro y medio. Caeréis en un montón de mierda y pis, mezclado con agua. Poneos las máscaras que conseguimos de las fumigaciones del verano pasado. No penséis en lo que es, pensad en vuestro objetivo. Las aguas conducen necesariamente a la salida de un río, un lago o algo así. Como desconocemos lo que hay ahí abajo, llevad a mano vuestros machetes. Por cierto: ¿habéis impermeabilizado los fósforos? Os serán de ayuda en el exterior. Creo que no olvido nada...

Y mientras Carlos les decía todo esto entre susurros, ellos se colocaban las máscaras de fumigación y se lanzaban, uno a uno, desde la trampilla hacia la oscuridad absoluta...

La caída no fue demasiado impactante ya que, en efecto, cayeron a un líquido nauseabundo que tenía una corriente por abajo que les arrastró en la oscuridad de inmediato. A pesar de las máscaras, el olor era repugnante hasta el mareo... De repente, tras unos minutos flotando, y siendo arrastrados por el agua, a través de túneles inmensos (o al menos eso le pareció a Gaspar, por el eco que el agua hacía en las paredes de los túneles al correr con fuerza y velocidad), fueron expulsados a un remanso donde se acumulaban todo tipo de porquerías. Gaspar se fijó en que en los techos había aberturas por las que entraba aire fresco y luz. El agua putrefacta, sin embargo, no estaba estancada sino que corría hacia diferentes conductos que seguían bajando. En ese momento los tres amigos, cogidos de la mano, decidieron adentrarse por la misma gran tubería. Amanda señaló la del centro porque, según les dijo después, le daba mejor espina que los demás caños. Sin embargo, cuando cayeron con fuerza en una especie de lago de aguas subterráneas, se dieron cuenta de que los distintos conductos, daban al mismo lugar. Estaban en el centro de una montaña, y los Homcos estaban vertiendo toda la basura de la Institución en un manantial de aguas subterráneas. A los tres les pareció algo asqueroso.

Pudieron nadar un poco, parecía que había una gran gruta y entonces se acercaron hacia ella. La gruta les absorbió con una fuerza arrolladora. Gaspar creyó que se ahogaba. Perdió el conocimiento, pues se golpeó con alguna roca que sobresalía del agua. De repente, los tres salieron despedidos por una gran cascada que caía desde lo alto de la montaña, (que ellos no sabían que existía, porque nunca se lo había dicho nadie, y nunca habían podido verla), a un caudaloso río que, gracias a Dios, era profundo y de fondo limpio de rocas. Gaspar se despertó en la caída pero estaba tan mareado, que si no llega a ser por sus amigos se hubiera ahogado en el río. Los dos le ayudaron a llegar a una de las orillas. Por cierto, os habréis preguntado cómo pude observarles dentro de la montaña, ¿verdad? Pues bien, debéis saber que las cloacas tienen respiraderos, más o menos de un metro de diámetro, por los que asomo la cabeza e incluso, me adentro por ellos y sobrevuelo las fétidas aguas en busca de algún cadáver, sobre todo en épocas de escasez de presas que poder cazar en el exterior. Sé que es asqueroso, pero cuando hay hambre... La cosa continuó como os cuento ahora:

En ambas orillas había gran cantidad de basuras acumuladas, plásticos, bolsas de todo tipo, papeles, restos orgánicos, animales muertos como ratas, gatos e incluso algún perro. Fueron hacia la orilla del lado opuesto de donde caía la cascada, tras una gran montaña de basura, que subieron después de tomar aliento sin quitarse las máscaras. Siguieron hacia el otro lado. Cuando Gaspar miró hacia atrás, aturdido aún por el golpe, vio la gran cascada por donde se habían precipitado. Detrás la montaña y al fondo, se veía la Institución donde los Homcos les habían criado. A pesar de la oscuridad y de la lejanía se sabía, al mirarla desde allí abajo, que sus paredes eran de color blanco puro. O eso les pareció. Julián, sin quitar la vista de la Institución, le preguntó a su amigo lesionado:

- ¿Te encuentras bien Gaspar?

Él le miró y contestó afirmando con su cabeza dolorida y sin hablar, pues todavía le costaba un poco pronunciar palabras. Prosiguieron entonces su incierto camino, despacito, por montones y montones de desperdicios. Las máscaras habían sido una gran idea, una gran idea de Carlos. Sin ellas, habrían muerto intoxicados por los gases letales de la descomposición de todos los restos orgánicos que se acumulaban en el gigantesco vertedero.

