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ARIOC EN SU BOSQUE

Despertaron en una cabaña, oscura y siniestra. Tan siniestra, que hubieran preferido seguir inconscientes. Los dos amigos de Gaspar habían despertado minutos antes que él, pero no se movían por temor a lo que pudiera estar esperándoles. Gaspar levantó levemente la cabeza para echar un vistazo...

Junto a un lúgubre fueguecillo, que apenas se mantenía encendido, había una "forma humana" ataviada con ropas muy viejas, decrépitas y tan oscuras como la noche. Se encontraba de espaldas a ellos. El "ser" estaba contemplando las ascuas chisporroteantes, y prácticamente no se movía. Parecía una estatua. La ropa que llevaba delataba lo que parecía ser: ¿Era un Homco?

 Los tres muchachos se miraron horrorizados pues, esta vez sí,  pensaban que era su fin. ¡Definitivamente les habían cazado! Ahora únicamente esperaban que los mataran allí mismo, porque solamente de pensar que tendrían que volver habiendo fracasado en la búsqueda del Manantial, les aterrorizaba. Además, esto suponía que todos los "niños—esclavos" acabarían en las minas en un par de años, o  encerrados y torturados en los calabozos de la Institución... ¡Mejor morir!

Esperaron sin moverse,  conteniendo el aliento. Gaspar estaba pensando cómo salir de aquella situación, ya que parecía que aquel Homco estaba solo. De repente, oímos — yo también, pues miraba por un agujero de la choza donde se encontraban—, una voz penetrantemente grave que salía de aquel ser que estaba dándoles la espalda. Tampoco yo había visto ni oído nada similar en mi vida. No conocía aquella extraña selva, ni la cabaña, ni al monstruo que vivía en ella.

— ¡Tranquilos chicos, soy un amigo! Os he salvado de una muerte horrible ahí fuera. Los monos carnívoros os tenían rodeados. Subidos a los árboles, os espiaban todo el tiempo—, les decía, señalando hacia la puerta con algo que parecía una mano de cadáver que sobresalía, hasta la muñeca, de la túnica negra del color de la muerte.

Su voz sugería que no tenía buenas intenciones, era una voz muy grave y extraña, como si hablara a través de una tubería  herrumbrosa. Era un sonido distorsionado y metálico. Daba auténtico escalofrío escucharle.

 —¿Usted es un Homco?—, preguntó Amanda con miedo.

—Sí, lo fui—. dijo el ser con su voz de ultratumba.

— ¿Lo fue?, ¿cómo que lo fue? —, le dijo Gaspar como enfadado e incorporándose del suelo a la par que sus amigos — ¿Es que se puede dejar de ser lo que uno es?

—Al menos yo, sí—, dijo el raro Homco dándose la vuelta.

Entonces, nos quedamos espantados ante lo que vimos. Nunca antes un Homco se había mostrado sin máscara, sin su tapadera. Los niños  de la Institución de Crianza creían que el motivo de que ocultaran sus caras era que  los Homcos no querían que les reconocieran, pero al ver a aquel horrendo ser, se dieron cuenta de que esa no era la verdadera causa.

Aquel  pseudohombre tenía una cara horrible: ojos pequeños y muy negros, cuyas pupilas eran alargadas como una línea horizontal profundamente oscura. Aquellos dos cuchillos parecían desorbitados. Su nariz, también pequeña, parecía de murciélago. Pero lo peor era su boca, grande y con muchos dientes afilados, retorcidos y amarillentos. Como si nunca los hubiera cuidado. Parecía más bien la cara de un tiburón en un cuerpo de hombre. Su pelo era de un color indefinido y lo llevaba largo, por lo que no se veían sus orejas. Su piel, de un gris pálido, le daba  aspecto de enfermo. Era como si hubiera muerto hacía ya mucho tiempo pero siguiera moviéndose y  hablando sin fuerzas.

Amanda dio tal grito, que el Homco o monstruo cerró su boca dándose cuenta, al instante, de que la había asustado.

—¿Qué nos va a hacer?—, le preguntó Julián sin mostrar ningún miedo, como si preguntara: ¿Qué vamos a comer hoy?

—Salvaros y ayudaros ¡Es posible que yo haya sido un golpe de suerte inesperado!, les dijo sonrientemente.

El ser inmundo no apartaba su mirada de Amanda ya que era, para él, la primera mujer viva que veía en muchos miles de años. Le tenía maravillado con su pelo largo, moreno, ensortijado, casi con tirabuzones. Su finísima cara, medio infantil, medio de mujer. Sus cejas perfectas, su naricilla pequeña, plagada de pequitas suavemente distribuidas entre mejillas y nariz. Sus labios purpura, casi redonditos que, de lejos, sobresalían en la cara pálida y que llamaban la atención de quien la observaba. Pero sobre todo, el bicho miraba embrujado aquellos grandísimos ojos de Amanda, que parecían ver en la oscuridad.

