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EL HALCÓN Y LOS NIÑOS ESCLAVOS

La luz entraba por el techo, reflejándose en la pared del cuarto de Gaspar. De tan brillante, le deslumbraba los ojos y le obligaba a fruncir el ceño mientras hablaba, en voz muy bajita, a sus compañeros de habitación. Eran tres chiquillos agazapados, escondiéndose de sus siniestros amos. Puedo confesar, sin vergüenza alguna, que lo sabía casi todo sobre ellos pues mi única obligación en la vida era espiar niños. Desde aquellos techos de cristal pulido, transparente pero irrompible, observaba todo lo que hacían aquellos hombrecillos, y también intentaba escuchar todo lo que se decían, al fin y al cabo, los halcones como yo disfrutamos de mucho tiempo libre... sobre todo si tenemos la panza llena.

 Por cierto, mi nombre es Falco y quiero dejar constancia de lo que en aquellos días vi, escuché y viví.

¡Y si tenéis un poquito de paciencia sabréis la razón!

Sin embargo, tengo que pedir disculpas de antemano a los lectores de esta historia ya que, seguramente, sois humanos y debéis tener en cuenta que los de mi especie somos seres algo solitarios y no entendemos muy bien a los hombres. En todo caso, reconozco que la memoria me falla un poco a estas alturas de mi vida pues aunque soy pájaro, soy viejo, y  puedo haber rellenado los espacios vacíos de mis recuerdos.

Pero como os iba diciendo, todo comenzó una mañana esplendorosa, con un sol que latía en el cielo como el corazón gigantesco y caliente de un portentoso organismo, pesado, casi monstruoso pero lleno de vida en su interior. Aquel día mi jornada como espía de los niños de la Institución de Crianza la inicié por la habitación de aquellos chicos. Era una gran sala llena de camastros perfectamente enfilados, perfectamente hechos, perfectamente "perfecta". No siempre comenzaba así mi "trabajo de espía", pues variaba de lugar a diario, más que nada porque los niños son muuuy  listillos y se percatan de que hay animalejos observándoles por todos los rincones. Un día comienzo a espiarles en el salón de comidas, otro por la cocina, otro por el patio de recreo...luego varío el recorrido inesperadamente, de manera arbitraria. No hay forma humana de saber por dónde estoy en cada momento, porque no lo sé ni yo mismo. Pero la pregunta es: ¿para qué quiere un precioso halcón, como yo, espiar a unos tristes niños como estos? Pues porque los halcones, aunque somos buena gente,  nos vemos obligados a trabajar de espías para los "seres oscuros". Lo hacemos con mucho desagrado y aburrimiento, y pocas veces se dan casos dignos de ser delatados. Suelen ser falsas alarmas, creedme. Por último, quisiera haceros llegar un deseo: espero, sinceramente, que los Homcos o Seres Oscuros hayan desaparecido de la faz de la tierra, y con ellos nuestra y vuestra esclavitud, cuando esteis leyendo este  relato.

En realidad mi obligación, desde el comienzo de esta historia, hubiera sido informar a los  "Homcos", (nombre  dado a los carceleros por los niños). Pero, por los motivos que iréis descubriendo, esta idea se fue difuminando con el tiempo pues fui identificándome con estos pobres niños esclavos,

Pero empecemos la casa por el tejado:

Aquel día, el día en que todo comenzó, había tres niños especialmente chismosos en el cuarto de Gaspar. Les pillé en  mitad de una conversación en la que estaban organizando su fuga.

 Era media mañana.  