A unos kilómetros, se observaba un bosquecillo de árboles bajitos. Eran más de las cinco y media de la noche. La obsesión de Gaspar era llegar a algún lugar donde esconderse. En aquel vertedero y a oscuras, aunque en unas horas amanecería, no tendrían ninguna oportunidad de salir vivos. Seguramente habría gente trabajando en aquel sitio, transformando la basura y residuos en productos utilizables de nuevo por los esclavos humanos. Esa gente podría verlos en cuanto amaneciera y comenzaran las labores de reciclaje de las basuras. Corrieron durante media hora por montones y montones de residuos y, tras dejarlos atrás, sin haber visto a un humano por allí se adentraron en un bosquecillo de arbustos enanos, retorcidos y de colores extraños.

Julián tenía la cara descompuesta cuando, al llegar al borde del bosque, se arrancó la máscara para fumigar. Tenía los ojos inyectados en sangre, parecía un verdadero monstruo salido de alguna película de terror. Él era un chico muy guapo: rubio, con ojos color miel y piel de cerámica, suave, blanca, pura y transparente. Era muy gracioso, porque su aspecto, era el de una niña más que el de un niño. Sin embargo ahora, sus pelos rubios y encrespados como de vieja histérica, le daban un aspecto mucho más tétrico que a los otros dos. Cuando sus compañeros le miraron, les entró una risa explosiva. Amanda se partía de risa quitándose a la vez su máscara y preguntándoles entre risitas maliciosas:

- ¿Qué?, ¿estoy tan guapa como Julián?

Se agachaba con sus manos apoyadas en los muslos, a la vez que tiraba al suelo aquella "cabeza de mosca" a prueba de gases. Gaspar, mirándola, y sin parar de reírse de Julián, le dijo:

- ¡Es imposible igualarle, imposible! ¡Ji, Ji, ji, Ji...!

Julián, un tanto contrariado, se repeinaba con los dedos su melena suave y ahora cardada. Pero era un muchacho acostumbrado a las burlas de los demás desde que era pequeño, y sin darle ninguna importancia, les dijo:

- ¿Qué hacemos con las máscaras, las tiramos o las guardamos por si las necesitamos más adelante? ¡Me pican mucho los ojos!

Aquello les sacó de su estado de risueña locura pasajera. Al mirarle de nuevo, les dio lástima y le dijeron:

-Las guardamos, Julián, perdona este ataque de risa. Creo que ha sido por los nervios - le contestó Gaspar ya más tranquilo.

Eso hicieron.

Las metieron en uno de los laterales de las mochilas y allí esperaron hasta que, en un futuro, pudieran darles uso de nuevo. Siguieron andando, pues a pesar de haber pasado un auténtico suplicio al salir por las cloacas de la Institución, todo había sido rápido y tenían fuerzas suficientes para andar mucho más tiempo. Decidieron estar andando hacia el norte, pues el mapa que María les había dejado, parecía indicar que la Tierra de los Grandes Árboles estaba en aquella dirección. Las mochilas pesaban mucho pero, como eran impermeables, pudieron mantener todo lo necesario a salvo de las fétidas aguas. Sobre las once de la mañana se sentían derrotados y hambrientos. El reloj de Gaspar tenía brújula y hora, y se veía en la oscuridad. Lo consiguió de uno de los guardianes, se lo dio por haberle hecho algunos favores personales...Nada importante. Los Homcos guardianes, tenían algunas debilidades y por eso, los niños conseguían "cosas". Objetos de primera necesidad que hacía tiempo que ya no se fabricaban, como un simple cepillo del pelo o juguetes de cualquier tipo y condición: peluches para los más pequeños, muñecas para las niñas, coches de carreras para los chicos... No todos los Homcos caían en estos chanchullos, y casi todos los niños sabían con quién podían negociar y con quienes no se podía ni cruzar una palabra. Estos Homcos corruptos tenían muchísima facilidad para conseguir este tipo de productos, ya que se guardan en grandísimas naves industriales construidas para este fin. Al fin y al cabo necesitan tener lo más felices posible a los niños esclavos pues, es bien sabido que los Homcos no conocen muy bien a la especie humana, y creen que el simple hecho de tener "cosas" colma de felicidad a los niños. Yo creo, sin embargo, que los niños prefieren ser amados a tener cosas: ¿Tú que crees?