Entonces Gaspar, sin pensárselo dos veces, le dijo:

— ¿Cómo podemos saber si lo que dices es cierto, o nos quieres engañar?

—No lo podéis saber. Simplemente tenéis que confiar en mí, porque no tenéis otra opción. Pero pensad un poco: ¿Qué ganarían los Homcos con todo esto? Ellos os atraparían y os matarían al instante—, le contestó con mucha paciencia, como queriendo que el chico confiara en él, pero sin quitarle ojo a la muchacha.

—En eso tienes razón pero, ¿cómo es posible que exista un Homco rebelde o fugitivo?—, dijo Amanda con cara de asco, sin apartar la mirada directa del monstruo.

—¡Pues porque yo soy un Homco híbrido! Soy hijo de una humana como vosotros y  de un Homco puro ¡Nunca he podido aceptar el trato que os daban! Yo he sufrido todo tipo de humillaciones, tanto por parte de los Homcos como por la de los humanos—, le contestó levantándose del bulto, sobre el que se sentaba,  mostrando una gran pomposidad en sus palabras y sus gestos, como si estuviera muy afectado.

—Pero, ¿cómo pudo ser?—, le preguntó Gaspar intrigado.

—¡No es momento de hablar de ello!—, gritó con malas formas— . Ahora os tengo que llevar a la Tierra de los Grandes Árboles. ¿No es así niña?  ...Y si piensas, Amanda— le dijo acercando su horrible cara a la de ella—, que yo soy feo y horrendo, te aseguro que los Homcos de pura raza, son mucho más repugnantes que yo. Al menos mis rasgos tienen algo de humano... ¿no crees? ¡Te acabarás acostumbrando, niña!

— ¡Yo no he dicho que me parezcas horrendo!—, contestó Amanda en un tono altivo y sin mostrar ningún respeto por el extraño ser.

—¿Cómo se llama?—, le dijo Julián cortesmente para salir de aquella situación tan incómoda.

— ¡Arioc! Así me llamó mi padre, pues significa "demonio de la venganza". Y eso es lo que pretendo, vengar la muerte de ambos—, les gritó, enfadado todavía con Amanda.

—¿Pero cómo es posible que no te hayan matado a ti también?—, siguió diciéndole Julián, no creyéndose ni una palabra del embaucador.

—Por suerte, crecí solo y aislado del mundo en este lugar, ¡y con mucha facilidad! — y Arioc, abría los brazos hacia el cielo como mostrando todo aquel asqueroso lugar con gran orgullo—.  Yo — prosiguió—, sabía instintivamente alimentarme de raíces, de plantas, de animales de todo tipo...Soy un cazador audaz — continuó poniéndose muy interesante con los chicos —, ¡Quizá fueron mis nuevas facultades, resultado de la mezcla de ambas razas, lo que me dio una gran capacidad de supervivencia!,— decía alzando sus manos cadavéricas con placer — ¡Mi padre me dejó recién nacido al borde de este bosque tornadizo! Pero no fue maldad lo que le llevó a abandonarme, sino su infinito amor. Los Homcos no permiten este tipo de cruces, me hubieran asesinado en cuanto me hubieran descubierto, —les contaba poniéndose algo triste, y enlenteciendo su discurso hasta que su voz se convirtió en un susurro casi inaudible—. Yo me adentré aquí, sólo, con el recuerdo de sus caras mirándome. Mi madre era una mujer bellísima, y mi padre con su cara tapada — Arioc, medio se puso a llorar contando todo aquello, pero su mueca era como burlona, y sus feroces ojos penetraban a la niña. Parecía que a Arioc le encantaba ver las caras asustadas de los pobres mocosos. Ellos se mostraban aterrados ante aquel aberrante personaje que se había convertido en el dueño de sus vidas, así sin más—.

— ¿Solo?, ¿tú?, ¿aquí?, ¿de recién nacido?, ¿y cómo sabes que mataron a tus padres? —, le dijo Gaspar armándose de valor, haciéndole ver que le había pillado en una gran mentira.