Vistos desde lejos, resaltaban como una mancha negra entre las hileras de camas bien hechas, de sábanas y mantas blancas de pura lana de oveja. La verdad es que los muchachuelos llamaban la atención de cualquier observador. Sentados entre dos de aquellos catres, en el mismo suelo, mantenían su secreta conversación. Cada vez hablaban en voz más baja, por lo que tuve que afinar mi penetrante oído al máximo de mis capacidades falconianas. La cosa, si no recuerdo mal, fue más o menos como sigue:

-Necesitamos organizar las tareas que cada uno tendremos que llevar a cabo. ¡Será un camino lleno de peligros siniestros! Pero debemos asegurarnos de nuestra supervivencia hasta llegar al Manantial. Uno de nosotros, será el encargado del agua y de la comida, de los sacos de dormir, de las linternas ¿Quién quiere serlo? -decía muy intranquilo el pobre Gaspar -. Se le notaba muy cansado, debía haber estado días y noches sin dormir, planeando todo aquello.

- ¡Yo... yo llevaré la comida, que pesa mucho y  soy el más fuerte de los tres!, -dijo Julián.

-Todos debemos llevar fósforos en las mochilas  -prosiguió Gaspar, asintiendo con su cabeza a la propuesta de Julián -y cuidar que siempre estén secos pues cuando podamos, encenderemos fuego para calentarnos o para guisar alguna comida caliente.

-También debemos coger un plato, un vaso y un tenedor, una cuchara y cuchillo por cabeza... que habrá que mantener siempre limpios -dijo Amanda, la única chica del grupo.

-Siempre que podamos acamparemos cerca de ríos, embalses o lagos, -añadió Gaspar- Incluso puede que nos tengamos que acercar al océano en alguna ocasión.

-Deberíamos llevar una olla, por si pudiéramos cocinar algo de vez en cuando,-comentó Julián, sin mucha esperanza de que sus compañeros le hicieran algún caso-A lo mejor podemos cazar alguna liebre o rata de campo,-decía meneando la cabeza y sonriendo con cara de ilusión, como soñando despierto con el sabor de aquel animal asado a fuego lento.

Sí-añadió inmediatamente Gaspar, como si Julián se hubiera ido del tema-pero lo del agua es lo principal, no sé si lo sabéis, pero los humanos no aguantamos vivos más de tres días sin beber. Debemos llevar cuatro cantimploras por cabeza, para llenarlas en El Manantial-se hizo un corto silencio entre ellos-Lo de buscar leña, será tu función principal Julián, cada vez que acampemos. Yo me encargaré de ver si el lugar es seguro, y de planificar por dónde debemos seguir en el camino. He conseguido un mapa que, aunque antiguo (quizá de hace unos cincuenta años), sirve todavía como guía. Debemos cobijarnos de miradas indiscretas que puedan informar a los enemigos. Tanto los hombres como los animales pueden ser espías de los Homcos, e informarían inmediatamente de nuestra situación.

- ¿Llevaremos armas? - preguntó Julián en voz baja.

- ¿Cómo machetes o cuchillos? -prosiguió Amanda.

 - Bueno-decía meneando su cabeza con indiferencia Gaspar-no creo que unos machetes sean suficientes para defendernos si nos localizan y nos encuentran. Los Homcos nos pisarán constantemente los talones y nuestra única ventaja será, al principio, que no sabrán que nos hemos escapado, al menos durante algún tiempo... ¡Pedro ha conseguido eliminar nuestros nombres de los listados de la Institución!,-dijo en voz bajita a sus compañeros guiñándoles a su vez un ojo-¡Para los Homcos será como buscar una aguja en un pajar, no sabrán nada hasta muchos días e incluso semanas después, cuando algún compañero se vaya de la boca! Pero, sinceramente, no creo que vaya a pasar esto último. Confío en nuestros hermanos, en cada uno de ellos. Y van a turnarse indefinidamente, hasta que volvamos, en nuestros turnos de trabajo.