Al sentarse los críos se sintieron mucho más cansados que mientras caminaban. De momento no se habían cruzado con nadie, ni Homcos, ni humanos, ni animales. Las plantas no eran peligrosas, pero sí cualquier animal que tuviera una inteligencia algo mayor que la de un Jilguero. Y no es por desprecio, pero opino que los jilgueros tienen una reputación demasiado buena para lo que son capaces de hacer. Sí, sí, ya sé que cantan y todo eso, pero: ¿de qué sirve cantar si se es incapaz de hablar? Sin embargo, todos los mamíferos, las aves rapaces del cielo e incluso algunos reptiles, podrían delatarles en cuanto les vieran merodeando por sus territorios. Además, debían aprovechar la luz del día, cuando los Homcos, en su gran mayoría, estaban ocultos en sus grutas. Por eso necesitan tantos espías animales. Por el día nunca salen a la luz. Los demás animales somos sus ojos, sus oídos y sus bocas durante las horas diurnas.

Comieron un poco de pan tostado que estaba precintado en rebanadas, en unos paquetitos herméticamente cerrados, y después sacaron unas mantas y se acostaron juntos a dormir un poco. Creo que se durmieron después de repasar el mapa, aunque no lo recuerdo del todo bien. Estuvieron viendo en él que el pequeño bosquecillo, tras el vertedero en el que ahora se encontraban, no existía cuando se imprimió este mapa. En su lugar estaban señaladas Las Praderas Cetrinas que seguramente le debían su nombre al color de la tierra, un color parecido al del barro pero algo más ocre. En la actualidad, las praderas estaban cubiertas de raíces y pequeños hierbajos que tapizaban los pies de los arbustillos rizados y algo deformes que habían crecido, formando un bosquecillo un tanto extenso, la verdad.

Al despertarse, Gaspar sintió un gran picor en las pantorrillas. Miró sus piernas y se dio cuenta de que hileras de hormigas negras, muy pequeñas, llegaban a millares desde todos lados entre las hierbas y se metían por sus pantalones. Tuvo la agobiante sensación de que le estaban comiendo vivo. Miró a sus amigos y comprobó que les ocurría lo mismo. No quiso entrar en pánico y pensó en la cucaracha que le regaló a Amanda, y que ella llevaba colgada en su mochila, en un bolsillito exterior. Pensó en un flash, que había sido un gran acierto pues ahora su amiga no sentiría terror por la invasión de aquellas hormigas carnívoras. Al levantarse el camal del pantalón, observó cómo le mordían e inyectaban algún veneno que picaba mortalmente. Sin quitárselas de encima, despertó a sus compañeros de aventura. Julián se sentó inmediatamente y, con mucha parsimonia, fue quitándose de encima las hormigas con una toalla que sacó de su mochila.

- ¡Qué fastidio! ¡Bichos endemoniados! - farfulló el pobre Julián en un susurro, hablando para sí mismo, mientras con sus manos intentaba quitarse las hormigas de encima.

Amanda se despertó rascándose todo el cuerpo. No chilló, ni lloró, ni les dijo nada. Simplemente se desvistió somnolienta y se cambió de ropa, eliminando de su cuerpo a las hormigas con espray desodorante. Los bichos huían espantados. Se vistió y guardó las ropas sucias en una bolsa. Las metió dentro de la mochila diciendo:

-Cuando encontremos un río, lavaremos esta ropa con olores asquerosos. Deberíais cambiaros vosotros también.

-Sí -le dijo Gaspar, -según el mapa de María, en unos cincuenta quilómetros hay un río llamado el Río Lento.

- ¿Cincuenta quilómetros andando?, -dijo tristemente Amanda, - ¡eso va a ser duro! Iremos sucios siempre, por lo que veo. ¡Cuanto antes me acostumbre, mejor! Me pica mucho la piel. Voy a ponerme un poco de este barro.

Y acto seguido, cogió tierra del suelo y se la restregó por las piernas antes de ponerse los pantalones.

- ¡Sí que me alivia, chicos! -les dijo.

Y ante esta respuesta ellos la imitaron. La tierra rojo oscura estaba algo húmeda, quizá por la gran cantidad de plantas que había viviendo en ella. El barro les alivió un poquito el picor y aprovecharon para cambiarse también las ropas pues, hasta ese momento, Gaspar no se había dado cuenta del terrible olor que desprendían. Si algún animal seguía el rastro de ese nauseabundo y asqueroso olor les delataría a los Homcos y su misión fracasaría. Por lo que se cambiaron los tres de ropa. Después, en base a la información que les proporcionaba el mapa de María, decidieron ir hasta el Río Lento, cruzarlo por el Puente de los Suplicios y llegar en una semana a las Tierras de los Grandes Árboles.

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