—Ellos me lo dijeron, —y señaló al fondo de la cabaña, donde había un grupo de comadrejas rabiosamente agresivas observando todo lo que sucedía—, son mis compañeros de viaje en este bosque vacío de vida, — parecía que se quedaba absorto mirando a las tres comadrejas del fondo de la cabaña que habían pasado desapercibidas para todos nosotros hasta aquel mismo instante, sin embargo repentinamente prosiguió con su discurso—, ¿no sabéis que este bosque está prohibido para los Homcos y los humanos? ¡Solo yo he sobrevivido en él! ¡Solo yo puedo comer sus plantas sin morir envenenado!— gritaba dando vueltas en círculo sobre sus piernas y alzando sus brazos en cruz enloquecido de alegría, como si fuera un gran mérito —. El bosque cambia de lugar— prosiguió emocionado —, y los mapas no lo pueden localizar en un punto fijo, pues hoy estamos al lado del Desierto Negro y mañana junto al Río Lento, a más de cien kilómetros. Esto me da una gran movilidad porque conozco cada uno de los lugares de nuestra tierra, a sus habitantes y sus costumbres, a los animales de cualquier lugar...— y quedándose algo pensativo añadió—. Ahora voy a llevaros a donde queréis, pero no os garantizo que sea pronto, todo depende del bosque, —y mirándoles con una fea sonrisa en la boca, les hizo una señal con su mano para que se acercaran a donde él estaba.

  Los tres niños, asustados del todo, le hicieron caso pues parecían embrujados por sus palabras. Arioc proseguía con su cháchara, cogiendo a Gaspar y Julián por los hombros, y dejando a la pobre Amanda a parte:

— ¡Os contaré un secreto: nada de lo que entra, sale de aquí!.

De repente, enfiló sus ojos hacia el lugar del techo por donde yo estaba mirando, y me sonrió burlonamente sacando su lengua de serpiente. ¡Me dio la impresión de que me había pillado y que estaba diciéndome que sentía hambre y que yo, iba a ser su cena!.

Los tres chicos se miraron muy apenados pues aquel canalla estaba loco de remate. Sabía a dónde se dirigían, luego tenía espías o leía los pensamientos de todo el que entraba allí. Para mí que era un Homco que había perdido el juicio y se había aislado en aquel tenebroso lugar, me daba muy mala espina aquella sabandija y, por primera vez, sentí verdadera lástima por los tres niños.

Gaspar se le acercó algo más que sus compañeros, como si se hubiera envalentonado repentinamente, y le preguntó por las mochilas. Arioc, le dijo que estaban custodiadas por las comadrejas, ellas parecían decirle lo que tenía que hacer. Entonces Gaspar, ante la atónita mirada de sus amigos y de la mía propia,  se adentró en la oscuridad del rincón de la cabaña donde se encontraban aquellos malévolos animales. Lo hizo muy despacito, a pesar de lo cual, los bichos le sacaron los dientes amenazándole claramente. Arioc se lanzó sobre él tumbándole en el suelo con su peso mastodóntico, pues era un individuo muy grande (al menos dos metros de alto), y aunque delgado, era ágil y fuerte. Julián y Amanda reaccionaron tirándose a su vez sobre Arioc para ayudar al pobrecito de Gaspar. Pero Arioc riéndose a carcajada limpia, les gritó:

—"No seáis imbéciles, soy vuestra única esperanza"—, mientras luchaba contra ellos lanzando a Amanda como si fuera un trozo de papel sin peso alguno.

Las comadrejas arañaban la cara de Gaspar, le estiraban el pelo y le mordían. Arioc se levantó y pidió a sus tres amigas, en una lengua extraña, que le dejaran. Las comadrejas lo hicieron a regañadientes. Se mostraban agresivas hacia los niños, con cara de furia. Pero a pesar de ello, obedecieron al vampiro.

Arioc volviéndose  hacia Gaspar, le dijo en tono amenazante:

—Si cualquiera de vosotros os acercáis a ellas, yo mismo os mataré —hablaba mostrando los dientes y levantando la falange de su dedo índice—. ¡Debéis confiar en mí!,— gritó dándoles una orden—. ¡Ahora comeremos, y después os llevaré al límite del bosque!—, les hablaba mientras se sentaba de nuevo junto al fogón y el caldero, en el extraño bulto —. En unos minutos estaremos cerca del Río Lento. Las mochilas se las quedan ellas — dijo señalando  con cara de desprecio hacia las comadrejas—, las pobres son caprichosas. Las he convencido para que no os comieran vivos mientras estabais inconscientes, a cambio me pidieron quedarse con vuestras mochilas. ¡Un caprichito inocente! ¿No os parece? —decía riéndose claramente de ellos—. Al fin y al cabo: ¿qué son unas inútiles mochilas, llenas de objetos inservibles, a cambio de la vida? ¡Supongo que estaréis de acuerdo conmigo, ¿no?!