Y cogiendo una bocanada de aire, Gaspar, prosiguió relatando su plan:

-Buscaremos en el camino refugio en los frondosos árboles, pues ellos son menos proclives a ser seducidos por el enemigo. En general, hay pocas especies de árboles que hayan sucumbido ante los Homcos. Además, en sus copas pasaremos más desapercibidos, pues somos de baja estatura y desde el suelo será más difícil vernos. Lo malo serán los bichos, no para mí ni para Julián, pero sí para ti, Amanda. Sabemos el asco que te producen todas las clases y especies de bichos, y aunque no son peligrosos, ya que su inteligencia es muy baja para poder actuar como espías, sí pueden producirte un ataque de pánico, con lo cual nos podrías poner a todos en peligro. Si algún espía se percata de nuestra presencia, informarán inmediatamente a los Homcos y toda nuestra misión fracasará, y con ella nuestra esperanzas de liberarnos de ellos para siempre. Por eso Amanda, espero que vayas enfrentándote a tu miedo hacia los "bichejos" ahora mismo, hasta lograr deshacerte de él-Amanda le miró con cara de asco y asombro al mismo tiempo, pero Gaspar siguió con su discursito.

-El único modo  que conozco para superar este miedo enfermizo que tienes a los insectos, es llevando a esta cucaracha que he cazado para ti, desde hoy mismo, en este tarrito. Cuando puedas tocarla con tus dedos y ponértela en una mano, será difícil que cualquier otro bichejo te produzca tanto miedo. Llévala desde hoy contigo. ¿Alguna pregunta?

Amanda no podía creer lo que Gaspar le estaba proponiendo. Si había algo en el mundo peor que los Homcos para la joven Amanda, eso eran las cucarachas.

-¡Yo creo que no es necesario que lleve esta asquerosa alimaña encima todo el tiempo!-protestó Amanda con una débil voz, mirando con asco y desprecio la cucaracha del tarro que parecía, a su vez, mirarla con asombro mientras comía unas miguitas de pan que Gaspar le había echado, hacía un ratito, como alimento.

-¡Sí, es completamente imprescindible! Es de vida o muerte, nunca debes gritar o correr por miedo a uno de estos bichejos, pues seríamos detectados al instante, y nuestra misión se arruinaría por completo-le decía Gaspar con voz persuasiva, intentando convencer a la muchacha de aquella soberana tontería.

-¡De acuerdo!,-dijo Amanda a regañadientes, cogiendo el tarro del suelo por la tapa, y cubriendo sus manitas con las mangas del jersey gris que siempre llevaba.

-­¡Entonces, nos vemos en la sala de cocinas, en el sótano, esta misma noche a las cuatro en punto! Cada uno con su mochila. Repasad bien todo lo necesario, que no os falte el agua,-dijo Julián mostrando impaciencia.

-¡Voy a despedirme de mis compañeras de cuarto! Para mí es muy importante decirles lo que las quiero a todas, son mi única familia-comentó a última hora Amanda, con el tarro de cristal alejado de su cuerpo, a la distancia máxima en que su brazo podía extenderse.

-Sí, todos lo haremos. Esto no es solo cosa nuestra. Está en juego el futuro de todos los niños que vivimos aquí. No sabemos si existen más Instituciones de Crianza, o somos los únicos-le contestó Gaspar con una sonrisa suave y comprensiva en sus labios, al tiempo que le ponía la mano en el hombro y miraba el tarro de la cucaracha, que parecía pender de un hilo antes de caerse definitivamente de la contraída mano de la niña.

-Además, igual es la última vez que les vemos. Tenemos muchas posibilidades de que esto nos salga mal. ¡Son nuestra única familia!,-repitió tristemente Amanda humedeciendose, al compás de sus palabras, sus preciosos ojos negros que, de tan grandes, no parecían humanos.

-No podemos decir que hayamos pertenecido nunca a una verdadera familia, al menos yo no recuerdo más que las visitas con mis padres, en el cuarto de encuentro, cada dos o tres meses. Mi madre me contó, en una ocasión, que la vida antes de que llegaran ellos no era, en nada, parecida a la que tenemos hoy en día -agregó Gaspar.

-Claro que no -dijo Julián como recordando algo agradable y poniendo esa cara de soñador que ponen los de vuestra especie cuando recuerdan algo que les cautiva- antes del "cambio" todo era muy distinto. Los niños no eran encerrados en estos grandes barracones de cemento y hormigón-añadió con asco en su expresión, el dorado hombrecito.

-Además,-prosiguió Amanda poniendo una expresión soñadora en su cara-las familias vivían en sus casas. El padre y la madre, vivían junto a sus hijos. Los adultos trabajaban y los niños iban al colegio, creo que le llamaban así...-dijo con expresión de duda.

-Así le llamaban, Amanda-le cortó Gaspar.

En ese momento de la conversación de los críos, recordé lo que mis padres me contaron sobre la Gran Transformación. Yo sé lo que pasó y cómo llegaron los  Homcos invasores, veréis:

 Hace mucho tiempo...igual hace como doscientos años, la oscuridad invadió el mundo durante cuarenta días con sus cuarenta noches. Parece ser que hubo un gran eclipse solar. Algo inesperado para los hombres de aquella época, que aunque muy avanzados científicamente, no habían podido predecir aquel magnífico y extraordinario acontecimiento. No fue una oscuridad normal, sino que en el cielo aparecieron siete grandes estrellas y el firmamento se vació de sol y de luna. En pocas horas, el frío comenzó a extenderse por toda la tierra, y con él, de debajo de la tierra, saliendo en hordas de a miles, los Seres Oscuros u Opacos con sus oscuras ropas, salieron en tropel. Eran ejércitos de ellos, armados con espadas oscuras forjadas con algún material del infierno y tan fuertes eran, que penetraban la carne como si fuera mantequilla, y hasta las paredes de los edificios y fortalezas humanas caían como si un terremoto las sacudiera hasta los cimientos. Los hombres lucharon con valentía, y con todas sus armas. Pero las armas no servían para aniquilarlos pues al dispararles, cortarles, gasearles o incluso envenenarles y morir, estos seres se fundían con la tierra como si de ella estuvieran compuestos, y de uno muerto, aparecían múltiplos de ellos por las cavernas y grietas del suelo. En esos cuarenta días en los que ocultaron la luz del sol,  los "Seres Oscuros" vencieron a todas las naciones de la tierra y las deshicieron por comleto. De esta forma quedaron los hombres convertidos en esclavos, los que sobrevivieron claro. Nosotros, los animales, comenzamos a tener el don de la palabra, creo que ellos, los Homcos, nos lo concedieron con el objetivo de que les sirviéramos de espías contra los humanos. Así me lo contaron a mí mis padres, igual que a ellos los suyos.

 La luz del sol y de la luna colmaban,  antes de la invasión de los Homcos, toda la tierra y hombres, animales e incluso los árboles y plantas, luchaban cada uno por su supervivencia. Pero aquel eclipse trajo consigo algo más que oscuridad. Nuestros antepasados (todos, tanto humanos como animales) no sabían muy bien si los "Hombres Oscuros" eran un producto evolucionado de los hombres de verdad, o si pertenecían a otra especie distinta, pero lo que necesitaban estos nuevos moradores de la tierra eran esclavos, hombres que trabajaran para ellos en las minas y tierras en las que cavar sus interminables grutas.