Los tres se miraron asustados.

Amanda y Julián ayudaron a Gaspar a levantarse del suelo, y le pidieron a Arioc que le curara las heridas. Aquel ser extraño, se rió al mirarle y no  le hizo ningún caso. Mas bien parecía que le hacía gracia lo que le había pasado. Se regocijaba pensando en el terror que producía en aquellos inocentes muchachos. Se dio la vuelta y buscó algo para comer. Era un guiso con carne de algún animal cazado recientemente. Ninguno quería probar bocado de aquella cosa pastosa, de color marrón oscuro y olor nauseabundo, que llevaba trozos de carne desconocida...

Arioc, con sonrisilla malévola y devorando aquella inmundicia, decía:

— ¡No temáis, es carne de mono! Esos que os querían atacar cuando llegasteis a mi bosque y de los que yo os salvé... ¡Ha, ha, ha, ha...! — se rió burlonamente, como si la cosa tuviera alguna guasa.


— ¡Basta Arioc!, —dijo Amanda levantándose y acercándose a la puerta de la cabaña —¡No comeremos nada, y devuélvenos las mochilas! ¡Sin ellas no podremos sobrevivir allá afuera! ¿No dices que quieres vengar la muerte de tus padres?, ¿no quieres vengarte de los Homcos?, ¿qué tipo de ayuda es esta? ¡Nos robas las mochilas y aún tenemos que estarte agradecidos!—y tomando aliento le dijo con firmeza: ¡tú no eres ningún híbrido de humano y Homco, eres un Vampiro de los Bosques!

Todos la miramos espeluznados, y todos nos temíamos (incluido yo desde las alturas de la choza), una reacción agresiva de aquel bicho medio hombre medio vampiro. Los tres se habían dado cuenta de que todo lo que les había contado Arioc, era una trola como una catedral pero, si podía matarles en aquel mismo instante: ¿Por qué se tomaba tantas molestias? ¿Por qué no lo había hecho ya?

Arioc, mirando a Amanda con ojos de incredulidad le dijo:

— ¡Muy, pero que muy lista la muchachita! Eres la más espabilada de los tres, ¿eh? —. Y reía mostrando su boca llena de comida y sus dientes amarillos —. ¿De verdad que no te has creído nada? ¡Estoy admirado por tu capacidad para analizarme! ¡Podrías ser mi compañera, eres bella e inteligente!—, y mientras lo decía la miraba pícaramente, como si le estuviera proponiendo algo deshonesto—. ¡En cambio estos dos mendrugos!—, dijo señalando a los compañeros de Amanda y poniendo cara de desprecio total hacia Gaspar y Julián—,¡solo sirven como comida para mis comadrejas!

—Así es, —le contestó la niña dándole la razón al vampiro—, pero solo me quedaré voluntariamente, si les dejas marchar.  

Y la muchacha se quedó mirando fijamente al monstruo, esperando una respuesta a aquella descabellada propuesta.

—Tengo que ver cómo salen de tu bosque. Solamente así, me quedaré contigo para siempre, de manera voluntaria.  —Le volvió a decir la niña, poniendo cara de seguridad y reafirmando con sus gestos cada una de sus palabras.

—¿De qué estáis hablando?,— interrumpió Gaspar asustado y mirando a uno y a otro rápidamente— ¡nos vamos los tres!—, gritó fuertemente al bicho raro—.¿Eres un vampiro, Arioc?—, dijo Gaspar volviendo su cara hacia el vampiro con expresión de terror.

La voz del pobre niño al pronunciar estas palabras, era un hilillo suave e infantil...

Yo, desde mi escondrijo, no me podía creer lo que les estaba pasando. ¿Podía haber peor suerte en el mundo?

—¡De ninguna manera nos vamos sin ti, Amanda! —, decía Julián negando con su cabeza una y otra vez. Su pálida tez se puso roja como un tomate.

—¡Bien!—, comentó riendo Arioc, dejando de una vez su guisucho—, llegados a este punto, esto es lo que voy a hacer: Os daré las dos mochilas, y os dejaré a las afueras del bosque ahora mismo. Estaréis en el Río Lento enseguida, os dejaré vivir y cumplir vuestra misión... — y callándose un momento, como para regocijarse de lo que les iba a decir, prosiguió—,pero Amanda se quedará conmigo. De esta forma, yo estaré acompañado y vosotros llegareis a vuestro destino con mi ayuda. ¡Seréis libres chicos!.

El monstruo decía todo aquello como si se tratara de estar haciéndoles un favor grandisimo a los críos. Incluso les guiño un ojo como compadreando con ellos...