Tras los cuarenta días de oscuridad, las siete estrellas de luz mortecina y apagada, se volvieron a fundir en un nuevo y único sol. Los días comenzaron a fluir de nuevo cada veinticuatro horas. La luna volvió a reinar en el cielo de las noches. Pero en la tierra, todo había cambiado para siempre.La transformación de los hombres en esclavos para los "Homcos" no fue repentina, sino poco a poco, día a día, mes a mes, y año tras año. De manera lenta, pero implacable, todos los hombres y mujeres de nuestro mundo, acabaron trabajando en sus minas y en sus fábricas. Ya no podían hacerse cargo de sus hijos. O, más bien, eran los Homcos  los que ya no necesitaban que los hombres vivieran en familias. Dejaban que algunas parejas tuvieran hijos, e inmediatamente  los bebés eran mandados a las "Instituciones de Crianza de Humanos", como esta en la que ahora mismo se encontraban Gaspar, Amanda y Julián. Solamente aquellos trabajadores que eran más resistentes, podían tener hijos igualmente resistentes. ¡Como estos pobres niños!,¡eran individuos perfectamente preparados para el trabajo en las minas! Si sus padres fueron elegidos para tener hijos, es porque eran sumisos, buenos trabajadores y soportaban bien las fatigas y penurias. ¡Los hijos no pueden hacer nada por sus pobres padres esclavos...y morirán en las minas, para ser reemplazados por ellos mismos!

Estos niños querían ponerle remedio a esa tortura.

Después de quedarse los tres pensativos, Amanda volvió a hablar a sus camaradas:

-A nuestros padres solamente les dejan visitarnos para que no se intenten escapar o se quiten la vida. Por lo visto, les dejan vernos para poder chantajearles. Si uno de ellos intenta rebelarse, intenta suicidarse o intenta escaparse, nos matan a nosotros, como le ocurrió a la pobre María...mi mejor amiga.

Amanda comenzó a llorar sin llanto, con su cara llena de odio. Yo, desde arriba, posado en el borde del alto muro, veía y oía su llanto a diario. Justo al despertar, desde que asesinaron a María, esta pobre niña lloraba al ver la cama vacía de su amiga. El odio hacia los seres que habían asesinado,  delante de sus propios padres a su hija, era profundo. Este asesinato había sido el castigo por un intento de fuga de su padre, para buscar el legendario Manantial. El Manantial que ellos ahora iban a buscar, en un mundo desconocido y peligroso.

Yo, como espía de los Homcos, tenía que estar atento ante cualquier intento de fuga y acababa de presenciar la organización de una fuga en toda regla. Sin embargo, quise estar seguro. Mis jefes se enfadan mucho con las "falsas alarmas". No les gusta castigar a los niños tontamente o sin justificación, saben que eso les hace rebeldes, o les merma su capacidad de trabajo. Y en estos niños se invierte mucho tiempo y mucho oro (que para el caso es lo mismo), los muchachos tienen que estar sanos para las minas. Si un espía da una información falsa es espía muerto, y por este motivo me ando con mil ojos, pues prefiero perder una información que meter la garra.

El recuerdo de María hizo que, repentinamente, se hiciera un profundo silencio lleno de imágenes del pasado. Sin decirse ni media, todos se marcharon a sus habitaciones convencidos a muerte de lo que iban a hacer. Ya no había ni un mínimo de duda en sus infantiles corazones. El miedo era atroz pues no habían salido nunca, en toda su vida, de la Institución de Crianza. Jamás habían visto el exterior, ni siquiera por una ventana, pues los muros blancos de la fortaleza eran altísimos, al menos cuatro metros de paredes. Sin embargo, los techos eran de cristal, pues los Homcos, aunque malvados, no eran nada estúpidos y sabían que los humanos no se desarrollan bien sin luz del sol. Solamente entraba el aire puro del exterior por aquellos techos transparentes con ventanas correderas. Por las noches, tumbados en sus camas, todos los niños podían ver el cielo estrellado o la luna, si había suerte, porque al misterioso astro, en ocasiones, le daba por cruzar el cielo por encima del techo del cuarto en el que dormían.  

Como os decía, no había ninguna ventana a la altura de sus cabezas, quizá para que no vieran rastro de vida, ni humana, ni animal. El error de los Homcos era haber dejado los techos abiertos al mundo y al cielo,  porque a los niños les invadía todas las noches un deseo terrible de salir de allí. Y... ¡Así lo hicieron!

Yo fui testigo de su historia.





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