— ¡Ni pensarlo!—, dijo Gaspar totalmente descompuesto y asustado—, no podemos aceptarlo. ¡Nos quedamos los tres!

— ¡No nos quedamos los tres Gaspar, déjate de tonterías,  lo tengo completamente decidido! Lo importante es nuestra misión,— y Amanda guiñándole un ojo a Gaspar, como si tuviera un plan para engañar a su vez a aquel vil ser, dijo—, ¡yo me quedo! Nuestra misión es demasiado importante. Tenéis que llegar al Manantial... y volver con el agua a la Institución.

Pero al decir esta frase, Arioc, la detuvo en seco:

—¿Cómo que vais al Manantial?, ¿al Manantial sagrado?, ¿queréis liberar a los niños de la Institución?...

—¡Pues claro, ¿qué te pensabas Arioc?! No tendría sentido ir a la Tierra de los Grandes Árboles y no buscar El Manantial—, le dijo ella apuntándose con el dedo índice en la cabeza en señal de... "piensa un poco tío".

—Bien, bien... —añadió él pensativo—, yo creía que querías huir más allá de los límites de esas tierras, creía que erais unos simples fuguistas, creía que queríais salvar vuestro pellejo. ¡Pero ahora me doy cuenta de que sois unos suicidas!, —gritó enfadadísimo—.  Si lo que queréis es llevar el agua del Manantial para liberar a vuestros hermanos humanos, ya os digo que es más que imposible.  Y os advierto: si bebéis del agua tampoco conseguiréis liberar a nadie. Nunca he visto volver de aquellas tierras a nadie, nunca en miles de años... El que entra no sale. ¡Pero si os empeñáis!, en realidad no es cosa de mi incumbencia, —y poniendo una vocecilla aguda en tono malicioso prosiguió—, de todas formas os seguiré ayudando, como habíamos acordado. Pero con un pequeño cambio de planes: cuando tengáis el agua del Manantial, de vuelta a la Institución, pasad de nuevo por aquí, y traedme una botella llena del precioso líquido. ¡Sería para todos una liberación!  —. Y volviéndose hacia las comadrejas que permanecían amotinadas al fondo, en la oscuridad,  royendo las mochilas de los chicos y destrozando todo lo que sacaban de su interior, añadió —. ¡Yo, al beber de esa agua sería liberado del maleficio que me tiene aquí retenido para toda la eternidad!  Sabed que  viajo con este bosque misterioso desde hace miles de años —susurró tristemente —,  y solo ese agua me liberaría... 

Arioc calló unos segundos.

— De paso, vosotros liberareis a vuestra amiga. ¡Y todos contentos, ¿no?!  Es mi forma de asegurarme de que volveréis con agua para mí. Yo tengo prohibida la entrada en la Tierra de los Grandes Árboles porque no puedo salir de aquí,—señalaba alrededor—. No puedo traspasar los límites del Río Lento. Pero ahora vosotros lo haréis por mí. ¡Necesito esa agua más que vosotros! ¡Ala, ala, en marcha!—dijo de repente, como habiéndole entrado las prisas o como si hubiera despertado de un sueño,—¡fuera de la cabaña los dos!—, gritó con malos modales, echándolos a empujón limpio.

La puerta de la decrépita cabaña del bosque se abrió como por arte de magia. En el exterior se veía una especie de pradera y un río extraño recorriendola sinuosamente. La cabaña se encontraba al límite del extraño bosque andante.

Amanda les gritó: ¡fuera ya de aquí los dos!, —y ayudó a Arioc empujando a sus amigos hacia afuera con gran ímpetu—. ¡Salid, salid los dos, y regresad cuanto antes a por mí!—, gritaba llorando enfurecida por su funesto destino.

Arioc y sus comadrejas salvajes, lanzandoles dos mochilas, les empujaban con muy malos modos... De repente, cuando ambos amigos cayeron al suelo, la puerta de la cabaña se cerró y la selva, levantándose del suelo, comenzó a andar sobre sus raíces hacia un destino incierto. Parecía que había millones de patitas, como las de un ciempiés, moviéndose al unísono.

A mí me costó alzar el vuelo y salir de aquel bosque asesino. Mientras lo intentaba, rasgándome mis preciosas alas en aquellos tormentosos y afilados árboles homicidas, escuchaba cómo Arioc seguía conversando con Amanda, eso fue mi salvación. Aquel vampiro sentía tal atracción por la muchacha, que se olvidó literalmente de mi existencia. Así sucedió, y puedo afirmar que:

 ¡Gracias al embrujo que Amanda ejercía sobre Arioc, estoy vivo!



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